Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn! no me pertenece, y esto está hecho sin ánimo de lucro.
Pairing: TYL!Lambo/TYL!Gokudera.
Tabla: Helados.
Prompt: Tiramisú.
Notas: Estoy con un bloqueo horrendo, mi Musa se niega a darme algo coherente con al menos 100 palabras. Aquí les traigo mi último invento (?), esto es en respuesta a fandom_insano, 10pairings y reto_diario. Se supone que la Tabla de Helados la tengo estricta en otro fic, pero dada la extensión de este coso, me he visto en la obligación de postearlo por separado. No sobrevivirían si lo subo todo junto *gota*.
Beta: Leeran (loca, te adoro por soportar este descomunal trauma *estruja*).
Bueno, es todo. La siguiente parte será publicada dentro de poco :) (donde responde específicamente al prompt).
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Gokudera se siente molesto, en extremo molesto. Él debería estar en su propio despacho como Mano Derecha, allá en Italia, o investigando en la biblioteca. No sentado en un avión de primera clase sobrevolando el Atlántico rumbo a Chicago, Estados Unidos. Si su Jefe no se lo hubiera pedido (secretamente impulsado por Reborn) definitivamente habría dicho un cortante "No".
Siente como alguien toca suavemente su hombro, y con los ojos oscurecidos de enojo enfrenta al rostro tembloroso de una azafata con una merienda en sus manos.
—S-Su comida, señor —titubea.
El italiano responde cortante y con un leve asentimiento de cabeza, coge entre sus manos el sencillo menú de la aerolínea y lo deja en la bandeja al frente suyo, sin tocarlo dado que su apetito desapareció hace rato.
—Gracias.
Y no dice más palabra, mirando por la ventanilla el –aparente- tranquilo océano bajo la enorme aeronave. La asustada azafata no tuvo que esperar que se lo dijeran para salir de ahí lo más pronto que pudo, despertando a los otros pasajeros.
—Muy amable —escucha decir no muy lejos de él, en italiano fluido a una voz que, para su enorme frustración, conoce demasiado bien. He allí la víctima de gran parte de la energía negativa que destila el Guardián de la Tormenta; Lambo es su acompañante en ese viaje de negocios, y sabe bien que a él tampoco le hace gracia su compañía, los dos se vieron obligados a acatar órdenes y a actuar como corresponde.
El simple lenguaje corporal del menor le indica que también está tenso, sus hombros cuadrados y rígidos lo delatan; come de porciones muy pequeñas la ensalada de su plato, sin reales ganas de degustar algo.
La relación de ambos puede traducirse como repulsión mutua, y de la forma que sea, especialmente cuando acaban en la misma habitación; deben comenzar a discutir o a llegar a los golpes reales. Más aún cuando él mismo es una persona tan explosiva, literal, y Lambo alguien tan… irritante. Pero, él siempre ha destacado su buen gusto en todo, y desde hace unos años que no puede pasar por alto el cambio que tuvo ese joven desde que lo conoció a los cinco años, hasta llegar a esos estupendos quince.
Quince. Gokudera gruñe internamente por esa jodida edad, ¿no podía ser, al menos, veinte? Dieciocho hubiera sido pasable, pero no quince. Y lo peor es que el muy maldito no los demuestra.
Y se horroriza, pero nadie lo nota. No le cabe en la cabeza cómo en algunas ocasiones las yemas de los dedos le pican y carcomen por tomar la delgada cintura de Lambo estrechándola contra sí, o rozar los muslos desnudos de ambos en medio de la intimidad.
Aquello sólo ha solidificado su coraza al tratar con él, huraño y de miradas hoscas. Así lo ha tratado desde siempre, y ha sido una salida realmente satisfactoria gracias al recuerdo de su pequeña versión de cinco años, llorona y molesta. Eso es realmente fácil para aparentar frentes a otros.
Y allí está lo malo de ese viaje, en que no habrá otros para los que aparentar. Sólo su autocontrol le mantendrá a raya de hacer cualquier estupidez, Lambo sigue siendo un mocoso después de todo.
Se obliga a apartar la vista del moreno, dudando que si sigue así acabará sobre el muchacho con fines indecorosos o sacando un par de cartuchos y hacerlo volar junto al maldito avión.
