Bang my head
—Muy bien todos. Mañana empezaremos con los ensayos para el ejercicio final —la mujer con las mallas y los calentadores en los pies se giró después de terminar de estirar en la barra. Cuando se enderezó, una vez terminó la flexión sobre su pierna derecha que lo había dejado torcido, vio como se pasaba la muñequera por la frente, quitándose el sudor. El cabello oscuro estaba recogido aún en el artístico moño de siempre —. Estoy muy orgullosa de vuestro rendimiento, ¡pero no descuidéis vuestros exámenes! Las matemáticas o la física son tan necesarias como cualquier cosa, y muchos de vosotros estáis a punto de entrar en la universidad... —se oyeron unos cuantos sonidos disconformes con la idea, y ella sonrió de vuelta —. Menos quejarse y más estudiar, chicos. Muy buen trabajo. Nos veremos de nuevo el Lunes. Mycroft, quiero hablar contigo un momento antes de que te vayas.
La chica a su lado se le quedó mirando. Era morena, con la cara ligeramente redonda. No lo suficiente para hacer que pareciera una muñeca antigua, pero sí para suavizar sus facciones. Estaba arqueando una ceja.
—Te quedas una hora más, ¿no?
Mycroft se encogió de hombros.
—Es Viernes ¿Qué otra cosa podría hacer un Viernes por la tarde?
La chica puso los ojos en blanco mientras sacaba de su bolsa una chaqueta y un vestido. Se pasó la prenda por la cabeza, luchando para pasar brazos y cabeza todo a una, y con un chasquido de la lengua, decidió ayudarla tirando de él hacia abajo. La cinta que ajustaba la cintura alta se quedó enganchada (como siempre), a la altura de su pecho. Ahora era su turno de poner los ojos en blanco.
—Deberías empezar a pensar en comprarte cosas con cremalleras. No es como si por mucho insistir, eso —dijo, con una sonrisa, señalando su busto— fuera a bajar.
—Si no te conociera, tendrías la marca de mi mano en tu cara grabada para la eternidad, Mycroft Holmes.
—Suerte que me conoces, entonces.
Una vez se acomodó el vestido, se pasó las mangas de la chaqueta por los brazos, y se colgó la bolsa al hombro. Sus pies ya se encontraban cómodamente alojados en unas bailarinas.
—Adiós, bicho raro.
La chica le revolvió los rizos pelirrojos y le dio un suave empujón, lanzándole un beso desde la puerta.
—Hasta mañana, Anthea.
Abrió su bolsa y sacó su botellín de agua para dar un trago. La alarma de su teléfono decía que tenía que haberse hidratado hacía, por lo menos, un cuarto de hora. Se acercó a Diana, la profesora, que estaba mirando también su teléfono. Sus dedos se movían por la pantalla, y la luz blanca iluminaba la suave sonrisa de sus labios. Parecía coger el aparato casi con ternura. Mycroft se fijó en sus manos, buscando la señal que sin duda le daría la razón, e hizo una mueca satisfecha cuando la encontró.
Diana se giró para mirarle, dejando el móvil dentro de su bolso, también. El aula de danza, forrada de espejos, se había quedado vacía para entonces.
—Felicidades.
Ella parpadeó, repentinamente sorprendida por la inesperada palabra, pero poco a poco sus mejillas fueron adoptando un ligero tono rosado mientras sus dedos acariciaban con reverencia el anillo de oro blanco con una pequeña perla engarzada, rodeada de fragmentos de diamante más pequeños que un guijarro. Podía parecer un anillo de compromiso de lo más modesto, y sin duda podría serlo. Mycroft no tenía conocimientos de joyería. Pero debía admitir que quién fuera el afortunado joven, tenía un muy buen gusto. Ese anillo era todo ella: sencillo y brillante.
—Gracias, Mycroft —respondió. Después, llevó una mano al cajón de la mesa. Había todo tipo de trastos allí dentro. Un rollo de celo, vendajes, tijeras, memorias externas, discos de música, y algún paquete de pañuelos. De él sacó un CD en blanco, sin cubierta. Simplemente ponía "SHAKE IT MIX.3". Se lo entregó —. Matthew me ha dado esto para ti. Dice que éste te gustará. ¿Tienes la copia de las llaves para cerrar cuando te vayas?
