Declaraciones: Digimon es de Toei y la historia fue inspirada por los hermanos primera y su canción Vete.
Antes de comenzar a leer deben saber esto:
—El hilo rojo: Cuenta la leyenda que, en Japón, se cree que dos personas destinadas a estar juntas están unidas a un hilo rojo invisible, que puede templarse, enredarse, pero jamás romperse. Tarde o temprano esas almas se encontraran por esa unión indestructible.
—Tanabata: es otra leyenda que, en resumen, trata sobre la hija del Dios del cielo —Orihime— una tejedora que se enamoró de un pastor de bueyes llamado Hikoboshi. Fueron separados por el Rey del cielo y padre de Orihime por no cumplir con sus deberes a causa de que siempre estaba junto a él. Esta separación fue hecha por un enorme río, sin embargo, se les permitió verse una vez, por un día, cada año. Unas urracas hacían un pequeño puente que les permitía cruzar el rio, no obstante, si llovía no podían hacerlo y debían esperar hasta el siguiente año para poder encontrarse.
Les explico para que entiendan ciertas cosas.
Espero lo disfruten…
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Pero no soy yo.
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"Tan sólo no olvides que yo no te olvidaré, siempre pensaré en ti y aunque te perderé sé que ganaré si eres feliz"
—Servando Y florentino.
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Capitulo Único
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—Me gusta Yamato. —Confesó.
Y esas tres palabras reventaron dentro de mis tímpanos como el sonido de un cañón al soltar una bala. Aquellas palabras fueron suficientes para matar lenta y dolorosamente cualquier intento de enamoramiento que pude tener para con ella. No podía creer que la chica a quién comenzaba a querer confesase que amaba a mi mejor amigo. No te mentiré, dolió, dolió mucho. No por el hecho de que se tratase de Yama. No, en lo absoluto. Porque tanto tú como yo sabemos que es un gran muchacho. El verdadero problema radica en que… en que no era yo.
¿Sabes...? A pesar de tantas peleas y de nuestros constantes roces yo aprecio mucho a Yamato. Dejando de lado a Sora, él es en quien más puedo confiar. Por eso me dolió mucho cuando escuché como ella le prefería. Fue como si fuese un niño y me quitaran un dulce que jamas pude tomar. Ni te imaginas las sensaciones descontroladas y opuestas que me atacaron. Es que, ¿cómo podría arrebatarle la chica a mi mejor amigo? ¿Cómo puedo llamarlo amigo después de haberlo traicionado de esta manera?
Sí, sé que no he llegado a esa parte, descuida, ya llegaré a eso.
Ella continuó hablando, explicando cómo se sentía, cómo ocurrió… algo de un encuentro fortuito en una plaza o un parque. La verdad no lo recuerdo, dejé de escucharla apenas dijo que saldría con él. Lo que sí puedo decirte es que no dejaba de echarme la culpa de que en ella habían nacido sentimientos hacia él. Lo curioso de todo es que no sabía en qué me había equivocado. Hice todo por ella. Creo que fui un gran amigo, caminé a su lado siempre, le tendí mi hombro cuando lo necesitó, reímos, callamos, jugamos, incluso hubo una oportunidad en la que hasta dormimos juntos. Pero todo lo que vivimos no significaba que me amaba, ¿cierto?
No me mires así, sé lo que piensas, lo menos que busco son miradas de lastima. Y no, no fue ese tipo de "dormimos juntos", solo fue... Eso. Dormir.
El silencio reinaba dentro del apartamento. Ella estaba en frente de mí, percibí su cuerpo tenso, su mirada clamaba que le dijera algo, cualquier cosa, ¡lo que sea! Pero no lo hice. Tan sólo me limité a mirarle. No sabía qué decir, y al parecer ella tampoco porque apartó los ojos de mí y en silencio comenzó a juguetear con sus dedos.
—Él me ha invitado a salir. ―Pasaron segundos muy largos en donde el silencio reinó. Cuando al fin habló no buscó nuevamente mi mirada.