Pero tampoco quiere que lo tachen de terrorista suicida, no es que tenga demasiadas opciones para salir de allí.
Sólo espera que ese viaje acabe pronto.
Una alarmante explosión se deja escuchar en el ala este de la Mansión Vongola, espabilando a los guardias y miembros presentes, además de casi infartar al Jefe –que se encontraba al otro extremo de la estructura- y reunir a los pocos Guardianes que se encontraban allí.
Para cuando el polvo se dispersó, fue muy fácil distinguir la regia silueta de la Mano Derecha del Jefe, con una nueva serie de explosivos en mano, tenía los dientes apretados y se le venía muy enfadado. Era sostenido –a duras penas- por Yamamoto, quien por suerte había presenciado todo.
Al otro extremo de la sala destruida, Lambo se sujetaba la quijada, que al parecer se había dislocado, incrédulo a lo que sucedía siendo asistido por un preocupado Ryohei, quien ya había sacado a su fiel amigo para curar la quemaduras leves en la piel del menor.
—¡Gokudera-kun! ¡Lambo! —urgió Tsuna, alarmado. —¿Qué sucedió?
Mas ninguno le respondió, y aquello lo alarmó. Si bien Lambo aún era un chiquillo a veces rebelde, dados sus quince años, le preocupó de su Mano Derecha, él jamás pasaría por alto alguna palabra suya. Gokudera tenía la mirada fija en el muchacho, y éste con los ojos enfocados en las baldosas del piso. La tensión y las malas vibras eran muy palpables en ese momento, a su lado Reborn con semblante serio se hizo escuchar en el recinto.
—Yamamoto, cuéntanos.
El espadachín, que gracias a sus firmes brazos impedía que el italiano se escapase para cometer asesinato, miró por un segundo dubitativo al Arcobaleno antes de responder, mirando de reojo a los protagonistas.
—Verán… la bazooka se disparó y el Lambo de veinticinco años, pues…—dejó el final al aire, mirando cuidadosamente a Gokudera, quien tenía el rostro teñido de furia y vergüenza.
—Lo siento —se dejó escuchar una voz más infantil, Lambo se había levantado sin mirar a nadie y se retiró pausadamente de la habitación. Todas las miradas se quedaron enfocadas en la puerta por la que el joven Bovino salió.
—Feh —chistó el otro responsable, de un tirón se soltó de la llave por la que le tenían sujetos los brazos; se enderezó la ropa y bajo el pesado mutismo de todos tomó rumbo en dirección opuesta.
Un poco más, y todo su papelón hubiera caído como una torre de naipes.
—Lamento las molestias, Décimo. Iré a mi habitación —se disculpó con su Jefe. Tsuna dio un torpe asentimiento de cabeza, sin saber muy bien qué decir. A su lado Reborn retomó la palabra luego que el Guardián de la Tormenta se fue.
—Ellos deben arreglar sus asuntos —señaló—, ahora: Tsuna, tengo una idea de cómo hacerlo.
El aludido frunció el ceño antes de responder; las ideas de su ex-tutor jamás solían ser buenas.
—¿Cuál?
—Ellos serán los responsables de responder a la cita con nuestro aliado en Chicago. Aquella que está programada en dos días.
Los ojos de Tsuna se desorbitaron ante tal sugerencia, era imposible que ambos terminasen vivos para cuando esa visita terminara. Yamamoto y Ryohei se miraron incrédulos, también esperando que el Arcobaleno del Sol cambiara de opinión.
—Reborn, eso es imposible… ¡se matarán!
—Estoy de acuerdo con Sawada, el temperamento de ellos dos no aguantará —apoyó Sasagawa.
—Ryohei tiene un punto ahí…
Reborn los miró detenidamente antes de responder, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y no se le veía contento.
—Es prioridad dentro de una Familia tener orden y estabilidad en su núcleo, por eso que esta clase se conflictos se deben reducir en la mayor medida posible, y las diferencias entre ambos deben resolverlas solos, sin nadie cerca. A veces la respuesta a los problemas resulta ser más complicada de lo que parece. Ya no podemos permitir que estos pleitos se sigan extendiendo, a pesar de la personalidad temperamental de Gokudera o la habilidad de Lambo por exasperar al resto.