—Por supuesto. Y agradécele el disco. Siempre me consigue unas buenas listas.
Tomó el CD on cuidado, y cuando le dio la vuelta, había un smile pintado en el reverso de la caja de plástico, dibujado en permanente negro junto a un pulgar hacia arriba. El smile le guiñaba un ojo. No pudo evitar reírse, meneando la cabeza.
—Mycroft, hay una feria de danza dentro de un par de semanas. Me gustaría que fueras. Hay academias con convenios en distintas universidades que becan a sus alumnos, o que ofrecen programas flexibles de adaptación a cada estudiante. He pensado que si quieres seguir con esto, serían una buena opción. Tienes un talento increíble —dijo, pasándole también un tríptico informativo de la feria. Mycroft lo ojeó rápidamente, repentinamente interesado. Más por las academias de horario flexible que por la promesa de una beca. Además de ballet, la feria ofrecía un hueco a escuelas de street dance, hip hop, danza folclórica y todo tipo de disciplina —. Además, hay algo que quiero discutir contigo...
Mycroft alzó la ceja, mirándola con expectación.
—Tienes muchísimo potencial, Mycroft. Pero la disciplina no lo es todo en el baile, y tengo la sensación de que falta algo... Me gustaría que intentaras reforzar la parte más plástica.
El chico parpadeó. Ahora era su turno de sentirse confundido.
—Creo que entiendo lo que quieres decir, pero me temo que no te acabo de seguir.
Ella suspiró.
—La danza es un arte, en eso estamos de acuerdo. Y las artes son una dualidad de la disciplina y la expresividad. Hay una parte importante que tiene gran peso en todo lo que hacemos dentro de esa rama. La diferencia entre dejar que las canciones te mezan y resolver una matriz inversa.
Mycroft dejó que el aire saliera de sus pulmones en un suspiro cansado.
—Sentimiento.
—Sentimiento —asintió ella –. Llevas en esto dos años, y no he visto mejor bailarín que tú. Pero siento que estás reprimiendo una parte de ti, y no puedo evitar preguntarme por qué —la vio apretar los labios, y mientras él seguía observando el CD con los ojos entrecerrados, pensando—. Si hay algo de lo que quieras hablar, aunque se trate de algo personal, puedes hacerlo conmigo. No soy una especialista, pero se me da bien escuchar.
El chico asintió, saliendo de sus pensamientos. Dobló el tríptico y lo metió dentro de la caja del CD para no perderlo.
—Lo tendré en cuenta. Muchas gracias, Diana.
—No se merecen, cielo —la mano suave de la profesora le apretó el hombro. A Mycroft siempre le había parecido que Diana era como su segunda madre. A todos los trataba como si fueran sus hijos, y cuidaba de ellos como tal.
La mujer tomó su bolsa, y con una última despedida, dejó a Mycroft solo en la habitación de los espejos.
El humo del cigarrillo subió por delante de su cara, y no pudo evitar toser cuando una buena cantidad de él entró de nuevo de forma inesperada mientras se reía.
—No puedes hablar en serio.
—Palabra de Boy Scout, Greg. Se la tragó entera.
El chico en cuestión hizo una mueca de repugnancia, fingiendo arcadas.
—¿Como iba nadie a tragarse una salchicha entera sin masticar? No me seas bestia, Anderson.
—Hay un video, si no me crees. Míralo —retó el chico. El acné en su cara empezaba a desaparecer, no sin dejar marcas que dejaran constancia de su paso por su piel —. Ese tío está como una regadera. Por cierto, se agotaron las entradas para el concierto de Skrillex, ¿lo sabías?
Greg maldijo.
—No jodas. Quería conseguirme una en cuanto cobrara este mes.
—Pues no hay suerte. Se terminaron en una hora. ¡Puf! ¡Nada! Ni que las regalaran.
