Las lágrimas corrían por su rostro y le sorprendió darse cuenta del porqué.
Ya no era el dolor de su corazón desgarrado. Tampoco era para aliviar la presión que amenazaba con reventarle el cráneo desde dentro, ni por la necesidad de borrar esas asquerosas imágenes de su mente.
Lloraba porque le conectaba con la realidad. Eso podría sonar algo idiota en otras condiciones, pero no en estas. Lloraba porque se sentía como si eso le devolviera la vida por algunos momentos, como una amarga bocanada de aire en su mar de sufrimiento.
Porque eso era para lo único que servía. Para tomar aire antes de volver a hundirse. Sabia que volvería a pasar, sabía que no podría aguantarlo demasiado tiempo. Porque no había suficientes lagrimas en su hermoso cuerpo para permitirle ahogar el dolor. Porque por más que lo intentara una y otra vez, siempre terminaba en ese maldito vacío. Vacío que entumecía sus sentidos hasta casi no sentir dolor. O hacerlo casi soportable.
Con una lágrima bajándole por la mejilla, lo comprendió. No era soportable. No importaba que tan fuerte intentara no sentir nada, no dejarse llevar por el dolor, no sufrir como si los pedazos de su destruida psique fueran de cristal y estuvieran clavándose en lo profundo de su interior, siempre terminaba igual. No iba a dejar que eso continuara así.
Portando la sonrisa más honesta y triste de su vida, Sorhyu Azuka Langley tomó el trozo de vidrio del suelo y lo acercó a su muñeca.