—Pero…
—Tsuna, confía en mí —miró serio a quien fue su alumno. Tsuna vaciló muy poco antes de asentir lentamente con un "De acuerdo". Los otros dos Guardianes sólo tragaron saliva en el intercambio, esperaban que terminase bien.
Gokudera frunce el ceño recordando ese instante, rozando sus labios con los dedos con –quizá- demasiada fuerza, quién diría que ese molesto muchacho en diez años sería alguien tan… intrépido. Tampoco puede negar que se había puesto –más- atractivo, mas eso no lo perdona por haber tocado su orgullo (en más de un sentido).
—La visita durará tres días— le informó su Jefe—, pero la reunión con John Marcone será breve, no tendrán problemas me informó Reborn, él lo conoce. — Tsuna se sentía aprehensivo, aún dudaba del juicio del Arcobaleno.
—Décimo, ¿qué haremos en el resto de la visita?
—Eso… tendrán que verlo ustedes. Ah, y Gianinni les hizo un pequeño dispositivo en caso de emergencia— le mostró dos pequeñas cajas negras, cada una con un botón rojo. —Dale una a Lambo y otra quédatela contigo. Reborn me dijo que quizá la necesitarían.
Y se quedó mirando largamente a su Mano Derecha.
—Nos vemos en unos días, Gokudera-kun. Por favor, se tolerante con Lambo.
De lo último que se acuerda, es haber gruñido antes de cerrar los ojos y dormir.
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Un golpe en su cabeza es el responsable de despertarlo de su siesta, Lambo abre pesadamente sus ojos al ver cómo un bolsito pequeño (inscrito con su nombre) cae en su regazo, recién en ese momento se percata que más de la mitad de los pasajeros ya había abandonado el transporte.
—Por mí te quedarías tirado en ese asiento hasta que una azafata te rescate, pero no puedo. —Gokudera ya está arreglado y con sus pertenencias pequeñas en mano, a unos metros de él mirándolo con gravedad—. Apresúrate que no tengo todo el día.
Sin esperar a que se lo pidiesen dos veces, desabrocha el cinturón de seguridad (¿quién se lo había puesto?) de su cintura y adelanta sus pasos hasta el italiano mayor. En silencio se dirigen hasta la salida sin prestar mayor atención a los saludos y agradecimientos del personal de la aerolínea con sus grandes equipajes al hombro.
Para Lambo tampoco las cosas son fáciles, sabe que la culpa está dividida entre los dos, pero gran parte de ésta es por su responsabilidad, o de su contraparte futura, mejor dicho (quien era el que había salido mejor parado de todos, ya que se escapó antes que Gokudera reaccionara y lo golpease). El moreno aún tiene un poco resentida la quijada, maldice internamente la condenada fuerza del hombre Tormenta. Al volver del futuro en ese momento no se esperó ser acatado así.
Sea lo que sea que haya hecho el Lambo de veinticinco años, fue completamente loco. Después de calmarse repasó las posibilidades de acción, y sus posibles resultados no fueron alentadores: imaginar una pseudo violación le jala las entrañas de miedo.
(Sí, Lambo es un tanto paranoico).
Pero tampoco es ciego, es imposible pasar por alto el grado de atracción que ejerce el italiano malhumorado hacia sí mismo, él a sus quince años y con sus hormonas haciendo fiesta dentro de su cuerpo lo sabe bien (así como sabe que si llega a expresarlo mínimamente puede darse por muerto). Incluso puede recordar haber escuchado a Reborn comentarlo una vez mientras Hayato no estaba presente.
Él también cree que esa visita se hará demasiado larga.
No se sorprenden al encontrar a alguien esperándolos, con la puerta de un lujoso auto abierta para ellos. El chofer apenas se presenta se hace cargo de las maletas, dejando el espacio libre para que ambos se acomoden dentro; es espacioso, pero jamás lo suficiente para dejarlos cómodos. Lambo se despega el cuello de su camisa de su piel, sudando; la presencia del otro prácticamente le quema. Ninguno de los dos se mira ni dice palabra, uno a punto de saltar por la puerta y el otro molesto.
