Hola, hola, Luna de Acero reportándose. Aquí les traigo este fic que amo con toooodo mi corazón, serán solo dos capítulos, algo largos como verán, este tiene casi 9000 palabras. Pero lo vengo escribiendo hace un tiempo, el final, el próximo capítulo quiero decir, lo publicaré el próximo domingo, ok? Me muero por subírselos ahora pero no, es para el próximo domingo porque yolo.

Quiero agradecer especialmente a Lila Negra porque me proporcionó unos links bastante interesantes sobre la época y la esclavitud, los que me ayudaron en la visión que me hice de esa época. Está ambientado en el siglo XVIII, es decir a finales del 1700, en Carolina del Sur, de verdad disculpen si se me escapa alguna imprecisión, realmente intenté hacer un trabajo limpio, pero puede fallar, ¿no? Perdónenme.

Bien, aquí les dejo a este hijo hermoso, la portada la hizo la maravillosa artista LIBB ART, pueden encontrar su página en Facebook, hace unos artes en acuarela, dibujos, grabados que son una belleza total, por favor acérquese y si pueden comisionen sus trabajos. Por favor LEAN LAS ADVERTENCIAS ANTES DE LEER ESTO, gracias.


Disclaimer: Los nombres de los personajes no me pertenecen, fueron tomados de la obra literaria Ataque a los titanes, pero el contexto, la trama y las personalidades son completamente de mi invención, prohibida su reproducción total o parcial, NO autorizo a que utilicen este fic para otros fandoms. Gracias por respetar.

Advertencias: Aires de melancolía, muchos sentimientos, hay nostalgia, tristeza y tendrá un final abierto, ya lo saben. Leer con discreción, hay mucha violencia a personas de color a lo largo del relato, ni más ni menos que la historia de la esclavitud en los Estados Unidos, puede haber partes impresionables, maltrato físico, muertes, injusticias, una historia que casi fue olvidada por el tiempo... Pero también hay un amor intenso y apasionado. Ya están advertidos.


DEDICATORIAS: Para Lila Negra, Fa Teufell (por Dios vayan a ver su arte en Tumblr y FB), mi hermanita del alma Yaoi´Blyff, y como regalo muuuuy atrasado de cumpleaños para la maravillorsa ola-chan a quien quiero muchísimo. Ahora sí, al fic.

.

.

"Los que niegan la libertad a otros no la merecen para ellos mismos".

Abraham Lincoln

.

.

Nina estaba tomando un té con hielo en el portal de su nueva casa. Estaba amaneciendo. El clima del sur era mucho más caluroso de lo que se había imaginado, pero bueno, era uno de los motivos por los cuales había accedido a mudarse también.

Estaba conforme, aunque las reparaciones no habían terminado del todo se había avanzado lo suficiente para hacerla habitable. La piscina se estaba llenando y ayer había terminado de acomodar la última caja de la mudanza. Esa mañana llegaría una mujer que había contratado para que la ayude con la limpieza de la mansión, aunque ahora estaba evaluando que a lo mejor serían necesaria dos, y un jardinero.

Caminó hasta el cobertizo para sacar la cortadora de pasto, la humedad en el ambiente, el sol y la tierra fértil hacían que el pasto se convirtiera en un verdadero enemigo, crecía demasiado rápido, recordaba que apenas había llegado hacía unos diez días había tenido dos arduas jornadas para poder dejarlo corto y ahora ya se notaba bastante crecido. Le llevaría otros dos días ponerlo a raya. Y eso que la parte del fondo que estaba plagada de yuyarales ni siquiera la había pisado aún.

Sin duda tendría que contratar peones para que lo limpiaran, no quería tener que encontrarse con sorpresas desagradables como víboras o alimañas ponzoñosas. Y tal vez lo mejor sería evaluar contratar un jardinero, aunque sea que viniera dos o tres veces al mes.

Estuvo hasta cerca del mediodía en esas labores. Llevaba un sombrero liviano de paja, una remera mangas largas y bloqueador para protegerse del sol nocivo. Al fin se metió a su casa, a descansar, hidratarse y almorzar. Aún le quedaban un par de bandejas freezadas que le ahorrarían el trabajo de cocinar.

Eran por lejos las vacaciones más pesadas de su vida, pero valía la pena porque estaba segura que esa casa sería donde se radicaría definitivamente. Cuando vio la estancia se enamoró de inmediato, una casa de dos plantas, enorme y bastante derruida, con un patio de cinco hectáreas. El vecino más cercano estaba como a tres kilómetros y el pueblo a unos ocho.

Su familia le había dicho que estaba loca, que cómo se iba a ir a vivir al fin del mundo, sola en medio de la nada ¿Pues adivinen qué? Era su sueño hecho realidad. Espacio, silencio, naturaleza, tranquilidad, ¿qué más podía pedir?

Nina era doctora en latín y griego, tenía numerosas menciones honoríficas por cursos, convenciones, especializaciones y demás cosas que había hecho a lo largo de su fructífera carrera. Mucho tiempo había trabajado en museos, restauraciones y excavaciones en Europa y el Medio Oriente. Su carrera lo era todo, sacrificando relaciones personales y familiares en pos de adquirir el mayor conocimiento posible. Toda su pasión y entusiasmo puesto al servicio de las letras.

Había sido casi una década completa de trabajo continuo, placentero y gratificante pero trabajo al fin, por lo que decidió radicarse o mejor dicho fijar un lugar de residencia para descansar, reflexionar, reponerse y volver a la vorágine de sus investigaciones, proyectos y colaboraciones alrededor del globo.

Cuando visitó a su amiga Karien en California, sintió ese llamado natural en su instinto que la obligaba a echar raíces prontamente, por lo que luego de visitar algunas propiedades eligió esa casa que casi tuvo que reconstruir prácticamente. Una buena parte la hizo demoler, era demasiado enorme incluso para ella que gustaba de grandes espacios. Finalmente luego de casi medio año de modificaciones, restauraciones, construcción y diseño, tenía la casa de sus sueños. Era hora de amainar el ritmo y ralentizar, disfrutar del fruto de su esfuerzo.

La última tanda de albañiles le habían dicho que en el sótano había una gran cantidad de muebles viejos, muchos aún mantenían la sobriedad de años antes, fabricados con maderas resistentes y nobles, tallados a mano y realizados con técnicas casi inexistentes a la fecha, le sugirieron que los subastara y los vendiera. Luego de un vistazo rápido se dio cuenta que había allí un capital interesante para explotar.

