-¡…phie, Selphie!

La voz que la interpelaba sonaba cercana, casi en su oído, pero era tal la cacofonía de sonidos y estruendos a su alrededor, y se encontraba tan entorpecida por el dolor que, incongruentemente, su mente daba prioridad a lo que sonaba más lejos de ella.

Sirenas. Explosiones. Disparos en la lejanía. Y, en sus proximidades, gritos y, nuevamente esa voz, la de Squall reconoció al fin, con un sobresalto, sonando casi en su oído.

-¡Vamos! ¡Selphie!

La frialdad de un conjuro de curación le proporcionó un alivio temporal, hasta el momento en que su cuerpo reaccionó adversamente al mismo, transmitiendo terribles punzadas de dolor que emanaban de su torso, y llenando su boca de sangre. Con una inhalación, que se convirtió en una serie de espasmos de dolor y en una tos bronca y cargada de líquido, Selphie abrió los ojos y trató, sin éxito, de gritar.

Por su campo visual, que abarcaba la línea del horizonte y un amplio trozo de cielo, vio un proyectil trazando un arco, aproximándose a tierra a una velocidad de vértigo. A los pocos segundos la detonación sonó en algún lugar a su derecha, próxima, demasiado próxima, y una nube de polvo y cascotes se abalanzó hacia su posición, mientras el suelo temblaba y se sacudía, transmitiendo las vibraciones directamente a su cuerpo castigado y provocando que más sangre se acumulara en su garganta.

Uno de los brazos de Squall rodeó su cabeza, obligándole a agacharla, mientras el otro la apretaba fuertemente contra él, en un torpe intento tanto de escudarla como de inmovilizarla. La nube de polvo y cascotes les azotó en forma de abrasiva lluvia horizontal, y Selphie agradeció con todas sus fuerzas el intento, imperfecto como era, de su compañero de protegerla de lo peor de ello. El polvo más fino se mantuvo en suspensión a su alrededor durante largos minutos después del barrido de la onda expansiva, y Selphie sintió a Squall toser junto a ella.

Parpadeando con rapidez, sintiendo la necesidad de retomar un papel activo en la situación cuanto antes, Selphie permitió que las lágrimas fluyeran, limpiando sus ojos y dejando líneas de suciedad marcadas en sus mejillas. Y entonces se dio cuenta de varias cosas a la vez.

La primera era que estaba incorporada y que Squall la mantenía sujeta en un extraño agarre lateral.

La segunda era que su altura relativa con respecto al comandante estaba igualada. Literalmente. Los ojos de ambos se encontraban al mismo nivel.

La tercera, que tres alambres del grosor de un pulgar atravesaban su torso y la mantenían suspendida de tal forma que sus pies habían perdido contacto con el suelo.

La cuarta, que la extraña forma en la que Squall la sujetaba, forzado por los hierros que sobresalían de su pecho, era lo único que evitaba que su peso se descargara sobre ellos.

Y la quinta, que el ataque que continuaba desarrollándose con virulencia se alejaba progresivamente de ellos.

En ese momento Squall clavó sus ojos en los de ella y una expresión de alivio se extendió por su rostro al encontrarla despierta.

-Hicieron saltar el muro por los aires con sus descargas –comenzó a informar el comandante al momento, en voz queda y rasposa, afectada por la cantidad de polvo que había inhalado- Saliste despedida con la deflagración y acabaste aquí.

Aquí. Ensartada como un pincho moruno sobre los restos del susodicho muro, comprendió Selphie. Trató de tragar lo que parecía un montón de sangre que ascendía por su garganta, pero acabó expulsándola fuera con una fuerte expectoración. Squall torció la cabeza, pero no se apartó lo suficiente y la mayor parte le cayó en la cara, justo debajo de su ojo derecho. Apenas consciente de ello, Selphie tanteó y agarró uno de los hierros retorcidos que la atravesaban y tiró con una fuerza nacida de la creciente desesperación que sentía.

-Sácame de aquí -farfulló, sintiendo bajo su mano la solidez de las barras que la empalaban. Dos de los hierros que tenía ensartados se extendían y se cruzaban a aproximadamente 20 centímetros de ella, haciendo imposible que su cuerpo siguiera el mismo camino por el que entraron los hierros para liberarse- ¡Oh, Hyne! ¡Sácame de aquí, Squall! ¡Sácame de aquí! –su último grito acabó sonando prácticamente ininteligible, mientras se debatía y retorcía, ajena al dolor que sus movimientos provocaban.