Es Gokudera quien rompe el hielo, y su voz (¿o es imaginación de Lambo?) suena ronca:
—Mañana a primera hora tendremos la reunión con el Sr. Marcone, en este lugar — le entrega un pequeño papel con una dirección que se notaba un tanto complicada, en el intercambio los dedos de ambos se rozan, haciendo que Lambo se ruborice contra su voluntad (se pregunta si la comida del avión tenía algo), Hayato frunce más el ceño y prácticamente termina gruñendo la oración—. No podemos llegar tarde.
El menor asiente con la cabeza, aparentemente concentrado en la decoración interior del vehículo, de pronto como que se siente mareado. El portador del anillo Tormenta entrecierra los ojos mirando al muchacho, ¿qué demonios le sucede?
A Lambo casi le da un ataque de risa nerviosa allí mismo, se está comportando como una virgen a la que recién invitan a salir (ignorará prudentemente el hecho que efectivamente sólo son ellos dos en ese viaje), porque a su edad ha tenido citas, sí, pero citas que él podía controlar.
Y de nuevo. Aquello no es una maldita cita, se convence.
Por suerte el trayecto desde el aeropuerto hasta el Hotel fue corto, por lo que no tardan en divisar la gigante infraestructura de lo que será su morada por esos días. Sin mayor trámite, ambos se detienen un solo instante frente a la entrada, es enorme y muy custodiada. Se nota que no cualquiera entra allí.
Lambo se pone serio, aparentando –aún más- edad de la que tiene, recordando las palabras del, para él, desagradable Reborn.
—Con Tsuna creímos que tendrían problemas por que eres un crío — explicó sonriente ante la cara de enfado del joven—, por lo que en tiempo récord Gianinni nos hizo una credencial y pasaporte para ti.
Lambo observó los documentos que el Arcobaleno le mostraba, ciertamente no se lo esperaba, es más, ni había pensado en ese detalle de la minoría de edad.
—Legalmente en Estados Unidos tendrás 19 años.
El moreno de ojos verdes chaqueó la lengua, molesto.
—Como si lo necesitara.
A Reborn le brillaron los ojos y sonrió levemente antes de responder.
—Créeme: Les servirá.
Las cálidas luces del Fairmont Millenium Park le traen de vuelta a la realidad, alabando al buen gusto de Tsuna por escoger tal lugar.
El interior es elegante, sobrio y muy bien proporcionado en espacios, al llegar a recepción inmediatamente un hombre de traje les saluda preguntándoles si tienen reserva. Gokudera es quien toma la palabra, respondiendo en inglés fluido:
—El señor Tsunayoshi Sawada facturó la reserva vía internacional, está a su nombre.
El hombre teclea rápidamente en su computadora, comprobando que efectivamente el extranjero tiene la razón, antes de pedir el comprobante se percata que el Guardián ya lo puso sobre el mesón, facilitando el trámite.
—Sí, Italia, ya veo. Necesito las credenciales y pasaportes de quienes se alojarán… Gracias— dice, archivando los nombres de los clientes— Muy bien, señor: habitación 275. Nuestro Botones le gui— mas se vio interrumpido por el italiano mayor, quien le mira ceñudo.
—Son dos.
—¿Disculpe?
—El señor Sawada reservó dos habitaciones. Usted me dio solo una.
El recepcionista parece dudar por un instante antes de volver a revisar el papeleo en busca de ese desliz.
—Creo que eso es un error, señor… Aquí figura sólo una.
Gokudera se pasa los dedos en el puente de la nariz, como previniendo una jaqueca, antes de hablar nuevamente.
—Ya, da igual. Pido la habitación contigua para mi compañero— trata de hablar lo más amable que puede hacia el encargado, señalado a Lambo quien se mantiene callado a su lado.
A esas alturas el pobre estadounidense está igual –o más- tembloroso que el joven Bovino.
—Usted entenderá, mi estimado, somos una cadena prestigiosa de Hoteles en el mundo… No tenemos vacantes.
Lambo palidece de golpe percatándose de lo que aquello significa y Gokudera por poco estrangula al pobre hombre, ¡montón de ineficientes que no saben tomar un pedido!
—Déme la maldita llave —gruñe. Y sin esperar a que el Botones les acompañe, apenas tiene la pequeña pieza en sus manos (más una copia de seguridad), toma a un repentinamente mudo y dócil Lambo por un brazo para desparecer en el ascensor con las maletas al hombro.
