Disclaimer:
La trama es original así como los personajes que en ella aparecen, las situaciones y nombres aquí presentadas son ficticios y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
[PROHIBIDA SU COPIA Y/O ADAPTACION]
Ana es una encantadora jovencita de catorce años, con unos vivaces y curiosos ojos azul cielo y un brillante y sedoso cabello pelirrojo que cae algo más abajo de sus hombros formando suaves caireles.
Ana había gozado de una infancia rodeada del cariño y la excesiva atención de sus padres y de su hermano. Viviendo en la cándida inocencia que envuelve a todos los niños, había adiestrado al monstruo bajo su cama, muchas horas había pasado jugando con Jeff su amigo imaginario y tantas buenas tardes de té había compartido con sus muñecas. Pero si había algo que realmente había apreciado y atesorado eran todos aquellos momentos que disfrutó con su hermano, cuando él le leía libros con historias de valientes héroes en lejanas y asombrosas tierras acompañados siempre por hermosas princesas o relatos de mundos fantásticos a la espera de ser descubiertos.
Desde temprana edad su delicada salud había sido el óbice que no le permitía disfrutar plenamente de todo aquello que es importante para un niño, como lo era seguir a sus amigos en sus juegos; su complexión débil la hacía resaltar entre los demás niños, siendo siempre el foco de una incómoda atención de los demás padres.
Con el tiempo su estado no fue a mejor sino todo lo contrario, su falta de apetito, las hemorragias incontrolables cada vez que se lastimaba y los continuos cardenales que constantemente marcaban su blanca piel habían hecho saltar las alarmas en su casa. Así fue que con diez años sus padres habían decidido que no asistiría más al colegio.
Para Miguel y Sandra no había sido fácil tomar la decisión de recluir a su hija dentro de casa, pero está había sido determinada por recomendación del médico y lo más importante para ellos era el cuidado de su niña. La pequeña Ana al principio no entendía el motivo de aquello, con cada semana que pasaba sus amigos la visitaban con menos asiduidad hasta que un día simplemente dejaron de ir, fue ahí cuando aun sin comprender los motivos, ni ser consciente de su situación odio la injusta decisión de sus padres.
Otro año más había pasado y con resignación se había acostumbrado al nuevo sentido de su día a día, ahora recibía clases en casa y salía lo estrictamente necesario, pero siempre en compañía de alguno de sus familiares. No podía permitirse dar paseos muy largos ya que se fatigaba con facilidad y era ahí, justo después del esfuerzo, cuando el desagradable vomito hacía acto de presencia resquemándole la garganta a su paso por culpa de la fuerte medicación que se veía obligada a tomar y que tanto malestar y acidez estomacal le provocaba.
Con sus doce años vivió lo que para ella fue el peor año de su corta vida, sus padres a los que siempre había considerado como un matrimonio ejemplar habían decidido separarse o darse un tiempo como ellos le habían explicado. Ella no era ciega y se daba perfecta cuenta de que casi siempre discutían, las palabras cariñosas entre ellos hacía mucho que no las escuchaba. Ya no tenían tiempo para ellos, su vida se había ido en trabajar y en los cuidados de la casa, al final había podido más la monotonía y la pesadez de una vida anclada a un pequeño hilo de esperanza que no sabían en qué momento se podría romper.
Como golpe de gracia su único apoyo, su hermano, se marchaba a la universidad. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no romper a llorar cuando le dijo que no fuera tonto y que se marchara a cumplir su sueño, él desde siempre había deseado ser escritor. Ella le prometió que estaría bien, que no era necesario que él se quedara y abandonara la oportunidad que la vida le brindaba. Cada palabra que salió por su boca ese día iba envuelta en una impecable mascada de falsedad, la misma que usaba a diario al hablar con sus padres, ocultando el dolor de su cuerpo.
Ella necesitaba de su hermano, quería que él se quedara con ella pero no podía pedírselo. No podía hacerle eso, sería muy egoísta por su parte truncar su futuro encadenándolo a su lado por su devoción fraternal.
El invierno de su decimotercer cumpleaños fue el más solitario de todos, su padre se había mudado hacía cuatro meses a un pequeño departamento no muy lejos de ellas y a su hermano no le fue posible visitarla en ningún fin de semana debido a los trabajos finales que tenía que presentar en breve.