Squall se limitó a agarrarla más firmemente, tratando de mantenerla inmóvil, y agachó la cabeza cuando el codo de la mujer le asestó un fuerte golpe en la cara. En medio de su enajenación, Selphie tomó conciencia por sí misma de la futilidad de sus acciones y dejó de debatirse. Toda la energía que la había animado la abandonó de golpe y la mujer rodeó los hombros de Squall con sus brazos.

Levantando la cabeza nuevamente, Squall le echó una rápida ojeada para asegurarse de que continuaba despierta, y corrigió su agarre en la cintura de la joven. El movimiento provocó más dolor y más lágrimas que fluyeron por el rostro de Selphie. Con su mano libre, Squall agarró el extremo de uno de los hierros que se cruzaban y trató de separarlo del otro, pero incluso Selphie se dio cuenta de que, sin poder utilizar ambas manos y un mejor punto de apoyo, su compañero no iba a ser capaz de liberarla. Aun así, Squall lo intentó durante unos segundos y, cuando finalmente se vio obligado a descartar esa opción, lanzó una rápida mirada a su alrededor para evaluar la situación en que se encontraban.

-Las órdenes eran replegarse hacia el oeste, pero los nuestros retroceden hacia el sur-suroeste -Squall no malgastó tiempo en añadir explicaciones pues sabía que no necesitaba hacerlo. Selphie asintió con un leve cabeceo. Una huida desordenada implicaba una derrota, lo cual no era tan sorprendente habida cuenta del duro castigo que el bombardeo continuo al que habían si sometidos había infligido en su posición- Estamos situados en el peor lugar posible. Si la línea del frente continúa redibujándose, terminaremos en territorio enemigo.

Por no mencionar que la retirada se estaba realizando lejos de ellos, con lo que las posibilidades de que apareciera algún aliado al rescate, eran mínimas.

Pasándose la lengua por los labios, Selphie trató de hablar.

-¿Zell? –preguntó quedamente.

-No estoy seguro –admitió el comandante- La última actualización que recibí de su posición le situaba cerca del hospital.

Y eso significaba que seguramente habría seguido el flujo de la retirada y que ahora mismo estaría lejos y, seguramente, a salvo.

-Selphie, ¿crees que podrías mantenerte por ti misma si te suelto? Sólo unos segundos, mientras trato de cortar los hierros.

Squall la miró intensamente mientras planteaba su pregunta, buscando la respuesta en su cara, más que en sus palabras, y Selphie trató de transmitir una sensación de seguridad que en realidad no sentía. Asintió, apretando los labios en una mueca de determinación, y mantuvo su mirada hasta que el comandante asintió a su vez.

-A tu señal, Selph –indicó Squall, manteniendo su escrutinio.

Mucha gente encontraba difícil, sino imposible, mantener la mirada del comandante. Detrás de esos ojos estaba toda la fuerza de un carácter implacable y de una voluntad indomable, y su frialdad era tan patente como amedrentadora. Pero Selphie siempre se había mostrado inmune a sus efectos intimidantes. Si había un sentimiento que Squall le provocaba, ése era seguridad, pero también una cierta pena. El difícil carácter de Squall tenía como consecuencia lógica que el comandante estuviera solo la mayor parte del tiempo, pero solo una parte de esa soledad era buscada por él. No era tan difícil entender las normas que regían su comportamiento, ni hacía falta un manual de Squall-ismos, como Seifer gustaba de insinuar, para comprender que el deseo de soledad del comandante de Balamb sólo se extendía a ciertas áreas íntimas de su espíritu, que estaban dañadas y que trataba desesperadamente de proteger. Precisamente, lo que Squall deseaba más fervientemente en este mundo, era no volver a estar solo, y Selphie daba gracias a Hyne por que el comandante hubiera podido encontrar en Rinoa a alguien que comprendiera su situación y que respetara los extraños límites que imponía a todo el mundo.

Tomando aire entrecortadamente, sujetó los hierros con ambas manos, para tratar de encontrar un punto de apoyo por sí misma y asintió.

Squall la soltó.

Lo hizo con cuidado, e inmediatamente se inclinó a recoger su Lionheart del suelo, pero las costillas de la joven se comprimieron dolorosamente a pesar de sus esfuerzos para sostenerse, su diafragma se bloqueó, y comenzó a boquear, tratando sin éxito de llevar aire a sus pulmones. El comandante abortó sus esfuerzos y se apresuró a izarla nuevamente, descargando su peso de los hierros que la atravesaban.