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La Grand Suite consiste en un amplio espacio amueblado y decorado en tonos naturales, sofisticado y acogedor. Gokudera entra sin hacer comentarios hasta dejar las valijas a un lado de la puerta, sin animarse a poner un pie en el dormitorio, sospechando lo que encontrará allí.
—Iré a darme una ducha —escucha decir al más joven, quien sin esperar a que le respondiese o dijera algo, se encamina hasta el cuarto de higiene a paso apresurado.
Hayato chasquea su lengua al tiempo que enciende un cigarrillo sacado de su bolsillo, lo necesita con urgencia. Tras inhalar y que sus pulmones le den la bienvenida a la nicotina, se dirige hasta la ventana más cercana para apreciar la extensa vista urbana de la prodigiosa ciudad.
Su grado se molestia ya había bajado bastante desde el viaje en avión hasta la llegada al Hotel, aunque se volvió a expandir por culpa de los incompetentes del establecimiento. Ahora debería convivir una semana con ese mocoso, ir de negocios con él y más encima compartir habitación con él.
Allá arriba alguien le odia profundamente Oh~, si tan sólo supiera de quién es la responsabilidad de tal atropello con la reserva, le dejaría viviendo con un cartucho en partes poco felices.
(En ese mismo instante, al otro lado del Océano, Reborn estornuda mientas bebe de su café.)
Recuerda también la causa del por qué están metidos ambos allí, el haber perdido los estribos (pero, pensándolo bien, las consecuencias pudieron ser peores). Gokudera muerde la cola de su cigarro antes de darle la última calada y encender otro.
Este pequeño percance le complicaría las cosas.
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Estando ya en la ducha, masajeando su espesa cabellera, Lambo no se demoró en encontrar el baño (igual de grande a como se lo imaginó), permitiéndose un recreo bajo una ducha fría, porque su cuerpo se lo pide.
Allá abajo, en el lobby, no se esperó que las cosas pudieran ponerse peor para la suerte de ambos. Si logra pasar más de un día a solas con el Smoking Bomb, la consideraría toda una hazaña, pero tampoco tiene muchas esperanzas. Desde pequeño que está acostumbrado a los golpes e insultos del mayor, pero siempre en compañía de un tercero que evitaba que las cosas se pusieran peor. Se pregunta en que demonios pensó Tsuna cuando les envió hasta allí, si él mismo ya tenía casi todo listo para acudir personalmente al encuentro con John Marcone.
Quien, a propósito, él no conoce. Y está casi seguro que Gokudera tampoco ha tratado mucho con él, sólo de oídas por Reborn sabe que es un poderoso mafioso que controla el bajo mundo de Chicago, pero nada más, ni siquiera sabe como luce el sujeto.
Al salir de la refrescante ducha, envolviéndose en una de las grandes y blancas toallas del Hotel, se percata que no llevó otra muda de ropa para cambiarse, y no le hace gracia salir en paños menores al exterior –aunque sólo esté Hayato afuera- . Mordiéndose el labio inferior, quita el exceso de agua en su cabello antes de abrir la puerta e ir hacia su maleta.
Que ya no está al lado de la puerta de entrada, ni tampoco el resto del equipaje.
Tragando saliva, se encamina hacia el dormitorio, donde efectivamente sus pertenencias se encuentran sobre la cama. Se detiene en seco al comprobar nuevamente ese detalle, la cama. Única, en singular. Un jalón de tripas se deja estar dentro de él en ese momento, Oh no…
Él esperaba que los quisquillosos estadounidenses hubieran puesto al menos dos camas, una bien separada de la otra, para cuando ellos llegasen. Pero no, los muy malditos habían dejado una sola allí.
Y para su desmayo, un mortalmente serio Gokudera está apoyado en una de las paredes del dormitorio mirando asesinamente el inocente objeto king size. Lambo desvía la mirada del italiano, obligándose a caminar hasta su maleta en busca de ropa (recién se fija que está semidesnudo).
—Hay espacio para los dos —dice sin procesar bien sus palabras, hasta que siente la abrasadora mirada de enojo de Gokudera sobre él (no precisamente en su rostro) —. Espera, yo no…
—¿Estás insinuando que compartamos cama? —La mera insinuación de juntarlo a él y al Guardián del Rayo en una misma cama no le da ideas que ayuden a mantenerse lo justamente lejos del muchacho.