Greg se rascó la ceja, chasqueando la lengua antes de suspirar. Llevaba años detrás de una entrada para uno de esos conciertos, y el viaje de fin de curso a Tomorrowland parecía no llegar jamás.
Acababan de salir del bar al que iban todos los viernes por la tarde a tomar algo y discutir de cómo pasarían el fin de semana. Anderson estaba con Sally que, bajo el agarre de su brazo alrededor de su cintura, observaba sin móvil sin prestarles demasiada atención. Era ridículo lo muy a juego que iban ambos, los dos vestidos en cuero y tela vaquera, con camisetas deportivas de chandal bajo las cazadoras. Desde que empezaron a salir, se habían vuelto siameses, y la batuta parecía estar en la mano de la chica. Si ella decía verde, verde se hacía. Si decía de ir al cine, se iba al cine. Se podía imaginar como iban las cosas en el ámbito privado.
—¿Habéis mirado ya alguna universidad?
Anderson negó con la cabeza, y Sally se limitó a hacer un sonido de negación, sin dejar de mover los pulgares para contestar los mensajes que le llegaban. Greg dio otra calada al cigarro mientras giraban de la avenida principal de Picadilly, a una de las calles del interior.
— ¿Y tú, Seb?
Greg se giró para mirar tras él. Al fondo del grupo estaba Sebastian Wilkes. Era un año más mayor que ellos, de la misma que Greg, pues al igual que él, había tenido que repetir un curso (aunque bajo circunstancias completamente distintas), y se había acoplado a su grupo. No era un mal tío, pero a Greg no le caía especialmente bien. Si se había juntado con él, era porque era el único en el curso de su edad.
—Había pensado en ponerme a trabajar, pero mi viejo quiere que haga ESADE. Parece que no le queda claro que las matemáticas no son mi fuerte.
—Venga hombre. No nos tomes por idiotas. Regateas hasta para pagar una cerveza —cortó Sally, por fin saliendo de la absorción de su móvil —. Suspendes matemáticas porque en lugar de estudiar y trabajar te la pasas pelándotela como un mandril.
—Ahí me has pillado, Donovan —respondió Sebastian, guiñándole un ojo, haciendo un gesto obsceno con su lengua. Sally sacó su dedo medio a pasear a modo de respuesta.
Meneó la cabeza, incrédulo al pensar que esos dos estarían en la universidad el año siguiente.
Bueno, no eran muy distintos de él.
—¿Y tú, Leslelo? ¿Ya sabes qué harás de tu vida?
—Entraré en la policía y detendré a mamones como tú, Seb —respondió, con una sonrisa torcida. Tiró la colilla del cigarrillo a un charco y se detuvo de golpe. Sebastian saltó sobre su espalda, pillándole desprevenido, y le rodeó el cuello con los brazos, tratando de ahogarle, entre risas.
—Pero que cabroncete estás hecho, Leslelo.
Greg tosió, intentando quitárselo de encima, y fue entonces cuando volvió a notar lo que le había detenido. Ese golpeteo. Ese ruido.
Cogió los antebrazos de Seb y tiró de ellos, tratando de aflojar el agarre de Seb, que se reía desde encima de él, las piernas agarradas a su cintura para no caerse. Dio un traspiés mientras intentaba sacárselo de encima, y dio de bruces con una ventana. Al otro lado había una sala forrada en parquet y espejos. El primer pensamiento que pasó por su cabeza fue el de una discoteca, pero se corrigió rápidamente. Si ni fuera por la música que sonaba en el interior, la habría acertado a la primera. Era un estudio de ballet. Y en el interior solo había una persona, dando vueltas y haciendo movimientos que Greg solo había visto hacer los dibujos animados. No imaginaba a ninguna persona lo suficientemente elástica como para poder hacer eso sin llegar a lesionarse permanentemente alguna parte del cuerpo.
Su cara empezó a ponerse roja cuando el suministro de aire no fue suficiente.
—Ah, el estudio de ballet ¡Eh, chicos! ¡El nuevo fetiche de Greggy! —gritó Sebastian, que saltó de la espalda de Greg, muerto de asco cuando éste le lleno al brazo de babas, en un intento por sacárselo de encima.
