CAPÍTULO 1
Los primeros rayos bañaban la hermosa playa de arenas blancas, las olas acariciaban la orilla con suavidad, el suave aroma del mar llenaba el aire con un agradable olor a sal. No había nadie en toda la playa excepto un hombre que contemplaba el horizonte, la expresión de su rostro reflejaba una inmensa felicidad. Se sentía bien, hacía mucho tiempo que no se encontraba en paz consigo mismo y ahora tenía la sensación que todo el dolor y todos los malos momentos que había pasado se habían quedado atrás y que no volvería a sentirse solo durante mucho tiempo.
Rose se despertó de un plácido sueño, ya no había pesadillas, ni monstruos de los que escapar, sólo hermosos sueños. Se estiró y buscó al Doctor todavía con los ojos cerrados pero se encontró la cama vacía. Por un momento sintió un repentino ataque de miedo pero la cama todavía estaba caliente y recordó lo ocurrido la noche anterior. Se rió de sí misma por su temor y dándose la vuelta se acurrucó en la cama y aspiró el suave aroma que había dejado el Doctor en la sábana.
Se levantó y entonces vio que por la puerta entraba un tenue rayo de luz, después de vestirse salió para buscarlo pero en cuanto asomó la cabeza lo encontró junto a la orilla, se acercó muy despacio le gustaba cuando se ponía tan pensativo. El Doctor era una persona muy inquieta, cuando estaban en la TARDIS siempre se movía de un lado para otro controlando todos los mandos y estaba pendiente que todo funcionara a la perfección.
Se puso a su lado, entonces el Doctor la miró y le dedicó una dulce sonrisa, le ofreció la mano y agitó los dedos, como la primera vez que viajaron juntos después de su regeneración, aquella muestra de cariño le hizo sonreír, sin perder un segundo se acercó y apoyó la cabeza en su hombro. Cada vez se sentía más unida a él, a pesar del tiempo que habían pasado separado parecía que eso no había influido en que se comprendieran con tan solo mirarse.
¿Quién eres tú? – Dijo Rose pensativa y mirando de reojo con una cálida sonrisa al Doctor - ¿Quién eres tú, que cuando me miras se me acaban las palabras y tus ojos me arrebatan y me pierdo con tu amor?
El Doctor se la quedó mirando, entonces le pasó los brazos alrededor de la cintura, se acercó lentamente hasta depositar un beso, que al principio fue un simple roce pero poco a poco se dejaron llevar por la pasión y de pronto se encontraron tumbados en la arena. Rose soltó una suave sucesión de gemidos, eso hizo que el Doctor empezará a acariciarla con deseo.
Bésame – Dijo Rose y experimentó de nuevo la calida boca del Doctor sobre la suya, sintió que el deseo le invadía todo el cuerpo.
Se dejaron llevar por su deseo y empezaron a desnudarse. El Doctor la miraba, la luz del sol iluminaba la cara de Rose y resaltaba la serenidad que reflejaban sus ojos. La boca del Doctor se hundió en el cuello de ella mientras Rose le rodeaba el cuello con sus brazos, la arena hacía cosquillas en la nalgas de Rose, pero eso no significaba nada comparado con los besos húmedos e intensos del Doctor.
Ella apretó sus senos contra su pecho, le rodeó las caderas con las piernas y se pegó a él. Se sintió enloquecer cuando le introdujo aquel grueso sexo que había deseado sentir de nuevo. Notaba como con cada empujón una ráfaga de placer le recorría todo su cuerpo, sus tiesos pezones palpitaban mientras el Doctor los acariciaba. Sintió como él la llenaba y la tenía firmemente agarrada.
Finalmente Rose lanzó un gemido de alivio y notó como él eyaculaba con un último y enérgico movimiento. Experimentó los fluidos calientes que la llenaban y se recostó a su lado jadeando. Permanecieron tumbados, Rose apoyaba su cabeza en el pecho del Doctor y él la acunaba con su brazo, sin dejar de besarla. Cuando ella besó sus pezones y los empezó a mordisquear jugueteando con los dientes, el sexo del Doctor volvió a endurecerse y de nuevo se apretó contra ella.
Entonces él se incorporó sobre sus rodillas, levantó a Rose y la puso sobre su órgano. Ella emitía susurros de aprobación mientras él la movía hacia delante y hacía atrás, sintiendo como se clavaba en su interior.
¡Doctor, mi amor! – Gritó Rose dejándose llevar.