Por la tarde estuvo en el lugar, donde aún se respiraba un poco de aire enviciado por el encierro y la humedad natural, pero había ventilación suficiente y estaba fresco al estar metidos bajo tierra lejos de los nocivos rayos solares.

Estuvo anotando en una libreta las reparaciones necesarias para los mismos, mientras tomaba fotos con su móvil con ánimos de clasificarlos, no podía con su genio, era propio de sus habilidades, clasificar y tomar notas. Cuando estaba terminando se encontró con un baúl mediano, desgastado y polvoriento detrás de un piano de pared. Aunque había solicitado que limpiaran todo apropiadamente, al parecer habían pasado por alto ese objeto.

Tomó una de las manijas de hierro y lo arrastró al medio del salón para apreciarlo mejor. Pesaba un poco, por lo que con seguridad estaría medio lleno, el problema era el enorme candado que tenía en la cerradura. Greta, la mujer contratada para ejercer como personal doméstico, la ayudó a llevarlo a su nuevo salón de estudios, donde sentada sobre un almohadón y con una caja llena de llaves (que le entregó la inmobiliaria informándole que pertenecían a la casa) sobre las piernas, procedió a estudiar si es que alguna de esas viejas llaves podía abrir esta suerte de misterio.

Dada su naturaleza curiosa, su sentido de investigación se activó naturalmente, pero era una persona paciente, por lo que estuvo su buena hora observando la forma del candado, el material con el que había sido forjado y descartando llaves. Más fracasaba, más ganas tenía de saber qué es lo que había dentro. Finalmente comprobó que ninguna de esas llaves servía.

Ni lerda ni perezosa, llamó a un servicio de cerrajería del pueblo, el cerrajero se tomó su santo tiempo para aparecerse casi a la hora de la cena. Era un hombre mayor, de cabello cano y sonrisa arrugada que llegó con una caja de herramientas de metal y se puso en la faena de abrir el cerrojo que al parecer era una empresa mucho más complicada de lo que parecía.

Nina no quería que rompiera la reliquia, quería que intentara abrirla de la manera más delicada posible. De manera que cenó con Greta y Jack el cerrajero, para que luego el hombre retomara su labor. Casi cerca de una hora y media después el candado cedió. Al levantar la tapa encontraron una pulcra pila de documentos, un par de libros antiguos bastante bien conservados, una capa de fina tela, y muchos implementos más, sellos, correspondencia, edictos, órdenes, y dos cajas que a su vez estaban cerradas. Una era de un tamaño mediano similar a una caja de zapatos y otra era más fina pero del mismo largo.

—Caramba —dijo Jack, rascándose el mentón, a lo mejor y encuentra algún tesoro valioso.

—Sería estupendo —accedió Nina—. ¿Podría abrir estas dos también?

—Si, claro, pero no le garantizo que puedan volver a usarse las cerraduras.

La similar a una caja de zapatos fue fácil de abrir, adentro había una trenza de cabello, presumiblemente humano do color castaño, pulcramente conservada y unos pañuelos de seda de color blanco que la envolvían. La otra caja, que le llevó bastante trabajo al pobre hombre abrir, estaba forrada de terciopelo rojo por dentro donde reposaba una especie de libreta o agenda con tapas de lustroso cuero. Nina notó las miradas curiosas de sus empleados por encima de su hombro, por lo que decidió que mejor seguía mañana en mayor privacidad.

Le pagó al cerrajero y lo despidió acompañándolo hasta la puerta, Greta aprovechó el aventón al pueblo para volverse a su casa, informando que volvería pasado mañana. Nina terminó de lavar los platos y se dio una refrescante ducha fría antes de ir a dormir.

Al otro día se despertó al alba, se preparó un café cargado junto con tostadas untadas con mermelada de grosellas que ella misma había preparado en esos días. Greta le estaba enseñando a hacer unas conservas deliciosas. Puso música de ópera y se sentó en su escritorio para empezar su escrutinio. Se colocó guantes para preservar lo mejor posible la investigación y se puso manos a la obra.

Notó que el libro estaba cubierto de cuero curtido, repasó con las yemas de sus dedos por la superficie rugosa, expelía ese olor característico de las curtiembres, tal vez por el tiempo que llevaba guardado. Estaba cocido a mano. Sus años de experiencia le habían dado la habilidad de dejar que las cosas (especialmente los libros) hablaran por sí mismos a través de esos detalles.

Se tomó su tiempo para explorarlo, incluso la textura y el color del papel. Había pocas fechas, todo estaba completamente escrito a mano. Por algunas leves manchas se notaba que había sido escrito tal vez con plumín y tinta china. Las hojas tenían los bordes amarillentos y un poco curtidos. Había muchas emociones atrapadas.

El café se le había enfriado, había momentos en que su concentración se activaba de manera que era imposible atender a otras cuestiones que no fueran su objeto de fascinación. Entró una llamada de un colega suyo, pero simplemente silenció su celular. Se colocó sus anteojos y sacando unas lupas y otras herramientas necesarias, prendió su notebook y comenzó su viaje mental.

Lo primero que hizo fue comenzar a escanear hoja por hoja con su celular, tenía un programa para ello. Su trabajo la había preparado para tomarse las cosas con calma y paciencia, un mal movimiento podía desbaratar todo un universo de historias, así que había que ser cuidadosa con las cosas antiguas. Todo el proceso le llevó cerca de dos horas, y aunque el estómago le rugió una que otra vez, su interés estaba por encima de cualquier necesidad física. No era una coincidencia estar soltera, era difícil encontrar a alguien que pudiera seguirle el ritmo o aguantar sus obsesiones, con el tiempo había dejado de lado eso de buscar compañía en una pareja.

Una vez con todas las hojas escaneadas en su computador, puso a trabajar un procesador de texto. La letra era bastante clara, monótona, prolija, lo que le facilitaría el trabajo. La mayoría de las hojas estaban escritas de principio a fin sin espacios vacíos, como atropelladamente, completamente colapsados de palabras. A simple vista le dio la impresión de que eran como susurros que habían ido a aterrizar en el papel, había miedo, angustia, tristeza.

Nunca se lo había confesado a nadie, pero una de las cosas que la había llevado a estudiar su profesión, era una especie de intuición ancestral, una voz interna que interpretaba los escritos a mano, no podía explicarlo al detalle, era como una especia de don en el que confiaba ciegamente. Encontró una fecha en la primera hoja, 14 de noviembre de 1799. La letra era de carta, clásica, trabajada pero no muy perfeccionada, el trazo era firme y con lazos precisos lo que denotaba una personalidad de mando, de alguien con aptitudes de liderazgo o con un temperamento irascible. Hacía un tiempo había hecho un curso intensivo de grafología con varias eminencias y había aprendido un par de cosas bastante útiles.