Greg empezó a respirar de nuevo, y se permitió el tiempo justo para darle una colleja a Sebastian antes de volver a pegar la cabeza a la pequeña ventana, poniendo las manos a ambos lados de su cara a modo de visera, tratando de ver algo en el interior con un poco más de claridad.
Si no se equivocaba, lo que estaba sonando en el interior era David Guetta. El disco nuevo, nada menos.
La figura que se movía en el interior parecía hacerlo impulsada con la música, como si fuera un títere de trapo dirigido por una mano invisible. Cada paso estaba coordinado con un golpe de la música, la velocidad de los desplazamientos siguiendo las de la música. Hubo un momento en que pensó que se trataba de una chica, hasta que se puso frente al espejo. tenía los ojos cerrados, pero el pelo corto y las líneas anchas y duras de su cuerpo eran sin duda masculinas, incluso a través de la suciedad del cristal. Frunció el ceño. Ignoraba que los chicos pudieran hacer ballet. Que pudieran moverse así.
Jesús, él parecía de goma.
Bang my head against the wall
Though I feel light headed, now I know I will not fall
I will rise above it all
Found what I was searching for
Though I feel light headed
I should have failed, and nailed the floor
Instead I rose above it all
—Te gustan con mallas, eh cabrón.
—Shhh, cállate —espetó, dando un codazo. El sonido de una queja tras él fue bastante satisfactorio.
Oh, oh, oh
Bang my head against the wall
Oh, oh, oh
Instead I rose above it all
(Bang my head against the wall)
Greg estaba completamente absorvido por lo que veía. Sus ojos recorrían las piernas enfundadas en los leggins (no mallas) del chico, en la forma en la que contorneaban perfectamente el músculo y permitían seguir la contracción y relajación que sufrían con cada movimiento. Los salvajes rizos pelirrojos, iluminados por los fluorescentes, rebotaban de un lado a otro cuando se movía. En uno de los saltos, no pudo evitar contener la respiración pensando que esa vez se caería, pero aterrizó suavemente sobre la punta del pie y comenzó a girar como una batidora, echando la espalda hacia atrás, arqueándose como una jota invertida, con los brazos extendidos para equilibrarse. La pirueta que hizo para recuperarse fue otra de las cosas que le apretó el corazón, y maldijo el polvo por no permitirle disfrutar del espectáculo en toda su belleza porque, aunque Greg nunca jamás lo admitiera en público, aquello era una puta pasada.
I have broken wings
I keep trying, keep trying
No one get out
Oh I'm flying, oh I'm flying
Se le abrieron los ojos y se echó hacia atrás de golpe, asustado cuando el chico quedó de cara a la ventana, levantándose de una pirueta. Había abierto los ojos y los había visto, asustándose también, seguro. Lo último que vio antes de separarse fue cómo caía al suelo, y se sintió culpable de haber sido la causa de la caída.
—Chicos, me parece que Greg se nos ha enamorado —anunció Seb, aún con una mano frotándose en estómago, donde el codo de Greg había impactado.
— ¿Y quién es la afortunada? —preguntó Sally, zafándose de Anderson lo suficiente como para ponerse en la posición en la que antes había estado Greg, solo para ver en el interior — Estooooo... Puede que me equivoque pero, ¿ese no es Mycroft Holmes?
—Espera, ¿qué?
De repente los tres corrieron a pelear por su sitio en la ventana, pero una cortina había sido corrida sobre ella, demasiado gruesa como para adivinar algo detrás, aún con la luz del cuarto. La música se detuvo de repente, y las luces se apagaron.
— ¡Era Mycroft Holmes, lo juro por Dios! —exclamó Sally, riéndose.
—Menudo marica —dijo Seb, aún intentando ver a través de la cortina, como si tuviera poderes especiales que le permitieran ver a través de la tela —. El ballet es cosa de mujeres.