Rose, te quiero. – Dijo el Doctor entrecortadamente.
Su sexo húmedo, abierto para él, palpitó de nuevo con un ritmo frenético hasta que alcanzó el clímax mientras él volvía a descargar en ella. Hasta después de la tercera vez no descansaron, cansados y tumbados acabaron uno en brazos del otro, sudorosos, recuperando la respiración continuaron acariciándose, saboreando el placer del tacto de sus cuerpos.
El sol seguía su camino ascendente y descubrió sus cuerpos abrazados. Tras el apasionado encuentro se quedaron dormidos sobre la arena y el sol les iba calentando mientras avanzaba en el cielo azul. Pasado un rato se despertaron, estuvieron charlando y al fin decidieron visitar el pueblo más próximo.
Gracias. – Dijo Rose, mientras le abrazaba y le daba un beso en la mejilla.
Empezaron a vestirse lentamente, el Doctor se mantenía muy callado, estaba muy pensativo y por un instante pareció que quería decir algo pero a la vez dudó y continúo vistiéndose. Rose estaba feliz, de vez en cuando le miraba y se dio cuenta que él estaba inquieto pero decidió no presionarle. Cuando el Doctor terminó de vestirse se acercó hasta Rose, se plantó frente a ella y decidió decirle todo lo que sentía.
Rose intentó detenerlo pero él le puso un dedo sobre los labios y le cogió las manos. Llevaba mucho tiempo queriendo decir todo lo que tenía guardado, desde que había perdido a su pareja no había vuelto a sentir ese sentimiento tan profundo, cuando se reencontró con Sarah Jane le trajo a la memoria los gratos sentimientos que tuvo hacia ella pero cuando llegó el momento la dejó atrás, el dolor no fue tan grande como el que sintió cuando creyó que había perdido a Rose. Tragó saliva y empezó a hablar.
Antes de conocerte, llevaba mucho tiempo viajando solo, todo era triste, sin ilusión, mis noches eran frías y había un gran vacío en mi corazón. Pero cuando aceptaste viajar conmigo arrancaste toda la soledad en la que había estado viviendo durante tanto tiempo. Con tu cariño, con tu ternura me hiciste cambiar. Me devolviste la ilusión por la vida y me enamoraste. - El Doctor decidió ser totalmente sincero. – Necesito confesarte que mi corazón es tuyo.
Rose le miró, sonriendo se lanzó a su cuello y le abrazó muy fuerte. Se sentía inmensamente feliz, al final había conseguido lo que tanto había deseado. Después se quedaron mirando y se fundieron en un tierno beso.
Aunque tenga que cruzar montañas y desiertos, aunque este amor me lleve a la locura y pueda perder la razón, aunque el mundo crea que soy muy joven, bueno realmente lo piensa mi madre – Rose reflejó una triste sonrisa al recordarla – tu me has enseñado como se ama de verdad. A pesar de no saber quien eres realmente, te amaré con el corazón abierto y sobre todo te quiero porque no eres perfecto. Porque fuiste, eres y serás lo mejor que me ha pasado incluso cuando ya no estés a mi lado. A pesar de todos los peligros e inconveniente te amaré. – Después se lo quedó mirando y se abrazaron de nuevo. - ¿Y ahora adonde vamos? – Le dijo mientras le guiñaba el ojo. – Por cierto, ¿Dónde estamos?
Bueno, lo último que recuerdo fue que apunté la dirección hacia el año 3542; te gustará, es una civilización muy similar a la antigua Grecia de La Tierra, pero no sé exactamente a que ciudad vamos a parar. – Le dijo mientras le dirigía una pícara sonrisa.
Entonces le vino a la cabeza, el momento de las despedidas y conseguir que Rose dejara por fin a April en los brazos de Jack,
Cogidos de la mano y charlando tranquilamente llegaron hasta una carretera de tierra. El camino estaba despejado pero en la lejanía distinguieron que se acercaba un carro. Conforme se aproximaba pudieron comprobar que lo conducía un joven.
Al llegar a la altura del Doctor y Rose, el chico se detuvo; con una amistosa sonrisa se los quedó mirando y estaba a punto de saludarles, pero cuando vio a Rose, se la quedó mirando y rápidamente se caló el sombrero y bajó los ojos. En ellos se reflejaba un profundo miedo.
¿Podrías llevarnos hasta el pueblo? – Dijo el Doctor acercándose al joven.
