C A P I T U L O I
"Blanca Navidad"
Disclaimer: Los personajes, criaturas mágicas, contexto general y los lugares mencionados en el capítulo pertenecen a J.K Rowling.
Se extendía de punta a punta un suave telón de terciopelo blanquecino. Los troncos de los árboles, cual barra de chocolate cubierta de nieve, cada vez eran más, pues no deberían faltar para noche buena. Las verdes y dóciles hojas que cubrían toda imperfección de los árboles, desaparecían de a poco, y se enterraban en la nevisca, para no asomarse nunca jamás. Se despedían entre ellas con un hilo de sonido al caer, apenas audible. Del cielo gris caían unos pequeños copos, acompañados por una suave melodía de cortina en todo el pueblo. Las tiendas estaban adornadas con luces rojas, verdes y amarillas. El aroma a pan dulce se expandía por todo el lugar, y pequeñas campanas tintineaban en todas direcciones. Los telones y moños rojos no faltaban; mucho menos los renos, acompañados de un Santa Claus para diversión de los pequeños. Esa navidad habría sido la más coqueta de todas, pues Hogsmeade nunca se había visto con el espíritu navideño tan encendido.
Una jovencita de cabello rubio y despeinado se abría paso entre la nevisca, mientras susurraba algo a un Blibbler Maravilloso que la acompañaba. Llevaba enredada en su cabello una tira de cotillón resplandeciente, usada originalmente para adornar el árbol de Hogwarts. Según ella también podía usarse como accesorio, y he de confesar que mal no le quedaba. Era gracioso, pues sus ojos grises expresivos hacían juego con el verde luminoso de aquel poco corriente agregado, y brillaban aún más, expresándose en una mirada soñadora.
Arrastró sus botas en la nieve, dejando un largo rastro desde los pinos ubicados cerca de Las Tres Escobas. Esta vez no podía darse tiempo de ir a tomar algún chocolate caliente. Faltaba una semana para ir de vacaciones, y esa Navidad, su padre iría a Rumania, para redactar un artículo sobre "el comportamiento de los dragones en distintos hábitats", y la llevaría consigo. Luna estaba en busca de un buen regalo. Había pensado en alguna pluma vuelapluma, pero supuso que él ya habría conseguido una ese año. Para una túnica, el dinero no le sería suficiente, y unos dulces quizá podrían servir... Decidió pasarse por cada tienda y dejar volar su imaginación, hasta dar con el obsequio perfecto.
Todas las tiendas estaban ubicadas seguidas, muy juntas. Los colores no variaban, ya que el pueblo conservaba un estilo general; tejados alpinos, y ladrillos serios. Grandes o pequeños ventanales en rojo o azul y unas largas y estrechas chimeneas reposaban en todos los aleros. La nieve depositada en los tejados aumentaba el aspecto frívolo del lugar, pero las luces doradas, asomadas por los cristales, regresaban el espíritu navideño a su sitio. El humo de las chimeneas transmitía una positiva calidez, que a su vez transformaba las muecas frías de los magos en sonrisas alegres y contagiosas. La navidad se respiraba en cada rincón de Hogsmeade.
Un carro de dulces se acercó hacia ella. Curiosamente, llevaba el mismo tejado alpino que todo el pueblo, y una diminuta y graciosa chimenea en la punta, que emanaba una pequeña humareda gris. Ésta danzaba en el aire, proyectándose en forma de reno, luego de Santa Claus, y en un árbol de navidad, para terminar en una estrella que estallaba en miles de gotas de vapor. Ese acto de magia se repetía constantemente, y mantenía a los niños más entretenidos que cualquier otro dulce o chocolate caliente que pueda comprarse.
Luna observó detenidamente los chocolates, las paletas, y demás dulces que transportaba el gracioso carro. Se quedó prendada de unos bastones de caramelo, analizando su textura con la mirada.
- ¿Vas a llevar algo? - un duende salió detrás del carro, interrumpiendo el análisis de Luna, bostezando de aburrimiento. Sobre sus grandes orejas llevaba un gorro de Santa; rojo afelpado, con un gran pompón en la punta, que bailaba y parecía que iba a caer en cualquier momento. Miró atentamente a los ojos a Luna, tratando de comprender qué era lo que le llamaba tanto la atención de unos simples dulces de navidad.