—Entonces tú tardas, Wilkes —Anderson sonrió en su dirección, sacando su móvil como si fuera un revólver y él un pistolero —. En todo el instituto tiene que haber alguien para confirmarlo. Alguien debe saber dónde se mete Holmes por las tardes. ¿Quizá algún amigo?
— ¿De verdad crees que ese snob rarito tiene amigos?
Greg miraba a sus propios amigos como si no los conociera. Vale, quizá de ser alguien que no le cayera especialmente bien, se habría reído. Pero no podía burlarse de alguien que se movía así. No podía. Y mucho menos él, que parecía un pato borracho cuando intentaba bailar en la discoteca.
—Oh, mira Sally. Greg se muere por revolcarse con Micky ¿Para probar la elasticidad de esas mallas, quizá?
—Vete a la mierda, Seb —espetó de nuevo, sus mejillas tiñéndose de rojo.
Había una visión que no se iba de su cabeza, y era el chico (supuestamente Mycroft Holmes), bailando en leggins. Unos muy ajustados leggins... Está bien, Greg. Suficiente. Mente en blanco. Además, ¿desde cuando te gusta Mycroft Holmes?
Quizá desde que le viste bailar en esos leggins.
Vale. Definitivamente, los leggins tenían un algo.
Con el ceño fruncido, se quedó mirando el edificio. La ventana parecía de un bajo, y el edificio no era muy largo. No cubría ni la mitad de la manzana, a juzgar por el tipo de ladrillo. Dirigió una última mirada a sus amigos, muy concentrados en chismorrear como para darse cuenta de lo que él hacía. Se mordió el labio y sin saber bien por qué lo hacía, volvió sobre sus pasos, regresando a Picadilly. Siguió la esquina del edificio, sin perderlo de vista en ningún momento. El estudio de baile debía estar en toda la planta baja, así que la entrada daría sin duda a la avenida... Tenía que ser así...
Se puso unos pantalones sobre los leggins y cogió la bolsa con el resto de su ropa, antes de salir a toda prisa, maldiciendo. A penas le dio tiempo de cerrar la cortina antes de sacar el CD del reproductor, apagar las luces y salir cojeando del estudio, cerrando la puerta tras él. idiota, estúpido idiota... Tenía que haber cerrado las cortinas antes de empezar. Más de una vez se había olvidado de la ventana que daba al callejón trasero, pero nunca había pasado nada. Hasta ese día.
Haber visto esa cara en el cristal...
Y para colmo, su tobillo estaba torcido. Si no lo trataba se le hincharía. Y la inflamación no le dejaría bailar en unos días.
Inadmisible.
Se apresuró a bajar la avenida de Picadilly Circus, sin atreverse a mirar atrás. Maldijo cuando se dio cuenta de que aún llevaba las zapatillas puestas. Su tobillo le ardía cuando apoyaba el pie para correr, suplicando que bajara el ritmo. Algunos de los peatones le miraban raro, sorprendidos por su extraña combinación de traje de baile y ropa de calle. Se acercó al filo de la acera y alzó la mano para pedir un taxi, justo en el momento en que una conocida voz hizo que se sobresaltara.
—¡Eh! ¡Mycroft! ¡Mycroft Holmes! ¡Espera!
Se subió corriendo al asiento trasero del taxi, tirando la bolsa a los asientos.
—32 de Mayfair Terrace, por favor.
El taxista arqueó las cejas, sorprendido por la distancia, pero no discutió. El automóvil se puso en movimiento, y se mantuvo hundido en el asiento cuando por el rabillo del ojo vio la figura de Greg Lestrade, con una cazadora de cuero y el pelo revuelto observaba la ventanilla, intentando ver a través del cristal.
Dobló las piernas y se desató la zapatilla para poder empezar a vendarse el pie. La venda al menos reduciría la inflamación durante un tiempo y le haría sentir más cómodo hasta que se pudiera poner pomada y lo dejara en reposo para que bajara por sí misma.
Maldito Lestrade.
Dedicado a mi querida Elizabettablack por su cumpleaños.
Felicidades, cielo!
Espero que te guste 3
A todos los demás, bienvenidos a este nuevo long-fic mystrade. Nos vemos muy pronto.