Estaba escrito en una especie de mezcla entre inglés antiguo pero con modismos naturales del sur donde ella residía actualmente, lo que le dio la pauta que tal vez se trataba de una persona que si bien vivió en el sur, quien sabe tal vez en la misma casa que ella, también tenía mundo, viajes, probablemente una educación superior. Comenzó a transcribir a medida que leía.

"Aquellas cosas que se van acumulando, que ya son imposibles de soportar, de esconder, de encastrar en un simple vaso de whisky, van buscando nuevos lugares para anidar, han decidido emigrar de mí, o tal vez las estoy expulsando, les estoy dando esta libertad que se empecinan en robar.

Llevo ya veinticuatro años de silencio, un mutismo impuesto, a veces elegido y a veces obligado. Cierto es que al menos en este espacio nadie habrá que detenga mi diatriba, seguir aguantando es una condena a la locura misma. Tanto es mi deseo de recuperar la cordura, o al menos un poco de paz.

Cierto es que soy un alma solitaria, siempre he buscado la tranquilidad de las noches para la caza, para la reflexión y el pensamiento coherente, para apaciguar el espíritu envuelto en flamas con el que Dios me ha mandado a este mundo.

Mis memorias se remontan a mi infancia en donde solía escapar habitualmente por el balcón de mi cuarto para aventurarme por la noche hasta las márgenes del río, con el solo deseo de sentirme temerario, de huir de los pilares de la mansión que me resultaban imposiblemente enormes, altos, opresivos. Quería deshacerme de los regaños maternales y la constante vigilancia de los ojos de mi padre. Cierto era que el río por las noches tenía su encanto, a la luz de la luna y la inevitable oscuridad yo encontraba reposo, alivio, diversión ¿Quién podría pensar que por culpa de mi travesura yo estaba a punto de caer en un peligro mayor a las fauces de un lobo hambriento?

Mis oídos acostumbrados a los ruidos naturales que la noche cobija en el seno del bosque, descubrieron entonces una presencia diferente. Sus pisadas eran suaves, como si no quisiera aplastar la grada, y su respiración era asustadiza, como los ciervos que han perdido la manada. Bajo la luz de la luna no pude notar sus facciones con precisión, pero fue suficiente para darme cuenta que era una criatura sobrenatural.

¿Por qué no corrí? ¿Por qué si mi corazón quería escapar volando por mi boca mis pies se quedaron firmes? No puedo entender mis acciones, incluso si era un infante inexperto. Le dije que saliera de su escondite, estaba metido detrás de uno de los robles. La luz que me devolvieron sus ojos color plata fue como la llama de la vela que captura la atención incauta de las polillas, solo para luego devorarlas y dejarlas en cenizas. Así me sentí yo, imposibilitado de alejarme aunque el peligro estaba latente.

Estaba sucio, cubierto de hojarascas y cortezas que se habían pegado a esa túnica harapienta que le tapaba el delgado cuerpo. Por un momento me pareció que se había bañado en barro, pero cuando toqué su brazo, como para confirmar que no era una aparición, noté que era el color de su piel, sin añadiduras de ninguna clase.

Tiritaba por el frío, y tenía los ojos inflamados por un llanto anterior. Hablaba poco, al punto que llegué a creer que tal vez no me entendía, pero fue cuestión de tiempo para que se abriera conmigo. Eren, dijo que era su nombre, hacía unos días lo habían separado de su madre, una esclava negra que evidentemente no pertenecía a nuestra hacienda.

Le hice notar que no tenía el color de los negros, pero tampoco el de los blancos y entonces escuché por primera vez una palabra que se grabó en mi mente como el hierro caliente a la grupa del ganado: "mulato". Era fruto del pecado desde el momento que fue concebido.

En ese momento los detalles no me parecieron demasiado importantes, mis conocimientos eran limitados en ese campo, de manera que le dije que no le veía lo malo. Eso pareció animarlo y sentí que sus ojos vibraron emocionados ante mi respuesta.

Me dijo que extrañaba a su madre y le pregunté que le impedía volver a ella. Dijo que si volvía los matarían a ambos, al parecer la esposa del dueño de la hacienda en donde su madre era esclava, no lo quería. Por eso es que lo habían traído a la nuestra. Me indicó que aquí la gente no había sido muy hospitalaria, porque le temían, le llamaban "pecado andante", "mala suerte" y otros apelativos que el olvido ha ido tragando. Me compadecí de él, por la falta de su madre, por sus huesos notables, por sus ojos brillando, porque por primera vez quería terminar con el dolor ajeno.

Hasta esa noche jamás había reparado en el sufrimiento de otros, menos si se trataba de un esclavo, me habían enseñado que ellos no sufrían, que debían estar a nuestro servicio y ser agradecidos por mantenerlos sanos, darles de comer y darles donde vivir. Nosotros éramos más que generosos, éramos buenos cristianos, nosotros éramos los buenos. Así fue que, siguiendo los preceptos familiares, decidí que Eren también sería alcanzado por nuestra generosidad".

Hizo una pausa solo para darse cuenta que ya eran más de las dos de la tarde, ciertamente el tiempo volaba cuando había cosas interesantes para estudiar. Haciendo un esfuerzo supremo fue a la cocina solo para tomar unas rodajas de pan y hacer un par de sándwiches con los que podría engañar a su hambre. Se sirvió una bebida de cola para que el azúcar le permitiera mantenerse alerta.

Regresó al estudio y volvió a releer todo lo anterior. Su corazón latía raudo, estaba metiéndose literalmente en la vida de una persona que ya no estaba en este mundo, que había dejado ese diario como único testimonio de sus secretos mejor guardados. Quería disfrutarlo poco a poco, tramo a tramo, releer para captar las cosas que se escondían a una primera inspección. Sospechaba que algo muy importante estaba a punto de suceder y eso elevaba sus expectativas y especulaciones, las cuales intentaba mantener a raya. Este tipo de cosas era lo que más disfrutaba de su profesión.

Prendió la luz del estudio para poder continuar con su trabajo, iba anotando cosas en su notebook para poder detenerse luego en los puntos que le parecían más llamativos. Lo malo era que había algunas hojas donde la tinta había perdido un poco su color, las hojas eran delgadas y no se apreciaban bien algunas frases, supuso que luego debería escanear las hojas y hacer un fino trabajo de reconstruir la escritura.

