PARTE I: Quinn

«Sin embargo, existe otra teoría, que la comunidad científica no tuvo tiempo de tomar en cuenta. Es posible que las abominaciones despertasen no por un casual, sino debido a la concentración de gases en la atmósfera más favorables para su desarrollo. El efecto invernadero, la degradación de la capa de ozono y la consecuente acumulación de carbono podrían haber gestado un hábitat favorable para el metabolismo de la especie draconiana. De ser este el caso, nosotros mismos, causantes de la contaminación del aire, trajimos devuelta a las bestias».

Quinn cerró el ensayo que el ingeniero químico había dejado sin acabar. Las hojas se deshacían en las manos de uno, como ceniza. Las tapas estaban desgastadas, la cubierta se había salido del todo, incluso. «Como todo lo que nos rodea a miles de millas a la redonda. Viejo, desgastado. Muerto».

Mis amigas vuelven, como lo hacen siempre. Me dan un tiempo para recuperarme. Pero cuando comienzo a pensar con claridad, ellas vuelven.

«¿Qué tienen en común un ensayo, un ingeniero químico y el mundo? ¡Pues que los tres están muertos!» Quinn tuvo que taparse la boca con la bufanda para ahogar la carcajada, que no tardó en convertirse en tos. La tos le quemaba por dentro, le quemaba la tráquea y los pulmones. ¿Sería ese el castigo por pensar un chiste tan malo? Ni siquiera tenía fuerzas para andar hasta la butaca. Se sentó sobre el suelo de tierra y recostó la espalda en la enorme estantería.

Mis amigas empiezan siempre por acariciarme el cuello. Primero caricias, luego cierran sus manos sobre mi garganta. Aprietan hasta dejarme sin respiración.

El silencio era como un bálsamo que curaba sus heridas. Lo hacían estar en paz. El silencio hacía parecer que el mundo estuviera en paz, allá afuera.

Quinn amaba a sus niños. Había adoptado como suyo a cada uno de los enanos. No importaba si sus madres aún vivían, si ellas formaban parte de la colonia. No importaba si estaban solos, si todos sus familiares habían caído ante el fuego o el hambre. Eran todos hijos suyos. De hecho, él sabía que hasta los más ruidosos no eran un problema. Ellos no eran el problema. El problema era él.

Mis amigas tienen unas garras muy afiladas. Las siento clavadas en mi garganta. Por dentro. Me desgarran la garganta de adentro hacia afuera. Me obstruyen la garganta con sus garras de metal como mil agujas formando una trampa.

Cada cierto tiempo Quinn recaía. Llevaba lidiando con problemas de ansiedad y depresión crónicas desde el incidente en la obra. Y se sentía culpable por ello. Él era el líder de la colonia, toda la gente que vivía allí dependía de Quinn. Perder el tiempo en llantos y estúpidas melancolías no hacía más que retrasar las tareas. Pero, sin embargo, no podía evitarlo.

—Quinn, no puedes salir así. Haces más mal que bien a la colonia. —recordó como aquella primera vez Creedy lo seguía nervioso por detrás, vigilando cada uno de los movimientos de su mejor amigo.

—No podemos retrasarnos más, Creedy. Hay que desatascar los tubos de ventilación y reparar las tuberías del ala oeste antes de que comience el invierno. No está llegando suficiente calor a las habitaciones de arriba y posiblemente se deba a otra puñetera fuga en la calefacción. —Quinn estaba buscando el jersey marrón. —Además, le prometí a Virgil que encontraríamos la forma de crear un andar superior para los cerdos. Necesitamos hacer que porqueriza sea rentable en espacio.

—Escúchame, no vas a sernos útil si no tienes energías para enfrentarte a una emergencia. Necesitas descan… —Creedy tuvo que apartarse para esquivar una de las prendas que Quinn estaba tirando por los aires. —Necesitas descansar, Quinn.

—Ya estoy descansado.

—Quinn, para. Para. —Creedy cogió a Quinn por las muñecas y lo guio hasta la silla más próxima. —Escúchame, amigo. —el escocés se arrodilló ante su amigo, ya sentado. —¿Desde hace cuánto que nos conocemos?

—Mucho tiempo. —Quinn tenía que admitir que su amigo podía ser muy convincente. Era difícil no hacerle caso cuando dejaba al bromista que llevaba dentro (y fuera) a un lado y se ponía serio. —Muchísimo tiempo. —y sus ojos claros, con los que miraba abierta y honestamente a la cara de la gente cuando se ponía serio, eran difíciles de evitar. —Años.

—Pues ya va siendo hora de que confíes en mí y en los demás como nosotros confiamos en ti. Quédate. Descansa. Tómate unos días libres. Yo me encargaré de los cerdos y las tuberías… Te necesitamos completo, Quinn. Te necesitamos aquí. Te necesito recuperado.

—Pero…

—Sé que a veces necesitas tiempo para solucionar tus cosas. Te conozco. Y también sé que antes de que el gallo cante estarás como nuevo para darnos la vara.

Ambos rieron y Creedy le dio unos golpes en la cara cariñosamente antes de levantarse. Tras cruzar el umbral de la puerta se detuvo y se volvió hacia Quinn.

—Somos un equipo, ¿verdad? Somos una familia, ¿no?

A Quinn se le nubló la vista pero mantuvo las lágrimas a raya. Asintió con la cabeza. Su mejor amigo le sonrió como solo sabía hacerlo él y desapareció por la puerta.