Al final ella no pudo fingir mucho más su impasividad ante todas aquellas situaciones que la obligaban a estar demasiado tiempo sola durante el día, la angustia y la ansiedad se adueñaron de ella provocando que mientras su madre le daba las últimas indicaciones antes de ir al trabajo ella cayera desmayada.
Le pesaban los párpados cuando con dificultad abrió los ojos, la cabeza le dolía y sentía las habituales náuseas que le provocaba el medicamento. Llevo su mano hasta la cabeza palpando con cuidado su frente, hizo una mueca de molestia cuando su dedos presionaron la venda que se ceñía a ella. Recordó cómo estaba escuchando las indicaciones de su madre cuando su voz se escuchó lejana, perdiéndose entre los ecos y su visión se volvió borrosa. Después de eso no hubo nada más, por lo que ahora intuía que se había desmayado y se había golpeado la cabeza.
Bajo la mirada y vio con extrañeza una vía de algún medicamento clavada a su vena y varios cables que salían de debajo de su ligero y feo camisón que se conectaban a un monitor médico. Trató de poner atención de donde estaba y aún algo aturdida pudo comprobar que esa no era su habitación, está estaba pintada en un neutro color blanco, las ventanas que mostraban ya los últimos claros de la tarde estaban decoradas con unas horribles persianas de plástico en color gris claro, en general todo en esa habitación daba la impoluta imagen de una estancia completamente aséptica.
La puerta se abrió dando paso a un hombre de unos cuarenta años ataviado con una bata blanca y su nombre bordado en el bolsillo de la misma, Dr. A. Estévez, lo acompaña una mujer con un uniforme blanco y sosteniendo una carpeta con varios papeles.
Su cara se iluminó y una sonrisa apareció en su decaído semblante al ver que detrás de los dos desconocidos entraban sus padres, juntos. Olvidándose de todo lanzó fuera de ella las sábanas y trato de incorporarse para ir junto a ellos.
- Espera, espera. - dijo la voz aunque afable autoritaria del médico, a la vez que ponía una mano sobre su hombro pera volver a recostarla - ¿No ves que con esos movimientos puede soltarse la vía? y en tu caso eso sería un grave problema.
La enfermera diligente rápidamente la cubrió con las sábanas, mientras veía como el médico se alejaba para hablar con sus padres. Después de unos minutos el doctor se giró hacia ella mientras notaba como su padre con semblante serio pasaba su brazo por los hombros de su madre quien con un pañuelo recogía un par de lágrimas que habían resbalado por su mejilla.
- ¿Ana?- inmediatamente se giró hacia el hombre que la llamaba sin dejar de dar pequeñas miradas a sus padres - soy el doctor Antonio Estévez y a partir de hoy seré la persona que lleve tu caso - a pesar de que el extraño hombre le mostraba una agradable sonrisa no abandonaba el aire de seriedad con el que había entrado a la habitación.
- ¿Sabes lo que te ocurrió? - Ana miró con desconcierto al médico y negó con un único movimiento de cabeza - has tenido un desvanecimiento y tus padres te han traído al hospital. En estos momentos te sentirás débil pero estás mejor, ¿verdad? - la jovencita de ojos azules volvió a responder con un único ademán de su cabeza, afirmando a la pregunta - Bien, en ese caso quisiera hacerte unas cuantas preguntas - el médico se giró hacia Miguel y Sandra - ¿Podrían esperar en el pasillo hasta que terminemos de hablar? - más que una pregunta fue una orden a la que el matrimonio acató después de verse entre ellos confundidos.
Ana veía nerviosa como sus padres salían en silencio de la habitación mientras que el médico acercaba una silla para la enfermera y él que quedaba de pie junto a ella.
Un joven de veinte años corría a toda prisa por los pasillos de aquel centro médico buscando la habitación que momentos antes le habían indicado en el módulo de información, al girar la esquina de aquel largo pasillo se sorprendió con agrado al ver a sus padres de pie, abrazados frente a la puerta de la habitación que venía buscando, sin olvidar porque estaba ahí apuro el paso hasta ellos.
- ¿Co...como esta? - fue lo primero que preguntó aún sin haber recuperado el aire.
- Esta mejor. - respondió su madre en un tono casi reconfortante - Ahora está el médico con ella.
- Llevan casi una hora ahí adentro. - dijo con cierta molestia Miguel - ¿Por qué tiene que hablar a solas con ella?, nosotros somos sus padres, si quiere saber algo que nos pregunte a nosotros. - enfatizó suspicaz.