Las paredes se abalanzaron sobre mí, sentí pánico, reconozco. No sé si alguna vez has sentido que ya nada tiene sentido y que es mejor desconectarse de todo el mundo. Eso quería, que aquél instante se desvaneciera por completo y todo acabara rápido . Es un poco extremista decirlo, incluso yo ahora pienso que sobre reaccioné en el momento. Que me rompieran el corazón no significaba el fin de la humanidad, pero yo era joven. A los 17 años uno tiende a exagerarlo todo. Quizá sea porque a esa edad sentimos mucho más y pensamos menos. Lo cierto es que me sentí traicionado por Yamato. Le eché la culpa de todo. Yamato siempre se burló de mí por no darme cuenta de lo que sentía por Sora. Se equivocó todas las veces que lo dijo, sabes. Yo sí lo sabía, pero tuve miedo. ¿Y si la perdía por quererla distinto?
Lo odié, pero más me odié a mi mismo por haber sido un cobarde y perder la oportunidad de tener un bonito amor a causa de mis miedos. No sabes cuanto yo...
Ante mi silencio, dijo esto:
—¿Puedes decir algo, por favor? —Volvió a levantar el rostro. Sonrió, nerviosa—. Sé que es difícil de decir que saldré con Yamato, pero por lo menos merezco que me digas algo. ¿Tan raro seria?
Un nudo se amarró dentro de mi garganta, impidió que dijese palabra. Contuve las lágrimas, no me di cuenta, sino hasta que sentí la amenaza llegar sin previo aviso.
—¿Tai?
—¿Huh? —balbuceé—. Yo…
Ahora que lo pienso, posiblemente buscaba que defendiera nuestros sentimientos. Posiblemente, tal vez, quiso estar segura de que entre los dos no pasaría nada o, ¿pudo pensar que pasaría todo? Si quería estar segura de que le quería no hice nada para hacerla entender que sí.
—¿Por qué me preguntas esto? Yo no soy tu padre, no debo darte permiso.
¡No pude evitarlo! Vamos, que todos saben que soy muy cabezota. Tú, ella, sobre todo ella, pudieron suponer que estaba siendo terco, que no dejaría que me viera quebrado. Preferí enjuagar mis lágrimas en la comodidad que brinda la soledad que delante de ella. ¿Qué debí hacer? ¿Suplicarle que no saliera con él? ¡Ya había tomado una decisión, maldita sea!
—¡Eres un idiota, Taichi! —gritó y se levantó del sillón, enfadada.
Pude sentir su mirada cargada sobre mí. Pero no me inmuté ni siquiera un segundo. Me quedé con aparente serenidad, recostado en el sillón del apartamento, esperando escuchar la puerta cerrase tras de mí. Su voz ahogada en un gruñido, fue tan palpable que me vi secando sus lágrimas. Los pasos fueron en dirección a la salida. Hubo una pausa, luego escuché la puerta abrirse y cerrarse, dejando el eco del azote silbando dentro de los cuatro rincones de la habitación. Me senté y deje que las lágrimas salieran una tras otra.
No pensé en nada. No pude. ¿Para qué? La había perdido y pensar en ella dolía fuerte.
[*]
Aún recuerdo el primer día que la vi, esa vez que me sonrió pese a mi torpeza. Por apresurarme a entrar al salón de clases antes que el profesor acabé derribando todos los útiles escolares de su mesa al suelo. Me había quedado dormido por estar viendo la repetición del juego de F.C Tokio la noche anterior. En medio de mi apuro por no llegar tarde el primer día de clases corrí sin mirar a los lados, entré al salón y no reduje el ritmo rápido de la carrera, sólo sentí que tropecé con algo y al poco tiempo me vi en el piso rodeado de libros, lápices y libretas.
—Descuida no pasó nada. —Espetó a penas le di mis disculpas, luego dijo—: tienes suerte, el profesor aun no llega.
Jamás olvidaré esa primera vez que le vi. Qué sonrisa tan afable que tenía, por Dios. Y, aparte, era pelirroja. Nunca había hablado con un pelirrojo. Fue algo así como conocer a un takuni: se sospecha de su existencia pero solo crees en ellos cuando aparecen traviesos ante ti. Sora es como un mito. Tal vez tergiverso el momento ahora que la quiero con rabia, y no fue tan fascinante esa primera mira. Lo cierto es que, ¿a quien le importa? Terminé enamorándome de sus ojos, de sus anaranjados, de su boca.
