Palabras: 689.

Notas varias: Spoilers del capítulo 50 del manga.

Estos personajes no me pertenecen: son propiedad de Hajime Isayama.


Eren no sabe por qué, pero al encontrarse frente al titán, el titán que engulló a su madre, los recuerdos comienzan a agolparse en su cabeza. Está tirado en el suelo, Mikasa herida a su lado, su caballo muerto, y sabe que van a morir. Los dos. Todos. No hay salvación.

Recuerda sus peleas en el distrito Shiganshina: cómo él se lanzaba, mucho orgullo y pocas nueces, contra los matones, cómo estos lo machacaban, lo noqueaban, le llenaban de puñetazos, de patadas, y cómo él respondía como podía, ganándose más golpes, resintiéndose a hundirse en la evidente derrota; recuerda cómo Mikasa, Mikasa que siempre ha sido la más fuerte y que ahora está herida, aparecía para salvarle. Recuerda a su madre, y lo que ella le dijo (demuéstrale a Mikasa que puedes protegerla), y recuerda también cómo fue incapaz de salvarla, como el titán (el titán que ahora está frente a ellos, el titán que los matará) la devoró mientras ellos huían. Recuerda a Mikasa y a Armin protegiéndole cuando el mundo descubrió que él era un titán, recuerda al escuadrón de Levi, a Petra, Auruo, Gunter y Erd, y cómo murieron para protegerle. Recuerda a toda la gente que murió por él, por protegerle, por rescatarle, y la rabia le moja los ojos.

Tal vez por eso, cuando Hannes muere ante sus ojos, como un deja-vu de lo sucedido hace cinco años, Eren se rompe y ruge, un sonido lastimero que lleva toda la rabia de su interior, toda su frustración y toda la angustia. Las lágrimas caen ferozmente por sus ojos, y sus gritos claman todo lo que siente: cómo nada ha cambiado, cómo es todo igual que hace cinco años, cómo aún a pesar de estar en la legión de reconocimiento es incapaz de hacer nada contra ese titán, incapaz de salvar a su madre, incapaz de salvar a Mikasa, incapaz de salvar a los demás, incapaz de salvarse a sí mismo. Eren grita más alto que el resto, su voz por encima de las súplicas y los chillidos de los militares que caen como moscas, alimento de los titanes, de la crueldad del mundo en el que viven.

—Eren. Eso no es cierto.

La voz de Mikasa suena a su lado, suave y tranquila a pesar de la situación, y sus gritos cesan de pronto. Eren se yergue, y sus ojos, húmedos y confusos, se encuentran primero con los de ella, y luego con Armin, con Jean herido y con los otros titanes. Las lágrimas caen de nuevo por sus mejillas, y entonces Mikasa vuelve a hablar.

—Eren, escucha. Hay algo que quiero decirte.

Mikasa suena como el enfermo que sabe que su muerte es inminente, como el guerrero que ya se ha rendido y acepta su derrota, desprovisto de esperanza y fuerzas para seguir. Los pasos del titán resuenan. La bufanda roja de Mikasa es lo único que brilla en el aciago paraje.

—Gracias —continúa, las lágrimas asomándole a los ojos—. Gracias por permanecer a mi lado. Gracias por enseñarme como vivir. Gracias... —Baja un segundo la vista, sostiene con los dedos la bufanda. Y cuando finalmente vuelve a mirarle, las mejillas sonrosadas y los ojos más húmedos que antes, termina—: por haberme envuelto con esta bufanda.

Las lágrimas descienden, y Eren, que todavía llora, se levanta y aprieta los puños. Y decide que no va a dejarla morir; decide que va a protegerla, que va a sacarla de ahí, que va a salvarla, como el día en que se conocieron, y que va a demostrar que puede defenderla. Decide que no va a dejar morir a nadie más por él, decide que no van a morir, que nadie más va a morir. Decide que hay salvación, y se vuelve contra el titán, interponiéndose entre él y Mikasa.

—Es sólo una bufanda —dice—. Te envolveré con ella las veces que haga falta. —Frunce el ceño; la mano del titán se alza sobre ellos —. Desde ahora en adelante, tantas veces como sea necesario...

No termina la frase.

Eren ruge de nuevo, y esta vez sólo hay fuerza en su voz.