En ese momento se abrió la puerta y por ella salió con semblante serio el médico acompañado de la enfermera.
- Por ahora está bien, le hemos dado un tranquilizante suave y con toda certeza dormirá hasta mañana, no obstante siempre hay personal de guardia por si fuera necesario. - tomó la carpeta que tenía la enfermera y comprobó unos datos ante la mirada atenta del matrimonio y su hijo - Bien, la cuestión aquí es que su hija ha estado cerca de dos horas inconsciente sin motivo aparente. - miro a los tres con suspicacia - Después de hablar con ella y de revisar los resultados de las pruebas realizadas en el momento de su ingreso hemos encontrado que presenta un cuadro anémico severo, lo que complica su estado actual.
Sandra al escuchar las palabras del médico afianzo aun más su agarre al brazo de su marido.
- ¿Pe...pero se pondrá bien, cierto? - inquirió preocupado el más joven del grupo.
El doctor Estévez levantó un momento la vista del papel que estaba revisando para mirar por encima de las gafas al muchacho.
- Todo depende ella. - dijo, entregando la carpeta a la enfermera - En estos momentos la medicación que está tomando ya no funciona, la enfermedad ha avanzado muy rápido y en parte ha influido su actual estado de ánimo.
El matrimonio y su hijo se vieron entre sí desconcertados por la noticia recibida.
- Es necesario un trasplante. - ...el médico siguiendo una actitud práctica - Seria la única manera de que su hija tenga una oportunidad.
- ¡¿Pues a que estamos esperando?! - inquirió Miguel, perdiendo por los nervios las formas frente al médico.
Obviando lo tosco de sus palabras el doctor Estévez se aclaró la voz antes de dirigirse a la familia - No es tan sencillo, antes de poder realizar el trasplante es necesario aplicar al menos dos ciclos de quimioterapia para tratar de reducir la enfermedad. - antes de que alguien pudiera interrumpirlo apuro en decir - Pero en estos momentos está muy débil para soportar un tratamiento tan agresivo. Es muy importante que ella recupere sus fuerzas y poder curar antes esa anemia...siempre que ella quiera. - lo último lo dijo con tono intencionado.
- ¿Que quiere decir con que ella quiera?, ¡Es una menor, usted como médico debe hacer lo mejor para ella! - exclamo enervada Sandra.
- Y así se hará, yo pondré todo de mi parte por ayudar a su hija pero si ella no quiere vivir no habrá ningún medicamento que la cure... después de hablar con Ana he podido ver que ella no tiene ánimo para pelear por su salud. - remarco con severidad.
- Durante estos últimos años se ha visto apartada de todo lo que le importa y en una niña de esa edad es de suma importancia compensar la falta de la compañía de sus amigos dedicando más tiempo a estar con ella y realizando más actividades en familia. Y eso no lo han sabido hacer - miró con dureza a los padres - Su separación ha mermado mucho su estado de ánimo y su deseo por seguir adelante, ella se ha visto sola a la vez que cree que es ha sido su culpa el que usted se haya ido de casa. - dijo refiriéndose a Miguel.
La familia sin mediar palabra alguna miró afligida al médico.
- Lo que más le ha afectado ha sido no poder contar ya contigo. - le hablaba ahora al menor de la familia - Ella entiende que has tenido que irte por tus estudios pero te echa mucho de menos.
Miro a los tres, uno a uno y solo vio la misma expresión de desasosiego y miedo. Con calma tomo aire y lo dejo salir en un suspiro, atrayendo la atención de la familia.
- Esto es lo que haremos, Ana se tendrá que quedar ingresada para evitar que empeore en lo que iniciamos el tratamiento contra su anemia. En cuanto esté mejor comenzaremos con la quimioterapia. Es muy importante que estén con ella, que vuelva a sentir que está en una familia a la cual le importa. Sobre todo tú, - volvió a señalar al menor - tienes que ser más cercano a ella.
- ¿Pe...pero cómo? - preguntó dubitativo.
- Eso muchacho no lo sé, pero Ana me ha dicho que eres muy listo, así que algo se te ocurrirá. - dijo mostrándole una sonrisa de confianza.
- Bien, nosotros nos retiramos. Mañana iniciaremos el tratamiento. Buenas noches.
Sin decir nada más el médico y enfermera se retiraron dejando a los tres pensativos e inquietos por cómo se desarrollaría todo.