El muchacho muy nervioso miró de nuevo a Rose. Dudó durante unos segundos y con un gesto de la mano les indicó que podían subir al carro.
Gracias – Dijo Rose dedicándole una encantadora sonrisa. – Hola, soy Rose Tyler y él es el Doctor. Y tú ¿Cómo te llamas?
Darío, señora – Dijo el joven tímidamente.
El Doctor observó al muchacho y se dio cuenta de la extraña manera que miraba a Rose, que realmente parecía miedo. Darío se mantuvo en silencio mientras ella y el Doctor admiraban el paisaje e intentaban que les dijera cosas sobre la ciudad más próxima y sobre la gente; pero el joven no estaba muy dispuesto a contestar a sus preguntas.
El viaje estaba siendo un poco lento; pero Rose y el Doctor estaban felices de poder compartir juntos esa aventura y estaban seguros que nada podría ensombrecer esta felicidad. Rose no paraba de hablar, de asombrarse por todo lo que veía, la cosa más simple le parecía maravillosa, el Doctor se divertía mucho y no podía estar más feliz por tener a Rose otra vez con él, pues la había echado mucho de menos.
Estaba empezando a anochecer cuando en la distancia pudieron ver la silueta de una ciudad. Darío continuaba en silencio, solo contestaba a las preguntas que le iban haciendo. Los guardias apostados en la entrada les observaron con detenimiento pero les dejaron continuar sin hacerles preguntas.
¿Dónde podemos encontrar una posada? – Dijo el Doctor mientras ayudaba a Rose a bajar del carro.
Puede encontrar una habitación en la "Posada de las Armas" – Dijo Darío e inmediatamente fustigó al caballo pasando junto a ellos sin despedirse.
Vaya parece que tenía prisa – Dijo Rose sacudiéndose de la ropa el polvo del viaje.
Mientras se dirigían a la posada la gente que circulaba a su alrededor les observaba con curiosidad y también con miedo, sobre todo los hombres. Al pasar junto a ellos les oían cuchichear pero cuando intentaban hablarles, ellos bajaban la cabeza y se alejaban rápidamente.
Entraron en la posada charlando, se dirigieron hacia el mostrador y el hombre que estaba detrás se quedó mirando fijamente a Rose. Al principio se sintió halagada por la impresión que causaba pero pasados unos segundos empezó a sentirse incomoda.
¿Tiene habitaciones libres? ¿Solo serían un par de noches? – Dijo el Doctor mientras miraba a Rose y le hacía un gesto de extrañeza.
¿Una habitación? – El posadero se volvió hacía el Doctor.
Si. Queremos visitar el pueblo. – Dijo el Doctor guiñándole el ojo a Rose.
Bien. Entonces aquí tienen la llave – La expresión del posadero era de temor y dejó la llave sobre el mostrador – Su habitación es la primera puerta subiendo las escaleras.
¿Podríamos comer algo antes de acostarnos? Llevamos todo el día de viaje y no hemos comido nada – Dijo Rose dirigiéndole una dulce sonrisa.
Creo que tenemos algo en la cocina. Ahora mismo voy a buscarlo. – Les dijo el posadero acompañándoles a una mesa que estaba junto a la ventana. Al cabo de unos minutos volvió con un mantel, dos vasos y una jarra de vino. – Aquí tienen.
La mirada huidiza del posadero inquietó a Rose lo suficiente para advertir que estaba pasando algo extraño, el comportamiento del hombre resultaba muy molesto para ella. No estaba acostumbrada a causar esa reacción en los hombres, normalmente solía gustarles e incluso intentaban coquetear con ella pero ahora vio miedo, incluso pánico en los ojos del posadero y eso no le gustó nada.
Aún no habían empezado a comer y ya estaban comentando lo que estaba ocurriendo desde que habían llegado, cuando en la posada entraron varios soldados, el ruido producido por sus armaduras les llamó la atención, y se acercaron hasta el posadero.
¿Dónde están los forasteros? – Le interrogó el soldado.
En aquella mesa – Les señaló el hombre con mano temblorosa.
El soldado miró en la dirección que le indicó el hombre y sin decir ni una palabra se giró y se dirigió hasta ellos. El Doctor y Rose estaban charlando cuando se hizo un gran silencio en la sala y vieron que los soldados se acercaban hasta su mesa. El grupo de hombres les rodearon.
Buenas tardes, señora – Le saludó mirando a Rose. – Tengo un mensaje para usted.