—Dije que no…
—Feh, y una mierda. Me largo de aquí — dice el mayor alejándose del dormitorio a paso firme. Lambo por poco deja caer su toalla de la impresión.
—Aguarda un minuto. ¿Estás huyendo?
Hayato se da media vuelta para encarar al muchacho con tal ferocidad en su mirada que hasta una hydra hubiera salido espantada de allí, con una dinamita en mano y una caja en otra.
—Ni siquiera intentes repetirlo nuevo. Por tu bien.
Lambo traga espesamente saliva.
—¿A dónde vas?
—Eso no es de tu incumbencia —responde el otro.
El joven Bovino arruga levemente el ceño, claro que le incumbe.
—Claro que me…
—Estamos aquí por negocios. Que no se te olvide, mientras tanto lo que haga o deje de hacer no será tu problema, lo mismo va para mí contigo —contrarresta ácidamente el Guardián de la Tormenta.
—Tsuna nos pidió que nos llevásemos bien.
El mayor detiene sus pasos a mitad del camino, mirándole por encima del hombro.
—Lo sé.
Y como ninguno dice otra palabra, el hombre de cabellos plateados sale de la habitación dejando sólo al joven moreno en el 275.
Agradeciendo seguir vivo, y vivir para contar… No, Gokudera será capaz de usar su piel como tapete si llega a contar algo de esta visita. Menos si aquello cuenta con una cama para ambos.
Se viste pausadamente tras sacar su ropa cuidadosamente doblada y pulcra, a él le gusta vestirse bien, le gusta sentir que está bien. Ya listo, se deja caer en la cama, notando la estupenda suavidad de esta, no hace ruidos y es perfecta para…
Percatándose por el camino en que van sus pensamientos, se levanta como resorte, aún no quiere que la noche se cierna sobre ellos. Rascándose la nuca, comprueba la hora en su reloj de pulsera: quedan algunas horas para que caiga la noche, y las farolas de las calles están comenzando a iluminarse, dando un lindo espectáculo en naranja.
Chasquea la lengua, si se queda allí se volvería loco a cada minuto, así que aprovechando su 'mayoría de edad', toma una copia de la llave de la habitación para ir a buscar un buen lugar para distraerse.
Al abrir la puerta, se encuentra frente a frente con un asistente que parece ser el mismo Botones que debía ayudarlos hasta llegar a la habitación. El muchacho, que no parece tener más de veinte años, le sonríe con el puño en alto, a medio camino de tocar la puerta. Habla en inglés fluido, pero con un acento levemente diferente al resto de los que el Bovino ha escuchado desde que llegó hasta ese país.
—Buenas tardes, señor…
—Lambo — responde el moreno, el asistente le da una sonrisa amable.
—Vine a comprobar si está todo bien, señor Lambo —continúa —Hace un momento vi a su acompañante salir apresuradamente, temí que no estuviera a gusto.
El Guardián del Rayo bufa exasperado antes de responder.
—Descuida, él es así.
—Se ve que tiene un buen hermano —sonríe el muchacho. Lambo casi sufre de un colapso cerebral allí mismo de la impresión, y observa al otro como si estuviera loco o ciego.
—¿E-Eh?
—¿No lo son? —pregunta frunciendo el ceño levemente, desconcertado—. Tienen los mismos ojos.
—Oh, sí. Sí —miente Lambo, siguiendo la corriente. Es mucho mejor que crean que son parientes antes que…—. Lo somos. Disculpa, pero voy saliendo.
El joven sonrió.
—Lo siento, no quise entretenerle. Nicholas a su servicio. —Se despide—. Que tenga buena noche.
—Buena noche.
Lambo se aleja a paso calmo, aunque ansioso, hasta perderse en la esquina con rumbo al ascensor, en todo el camino pudo sentir los negros ojos de Nicholas sobre él, no su espalda, si no que él.
Definitivamente, a Lambo no le gusta Estados Unidos.
Él no conoce Chicago, ni por donde. Al salir del Hotel sólo se aventura entre las calles abarrotadas de gente, el oscuro cielo anuncia una noche sin luna en la que es fácil perderse para el turista despistado.
Como el Guardián del Rayo.