Algunas cosas tenían fechas, otras no, era como una especie de diario pero no del todo, los textos tenían cierta correlatividad, aunque algunos quedaban inconclusos.

"Al día siguiente me dirigí al despacho de mi padre a paso decidido. Lo miré con la misma seguridad heredada de los Ackermans y le dije que el mulato sería mi esclavo personal. Mikasa tenía dos, yo como el primer varón de la casa no podía ser menos. Recuerdo que mi padre, quien siempre fue un hombre respetable y de temple, me escuchó atentamente y me cuestionó mi elección. Quién sabe si fue el mismo Lucifer quien me inspiró en ese momento, pero con una elocuencia admirable para una criatura de mi edad, le plantee mi postura. Le comuniqué, con mucha solemnidad, recuerdo que la mesa de su enorme escritorio me daba un poco por encima del estómago y yo estaba parado como un soldado del ejército, sin titubear le cuestioné si es que él conocía a otro blanco que tuviera de esclavo a un mulato, a lo que respondió, luego de unos segundos de pensarlo cuidadosamente que no. "Pues bien", le dije yo con mis manos en mis caderas, "acabas de conocer al primero". Mi padre se rió por un rato largo, aún recuerdo su voz estridente resonando contra el cielorraso de su estudio, como en las iglesias, no sé por qué me evocó esa similitud y luego tendiéndome la mano, como si estuviéramos cerrando un trato, aceptó mi petición de buena gana.

"Levi", me dijo con seriedad luego del acuerdo, "esto conlleva una gran responsabilidad. Pero ya va siendo hora que aprendas cómo funciona el mundo, es bueno para tu madurez y formación". En ese tiempo no era capaz de dar el alcance de sus palabras, pero ahora en retrospectiva, comprendo que era probable que yo hubiera sido advertido incontables veces, hasta por la noche misma y la luna de ese fatídico primer encuentro, de que no debería haberlo elegido. Más lo hice… lo hago.

Para el siguiente día mi padre instruyó a la Mamma Vieja, una negra que era como una especie de nana nuestra, de mi hermana y mía quiero decir, y ella se encargó de arreglar al nuevo inquilino. Claro que los esclavos no dormían en la casa. Excepto Mamma Vieja y el señor Timmy, que era un negro anciano y cascarrabias que solía retar o tratar a los otros esclavos como si él fuera diferente. Nunca entendí por qué le permitían esas libertades, supongo que les resultaba un tanto divertido.

Había unas casuchas al fondo de la plantación. Allí vivía la mayoría, y una familia en el granero, que fue donde mandaron a Eren. Lo primero que me enseñaron es que "ellos" no tenían nombres, eran menos que mascotas, así que en la casa se le diría "negro" como a todos. De inmediato me opuse, porque mi esclavo no era como el resto de la hacienda, mi esclavo era un mulato, así que al final tuvieron que aceptar que esa sería su denominación de ahora en adelante. Recuerdo andar todo orgulloso por los alrededores presumiendo de su compañía, como si fuera un tesoro que no podía ser alcanzado por nadie más que por mi persona.

Dentro de la casa a Eren le dieron un par de zapatos. Recuerdo que recibió de palos muchas veces porque prefería andar descalzo, creo que fue mi madre la que siempre mirándolo con desprecio nos decía que ese chico era peor que un perro salvaje y que en nada me iba a favorecer su compañía. Eren no gustaba de usar calzado porque nunca había usado uno, pero tuvo que acostumbrarse, lo mismo que a usar pantalón y camisola, berreó fuerte cuando le cortaron el cabello y lo bañaron con mucha espuma la primera vez. Y cuando al fin estuvo listo, con una cara como si lo hubieran aguijoneado cien avispas, yo quedé aún más deslumbrado.

Sus ojos resaltaban como dos enormes gotas de agua atravesadas por un sol gris, ya que ahora el cabello no tapaba sus hermosas facciones. Era diferente a los otros negros, tal vez porque no lo era del todo, era delgado, alto, con esa bonita piel color tierra seca. Me seguía como una sombra y yo quería que él apreciara todas las cosas buenas que estaba haciendo por él.

Tal vez intenté regalarle algunas prendas de vestir de las cientos que yo tenía, pero le terminaron pegando por haberlas aceptado, de manera que desde esa vez él ya no quiso aceptar ese tipo de presentes. Yo era caprichoso, como todo niño rico, discutía con mi madre argumentando que era mi esclavo y yo podía hacer lo que mi voluntad se propusiera, pero de nada sirvieron mis argumentos.

Por las siestas tomaba duraznos en su punto y nos íbamos debajo de unos perales que estaban cerca del río para comerlos mientras jugábamos a escondernos. Eren era un cervatillo y yo era el cazador, siempre conseguía alguna rama que usaba de supuesto rifle y lo perseguía por el bosque, aunque casi siempre lograba despistarme. Oh, pero qué algarabía si lograba hallarle. Mi alma deseaba ardientemente capturarlo, que Eren se domesticara y me perteneciera por siempre."

Había partes demasiado borrosas o estropeadas que a Nina se le hacía imposible reconstruir, tal vez debería pedirle ayuda a Jacob que sabía muchísimo sobre esas tareas. Aunque ella había aprendido mucho a través de los años y las necesidades, su interés no radicaba precisamente en la tecnología. Continuó leyendo aunque la hora de la cena ya se había pasado, de todas maneras se había servido un poco de ensalada de frutas que le había dejado lista Greta en el refrigerador. Retomó la lectura.

"Le enseñé lo que era el buen café, no esa agua achocolatada que bebían los peones mofándose de su hombría. A él le gustó mucho y me sonrió tímidamente luego del primer sorbo, fue la confirmación de que de ahí en adelante yo disfrutaría alevosamente de cada pequeña muestra de alegría de su parte.

"Come, come, no seas tímido", lo alentaba. Le llevaba los mejores cortes de carne asada de la casa, en las siestas me escabullía a la cocina y tomaba una buena porción. La Mamma Vieja me miraba con reprobación y una vez me detuvo al salir. "Niño, ¿adónde lleva la carne? Si tiene hambre debería aprovechar en los almuerzos o la cena", recuerdo haberla mirado altivamente, con mis escasos metro veinte y mis diez años. "No me digas que hacer, negra. Si llegas a decir algo de esto a mi padre, te acusaré de que me nalgueaste y ahí te quiero ver, ahora me dejas salir". Por supuesto que la cara de horror de la pobre anciana me sorprendió hasta a mí, santiguándose se corrió para que yo pudiera irme. Me evoco corriendo con una sonrisa enorme, sintiéndome poderoso e invencible.

