Realmente tenía ganas de volver a escribir algo en este fandom. Mi primer oneshot fue ya hace más de un año y era un Wincest. Aunque no me gustase la pareja, no sé, me vino la idea y ya. Me dije a mí misma que me metería de lleno en el fandom, pero desde entonces no volví a escribir nada de Supernatural, por lo que no creo que yo os suene como autora en el Destiel español xD Pero bueno, por algo se empieza. Si estás aquí es porque has decidido confiar en la historia, y si es así, muchas gracias por el gesto.

Soy consciente de que no se desarrolla mucho la trama en el prólogo. ¡Lo siento! Os prometo que la cosa avanza mejor más adelante.

Mis capítulos suelen ser de una extensión larga, así que intentaré actualizar una vez a la semana. Espero no defraudaros :3

Advertencias: Universo alterno en la universidad. Narrado en primera persona desde el punto de vista de Castiel. No existe lo sobrenatural y tal y pascual.

Disclaimers: Esta historia pertenece a la serie Supernatural y a su creador Eric Kripke, yo solo cogí sus personajes y sus situaciones ficticias. El título proviene de una canción de Mumford and Sons.


Prólogo

Para cuando llegué a Houston, la sonrisa ya se había borrado de mi rostro.

Las manos me olían a metal, el colgante de plata con forma de cruz reposaba caliente y sudado entre mis dedos. Cogí aire y lo contuve en mi pecho, cerrando los ojos por un segundo. Todo se veía más sencillo desde el St. Trinity, pero cuando el taxi llegó a la universidad y me vi allí, solo, los nervios se apoderaron de mí. No era tanto el temor de que me ocurriera algo malo como la parálisis por no saber cómo comportarme adecuadamente. Michael me había explicado todo lo que tenía que hacer, incluso me dijo que en el caso de que no supiera cómo desenvolverme Raphael también estaría allí, matriculándose en su segundo año en Ciencias Políticas. Sin embargo, me encontraba con los papeles encima de mi regazo, sentado en el inodoro de un servicio público, sin haber encontrado a Raphael y sin saber cómo rellenar todo aquello, había campos que no tenía claros y no quería equivocarme con algo. El olor no era muy agradable y las conversaciones de los chicos saliendo y entrando me confundían más aún. Me sentía como exiliado hacia un páramo desconocido, lleno de gente de mi edad con la que se suponía que debía sentirme identificado y de protocolos a los que no estaba acostumbrado.

Básicamente, había pasado mis casi dieciocho años de vida en el St. Trinity, como todos mis hermanos. Estudiábamos allí y hacíamos vida juntos, según el padre Zachariah y la madre Naomi no nos hacía falta nada más. Por supuesto, los fines de semana se nos permitía salir. Hacíamos excursiones a otras ciudades, íbamos al parque... pero siempre con supervisión y llegando antes de la medianoche, nunca después. No lo consideraba una cárcel, al menos yo no lo pensaba. Era feliz allí, eran mi familia, los que me acogieron y me aceptaron. Era cierto que algunos hermanos, en cuanto cumplieron los dieciocho, nunca volvieron. Algunos como Gabriel incluso se fugaron antes de tiempo y no se volvió a saber nada más de él. Sin embargo, yo no pensaba así. Me faltaban tres meses para cumplir la mayoría de edad, pero no me iría inmediatamente de St. Trinity. Simplemente, no sentía esa necesidad. Y por eso mismo poseía la desventaja del desconocimiento en situaciones como aquellas, nunca habíamos tenido por qué desenvolvernos solos fuera de nuestro entorno. Ni tampoco me moría por hacerlo, aunque quisiera evolucionar como persona, era algo que sentía que tenía que hacer.

Volví a tomar otra bocanada de aire y salí de la cabina del cuarto de baño, humedeciéndome las manos en el lavabo y lavándome la cara, dejando los papeles a mi lado, intentando no salpicarlos. Me tensé cuando la puerta se abrió y otro chico entró, así que tragué saliva y pretendí comportarme con naturalidad. El chico pasó por mi lado e hizo un movimiento con la cabeza en forma de saludo que yo le correspondí un poco torpe. Cogí mi matrícula y la sostuve con las dos manos, pegado a la pared. Alcé ladinamente la cabeza y me quedé mirándolo. La primera impresión que tuve de él fue la de que me parecía un chico... extraño. Llevaba el pelo bien cortado y bien peinado, color miel, y su piel era tostada, parecía californiano o algo por el estilo. Su ropa no parecía de aquella época, sus pantalones eran unos vaqueros raídos y llevaba una chaqueta de cuero marrón desgastada. La verdad era que imponía un poco, no por amenazante, sino porque su rostro era decidido y autoritario. Me recordó a un soldado de los que Zachariah nos hablaba. En cierto modo me recordó a Michael. Me sobresalté cuando me miró por encima del hombro con los ojos entrecerrados, enojado mientras me daba la espalda.

—Oye, chaval, ¿te vas a quedar mirando cómo meo o es que quieres sujetármela?

Desvié la vista rápidamente, algo avergonzado por el malentendido. Supuse que se había tratado de sarcasmo, Balthazar y Gabriel solían usarlo mucho. A padre y madre les irritaba mucho aquello.

—Lo siento.—respondí simplemente volviendo a alzar los ojos. El chico extraño se rió entre dientes y chasqueó la lengua, negando con la cabeza. Cuando terminó, se acercó al lavabo. Yo no apartaba la mirada de él, curioso. Sin embargo, aquello parecía molestarle bastante, ya que se irguió y me miró de frente, con la barbilla alta y desafiante. Tragué saliva.