Su boca. Maldición, hermano. Su boca con suave y rosados labios. Que-... Lo siento. Me pongo baboso cuando junto el alcohol y los sentimientos mientras hablo de ella. Lo siento, de verdad. ¿Otro trago? No, para ti no, debes conducir. Yo en este estado no podría. ¿Quieres que continúe? Bien, te decía que ese día la escuché hablando de fútbol. No pude evitar prestarle más atención de la que ya prestaba.
—No estoy de acuerdo, Seiya. —Discutía con otro chico de la escuela en Hikarigaoka—. Claramente fue falta del jugador, ese árbitro estaba más que comprado.
—Eso es lo que dicen los patéticos fans del Tokio —respondió el muchacho.
—No me digas, ¿patéticos? A pesar de todo quedamos empatados, pero ya verás en el próximo juego.
Me giré para poder verla mejor, su asiento al lado del mío. El fuego de la pasión quemaba su garganta. Reconocí su fanatismo porque yo era un fanático también, como ella.
—¿Te gusta el Tokio? ―Solté, pareciendo incrédulo pero estaba fascinado, a decir verdad.
—¿Qué? ¿Me dirás que eres del Osaka también? ¿O es que porque soy niña no puedo mirar el fútbol?
—No. ―Me apresuré en contestar―. No es eso. Es que yo también soy fanático de ese equipo.
Me presenté y los ojos de Seiya y Meillin, otra compañera de clases que seguía la conversación, se detuvieron en nosotros dos, más que todo en mí. Mei nunca supo quedarse callada.
—Ya te pescó el amor, Yagami-san. Es cierto, Sora, si te fijas bien, ya con la pequeña introducción que le has dado al despistado de Tai, puedes amarrarlo a ti para siempre.
Tanto Meilin como Seiya se echaron a reír a todo pulmón. Sentí vergüenza. Que me tocaran a esa edad aquél tipo de temas,resultaba embarazoso. Pero Mei-chan tuvo razón, porque desde ese día Sora y yo fuimos inseparables.. Hablamos de fútbol y en el primer descanso continuamos conociéndonos, descubrí que no solo conocía, sino que también jugaba fútbol, para la tarde ya habíamos quedado para un partido. Aunque realmente nos hicimos mejores amigos más adelante, cuando ella entró en el equipo de fútbol del colegio, allá en la otra ciudad.
Tantos recuerdos, juntos, este solo ha sido un abre bocas a lo que nuestra amistad se refiere y no es necesario que te cuente cada recuerdo, porque no nos alcanzaría la noche, ni los tragos, y, además lo sabes, has estado allí en mucho de ellos. Pero en resumen, contaré que las risas, alegrías, tristezas no faltaron, los llantos tampoco, procuré estar allí para ella y Sora me ayudó en infinitos momentos, porque incluso yo tenía a veces nubes grises sobre la cabeza. En ocasiones sentía el mundo avecinarse y tragarme por completo. Si. A veces hasta yo, pese a los acosos de chicas y de algunos chicos que quisieron ser mis amigos sentí miedo, me sentí insignificante ante un mundo tan gigantesco. Nada era suficiente, imposible poder dejar una huella, aportar algo a la humanidad. De haber muerto a mis trece años de edad, estoy seguro, que solo me hubiesen recordado como el chico de los goggles, simpático y popular, amante del fútbol que siempre andaba con la chica pelirroja. Y eso solo en el mejor de los casos, porque muy bien, en el supuesto caso, hubiese sido un recuerdo más y borroso en contables memorias.
Sabes qué... Ella siempre espantó cada idea ridículamente desalentadora de mí. Fue-... es mi pilar.
[***]
Cantinero, una nueva botella, por favor.
Shhhh, tú solo has venido para escuchar mis lamentos desesperados. ¡Tenemos más para beber! No seas agua fiestas. Que bueno que no desees pararme. Hoy necesito del alcohol. Mira, acabo de recordar algo más.