La adrenalina me contaminaba, la sed de dominación es uno de los venenos más potentes que existen, envenena el alma, los pensamientos, es como una gangrena que crece sin parar hasta devorarte completamente.

Llegué agitado al río, Eren estaba refrescando sus pies, su cara triste llena de hollín al igual que sus manos y ropa. Me arrodillé a su lado y lo miré un buen rato. "Oye, ¿qué estuviste haciendo?", me miró con sus ojos perdidos y opacos, noté algo que no olvidaría jamás, aún en las pieles oscuras los golpes pueden notarse claramente, y su mejilla estaba hinchada, su pelo revuelto a pesar de no llevarlo tan largo como antes.

"De la hacienda me mandaron a cargar carbón", respondió tan bajo que creo que más bien le leí los labios.

Lo tomé de la mano y me metí al río con él, el agua nos llegaba a los muslos. Le refregué los dedos en el agua fría hasta lavarlo apropiadamente, al igual que su rostro teniendo cuidado de no apretar demasiado la mejilla lastimada.

"Listo, ahora yo hablaré en la hacienda, nadie te dará órdenes nunca más, solo yo, y yo nunca te haré cargar carbón, ven. Traje cosas deliciosas para ti".

Buscamos un claro donde el sol nos ayudaría a calentarnos un poco, mientras Eren comía muy despacio yo le contaba cuentos de mis libros. Cada vez que mi padre viajaba por negocios (que acontecía bastante seguido) volvía con libros cada vez más grandes que yo leía y releía con premura. Pronto noté que Eren me miraba azorado, los labios sucios al igual que los dedos con la comida, absorto en mis relatos de príncipes, guerras, campos elíseos y dioses del Olimpo. Tal vez no creía en todo eso, tal vez no entendía la mitad de las cosas que yo decía, pero en esos momentos tenía su completa atención. Pronto me volví adicto a que me mirara de esa manera, solo a mí. Tal vez yo divagaba bastante o alargaba los relatos de maneras tan enredadas que a veces ni yo mismo sabía cómo resolverlos, pero nada era mejor que mantener su interés. Me paraba actuando como un Majará y luego como un tigre hambriento, como una señora de sociedad, como un juez, como un dios creando la lluvia, como una serpiente, como cualquier cosa de la que Eren no despegara sus bonitos ojos plata.

Esa tarde volvimos cuando el sol estaba casi oculto, estábamos tan entretenidos en nuestras cosas que nunca nos percatamos de la hora. Al llegar había una partida de negros con antorchas a punto de salir a buscarme, mi madre llamándome a gritos desesperados. Recién entonces entendí un poco la urgencia de la situación. Corrí hasta ella y me abrazó desesperada mientras lloraba como si alguien hubiera fallecido, mi padre estaba en el pueblo y regresaría al día siguiente por lo que su ausencia empeoraba las cosas, mi hermana, dos años mayor, me abrazó también. Yo no entendía el alboroto, no quería imaginar sus reacciones si se enteraran de mis escapadas nocturnas al río. Recibí una buena reprimenda, una que se me grabaría a fuego, una donde aprendí una valiosa lección, no por hacer lo que quisiera iba a salir indemne siempre.

"Levi Ackerman", habló mi madre furiosa, luego de que su llanto cesara, "estás demasiado rebelde, yo no puedo seguir permitiendo que te comportes así, por lo tanto recibirás como castigo diez palazos en la espalda, es lo que mereces por tu insolencia".

Mi asombro era inconmensurable, abrí la boca y los ojos a más no poder, temblando por dentro, con el corazón que quería salírseme del pecho, ¿acaso a los blancos también nos podían dar de palos? Pero pronto iba a entender como se arreglaban las cosas en ese mundo. "Traigan al mulato", ordenó mi madre y yo estaba pegado al suelo como una escultura vieja de esas de los museos. Lo tomaron de los brazos flacos entre dos negros fornidos y mi madre le dio un bastón grueso y largo a la Mamma Vieja. Entonces comprendí. Eren se mordió los labios y tuvo que recibir mi castigo.

Uno, dos, al tercer golpe me abalancé para evitarlo, pero mi madre me capturó de la cintura. Chillé como cerdo que es llevado al matadero, pero aunque berreé y me revolví, nada aminoró la feroz paliza. Al décimo golpe escuché a Eren emitir un jadeo doloroso y agudo que me congeló por completo. Lo soltaron y cayó en la tierra tiritando. Me arrastraron a la casa y me encerraron en la habitación. Primero estuve un rato sentado en mi cama, asimilando todo, luego fui hasta la puerta y comencé a golpear con todas mis fuerzas, exigiendo que me abrieran, la furia me surgía de adentro como si me avivaran llamas con un fuelle. Fui a las ventanas porque quería ver si Eren seguía allí, ¿cómo iban a dejarlo solo en medio de la noche? Pero mi visión era acotada porque mi habitación daba a la parte trasera de la casa. Aventé toda cosa que estaba a mi alcance contra la puerta, pero al ver que no había respuesta abrí la ventaba y me escabullí.

Me fui al granero y me metí allí. La familia que vivía en ese lugar lo estaba atendiendo, espié detrás de unos cubos de heno, su cuerpo desnudo y lastimado. Eren no se quejaba, solo se dejaba hacer, mientras un negro, tal vez el padre de la familia esa, le aliviaba la espalda magullada con trapos mojados. Las marcas eran visibles. La negra le acercó un tazón con algo caliente. Entonces me fui, más tranquilo de que estuviera a salvo. Volví a trepar y me metí a mi habitación. Esa noche apenas pude conciliar el sueño, a mi mente volvían una y otra vez esas imágenes violentas, me despertaba entre sofocos y lamentos.

… el dolor ajeno sabe a bilis y sangre en la boca, es como perderse en la neblina …

Cuando mi padre regresó tuvimos un diálogo extenso y nutrido, me llevó con él a las plantaciones, donde el calor parecía crecer exponencialmente, mientras me explicaba la diferencia entre "nosotros y ellos". Y por ellos me refiero a los negros. Lo dejé explayarse mientras mi mente se diluía en el infinito donde el cielo besaba las colinas aledañas, tal vez el sol me estaba afectando. Recuerdo mirarlos a todos ellos, trabajando a nuestro alrededor, la gran cantidad que eran, sudados, agotados, sentía la mirada de varios sobre mí, los miré de regreso, había odio en ellos, enojo. Me preguntaba por qué, se supone que deberían estar agradecidos de nuestra generosidad. Mi padre era una persona muy noble, recurría a los latigazos solo en el peor de los casos, si alguno maltrataba a otro, o si robaba o si intentaba escapar, en general era bondadoso con todos ellos. Incluso una vez al mes dejaba que carnearan uno o dos becerros o cerdos para que comieran a gusto, y les daba turnos rotativos. "Hay que cuidar los recursos, si los agotas se estropean", solía aconsejarme.