- ¿Cuántos Knuts de Bronce por tres de esos divertidos y locos bastones rojos y blancos? - preguntó Luna, acercándose al duende, sacando de su manopla azul unas cuantas monedas.
- ¿Los bastones de caramelo? ¿Estos? - El duende tomó tres, y los envolvió en un sobre rojo - Veintiún Knuts de Bronce - bostezó nuevamente ¿Acaso no le divertía la navidad? ¿O todavía el espíritu navideño no había tocado a su puerta?
Luna le pagó, y antes de marcharse a ver unos pocillos de té, se acercó y miró fijamente al duende. Este alzó una ceja, apenas visible entre su arrugada piel, y llevó una mano al hombro de Luna.
- Gracias, y hasta luego, rara - por una diminuta puerta se adentró en el carro, y este comenzó a andar a paso firme, pero no pudo moverse mucho, pues unos pequeños corrieron entusiasmados convocados por el humito mágico.
Ella siguió su camino, en dirección a la vidriera de los pocillos. La tienda quedaba un poco alejada de las demás, aunque conservaba el tinte encantador de Hogsmeade entero. Tenía más nieve en el tejado, y la chimenea humeaba en aumento, por lo tanto, transmitía aún más calidez. Al lado, casi pegada, tenía una casa de ladrillos viejos y oscuros. Los copos se habían adjuntado en una esquina de la ventana de marcos rojos, y el aspecto avejentado podía disimularse con los pequeños corriendo alrededor del pino adornado al lado de la puerta. Luna se acercó, la ventana estaba entreabierta. Quizá podría ver por vez primera algún Wrackspurt, pues imaginaba que en la humedad, aunque sea, sus pequeñas patas serían visibles. Al asomarse por el umbral, oyó una voz apenas audible, gastada, con gotas de nerviosismo…
"- Esto debe suceder, tienes que actuar como si fuera por completo tu intención adelantarte y matarme, porque si no lo haces, Draco morirá, y por el Juramento Inquebrantable, tú morirás" *
Luna escuchó unos pasos apresurados golpear contra las tablas de madera del pasillo. Alguien se acercaba. Giró su cabeza hacia la ventana, y observó un muérdago colgado desde el techo.
- ¿Lovegood? - el profesor Snape vio a su alumna concentrada en una tonta planta navideña, y no le hizo gracia en lo más mínimo…otro adorno vulgar. Detestaba Hogsmeade en esa época. Detestaba Hogwarts, también en esa época, detestaba la Navidad en general.
- Profesor Snape -sólo habló de espaldas, sin quitar su mirada del muérdago - ¿no cree que los nargles deberían tener algún papel importante en la navidad? Deberían ser considerados las criaturas navideñas oficiales, o algo parecido…son tan lindos - dio media vuelta, y lo miró a los ojos, sus ojos, los de él, transmitían un gran vacío; como grandes tubos oscuros con un final negro y triste improvisado… Él sólo alzó una ceja, y sin pensar en nada, ni siquiera en ella, en los copos que caían lentamente sobre su nariz, o en la chimenea ubicada a unos metros de su cabeza, que humeaba con más potencia… salió a paso ligero, firme, como si ya supiera desde antes cuál sería su camino. Sin decir adiós.
Luna no recapacitó sobre la acción de su profesor, y sin más, se adentró en la tienda de los pocillos de té… Al tirar de la puerta, esta rechinó suavemente, y al pisar la alfombra se sintió envuelta por los brazos del calor más acogedor de todos. Las paredes, repletas de obsequios navideños, podían divisarse de un color oscuro; marrón, simulando ser un tronco de árbol. Del techo colgaban bufandas de todos los colores y tamaños, y los mostradores también tenían aspecto de madera natural. Se sentía dentro de un bosque. Colgaban guirnaldas hechas de luces, que titilaban al ritmo del hilo musical. Las dos brujas dependientas vestían colores alegres; un traje verde lima y bufandas rojas y blancas, junto con un gorro rojo, como el del duende. A Luna le agradó la combinación.