¿Recuerdas aquel día en el Digimundo? Cuando Datamon le secuestró. Lloré como un crío. Bueno, era uno, había hecho una estupidez y me sentí tan culpable como ahora me siento. Después de perderla me sentí débil y pequeño otra vez, insignificante. Sora no estaba para darme fuerzas porque por mi irresponsabilidad la terminaron secuestrando. Necesitaba traerla con vida. Me prometí hacerlo para remediar el mal que causé y para seguir teniéndola cerca, a mi lado. Por ello cuando estuve al frente de la red electrificada no dudé ni un segundo en traspasarla. Agumon había pedido hacerlo por mí, pero me negué, sabes... Nadie conoce esta parte de la historia, porque había ido a buscar a Sora y necesitaba ser yo quien la rescatara, yo debía hacerlo, sin ayuda, salvarla a ella significaba encontrar mi propio valor. Lo encontré y no me di cuenta de que había encontrado un valioso tesoro. Lo irónico es que sí había pronunciado ante Agumon que detrás de la red se encontraba ese tesoro, pero no supe, sino después de mucho tiempo luego, que me refería siempre a Sora y no a mi valor, porque Sora es mi valor, bro.
Sora es mi valor.
No te pongas sentimental. Pude rescatarla con ayuda de todos. Así que... Deberíamos brindar por ella. Salió viva del aprieto en que la metí. Así que salud.
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Eres un buen amigo. Te aprecio mucho, perdona por no decirlo a diario. Sabes que te quiero. ¿Ves? Ahora soy yo el sentimental. Nada. Mejor paro. ¿Por donde iba? ¡Ah sí! Yamato saldría con Sora.
Cuando me confesó que le gustaba Yama, luego de que se fuera de casa molesta, y de yo salir del shok en el que me sumí, levanté el culo del mueble y fui corriendo a la salida del apartamento a buscarla esperando poder encontrarla en las escaleras o al frente de los elevadores. Iba dispuesto a encarar mis sentimientos hacia ella, a decirle que la quería desde hace mucho tiempo. Fue un arrebato de valentía del momento. Si ella, después de todo, querría salir con Yama, no importaba... Sí importaba, ¿a quien engaño? Pero por lo menos habría intentado defender mi amor por ella. Siempre sería libre de tomar la decisión que quisiese. No importaba si yo no era su elección, tenía que decírselo. Debía decirle que yo era su Chico del hilo rojo del amor, que desde siempre estuvimos unidos por el hilo del destino anudado en nuestros dedos meñiques, solo que ella no terminaba de verlo.
No pude encontrarla aquella vez. Después nos vimos, sucedieron tantas cosas entre el digimundo y la Tierra que no pudimos hablar lo que comenzó aquella tarde. Descubrí el 24 de diciembre de 2002 que le entregaría un pastel a mi mejor amigo. Desde entonces son novios. Maldición, bro, que maldita suerte la mía. Maldije mil veces al destino que se encargaba de poner obstáculos al frente. No pude, quise, las palabras jamás brotaron, los pensamientos no pudieron ponerse en orden, tan solo podía pensar que no era yo... No era yo a quien le confesaría sus sentimientos. No. No era yo. No era yo el ignorante detrás de la puerta que recibiría la confesión. No era yo quien tomaría de su mano cuando nadie mirase o que tocaría sus labios cuando quisiera. No era yo porque siempre fue Yamato. Lo peor es que no solo me tragué todo... sino que le di valor para que pudiera entrar a verlo. La empujé, literalmente, a sus brazos.
Él le dijo que sí. Y pasaron los días. Hicimos ella y yo parejas para buscar a los niños con la semilla de la oscuridad en sus cuerpos. Hablamos como siempre y no hubo problemas. Eramos amigos. Nada ―salvo que ella era novia de Yamato― había cambiado. Pero después, semanas después, dejo de hablarme, salvamos al digimundo y dejó de hablarme. Pasaron meses, bro, meses en donde si estábamos reunidos con los del grupo me ignoraba, no recibí devuelta las llamadas ni los mensajes que le dejé con la mamá y al móvil. ¿Puedo ser más perseverante? Sabes que sí lo soy, pero hasta yo tengo mis límites. Dejé de intentarlo, no podía permitir que Sora me hiciera pisar tanto el orgullo. Mi dignidad era lo único que podía rescatar de todo el asunto, dejé de buscarla y por cortesía apenas nos saludábamos. Fuimos desconocidos que se conocían desde siempre. El hilo rojo del amor sí podía romperse, después de todo.
Una mañana, casi medio año después de su injustificada ley del hielo y mi renovado orgullo masculino, recibí un mensaje de texto suyo: Me esperaba afuera.
Creerás que soy un tonto y que no tengo respeto por mí mismo, porque salí disparado del sofá a abrirle la puerta.