¿Para mí? – Dijo Rose extrañada – Pero si aquí no me conoce nadie.
Es un recado de mi señora, la reina Antianira. Desea conoceros. – Dijo el soldado entregando una nota.
Antianira, ¿eh? – Dijo el Doctor con tono curioso al darse cuenta que ese nombre no le era del todo desconocido.
¿A mí? Pero… - Rose cogió el papel, lo leyó y después se lo entregó al Doctor, interrogándole con la mirada, no sabía que hacer, todo esto estaba empezando a asustarla.
El soldado se extrañó de la forma que Rose trataba al Doctor. Estaban sentados muy cerca y las miradas que se cruzaban delataban un tipo de relación muy estrecha, casi demasiado para su gusto. Tendría que informar a su señora y vigilar al sirviente, sobre todo ponerlo en su lugar y no tener esa familiaridad con la dama.
De acuerdo. – Dijo el Doctor guardando el papel – Nos encantaría conocerla. ¿Verdad, Rose? – Rose no supo que decir se levantó y acompañados por los guardias salieron de la posada.
Ya en el exterior les esperaba un pequeño vehículo conducido por un hermoso caballo, el soldado le indicó a Rose que tomara asiento y con un gesto le dijo al Doctor que debía ir andando a su lado. Mientras se dirigían hacia el palacio, el Doctor estuvo observando el comportamiento de las personas que estaban en la plaza y sobre todo le parecía muy extraño que en el pueblo sólo hubiera visto hombres.
¿Dónde estarán las mujeres? – Preguntó el Doctor en voz baja a Rose.
Todo esto me parece muy extraño. – Dijo Rose mirando alrededor.
Pocos minutos después llegaron al palacio, los soldados les acompañaron hasta la puerta y una vez allí fueron recibidos por un criado que ayudó a Rose a bajar del carro y la condujo con gran ceremonia al interior del edificio. Mientras, el Doctor iba tras ellos observando todo y pendiente de lo que pudiera sucederle a Rose.
Fueron conducidos a un gran salón con grandes ventanales, una chimenea adornada con unas estatuas y del techo colgaban unos pendones de llamativos colores. Al principio al Doctor le llamaron la atención, se detuvo intrigado, aquellas figuras le resultaron familiares y después de un pequeño reconocimiento recordó algo que había conocido en otro tiempo y en otro lugar. Algo que no le gustó nada.
Al fondo, en un gran trono estaba una hermosa mujer con un largo cabello rubio que les observaba atentamente. Los miró a los dos atentamente, aunque su atención se dirigió hacia Rose. Le atrajo la muchacha, con ese aire extraño y también muy excitante, pero el Doctor no le gustaba, miraba demasiado, parecía investigarlo todo con una osadía impropia de un sirviente. Le parecía que trataba a Rose sin respeto, pero en ese momento prefirió prestar toda su atención hacia la hermosa mujer y ya tendría tiempo de ocuparse del hombre.
Bienvenida, soy la reina Antianira – Dijo dirigiéndose hacia Rose con una sonrisa. – Me han informado que acabas de llegar y te hospedas en la Posada de las Armas. ¿Espero que te hayan tratado bien? – Entonces miró fijamente a Rose.
Gracias, yo soy Rose Tyler y él es el Doctor. – Dijo Rose haciendo un gesto señalando al Doctor. - Si, por supuesto. Tenemos una habitación y estaban a punto de servirnos la cena cuando han llegado los soldados con vuestra invitación. – Contestó Rose.
Entonces, ¿todavía no has cenado? – Dijo Antianira – Eso se puede solucionar rápidamente – Dio dos palmadas y al momento aparecieron dos sirvientes que se postraron ante sus pies. – Hay que preparar inmediatamente un banquete en el salón, quiero que todo este listo en media hora y por supuesto hay que preparar dos habitaciones, serás mi invitada con tu acompañante – Los criados se levantaron y se marcharon sin decir una sola palabra.
No es necesario, ya he dicho que tenemos reservada una habitación. – Rose intentó hablar pero con un gesto de la mano de la reina le indicó, que todo estaba decidido y que sería una ofensa no aceptar.
Mientras tanto el Doctor que había estado estudiando detenidamente las figuras de la chimenea se acercó a Rose y se puso a su lado.
Creo que no deberíamos fiarnos – Le dijo con muy baja, mientras Antianira daba las ordenes a sus criados.