Le confié que nadie en la hacienda me tenía el respeto que yo merecía, que me dejara decidir sobre mi mulato, yo ya tenía edad para entender esos asuntos. Mi padre me apoyó y me sentí reconfortado. "Levi, esto es tuyo también, espero que puedas continuar el legado de los Ackermans, así como se ha mantenido por cinco generaciones, pronto será tu responsabilidad, y nadie más que tú puede hacerlo". Yo no entendía todo eso, solo estaba contento porque me iban a tener que respetar en casa como lo hacían con él.

Volví renovado, cansado de tanto caminar y de tanto sol, pero sentía como si hubiera crecido, como si estuviera más cerca de ser el hombre que era mi padre y eso me llenaba de seguridad y orgullo. Mis botas resonaban más fuerte en mi mente.

Mi padre esa noche les habló a todos en la cena. "Levi está creciendo, como todo hombre debe aprender a tomar decisiones, no lo traten como un crío, él está formando su carácter. Mientras yo esté fuera él es la cabeza de la familia, y si él decide que ese mulato vive o muere o está adentro o afuera, nadie va a contradecirlo. ¿Está claro?".

Yo era el jefe.

Esa misma noche fui a hablar con Eren, llevándole una jugosa pata de pollo y papas asadas, aun calientes. Ahora él se escondía en un rincón del establo, como esos ratones asustadizos que pululan en los rincones polvorientos. Le conté que nadie, nunca más volvería a pegarle, yo no lo permitiría, y que volviera a la casa, que habría una habitación mejor para él. Pero a pesar de todos mis esfuerzos, a pesar de que él obedecía mis mandatos sumisamente, no lograba que la alegría regresara a su cuerpo. Eso me desesperaba como si el aire me faltara, entonces aprendí que podía lograr que otros me obedecieran, pero no era capaz de cambiar sus sentimientos, y eso me frustraba.

A un par de meses del incidente fue su cumpleaños, cumplía diez, al igual que yo. Había hecho prepararle una caja de madera toda tallada. Había un negro en la hacienda que era bueno para esas tareas de carpintería, la había llenado con unos chocolates. Mi padre solía traérmelos de los viajes que hacía cuando se iba al norte, o a veces compraba algunos cuando visitábamos el pueblo, por lo general los domingos para ir a misa. A la salida había escuchado unos rumores horribles del norte, donde parecía que los negros se rebelaban y mataban blancos. Me parecía algo espantoso, pero nuestros negros eran buenos, así que aquí estábamos seguros.

Junté durante un par de meses esos chocolates y esa noche lo llevé al río, muy emocionado por darle mi presente, en mi imaginación Eren iba a sonreír, iba a volver a ser el de antes conmigo, me iba a agradecer y lloraría de la alegría.

Nada de eso sucedió. Volvió a dedicarme otra de sus miradas tristes, me agradeció casi por obligación, mientras ni siquiera tomaba uno solo de los dulces.

Me sentí profundamente herido, ¿qué quería ese mulato? Nunca en su desdichada vida osaría recibir un regalo así, estaba seguro y se daba el lujo de lucir tan devastado. Por un breve momento quise golpear su hermoso rostro, pero no lo hice. Los hombres tenían autocontrol, mi padre me lo había dicho varias veces. Luego de que pudiera dominar un poco mis impulsos, me arrodillé frente a él que permanecía sentado en el pasto con la caja en su regazo, la luna bañando su cuerpo y el mío parecía brillar al ser tan blanco. "Eren", lo llamé con fuerza y él me miró, "¿qué necesitas para ser feliz? Conseguiré cualquier cosa que quieras, porque soy la cabeza de la familia Ackerman, solo tienes que decirlo".

Sus ojos refulgieron, como aquella vez que lo había conocido, y fue como si un trueno invisible hubiera brotado de su mirada para atravesarme hasta lo más profundo de mis entrañas. "Amo", dijo con esa voz segura que hacía tanto no escuchaba, "lo que yo deseo más que nada en este mundo es ser libre".

Nos miramos por tanto tiempo que no podría definir si fue mucho o poco, estaba aturdido ¿Libertad? Darle la libertad a un esclavo era un concepto tan extraño como la inmortalidad, algo que había leído en uno de esos cuentos que mi padre había traído a casa pero que sabíamos perfectamente que era utópico. Eren sonrió con tristeza como si hubiera escuchado mis pensamientos, sus ojos se opacaron de nuevo y cerró la preciosa caja. "Pero jamás la tendré, entonces lo demás no importa".

Estoy seguro que el diablo me poseyó de nuevo, o se me metió en las venas en ese momento, porque lo que sucedió luego fue el inicio de una condena que me ataría hasta que la muerte viniera por mí. Una promesa que me volvería su prisionero hasta el último día de vida en esta tierra. Tomé sus manos y le hablé con solemnidad, formé un contrato donde mi alma sería la única que terminaría sacrificada.

"Eren, yo… prometo que cuando sea el jefe de la hacienda, cuando me toque tomar las decisiones en la casa, solo yo, firmaré un documento para que seas libre, yo te daré lo que más deseas en este mundo, pero hasta entonces debes jurar que me serás fiel, que no te irás, que vivirás con la cabeza en alto. Que hasta que ese momento llegue… serás mío, y solamente me obedecerás a mí".

En ese preciso instante en que yo terminaba de decir aquello, el chico desahuciado y lamentable que se me había presentado durante los últimos meses, se transformó, mutó, revivió, como si una antorcha se hubiera encendido adentro de él. Pude verlo y regodearme de ser su principal motivo, y me regaló una mirada cargada de gratitud y cariño.

Aún hoy, a través de las tinieblas de los años permanece en mí esa sensación de regocijo, de alivio, de triunfo, de haberme convertido una vez más en su salvador, en su amo absoluto. Tal vez la ingenuidad de la infancia no me permitió vislumbrar que esa promesa iba a destruirme.

Se le llenaron los bellos ojos de agua, me abrazó con tanto ímpetu que terminé de espaldas en la grada y riéndome mientras Eren lloraba entre mis brazos que apenas llegaban a cubrir su espalda.