Durante varios minutos, Selphie no pudo hacer nada más que agarrarse desesperadamente a sus hombros, mientras trataba de inhalar algo que no fuera sangre. Sintió un nuevo hechizo de curación, y otro más, esparciendo a partes iguales alivio y dolor por su interior y se mantuvo inmóvil, ocultando su rostro en el cuello de Squall, simplemente dejando los segundos pasar, hasta que escuchó nuevamente la voz de su compañero.

-No creo que pueda cortarlos de un solo golpe. Necesitamos la ayuda de alguien más, o…

Selphie le sintió moverse y relajó la presión de sus brazos para que el comandante tuviera más libertad de movimientos. Le vio estirar una pierna y tratar de alcanzar algunos de los escombros esparcidos a su alrededor y comprendió sus intenciones de improvisar un escalón en el que ella pudiera apoyar los pies, pero los bloques más adecuados no estaban situados de forma que pudiera alcanzarlos con facilidad, y después de varios intentos, Squall desistió y nuevamente ajustó su agarre en Selphie.

A tan escasa distancia la joven pensó que podría escuchar el movimiento de la maquinaria en marcha dentro del cerebro de Squall y se le escapó un intento de risa, que sonó más semejante a un ronquido que a una expresión de hilaridad.

El seco estampido de una detonación sustituyó la mirada interrogativa de Squall por un gesto de dolor. A tan escasa distancia, Selphie pudo sentir la sacudida en el cuerpo del comandante al recibir el disparo y un sonido de alarma escapó de su garganta cuando sintió que su compañero se apoyaba en ella. Su temor de que el disparo hubiera infligido alguna herida crítica se disipó al darse cuenta de que Squall continuaba sujetándola con la misma firmeza que antes, y la joven comprendió que su compañero estaba exagerando para ganar tiempo o por Hyne sabía qué estrategia. Bueno, Squall había heredado de Laguna su talento para la interpretación, lo cual era lo mismo que decir que como actor seguramente solo podría aspirar en su vida a rodar películas de serie B, pero por fortuna su público no era un grupo de críticos cinematográficos, sino un par de soldados que se acercaban, apuntándoles todavía con sus armas.

-Joder, tío, ¿es eso un sable pistola? –exclamó uno, levantándose el visor del casco, dejando a la vista un rostro joven y ansioso- Menuda pasada de modelo.

En cuanto se agachó a coger el Lionheart, Squall le asestó una patada en la cara descubierta y extendió su mano libre en dirección al otro soldado en el gesto que habitualmente utilizaba para lanzar un conjuro, justo en el momento en el que este último apuntaba su arma directamente a su cabeza. Ninguno de los dos alcanzó a completar su acción, pues en ese mismo instante el cielo se oscureció con un grupo de nubes arremolinadas y Odín hizo su aparición, descargando su Sable Justiciero sobre ambos soldados. Squall dejó caer su mano y Selphie soltó el aire que había estado conteniendo en un suspiro de alivio. De todas las veces en las que Odín se había marcado una aparición estelar ésta era, sin duda, una de las más providenciales. Un deus ex machina en toda regla.

-Oh, Hyne–musitó la joven, atrayendo a Squall hacia ella y abrazándole fuertemente- ¿Estás bien? ¿Dónde te alcanzaron?

El comandante se zafó de sus efusiones, poniendo algo de distancia.

-Tranquila –musitó con su habitual frialdad, mientras sus ojos escaneaban la zona en busca de señales de movimiento- Es superficial. ¿Tienes encima algún conjuro de levitación? –cuando Selphie negó con la cabeza, añadió- ¿Qué GFs tienes enlazados?

-Eolo y Rubí.

-Rubí –musitó Squall, barajando las posibilidades- No dudaría en ayudarte, pero es demasiado pequeño para sostenerte y no sé si tendrá la fuerza suficiente para mover esas piedras hasta aquí. ¿Lo intentamos?

Selphie asintió. Mejor tratar de poner en práctica un plan, por descabellado que pareciera, que aguardar a que algo peor que dos soldados poco experimentados les sorprendieran mientras esperaban un poco probable rescate.

Mantener la concentración necesaria para una invocación cuando el dolor era la sensación primaria que ocupaba su mente era algo que todos aprendían a hacer en el Jardín. "¿Cuál es la principal diferencia entre un soldado y un SeeD?" recordó las palabras de Rebeca Chang, la instructora más popular del Jardín de entre todos los SeeDs que habían sustituido a los profesores impuestos por Norg "Que el SeeD es más peligroso cuanto más cerca de la muerte se encuentra". Y, desde que los Jardines se movían, que nunca estabas seguro de que código postal poner en tus cartas, solía añadir Irvine. La afinidad de Selphie con el pequeño GF estaba a su máximo nivel y en poco tiempo la pequeña criatura apareció emitiendo un ruidito triunfal.