No sabe cuánto se ha alejado de la residencia, pero sabe que lo suficiente para haber perdido de vista al menos la gigantesca e iluminada plaza Millenium Park. De hecho, las avenidas desaparecieron hace un rato, haciendo las calles más estrechas y menos iluminadas. Sabe que es hora de maldecir su suerte cuando se tiene que quitar de encima a una dama que le quiso ofrecer sus encantos (que luego podría jurar que tenía voz demasiado grave).
Hasta que recuerda al bobo de Gokudera y un tic aparece en su ceja, si él había salido a divertirse, él también tiene ese derecho.
La música de un local cercano le llama la atención, con luces de colores y grandes letras de "Bar". Tal vez si hubiera sido por tomar alcohol, se queda en el Hotel, pero ya que se encuentra allí, apresura sus pasos hasta entrar, con los oídos pitándole por la música tan alta y el olor a cigarrillo impregnado en el ambiente.
Lo siguiente que su mente logra procesar, es ser apresado contra una pared por un par de labios demandantes y un cuerpo fornido.
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Gokudera no se acostumbra a emborracharse, quizá se tambalea un poco y habla atropellado, pero definitivamente aún recuerda quién es y de que color es su ropa interior. Salir a beber no fue la decisión más madura, pero entre más alejado de esa estúpida vaca, mejor. Así fue como llegó a los oscuros e indecorosamente concurridos barrios de Chicago.
Mira la hora en su reloj, las 1:00am, maldición, a las 9:00am tienen la reunión en otro Hotel con Marcone.
Ahora él intenta llegar al Fairmont Hotel con sus medios, pero no tiene miedo, él es un hombre fuerte y pobrecito del que intente hacerle algo. Si bien dejó que su mente nadara en licor, la rabia sigue allí.
¿Que le importa? Ese mocoso no tiene idea de nada.
Sus pensamientos giran en torno al muchacho, para gran fastidio suyo. Si él salió de esa habitación era para justamente sacárselo un rato de su cabeza, porque bastante ha interrumpido desde que llegaron –o antes- a Chicago.
Una bulla cercana le lleva de vuelta a la realidad, para él un tanto distorsionada por el etanol, y enfocando su vista se percata que proviene desde un local cercano. Bah, alguna juerga deben tener los adolescentes estadounidenses, son tan alocados.
Pero le sorprende, o en realidad: no mucho, que sea desde un Bar iluminado por fluorescentes letras coloridas. Mas eso no es lo especial, allí se encuentra una cantidad regular de hombres… no bebiendo, algunos sí, pero la mayoría estaba besándose, quitándose la ropa entre ellos o algunos más atrevidos ocupados en un rincón.
Y si su corazón había saltado de la impresión, con lo siguiente que ve por poco se le salen los ojos. Una inconfundible y esbelta figura siendo apresada contra la ventana que da justo al frente donde está él, esa melena oscura y ondulada… es imposible. Con paso tambaleante, pero siempre digno, se encamina hacia el interior (que resultó ser mucho peor de la primera imagen que tuvo de ese lugar) en busca de ese perfil que acaba de ver.
Y no tardó en encontrarle.
Lambo ya había perdido su chaqueta durante el manoseo, y su camisa se ve a punto de correr la misma suerte. Hace vanos intentos de separarse, pero el sujeto es al menos el doble de masa muscular que él, el joven Bovino se siente mareado, y eso que ni siquiera alcanzó a probar un poco de licor.
Desde su lugar, sólo pasan algunos segundos para que Gokudera reaccione y se lance contra el pervertido rubio que en esos momentos intenta averiguar cómo desabrochar la hebilla del cinturón en los pantalones del menor.
Al menos cinco parejas detienen sus juegos para fijarse en el pleito que se da origen allí. El rubio, que al parecer tiene unos 28-30 años, se sujeta la barbilla en ademán de dolor, mirando confundido a un colérico Hayato a un lado del morenito tan sexy que vio entrar hace un rato.
Ellos están en esa ciudad por asuntos mayores, y el muy tarado se pone a… a… divertirse así. (De verdad que intentó no ir por la razón más obvia de su enojo).
—¡Oye, hombre, aprende a compartir! Al menos a esperar. Esa es mí presa. Aún no llegamos a la mejor parte.
En tan sólo una milésima el Guardián de la Tormenta tiene cuatro dinamitas en su mano, encendedor en la otra. La cara del estadounidense se desfigura con ese simple movimiento que su cerebro no logró procesar en el debido momento, siendo despedido por una ventana en medio de una explosión.