—A ver, vamos a dejarlo claro. Lo que sea que estés pensando, la respuesta es no.

Parpadeé lentamente sin comprender.

—Solo me estaba preguntando si no le importaría ayudarme con mi matrícula, señor.

Alcé los papeles a la altura aproximada de nuestros ojos hasta que el rubio puso su atención en ellos, arqueando una ceja. Me miró con incredulidad y se rió, cerrando el grifo y mirándose en el espejo mientras se secaba las manos en la chaqueta.

—¿Señor? Joder, ¿todavía hay gente que habla así? De todos modos yo no tengo cara de punto de información, chico. Vas a tener que preguntarle a otro.

—No tengo a nadie más a quien preguntarle. Estaba considerando, tal vez, si no es mucha molestia, que usted podría resolverme alguna duda que tengo respecto al formulario... ¿chico?

El rubio se me quedó mirando unos segundos con algo que yo reconocí como socarronería y echó la cabeza hacia atrás, riéndose sonoramente sin decoro. Apreté los dientes y esperé con paciencia a que terminara, sin moverme. Terminó con un suspiro y volvió a negar con la cabeza.

—¿De dónde te has escapado, tío? A ver.—me quitó la matrícula y se apoyó en el lavabo, leyéndola. Me acerqué a él para mirar por encima del hombro, pero simplemente carraspeó y me lanzó una mirada amenazante, así que tuve que separarme un paso.—Eres nuevo, ¿verdad?—asentí con la cabeza y él alargó una mano sin dejar de mirar la matrícula. Me quedé quieto, confuso, a lo que el chico respondió frunciendo el ceño con un suspiro.—Bolígrafo.—asentí con la cabeza rápidamente y busqué en mis bolsillos, tendiéndoselo cuanto antes. El chico le quitó la capucha con los dientes y siguió hablando entrecortadamente, apoyando el bolígrafo en el papel.—A ver, primero tienes que poner la universidad a la que vas, que supongo que será esta, y tu facultad. Dime cuál es.

Moví la cabeza comprendiendo y me humedecí los labios, nervioso.

—A la facultad de medicina, en el grupo C.

El rubio me miró un segundo y sonrió de lado, burlón. Ladeé la cabeza, frunciendo el ceño.

—Ajá... Bueno, pues tampoco es tan difícil a partir de aquí. Tus datos personales, domicilio, el domicilio que tendrás durante el curso en caso de mudarte y lo de las asignaturas supongo que lo tendrás que rellenar allí, hasta un tonto podría hacerlo. A ver, nombre.

—Castiel, Castiel Novak. Pero no entiendo lo del segundo nombre, yo no tengo segundo nombre.

El chico volvió a mirarme esta vez fijamente y con los ojos muy abiertos, sacándose la capucha de la boca y con los labios entrecerrados. Me sentí azorado, preguntándome si el hecho de no tener segundo nombre estaba mal visto o se consideraba algo malo. Me señaló con una mano, componiendo una mueca de extrañeza y mofa.

—No me jodas, ¿eres un Novak? ¿De los de verdad, de los de la secta esa religiosa? Joder, ¡pensaba que érais una leyenda urbana!

Fruncí el ceño, ofendido, y ladeé la cabeza hacia el otro lado, impasible.

—No provengo de ninguna secta religiosa, y desconozco qué es una leyenda urbana.—contesté tranquilamente y con la mayor cortesía que pude, asintiendo una sola vez con la cabeza.—Soy del orfanato St. Trinity, por si es necesario aclarar ese dato.

—Ya, sí, bueno, lo que sea.—me devolvió la matrícula y el bolígrafo, alzando las cejas. Los recogí, apretando más los labios.—Tío, te van a comer vivo. Los Novak estáis muy mal vistos por aquí. Bueno, en realidad aquí y en cualquier sitio, sois... raros de cojones. Mejor ve instalando ya tu rinconcito en algún cuarto de baño para los descansos si no quieres que te toquen demasiado las narices.

Arrugué levemente los papeles entre mis manos sin mirarle, con la lengua pegada al paladar, notando un regusto amargo por aquel comentario. Ni siquiera sabía que tuviéramos reputación fuera del orfanato, ninguno de nuestros hermanos nos lo comentó. Ni siquiera el padre Zachariah, o la madre Naomi. Y de alguna manera, me molestó. Sabía lo que era una secta, o al menos conocía el hecho de que era un calificativo peyorativo, y no me gustó. Tampoco que aquel chico me hablase sin ningún tipo de respeto o modales. Aunque al principio me pareció alguien interesante, en esos momentos lo consideraba muy grosero y desagradable.

—Oye, dime una cosa. ¿Os apellidáis todos Novak porque de verdad sois hermanos o es un apellido que os ponen al llegar al orfanato ese a lo John Doe?

Ignoré aquella última pregunta, en parte porque no tenía ganas de responderla, y en parte porque no la comprendía. Simplemente ordené los papeles encima del lavabo con unos golpecitos e hice una especie de reverencia con la cabeza hacia el chico, aún serio.

—Gracias por la ayuda, a partir de aquí puedo hacerlo solo.

Pude ver cómo se encogía de hombros antes de salir del cuarto de baño a caminar hacia la secretaría para terminar lo que me faltaba. Aunque quería empezar la universidad y contemplar lo que era la sociedad fuera del núcleo de mis hermanos, quería regresar cuanto antes al orfanato. Todo aquello era fascinante y atrayente, pero a la vez dañino y desconocido. Como si cada segundo que pasara allí me ahogara más. Como si mi cuerpo rechazara lo que respirase como un organismo ajeno al mío.

Tan solo quería volver a casa. Y respirar.