—¡Sora! —solté con evidente sorpresa cuando le encontré del otro lado.
En sus manos tenía una pequeña caja adornada con papel de regalo azul y un lazo del mismo color, pero más oscuro.
—¿Galletas de paz? ―dijo.
Le sonreí y la invité a entrar.
Un silencio incomodo, como nunca, llenó de bruma el apartamento en donde solo estuvimos los dos. Nadie más. Sin hablar, con las piernas juntas, sus manos sobre ellas, estrujando sus nudillos contra la punta de sus dedos, peinando el flequillo, nerviosa ―intuí―. ¿Por qué?
—¿Sucede algo contigo, Sora? —No se me daba muy bien ser el chico de los silencios incómodos, así que decidí romper el hielo—. He aceptado las galletas de paz, eh. Sin rencores ―Aunque no sabía cómo comenzó nuestra ruptura de amigos―. Puedes confiar en mí.
Hubo una pausa en la que nos miramos fijamente a los ojos. Los suyos brillaban, los míos comenzaban a picar.
—Todo ha cambiado entre nosotros. —Dijo con voz baja—. ¿Por qué? ¿Qué te he hecho, Tai? Dime, ¿qué cosa tan terrible he hecho para que te alejaras así de mí? ―¿Pudo ver el deseo de querer tenerla de vuelta saltar desde mis ojos? Porque sentí que sí lo supo y que no iba a quedarse para que le mintiera. No iba a hacerlo. Alterada, soltó―: ¡No me mientas! No lo hagas, porque te conozco y sé que estás evitándome. Lo que no sé es el porqué.
—Pensé que habías sido t-... Fuiste tú.
—Tai… —Su voz suplicante—, ¿Qué nos sucedió? —Se acercó y tomó mi mano. La puso debajo de la suya.
—Es que yo… —Te lo juro, no sabía por qué no podía verle fijo, por qué temblaba tanto y balbuceaba.
Señalarla como culpable hubiera sido lo peor que pude hacer. No había caso. Verla me hizo dar cuenta que la extrañaba endemoniadamente. La necesitaba. Quería embriagarme de ella como siempre. Odiaba estar distanciado de mi mejor amiga. El toque de su palma me enloquecía. Al diablo la dignidad... Sora valía más que ella.
―He estado ocupado. Es nuestro últ-...
—¡Mientes, Taichi! ―gritó. Levantadose del sofá y azotando los brazos sin control―. ¡Rayos, Taichi! ¿Qué nos pasa?
―Ya te lo dije. Es mi último año en la preparatoria. Tengo tanto que planear.
No la convencí. No pude convencerme a mi mismo ni siquiera.
―¿Tanto daño le hace mi relación con Yama a nuestra amistad?
―Tú te alejaste primero ―Me permití ser sincero.
Las lágrimas al borde de la locura. Sora estallaría tarde o temprano.
―No porque quise hacerlo.
―¡¿Ah, no?! ―Voz mordaz. Fui consciente de que me convertía en un cretino―. ¿Qué te obligó a hacerlo?
―No podía.
―¿No podías?
―No. No podía tenerte cerca.
―¿Por qué no?
Lo siguiente que supe fue que me levanté del asiento y en pocas zanjadas quedé al frente de ella. ¿Exageraría si te digo que escuché cómo su corazón se detuvo? Vale, que sé que lo que digo no es correcto en el mundo científico. Pero sucedió, pude escuchar como dejaba de latir. Mis ojos buscaron los suyos. Ella tan pequeña. Bajaba la mirada, se veía aún más diminuta.
―¿Por qué no podías? ―repetí.
Puso sus manos en mi pecho, la oreja sobre ellas. Temblaba como yo lo había hecho anteriormente.
―Porque me quemabas todo el tiempo y dolía ―confesó.
―Elegiste a Yamato ―Mis manos en su cintura. La mejilla sobre su pelo. Vainilla. Cabellera rojiza con fragancia a vainilla.
Se tensó dentro de mi abrazo. Tan pequeña Sora Takenouchi. Tuve miedo de hacerle daño, parecía de cristal.
―Lo quiero.
―¿Qué haces aquí entonces? ―Mordí mi labio.
Ella levantó la cara. El cielo lloraba. Llovía. Mi cielo lloraba.
―Porque te quiero más a ti.