—Vuelve a decir eso y me encargo de usar tu carne como abono para plantas carnívoras — gruñe el italiano mayor.
A su lado, un silencioso y sonrojado Lambo le mira atónito. Ese mismo Guardián gruñón le había dicho en el dormitorio que no es de propia incumbencia meterse en los asuntos del otro, y allí se encuentra, frente a él y acabándole de patear el trasero al idiota que casi le hace suyo.
—Nos vamos — Gokudera le espabila tomándole de un brazo para salir a rastras de ese establecimiento, uno casi ebrio y el otro casi violado, una mala combinación. Lambo no se opone y se deja llevar hasta el exterior, donde los hombres que quedan lúcidos no tardan en gritarles.
—¡Ahora venía mi turno!
—¡Te lo quieres dejar para ti solo, con lo bueno que está!
—¡Rawr! Italianos.
—¿Quieren que les de mi número?
Y así cada grito más colorido que el anterior, y cada vez más descarado se alejan hasta que logran dejar de escucharlos, y ninguno habla. Llega el momento en que Hayato pierde la lucidez que obtuvo unos minutos atrás en el Bar, tambaleándose y siendo Lambo el que lo sujete contra su hombro, poniéndole una mano en torno a su cintura.
El menor se siente nervioso, nunca antes ha competido contra un Gokudera ebrio y no quiere que esa sea su primera vez, además, el varonil perfume (más allá del olor a tragos) logra atontarlo en su camino de búsqueda del Hotel.
Sacude su cabeza rápidamente, cree que ese infructuoso paseo en ese Bar le alteró en más de un sentido. Menos mal que Gokudera no se percata de lo tenso que está él.
A lo lejos observa las anaranjadas luces del Millenium Park, contento por esto, apresura más el paso con el peso de Hayato sobre él, inconscientemente su brazo hace más presión en torno al italiano, atrayendo su atención sobre él.
—¿Pero qué mierda estabas haciendo en ese lugar, Vaca Estúpida? —logra decir con algunas palabras atropelladas, y entre la oscuridad Lambo logra apreciar un indescifrable brillo en los ojos de su compañero.
—M-Me perdí.
Gokudera parece procesar las palabras antes de estallar en sonoras carcajadas, donde sólo ellos eran los testigos. Por poco ambos casi se caen, ahora el Bovino apoya ambos brazos en torno al mayor para que no se estampara contra el asfalto.
—Por algo eres un tonto —se burla en su cara, provocando que el rostro de Lambo se ruborice de la vergüenza, para cuando Hayato se calma lo suficiente, agrega un poco más serio—, pero esos tipos tienen razón.
El menor le mira sin comprender.
Sin despegar los ojos de esos jóvenes iris verdes, el Guardián de la Tormenta acerca muy lentamente su rostro hacia el de Lambo, sintiendo como el joven tiembla bajo su cuerpo, una mano se enreda en el cabello, sintiendo la ligereza de las hebras. Sus alientos se entremezclan y el moreno debe humedecer sus labios, ansioso.
A unos milímetros del contacto, Gokudera habla de nuevo.
—Volvamos antes de que me arrepienta de algo.
Con el corazón latiendo a mil, y con un lindo color granate en las mejillas, Lambo espabila tras el espeso ambiente que se había formado en torno a ellos. Reanuda el paso con un silencioso Hayato a los hombros, sintiendo como a cada paso su mente se pierde más entre cada pensamiento.
TBC...
Si aún estan vivos, os admiro. De verdad *le da helado de chocolate a cada uno*, un comentario me haría feliz ;_;.
Notas: Fue cómico buscar información de USA y su relación respecto a la homosexualidad, teniendo como Chicago a una de las ciudades con muchos Gay Bars buenos (Información otorgada por Google). Y oh, chicos, les dejaré el link del Hotel que usé para este fic :D (¿qué? ¿creyeron que me lo había sacado por arte de magia?): http : / www . fairmont . com / chicago / Photos / propertyvrx . htm (quiten espacios). Si se dirigen a "Rooms" en Grand Suite verán la habitación de los Vongola.
Bueno, es todo :). Gracias por leer *hearts*.