¿Por qué? ¿Hay algún problema? – Rose le miró a los ojos y pudo ver que tendrían que tener cuidado – ¿Entonces que vamos a hacer?
De momento, les seguiremos la corriente hasta que sepamos cuales son sus planes. – Esta noche hablaremos y te contaré lo que he descubierto.
De acuerdo – Dijo Rose asintiendo con la cabeza.
Antianira bajó del trono, se acercó hasta Rose y con un gesto le indicó el camino hacia el salón donde habían preparado la cena, a la vez que lanzaba una mirada reprobatoria al Doctor. No le gustaba la forma de comportarse del Doctor y haciendo un gesto a uno de los guardias le ordenó que le detuviera y lo alejara de Rose.
Perdón Alteza pero él debe venir conmigo – Dijo Rose poniéndose entre los soldados y el Doctor, dedicándole una sonrisa a Antianira. Después cogió la mano del Doctor y se dirigieron hacia el salón.
Ante la atónita mirada de la reina Antianira, Rose cogió la mano del Doctor y se dirigieron hacia el salón. Después la reina se acercó hasta Tebe, una de sus compañeras, le habló señalando hacia el Doctor y acto seguido Tebe abandonó la sala por una puerta lateral.
Te he vuelto a salvar el cuello. – Le dijo en voz baja.
Sip. Tienes toda la razón – Dijo el Doctor con expresión de preocupación.
¿Hay algún problema?
He reconocido las figuras de la chimenea, se tratan de una antigua civilización que conocí hace tiempo y no guardo muy bien recuerdo de ellos. – Le explicó el Doctor observando como les miraba Antianira. – Los seres de esta raza vivían en un lejano planeta y tenían la extraña costumbre de adquirir toda clase de conocimientos y habilidades de todo aquello que les resultaba extraordinario.
Entonces se parecían a los humanos.
Solo que ellos usaban métodos más agresivos y dolorosos.
Entonces se parecían a los humanos. – El Doctor se echó a reír dándole la razón.
Si, pero en su caso se trataba de hacerlo a costa de dejar al individuo vacío. Los convertían en otra persona, a la que pudiera controlar y dirigir.
¿Como si fueras un ciberman?
Exactamente, no tienes capacidad de pensar ni decidir por ti mismo. – Dijo el Doctor con tristeza.
No pudieron continuar hablando porque en ese momento llegaron al gran salón, el banquete que habían preparado tenía una gran cantidad de platos con un aspecto muy sabroso, Rose se dio cuenta que estaba hambrienta, no recordaba cuando había sido la última vez que había comido y todo olía tan bien que no pudo resistir la tentación de empezar a comer. Se sentó en una silla y empezó a coger comida de los diferentes platos que habían colocado en la mesa.
El Doctor también se acercó a la mesa y cogió un trozo de pollo y se puso a examinar la habitación, la reina estaba asombrada. No podía creer lo que estaba viendo, ¿cómo podía atreverse un hombre a comer en su presencia? Antianira pensó que Rose tenía demasiado consentido a su siervo. En ese momento se acercó hasta ella Tebe, que había vuelto al salón, y le puso al corriente de las novedades.
Después de dar una vuelta por la habitación el Doctor se sentó en la mesa al lado de Rose.
Bonitas estatuas – Dijo el Doctor señalándolas. - ¿Hace mucho tiempo que las tienen? – Miró a Rose buscando su complicidad, ella le sonrió a espero a la respuesta de la reina.
La reina le miró fijamente y durante unos segundos se pudo ver la crispación que le recorría el cuerpo, no podía soportar la idea de que un hombre la tratara de esa forma, pero no podía hacer nada de momento, mientras Rose estuviera presente y le protegiera.
No lo sé, yo siempre las recuerdo ahí. Ya estaban cuando mi madre reinaba. – Contestó Antianira con desdén.
Entonces ¿no conoces nada de su existencia?, ¿ni de donde vienen? – Preguntó el Doctor de nuevo. – Me parece que no le caigo muy bien. – Dijo hablando a Rose en voz baja.
Tebe comprendió que aquella situación resultaba muy molesta para su señora, y era necesario relajar la situación, de modo que decidió tomar cartas en el asunto.
Me han contado que no eres de por aquí. No suelen visitarnos muchos forasteros. – Preguntó Tebe, colocándose junto a Rose e intentando cambiar de tema.
No, venimos de un lugar muy lejano y hemos hecho un largo viaje. Nos gusta conocer lugares nuevos. – Contestó Rose después de tragar un trozo de pastel.