- ¿Podemos ayudarle en algo? - sonrió una de las dependientas. Luna la observó de arriba abajo, y luego se quedó mirando su bufanda - ¿Señorita?
- ¿Tienen de esas bufandas a la venta? - señaló la que colgaba del cuello de la dependienta.
- ¡Oh, claro! Son las que menos se han vendido - la dependienta caminó apresuradamente hacia una parte del local, y con un pequeño salto, hizo bajar tres bufandas rayadas, en blanco y verde, amarillo y rojo - no entendemos por qué no se vendieron.
- ¿Tienen algún muérdago? - interrogó Luna, al mismo tiempo que tomaba la bufanda con los detalles rojos entre sus manos
- Sí, tenemos de todos los modelos que imagines, ¿te gustaría ver alguno en particular? - la dependienta señaló la pared detrás de Luna.
- Entonces es obra de los nargles. A veces juegan bromas pesadas… pero nada que no pueda solucionarse - observó los muérdagos de cerca - ¿Cuánto cuesta la bufanda?
- Oh… ¿nargles? ¿Qué es eso? - una pequeña libreta apareció entre las manos de la mujer - veamos… son dos sickles de plata.
Luna extrajo de su otra manopla, el dinero necesario. Pagó, y se marchó, imaginando cuánto le gustaría la bufanda que había comprado, a su padre.
La rubia caminó hacia el lago, en busca de una canoa con la cual regresar a Hogwarts. Se entretuvo con el humo del carro con el que había interactuado momentos antes. Seguía siendo entretenida la forma en que el humo se movía en el aire... De a poco Hogsmeade se llenó de magos riendo y cantando villancicos y niños pequeños correteando alrededor de los árboles. A Luna le gustaba así el mundo; feliz. La navidad era tan divertida…y sin perplejidades, la mejor época del año.
Al llegar, buscó una canoa, pero la última se la había llevado un grupo de estudiantes que ya iba por la mitad del lago, y no regresarían… Divisó otra a lo lejos, que se balanceaba en el lago con una figura oscura arriba. Caminó entre la nevisca, arrastrando las botas, hacia la canoa. Al llegar, pudo ver que la silueta pertenecía a su profesor, que observaba el horizonte con la mirada extraviada.
- ¿Puedo ir con usted? No quedan más canoas…
…
- ¿Tiene frío? - ella observó a su profesor tapándose con las manos el cuello. Llevaba sólo su túnica negra, y el viento soplaba cada vez más fuerte. Ella, en cambio, tenía una gran chaqueta que no dejaba pasar el aire, y unas orejeras muy suaves y cómodas... Snape no respondió, siguió observando el cielo gris, con la mirada perdida, y las cejas arqueadas hacia dentro. Luna tenía curiosidad por saber qué pasaba por la mente de su profesor en ese momento - ¿no le gusta la navidad?
- No - respondió, y volteó a ver a los ojos a Luna. Le contagiaban más frío, aunque en algún rincón de aquel gris plata encontraba un trozo de calidez…pero enseguida volteó nuevamente a contar cuanto tiempo faltaba para llegar al castillo.
- ¿Por qué? No entiendo… - seguía observando cómo Snape pasaba frío y nervios, y ella no quería eso. Especuló por unos momentos en darle un cálido abrazo, pero luego pensó que sería demasiado peso para la canoa. No recibió respuesta de su profesor. Éste movía su pie nerviosamente, y ella continuaba en silencio, sin quitarle la mirada de encima - ¿está nervioso? - volvió a dirigirle una mirada soberbia. La situación era muy incómoda para él. Luna tomó la bolsa más grande que llevaba, y de allí sacó la bufanda para su padre. Se acercó con cuidado a Snape, y la dejó sobre su regazo, cuidadosamente - si sigue así, se enfriará también su corazón, y nadie quiere estar triste y serio en navidad, ¿verdad? Además de que un corazón frío le puede hacer sentir vulnerable y solitario… No le permitirá sentir la alegría y el calor de aquellos que lo rodean. Yo quiero que usted pase una feliz navidad, profesor Snape, no lo contrario.
* Extraído de HP y el Misterio del Príncipe.