Las manos se pasearon de mi pecho hacia la comisura del cuello de la camisa. Haló de ella, buscando mis labios.
No me mires así. Deja de mirarme así. La amaba. La amo. No deberías juzgarme. Si te busqué fue para que me escucharas, no para que me dijeras el pésimo amigo que soy. Me dejé cegar por el deseo. Mis ganas de besarla, de hacerla mía. De que fuera mía. Lo era, bro, fue mía siempre, pero nunca para mí. Y no. No la besé. Ella tampoco lo hizo, porque aun temblando y anhelando el beso que estaba por llegar, no resistí a la idea de decirle:
―Te amo, Sora Takenouchi. Te amo.
Se alejó como si yo estuviera prendido en fuego. Yo me sentí desnudo. Volví a buscar su calor. Ella rehuyó otra vez de mí. Se alejaba mirándome como si estuviera loco por decir lo que había dicho. Qué terrible es darse cuenta de que hagas lo que hagas saldrás herido. Que no serás correspondido. Un día, un año, una década, nada haría que Sora cambiara su decisión. Lo dijo, me quería, pero no estaba conmigo. Porque querer y amar no es lo mismo. Uno puede querer a un cachorro pero no lo amas. Yo era el cachorro que no podía ser amado.
—Necesito que te vayas —le dije—. No puedo estar contigo sin tenerte. No puedes estar aquí. Necesito que te vayas o comenzaré a pensar en un futuro en donde serás mi presente
—Tai-chi —Calló de inmediato.
Apreté los puños de tal manera que la circulación de la sangre se cortó, o así lo sentí. La alejaba. No quería que me mirara como lo hacía: con lastima evidente. No podíamos estar cerca. No. Me hacía daño de tantas maneras. Seguía allí. Mirándome con condescendencia. Perdí la razón.
—¡Vete! ¿Qué? ¿No entiendes? ¡Vete! No quiero tenerte cerca. Maldición, llévate tu lastima a otro lado. No volveremos a ser amigos. Ya no podemos. ¡Te necesito fuera de mi vida!
—¿Por qué ahora? —Aguardó, calmada—. ¿Por qué no hace un año?
Caminó con intenciones de tener contacto físico conmigo. Tensé la mandíbula y le desvié la mirada. Alejé mi mano de la de ella.
—Esto es ridículo, Tai. ¡No debería de ser así! —decía mientras movía sus brazos con energía recalcando cada palabra, cada frase—. ¡No debería sentirme así! ¿Quieres que sienta culpa por lo que sientes al verme con él? Yo estoy bien con Yama y esto no cambiará las cosas.
—Lo sé —respondí, con voz baja―. Lo sé, no tienes que repetirlo, sé que estás ahora con él, sé que soy un cobarde que nunca tuvo la fuerza de decirte lo que sentía hasta hoy. Puedes seguir con él. Ya no me importará porque espero no volver a verles nunca más.
—¡Bien, si eso quieres me iré y desapareceré de tu vida!
Y se marchó. Yo sonreí. Es tonto, porque no sentí gracia en ningún momento. Ironía. Era una sonrisa irónica. Maldita vida, necesitaba mostrarme que decir lo que me quitaba horas de sueños durante las noches no cambiaría nada. Lo dije. Dije que la amaba y ella seguía prefiriendo a Yamato. ¿Lo ves? No tienes nada que regañar. Se supone que el amor hace feliz a las personas, ¿por qué yo no podía serlo? Sé que no tienes las respuestas a la pregunta del millón, lo más probable es que digas que pronto llegará la mujer indicada. Ya me lo han dicho. Pero, si tan solo ella no hubiese regresado... Escuché el timbre y salí disparado a atenderlo.
Apenas abrí la puerta me dijo:
—No quiero perderte. —Se lanzó a mis brazos, dejando rastro de lágrimas en el aire, hundiendo su rostro en mi pecho.
No me importó lo que había pasado recientemente. La abracé con necesidad. Yo tampoco quería perderle.
—Taichi...
Ya sabía lo que venía a continuación, su tono de voz delataba sus intenciones. Pronto vendría el típico no te quiero perder seguido de pero lo quiero a él. Me preparaba para ello, pero ¡Rayos! Igual dolería.
—Descuida… —le interrumpí—. Lo sé, estás con él.
