Dollar Sign

(Conversaciones de Finales)

I/IV

GuangHong pasó una mano por su cabello en señal de nerviosismo.

Frente a sí tenía un estereotipo de hombre grande y calvo, ataviado en un traje negro de pies a cabeza. Un pendiente brillando desde su oreja, iluminado arcoíris por los diferentes reflectores dentro del antro al que esperaba entrar.

Era enero. La noche particularmente fría acentuada por la poca asistencia a esas fechas. Ciertamente el cumpleaños de GuangHong siempre había representado un problema por los pocos días pasados del año nuevo, siendo que dejaban de celebrarlo a él decantando por una fiesta adelantada a inicio de año. Pero su amigo Leo, un chico beta dos años mayor que él, había insistido que la mayoría de edad no podía adelantarse ni postergarse, arrastrando ambos a un local conocido del centro.

Meneó por los lados encontrando no más de siete personas, además de ellos dos, esperando entrar. Un chico de mirada seria, un poco más alto que él, le hizo estremecer: no dejaba de verle. Decidió ver al frente hacia el grandulón, pero tampoco era de satisfacción la vista, por lo que giró hacia Leo al momento en que el calvo quitaba la línea y les daba el paso.

—Leo, no creo que debamos entrar—habló llevando sus manos al pecho hechas un puño, un pequeño tic que hacía cuando se cohibía.

—Estamos ya dentro, Guang. No puedes dejarlo ahora—notó en sus ojos un desprecio, a como cuando esperas que las cosas salgan de una forma pero el destino te desaira. Porque él lo sabía, se lo habían dicho en diciembre, antes de las vacaciones de invierno.

Leo planeaba declararse en el mismo cumpleaños de GuangHong, fuera la situación que fuera.

Y GuangHong diría que sí. Había preparado aquello casi un mes, porque siendo un omega, alguien que con nacer adquiere la mirada sobre el hombro despectiva sin conocerle o dirigirle la palabra, valía enlazarse con alguien desde temprano, evitando accidentes.

Para él, esa oportunidad era la promesa de una vida estable. Sin contratiempos que la condición le prodigara.

Guardó sus palabras y sólo afianzó sus dedos a la palma del mayor, aceptando entrar con un asentimiento. Removieron una cortina negra al solo pasar, recibidos por el retumbar de las bocinas amortiguadas fuera. Bochorno, calor en medio del invierno, entró por las fosas de GuangHong impregnadas en cierto asomo de agrio alcohol mezclado con sudor y alguna esencia que no logró identificar.

Cerró los ojos por un instante, tratando de sobreponerse al ambiente, aferrado del brazo de Leo hasta hacerse en una mesa de sillas altas.

—Deja tu abrigo y bufanda sobre la silla, hace calor. Iré por algo de beber.

Lo vio alejarse entre la gente, algo abarrotada, pero estaba seguro no sería la población acostumbrada.

Viró ambos lados, preguntándose si alguien lo habría notado, le estaría dedicando la mirada y si con sólo cruzarla, estos supieran su incomodo en el lugar. Deshizo el nudo de la bufanda, tardando poco para sacarse el abrigo y en un rápido movimiento ponerlo en el respaldo de la silla, quedando con su sudadera gris rendido sobre la silla, quieto, sin llamar la atención, respirando aliviado al ver entre la gente el rostro de su amigo.

—Pedí uno de durazno para ti. Espero que te guste—le tendió un vaso alargado, con líquido teñido de rosa en la parte superior hasta perderse en lo que parecía agua pero estaba seguro no era—. ¡Salud, GuangHong! ¡Salud por tu mayoría de edad!

Gritó Leo, aún sobre la música alta y penetrante hasta temblar los huesos dentro del cuerpo, aumentada en cuanto terminó su felicitación.

Lo vio llevarse un vaso igual al suyo, de color azul este, a los labios y dar un gran trago. Todavía se detuvo a oler el que tenía en manos, aspirando de él ciertamente el dulzón del melocotón, meneándolo y observando el licor.

—Vamos, Guang—incitó el otro—. Sólo un trago—gesticuló.

El menor esquivó su mirada insistente, azorado.

Escuchó un tenue bufido del otro y su vaso ser halado de sus palmas. Lo siguió con los ojos hacia la boca del otro, sorbiendo de él y acercarse a su rostro.

GuangHong sintió el belfo presionarse en su contra, acompasado con el abrazo en su espalda baja, obligándolo abrir los labios, entrando la bebida en su lengua, acariciando esta las papilas y el hombre con un beso.

El apéndice se le adormeció, ardió su garganta con el alcohol, pero los tactos que recibía lo cobijaban intensamente, calmándolo, dejándose hacer y disfrutando.

—Lamento eso—dijo el mayor después de separarse—, pero ya lo hecho así que…

Ahora el incómodo era el contrario, con un pequeño sonrojo en su piel tostada y la mirada recluida fuera del otro.

—GuangHong, tú siempre me has gustado, pero esperé el momento indicado para esto—comenzó, el chino avergonzado también—, así que quiero pedirte me dejes ser tu pareja, hoy, ahora y siempre.

Afianzó su mano, entrelazando los dedos. GuangHong sintió la palma cálida en la suya, corriendo sus dactilares por los carpos, rozando con delicadeza, frotando sus pieles, delineando, queriendo tardar ese momento para ambos.

Dio un paso adelante, enredando esa mano sobre su hombro, provocando que lo abrazara.

Dejó un beso sobre su cabeza, removiendo con la nariz sus cabellos.

Sacó de sus hombros Leo el chaleco azul que traía, dejándolo en la silla frente a la de GuangHong, junto al vaso sobre la mesa y tomó de nuevo la mano del menor, guiándolo al centro de la pista de baile.