Tebe advirtió que Rose tenía la cara manchada, con un delicado gesto le limpió y después se llevó el dedo hasta la boca mirándole directamente a los ojos, sonriéndole provocadoramente, Rose sintió una oleada de calor que le subía hasta la cara. Desvió la miraba cohibida, buscó la mano del Doctor que estaba apoyada en la mesa, él se volvió interrogándole con la mirada pero no comprendió el mensaje de auxilio que le estaba enviando.
Poco después de terminar de comer Rose se levantó y de pronto sintió que la habitación le daba vueltas pero gracias a Tebe que estaba junto a ella no cayó al suelo. El Doctor se acercó para socorrerla.
No te preocupes por ella, Tebe la llevará hasta su habitación para que descanse, supongo que estará cansada después del viaje. – Le dijo la reina y con un gesto indicó a su compañera que la acompañara. – Ahora, me gustaría que me acompañaras, tengo algo que enseñarte, seguro que te parece muy interesante. – Dijo Antianira, indicándole al Doctor que le siguiera.
El Doctor se sintió intrigado y decidió seguirla, atravesaron una puerta lateral y después de recorrer un largo pasillo llegaron ante una puerta que estaba custodiada por un soldado a cada lado, fuertemente armado. Con un gesto Antianira ordenó que abrieran la puerta, uno de ellos introdujó una extraña llave en la cerradura y con un rápido movimiento abrió la puerta.
Estaba oscuro y el Doctor, con ciertas dudas, se acercó hasta la entrada y no pudo ver nada porque de pronto todo se volvió negro. Mientras estaba pendiente de intentar averiguar lo que había en la habitación un soldado se colocó detrás de él, sin que se diera cuenta y a una orden de Antianira le golpeó dejándole inconsciente, el Doctor no tuvo tiempo de ver pero su instinto de supervivencia le hizo comprender que corría un grave peligro y su último pensamiento fue para Rose.
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Rose estaba muy mareada, las piernas se le doblaban y se sentía incapaz de llegar hasta el dormitorio, ya estaban cerca de la habitación cuando las antorchas de las paredes se pusieron a bailar ante sus ojos, se apoyó en la pared y se detuvo para tomar aire.
¿Puedo ayudarte? – Le dijo Tebe poniéndose a su lado.
No, no, solo necesito descansar un momento. – Dijo Rose cerrando los ojos.
Está bien – Dijo Tebe mientras la cogía en brazos y continuaba hacia el dormitorio.
Eh!, bájame. Puedo continuar yo sola. – Rose intentaba soltarse del fuerte abrazo de Tebe.
Vale, como quieras – Dijo Tebe mientras la dejaba en suelo. Pero de nuevo tuvo que sujetarla. – Será mejor que nos dejemos de tonterías. – Y acto seguido volvió a cogerla en brazos y la llevó hasta dejarla suavemente en la cama.
Rose se sentía incomoda, estaba sudando y le molestaba la chaqueta, se sentía muy mal y le temblaban las manos, de modo que Tebe al darse cuenta de lo que intenta hacer, le ayudó a quitársela. Rose no se percató que las manos de Tebe recorrían su cuerpo con deseo, pero en ese momento sintió unas enormes ganas de vomitar y se levantó corriendo hacia una palangana que habían colocado junto a la cama.
¿Te encuentras mejor? – Dijo Tebe.
Si, creo que si. – Dijo Rose sintiendo un sudor frío que le hizo estremecerse. Se acercó hasta la cama y de pronto la cabeza le empezó a dar vueltas, estuvo a punto de caer al suelo pero no cayó gracias a Tebe que estaba junto a ella y la depositó en la cama.
Tebe se quedó mirándola, le parecía realmente muy hermosa, se sentía muy atraída. Decidió quitarle la ropa para que estuviera más cómoda, se deleitó contemplado su cuerpo desnudo. Hacía mucho tiempo que ninguna mujer le había impresionado tanto y deseaba poseerla pero ahora no era el momento y decidió dejarla dormir, se contentó con depositar un beso en sus labios.
Comprendió que en su estado era lo mejor que podía hacer ahora, ya tendría la ocasión de conseguir todo lo que estaba pasando por su mente.
Tras cerrar la puerta con cuidado fue a reunirse con la reina. Quería estar presente en el proceso de conversión, aquel hombre ya no sería un estorbo para sus planes con Rose.