—Lo quiero, Taichi. No te mentí. Lo quiero.
—Lo sé. Perd-...
—¿Quieres callarte y dejarme hablar a mí? ―dijo, abriéndose paso hasta adentro.
Cerré la puerta, recargando el cuerpo en ella. Esperaba a que hablara.
―Tampoco mentí cuando te dije que también te quiero, Taichi. Intento no hacerle caso a lo que siento por ti, pero parece que siempre hay algo que termina uniendo nuestros caminos. Y si la vida parece no querernos juntos, entonces inventamos excusas (como las galletas de la paz) para estar cerca del otro. Es como una manía, una compulsión, nuestra enfermedad. Necesitamos del otro para poder curarnos. Pero no pedo estar cerca de ti porque me molesta lo idiota que eres la mayoría del tiempo y es, precisamente, esa idiotez la que me corta la respiración y me hace necesitarte tanto. Te necesito en mi vida. Puedo perder a todos mis amigos, dejarlos marchar, pero a ti no. Siempre necesito regresar a ti.
―¿Por qué?
―¿Por qué? ―repitió mi pregunta. Moqueaba, pasó la mano por la nariz, aspirando―. Porque somos Tai y Sora. No Taichi. No Sora. Somos Taichi y Sora. Como el fuego y el oxigeno. Como la luna y el sol. No podemos ser nombrados por separado. Somos una dupla que viene en el mismo paquete, una extensión del otro. ¿Por qué? Porque siempre serás mi primer amor. Porque jamás podré superarte.
Te puedes imaginar lo que sentí. Fue... indescriptible. Con ella hubiese aceptado traerla a mi vida sin más, sin condiciones. Habría vuelto a ser su amigo, convencido por sus palabras. Pero entonces, ella dijo más, lo que dijo lo cambió todo.
―Porque yo también te amo.
―¿Me amas? ―pregunté, queriendo estar seguro de sus palabras.
Sonrió con los labios, con ojos suaves, sus pupilas danzantes brillaban como perlas preciosas. El cariño de su mirar fue palpable. Me quemó en el pecho, revolucionando todo mi cuerpo. Entonces, respondió:
―Con locura.
Fue inevitable. Fuimos inevitables. Eramos como Orihime y Hikoboshi. Estábamos destinados. No importaba el cómo, eramos una profecía y debíamos pasar porque el tiempo estaba de nuestro lado. Nada podía impedirnos ser y es que ya eramos. Desde siempre fuimos. No quebrantamos ninguna regla dictada por la sociedad porque las reglas no existieron nunca para nosotros. Y no son excusas, lo prometo. No pretendo excusarme. Sé que ante los demás hemos cometido traición.
Lo que pasó después a su respuesta ya lo imaginarás. Antes de darme cuenta había caminado hasta estar frente a frente con ella. La puntas de sus dedos frías, mis labios temblorosos, aquellos larguiruchos y delgados brazos siendo presos de un escalofríos que terminó contagiando mi piel hasta volverla de gallina. Agaché la mirada para encontrarme con la ventana carmesí que eran sus ojos, su alma desnuda mirando, me esperaba no sé desde hace cuándo tiempo pero comprendí desde ese momento que me esperaba como la mía la esperaba a ella. Poco a poco la piel de nuestros labios comenzaron a rozarse sintiendo el miedo agradable que sucede antes de un primer beso; se reconocían con la sensación de haberse conocido en un pasado. Cada pliegue humedeciendose, acariciándose. El olor a vainilla de su cabello, el perfume con aroma a flores del bosque, las manos que se enredaban en mi pelo revuelto, lo estrecho de su cintura. El fuego que comenzaba a arder en mi vientre. El cuerpo se llenó de sensaciones que hasta hoy no he podido dar nombre. Como la magia, inexplicable. Y ya no quisimos parar, porque con cada caricia propia de un beso nos viciábamos, como bien lo dijo ella, era una necesidad, una compulsión, como una enfermedad que requería de las caricias para ser tratada. Más que besar sus labios fue como si besara el deseo propio que me consumía desde que me di por enterado de que la carnosidad que era su boca me volvía irracional. Completamente loco.
