Corre... corre... es esa sensación fría que tanto te corroe...es esa sensación de culpabilidad que te reconcome.
Camina...camina... sobre esa blanca nieve, dejando tras de ti un rastro de plumas negras. Las plumas negras de tu corazón corrompido por los susurros del viento de los glaciares, regado por el agua de los muertos, ese corazón que se pudrió en los infiernos.
¿Es que no cabe una pizca de comprensión en ese oscuro corazón?
¿Es que no entiendes que te dejaste arrastrar por la Parca, por ese ser encapuchado al cual tanto temes y sucumbiste ante el Diablo?
No.
No más.
Basta de tanto dolor, de tanto sufrimiento, de tanta soledad.
Basta de esa guerra fría, de esas palabras amargas, de esos tragos insípidos.
¿Por qué,
entonces, necio, no te diste cuenta?
Lo que más amabas ahora te
odia, lo que más temías ahora te persigue.
Y ahora te pudres tras unos barrotes contando cada día que pasa con una locura inminente.
Fue entonces que el hombre se humedeció los dedos, pasó la página en la cual se describía la ejecución del preso y se desplomó hacia delante, muerto.
Porqué la locura no arrastra a todos pero si a aquellos que viven en la ignorancia del eterno invierno.