Perdiendo algo de su ímpetu al ver que no había enemigos a la vista, Rubí lanzó una mirada a su alrededor antes de acercarse a ellos. Parado junto a la bota de Squall vaciló un segundo antes de trepar por las ropas del comandante y aposentarse en su hombro. Alternando su mirada entre Squall y Selphie, y estudiando la posición en que ambos se encontraban, pareció alcanzar una conclusión poco satisfactoria.

-¡Iiiiir-vine! –exclamó, soltando manotazos en la cara de Squall- ¡Quall, no!

-¡Rubí! –le riñó Selphie- No hagas eso. N-necesito ayuda. ¿Ves esas piedras grandes? –Rubí dejó el duelo de miradas furibundas en el que se había trabado con Squall para prestar atención a las instrucciones de Selphie- Acércalas a nosotros.

Con una última bofetada, Rubí bajó de un ágil salto y, acercándose a las piedras, señaló una de las más pequeñas.

-Esa no –le indicó Squall, y Rubí agitó las orejas, dirigió su mirada hacia Selphie y volvió a señalar la piedra pequeña.

-Esa no, Rubí –contestó Selphie, sintiendo a Squall tensarse junto a ella de puro agravio. La situación le resultaba divertidísima, y pensaba contar la anécdota en todas las fiestas si salía de esta, pero cuanto menos se prolongara en el tiempo, mejor. Cada vez se sentía más débil y más dolorida- Una más grande. No. N-no. Esa tampoco. No. ¡Sí! ¡Trae esa hasta aquí!

Sintiendo el suspiro de fastidio de Squall, sonrió y depositó un beso en la mejilla que Rubí había maltratado.

-Nada que merezca la pena se consigue sin esfuerzo, comandante –le animó.

Y, hablando de esfuerzo, comenzaron a escucharse una amplia variedad de bufidos y gruñidos mientras Rubí trataba de empujar la piedra, levantando polvo con sus patas y haciendo grandes y desesperados aspavientos. Cualquiera que presenciara la situación sin su debido contexto llegaría fácilmente a la conclusión de que el GF estaba enzarzado en una batalla a muerte con la piedra.

Tras contemplar durante un buen rato la pantomima y perdiendo la paciencia tras ver a Rubí yaciendo medio desfallecido encima de la roca, Squall señaló otra piedra un poco más alejada:

-Dile que pruebe con aquella de allá –le sugirió a Selphie, apenas conteniendo el impulso de lanzar una patada en dirección al teatrero GF.

Unos minutos de infructuosos aspavientos después y con Rubí demostrando su inutilidad incluso para amontonar las piedras más pequeñas, Squall decidió cambiar de estrategia.

-Cancela la invocación, Selphie. No podemos seguir perdiendo el tiempo. En cualquier momento las líneas dejarán de moverse y regresarán aquí. Tenemos que poner distancia lo antes posible –dirigió un asentimiento a la joven y añadió- Voy a intentar otra invocación.

Mientras Rubí se desvanecía el comandante se concentró en su propia invocación y a los pocos segundos un remolino de energía levantó el polvo a su alrededor y con un sonoro mugido, Minotauro y Seclet hicieron su aparición.

-¿C'a está pasando aquí? –interrogó Seclet mirando de un lado a otro en busca de algo que aporrear, mientras Minotauro se rascaba la cabeza y ponía los ojos bizcos con el esfuerzo de poner su cerebro en funcionamiento.

Squall no perdió el tiempo y señaló la base de escombros de la que surgían los hierros que tenían a Selphie atrapada.

-Ése es vuestro objetivo, Hermanos. ¡Destruidlo!

-¡Piedras! –protestó Seclet, volviéndose hacia Minotauro para su tradicional juego de piedra-papel-tijera- ¡Indignante!

-¿Indig-qué? –preguntó Minotauro, confuso.

-Squall, ¿estás seguro de esto? –preguntó Selphie con aprensión, agarrándose más fuerte a él mientras los Hermanos terminaban su juego con el resultado habitual y Minotauro levantaba a Seclet del suelo.

El comandante le devolvió una mirada que pretendía ser alentadora pero que no alcanzaba a disimular del todo sus dudas. Y entonces, susurró, puntuado por el grito de Seclet de "¡Amor fraternaaaal!":

-Lo siento, Selphie.

Y, otra vez, la soltó.