"Amo, gracias, gracias", soltaba entre sollozos, "seré fiel a usted, yo lo juro, ¡lo juro!". Luego sí se sentó y se llenó la boca con los dulces, incluso me compartió algunos, mientras todo volvía a ser como antes. Lo había logrado, había traído la magia de regreso, le había dado una razón para vivir, a costa de sacrificarme a mí mismo."

Nina se refregó los ojos y estiró su espalda. Tenía ganas de seguir leyendo pero al mirar que eran las cinco de la mañana decidió que mejor se tomaba un receso para recuperar sueño. Marcó la hoja con un señalador de imanes y guardó el preciado cuaderno en el cajón de su escritorio. Guardó el documento de su notebook, lo subió a la nube y le mandó un email a Jacob solicitándole ayuda de restauración junto a dos páginas que tenían las letras borrosas. Luego se fue a descansar.

Soñó esa noche con campos de algodón, esclavos sudorosos, látigos que se extendían como feroces dedos buscando inclemente romper las carnes de miles de personas de color que corrían y corrían.

Se duchó con agua fría como de costumbre, ya el sol estaba alto para cuando se levantó, fue a cocina atraída por el olorcito del tocino y los huevos revueltos que Greta estaba preparando. Se saludaron, comió a gusto y se llevó un termo con café mientras bostezaba en el camino. Greta le avisó que iba a estar limpiando las habitaciones, lavando la ropa y demás quehaceres de la casa.

Nina se sentó y abrió la notebook. Buscó el archivo y esta vez puso algo de música instrumental de agua, para relajarse y poder concentrarse en su trabajo. Primero le hizo una inspección a los primeros párrafos, pero no pudo con su ansiedad y tuvo que volver al último, entonces continuó. "Hay tiempo de revisarlo más adelante", se dijo.

"En estos solitarios amaneceres evoco los cientos que compartimos juntos, en las márgenes del río, en mi balcón, en la terraza, en lo alto del roble donde podías trepar con tanta facilidad. Brindando y hablando hasta que alguno caía dormido, momentos de felicidad, son los que quiero preservar.

… un perfil que podía competir con Efebo, con todas esas extrañas bellezas griegas, nórdicas, con la diferencia que tu piel estaba hecha de cobre, o tal vez era tierra y oro … "solo usted dice que yo soy lindo", lo afirmaré por siempre …

Mamma Vieja le tiró de la oreja aquella vez, recuerdo irme a ella como una turba y tomar el bastón de mamá que reposaba en una esquina del cuarto. "¡Suéltalo, negra, suéltalo o haré que te corten todos los dedos hoy mismo!", yo no sé de donde me surgía tanta violencia, pero la mujer obedeció de inmediato deshaciéndose en súplicas, hasta que mi madre llegó hasta nosotros ante el alboroto. Tuvimos una fuerte discusión, me quitó el bastón y mandó a la negra a la cocina. Miró preocupada a Eren, no para ayudarlo claramente, le pidió que se retirara pero yo me interpuse y le recordé que él solo obedecía mis órdenes. Ella solo se mordió el labio inferior y se fue, mientras ayudaba a mi mulato a que se pusiera de pie diciéndole que no tenía nada de qué preocuparse, que fuera a su cuarto a descansar. Cuando me giré me encontré con Mikasa que observaba todo en mudo silencio desde las escaleras, bajó enseguida a reunirse con mi persona.

"Levi", me llamó tres veces porque yo no quería escucharla. Si había alguien que podía doblegarme con las palabras, más que mi madre incluso, era ella. La voz de la razón y la lógica, no quería escuchar ningún sermón, me negaba a que me diera un discurso de buenos modales o que analizara mi comportamiento, un hombre no tiene porqué justificar sus acciones, lo había escuchado cierta vez del sheriff Cleto.

"Estás siendo irracional", continuó aunque yo le seguía dando la espalda. Ella no tenía derecho a replicar, sobre todo en un asunto que no era de su incumbencia. "Mi doncella me ha dicho, me ha contado sobre los mulatos y lo que ellos implican. Nacen del pecado e incitan al pecado. En la hacienda de los Collins dicen que el hermano menor se volvió loco por una mulata. Su locura fue gradual, tal como la tuya", lo último lo susurró mirándome de soslayo.

Claro que me molesté sobremanera, me acerqué hasta ella, que era más alta que yo por la diferencia de edad o al menos eso siempre me decía a mí mismo, y le hablé con el mayor aplomo posible: "Tú no sabes nada, Mikasa, YO soy el hombre de la casa, yo soy la cabeza de la familia y soy el que da las órdenes, lo que sucede es que tú estás celosa, ¿crees que no he visto la manera en que miras a Eren? Pero es mío, me obedece solo a mí, tu sólo tienes esclavos comunes y corrientes, yo tengo algo que es único". Ella abrió sus hermosos ojos oscuros y frunció ligeramente el ceño: "¿Cómo lo llamaste?".

Recuerdo que en ese momento sentí verdadero miedo, ante el ímpetu de mis sentimientos y la inexperiencia de la juventud había descuidado el detalle de llamarlo por su nombre, sin embargo me sobrepuse de inmediato. "Yo lo llamaré como me plazca, porque cuando nuestros padre no está, yo soy el jefe de la casa", me giré para irme a mi habitación, no quería oír ninguna réplica más. Pero la turbación me había contaminado, debía ser más cuidadoso.

En mi habitación me puse a estudiar, mi tutor regresaría para la semana entrante y no quería que me regañara. En cierto momento me detuve y abrí la ventana para contemplar la hacienda. Cuando caía la noche un viento agradable corría refrescándolo todo. También los había escuchado, esos rumores sobre embrujos y otras cosas similares. Pero estaban equivocados, Eren era bueno, noble, puro, yo solo quería ayudarlo, hacer de él un mejor ciudadano, sí, era eso.

Desde la lejanía, donde las casuchas de madera y tablones de amontonaban, me llegaba esa música pagana que a los negros les gustaba tanto. Aunque trabajaran de sol a sol nunca les faltaba energía para brincar cerca de las hogueras y disfrutar esos ritmos tan decadentes, tan vulgares y atractivos. Supongo que yo tenía un demonio dentro porque gustaba de ver esas cosas, de conocer sus costumbres, me generaba una curiosidad insana. Sus dientes blancos como perlas pulidas, sus pieles lustrosas como cubiertos de un aceite natural, sus movimientos pecaminosos y desconcertantes ¿Eren bailaría así también? ¿Cómo bailaban los mulatos? Me quedé aguzando la vista a la caza visual de esos fuegos lejanos, imaginándolo entre saltos y agitaciones, sacudiendo su grácil y bonito cuerpo, sus ojos refulgiendo como un lobo hambriento. La sofocación me atosigaba cuando mi mente se iba por derroteros inesperados, entonces parpadeaba, tosía un poco y bebía agua para volver en mí. A veces rezaba, porque estaba seguro que esos pensamientos no eran obra más que del mismísimo Lucifer.