El aire que se escapó comenzó a hacer falta, rompimos el beso más no la distancia: respiraba de su aliento, un pedacito de cielo en la Tierra. Busqué arrepentimiento en su expresión, nunca lo vi nacer, con más fuerza que antes volví a nir mi boca deseosa a la de ella, dispuesto a devorarla en cada beso.
Terminamos en la habitación. No hace falta que diga más.
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Nos encontramos sentados en el bar. Hace mucho que he terminado, él me está mirando a través de sus gafas. Puedo distinguir el reproche y la pena que siente hacia mí a través del cristal. Bebo un sorbo de mi copa. La sensación de lastima propia que siento parece desaparecer. Él sigue mirándome.
—Este es el momento en que me sermoneas, Doc. —Le digo siendo consiente que no estamos para bromas. Pero se me es imposible no ocultar mis emociones a través de la burla.
—No entiendo, ¿qué quieres que te diga? Lo siento, Taichi. Pero sabes que está mal haberle hecho eso a tu mejor amigo. No seré condescendiente contigo.
—Aún no sabes lo peor —le digo, mientras jugueteo con el borde mi trago—. Todavía nos vemos.
Jou abre los ojos a más no poder. Impresionado, quizás sorprendido por lo que ha sacado en conclusión.
—¡Pero, ellos están casados! —escandaliza en voz baja―. ¡Tú también!
—Sí, lo dije ¿no? —Siento como el borde de mi boca quiere ensancharse en una sonrisa. Irónica, no puede ser de otro modo—. Cuando dije que podría decirse que somos los Orihime y Hikoboshi de la leyenda de Tanabata, lo decía por algo. Un amor tan imposible como posible que sólo es posible una vez por mes, por semana, incluso cada semestre del año.
No dice nada más. Pido otro trago. El silencio nos embarga. El hielo dentro del trago se derrite. Las manecillas del reloj siguen cambiando de posición. Jou decide que es hora de decir algo más.
—¿Puedo saber por qué me cuentas todo esto, Taichi?
—Necesitaba desahogarme. —Contesto sin más, sabiendo que no es cierto, que sólo quiero aligerar mis culpas, que alguien me diga que no tenía otra opción y que me comprende de alguna manera.
Sé que no hallaré ese tipo de apoyo en Jou, es un buen amigo que no duda en decir lo que siente.
—Es bueno saberlo, porque no tengo nada que decirte. Salvo lo que ya sabes que diré. —Calla, luego sonríe. Tampoco es una sonrisa divertida, encierra tanto morbo como la que pude haber mostrado—. No les puedo imaginar a ustedes dos haciéndole esto a Yamato. Aunque podía esperarse que sucediera de esa forma. El hilo rojo del amor… —Parece que piensa lo que dirá, saca su billetera y paga el trago que estoy bebiendo—. Ya se ha hecho tarde, mejor nos vamos. Pero antes, hay algo que no logro concebir y debo preguntar. Tú y Sora, ¿acaso no sienten el peso de la culpa sobre sus hombros?
Lo he pensado muchas veces. Sí, sí siento culpa. Pero de nada me vale sentirla si luego volveré a caer en la misma trampa que hemos construido con Sora. Duele pensar que soy el peor de los amigos, tal vez sí lo soy, sin embargo, no puedo luchar contra lo que siento por ella. A veces la culpa se hace demasiado fuerte, pero el deseo termina por devolvernos a donde estábamos, al mismo lugar de siempre.
―Quizá vale un poco a pena. —Contesto al fin. Jou me vuelve a poner su cara de moralista. Yo le sonrió jactancioso, bebo lo último de mi vaso, y continuo—: He aprendido a vivir con la culpa, pero puede que en cualquier momento termine traicionándome como ahora en este bar contigo, tal vez mañana lo haga con Yamato o puede que jamás suceda y viva con ella y su peso sobre los hombros.
Soy sincero.
He escuchado que si dos personas están destinadas a ser no habrá tiempo, no habrá ser, ni espacio que pueda separarlos. Aún no sé si eso sea verdad, pero intentaré comprenderlo y no me daré por vencido. Es que sí, siempre fue mía y siempre lo será, no importa qué, no importa cuándo, ni cómo: Sora Takenouchi me pertenece, llámalo destino o no, pero es así. Y no importan las adversidades, prometí siempre estar a su lado.
Ella siempre sería mía, pero nunca para mí.
Editado: 27-01-2014
Editado: 02 de enero 2016.