...

… en el río, su camisola se había mojado y se adhería como una segunda piel sobre la amarronada suya, dejándolo expuesto a mi mirada, sentí agitación en mi pecho y luego se replicó a lo largo de mi cuerpo; con doce, próximo a cumplir los trece había demasiadas verdades desconocidas para mí, preguntas que nadie me podía ayudar a resolver, verdades que estaba descubriendo sin guía alguna

… a mi tacto su piel era cálida, como si tuviera carbones encendidos debajo, mientras que la mía fácilmente se ponía helada. Entonces Eren atrapó mi mano. "Si la piel del amo está hecha de hielo y nieve, la mía es de sol y arena".

Me escabullí de la fiesta, lleno de niños ricos y personas que no me interesaba conocer. Estaba harto, la ropa me apretaba mucho, especialmente el lazo en el cuello y de todas maneras el pastel ya había sido cortado. Me fui corriendo hasta el río, necesitaba un poco de tranquilidad. Allí deshice el lazo y lo arrojé al agua, detestaba profundamente esos adornos estrafalarios. Lo escuché acechando desde los árboles. Me giré olfateando el aire para detectar mejor su presencia. Se acercó con tranquilidad, las manos detrás de su espalda. Lo esperé entonces y una vez frente a frente noté lo rápido que crecía a comparación mía, estaba más alto, sus facciones de niño iban abandonándolo y su rostro se volvía más afilado y adusto, como si la belleza se encaprichara en besarle los párpados, en la nariz fina y dulce, volviéndolo cada día más y más agraciado.

"Feliz cumpleaños, amo", me extendió una especie de collar hecho con las conchas de pequeños caracoles que pululaban en las márgenes del río. Era un regalo maravilloso, lo tomé como si me hubiera depositado un pedazo de cielo entre los dedos y me lo coloqué de inmediato. "Me gusta, cuando la gente se vaya iremos a casa y te daré un enorme pedazo de pastel, ¿a ti te gusta eso, no?". Sonrió feliz y a mí se me aflojaron un poco las rodillas, no sabía debido a qué. "Oye, vamos a jugar, como antes, hace mucho no lo hacemos", lo invité con renovado entusiasmo.

Corrimos por unos momentos, los destellos de la luna nadando en el río, ahogándose y hundiéndose en lo profundo, Eren estaba descalzo como siempre, pero se detuvo abruptamente tomó una rama del suelo y me apuntó, como si fuera una arma. "Esta vez yo seré el cazador, pero le daré una ventaja de veinte segundos, amo", dijo divertido. "¿Sabes contar?", me contó que Junio, la hija de la pareja que vivía en los establos le había enseñado y en ese momento sentí que las venas se me llenaban de miles de hormigas rojas, bravas y enojadas. Le prohibí hablar con la niña y él se sorprendió mucho, le dije que lo que necesitara me lo pidiera a mí, que yo le enseñaría cualquier cosa. Mi padre era sabio, y me había dicho varias veces que uno debe pensar antes de hablar, cosa que yo ignoraba a menudo y nuevamente me estaba enredando yo solo otra vez.

"¿Cualquier cosa?", le aseguré que sí, como todo acerca de él yo nunca podía negarme a sus peticiones. "¿El amo puede enseñarme a leer?".

Oh, yo sabía que eso estaba prohibido, la ley lo prohibía, había castigos severos para los que enseñaban a los esclavos. Bajé la mirada, le dije que lo pensaría y él pareció conformarse con eso. Fue hasta el roble y contó en voz alta los veinte segundos. Yo traté de treparme a uno de los manzanos y quedar agazapado ahí. En verdad quería sorprenderlo, tenía la corazonada de que podría ganarle. Me quedé muy quieto y callado como él me había enseñado, cuidando mi forma de respirar. Lo vi caminar entre la hierva con la rama en las manos, agazapándose cada tanto y mirando a todas partes. Sonreí victorioso, seguro de que nunca se imaginaría dónde había buscado refugio.

Fueron muchos minutos de sentir una emoción desmedida golpear desde dentro de mi pecho. Finalmente cuando se alejó lo suficiente, descendí con mucha cautela, tratando de hacer el menor ruido posible. No lo escuchaba, con lo cual creí que ya estaba a salvo. Me escudé en algunos árboles para acercarme al lugar de salvación. Pero cuando eché carrera para llegar salió de algún lugar y me tumbó sobre el pasto donde rodamos por un buen rato hasta que quedé de espaldas con él aprisionando mis muñecas y sentado encima de mí.

"¡Te atrapé!", me gritó feliz, pero yo no quería perder, a decir verdad nunca fui un buen perdedor y menos en mi cumpleaños. "Pero no me has cazado, has tirado tu arma y no has disparado, sigo vivo, tú pierdes", solté triunfal, intentando quitarlo de encima para poder huir, todavía tenía una oportunidad, entonces el bajó su cabeza y unió nuestros labios por algunos breves segundos, yo me paralicé, sin entender nada, pero a la vez sintiendo que las fuerzas se me iban del todo, ese roce acababa de cambiar mi mundo entero. Eren me miró con firmeza y me susurró lo siguiente: "Te he dado el beso de la muerte, con eso es suficiente, yo gano".

Nina se detuvo, llevándose las manos a la cabeza y comprendiendo entonces el rumbo que estaba tomando aquello. Sintió como si el estómago se le retorciera y la boca se le sacara ¡Menudo descubrimiento! Esto era una cosa increíble, de un valor incalculable. Era sabido de hacendados que solían mantener relaciones con esclavos y esclavas, pero era una cosa puramente sexual, su narcisismo y estatus social estaban por encima de cualquier apego sentimental que se pudiera experimentar. No conocía historia alguna de alguien que hubiera aceptado abiertamente alguna clase de sentimiento romántico por un esclavo. Sí claro había registros de mujeres que huyeron con esclavos, que fueron ajusticiados y perseguidos, que hasta tuvieron familia escondidos y aislados, pero nunca había leído sobre una relación homosexual de ese estilo, ni con tanto detalle. Quería seguir leyendo sin duda, pero su estómago pedía a gritos ser llenado, con lo cual se tomó una pausa.

.

By Luna de Acero