Lo llamaban Charles.

Charles nació en Wichita en 1989. Desde joven siempre se evadió del mundo imaginándose todo lo que él quisiera. A la edad de 3 años, Charles aprendió a escribir; con 4 años ya iba con una libretita a todos lados, escribiendo desde banalidades a gloriosas fantasías.

Charles nunca, o casi nunca, se relacionaba con sus compañeros de clase, y tampoco hacía lo mismo que ellos. Prefería quemarse las retinas leyendo un buen libro que derretirlas con el aparato diabólico que era la televisión.

A Charles nunca le interesó el amor, no al menos implicando la realidad. Lo tenía todo en sus libros, tanto en los que leía como en los que escribía. Lo sabía todo sobre el amor. Romance tardío, romance de casados, romance de maduros, romance de jóvenes y adolescentes y otra clase de romances. Amor del que duele, amor del que gusta, del que divierte, del que es sano, del que te hace sonreír, del que te hace vivir, amor del que te hace amar…

A la temprana edad de 15 años, Charles escribió un libro. "El Libro", lo llamaron algunos, sorprendidos por la capacidad literaria del muchacho. Durante años, muchas personas aguardaron ansiosos a un nuevo libro de Charles. Quizá una continuación del anterior, algo que les saciara su hambre literaria. Pero nunca llegó. Charles ya no tenía ojos para hacerse famoso, ya no.

Charles se había enamorado.

Conoció a aquella muchacha en una biblioteca. C, la llamaremos. C era guapa, inteligente, divertida, extrovertida, graciosa, cariñosa, mimosa, amorosa, didáctica, caritativa y, sobre todo, era una llama inapagable del corazón de Charles. Tras un curioso noviazgo, Charles y C se casaron a la edad de 20 años.

Pero, ¡ay!, la felicidad no duró mucho. C contrajo una extraña enfermedad, que acabó minándola por completo, y que borró aquella bella sonrisa de su hermosa cara. C murió. Aquella llama inapagable que moraba en el corazón de Charles, se apagó inevitablemente. Charles se apagó. Ya no quería leer, ya no quería escribir. Charles desechó su pulcra vida para dedicarse a ningunear por las calles. Solitario.

Un día, borracho, mientras veía una vieja película en una sala de cine abandonada, se dio cuenta de cuánto echaba de menos escribir. Volvió a intentarlo, pero nunca pasaba del manchurrón de tinta que implicaba apoyar el bolígrafo sobre la hoja durante demasiado tiempo. No tenía sobre qué escribir.

Pero un día encontró un tema. Escribiría sobre ella, escribiría sobre C. Cada palabra que escribía, le consumía el alma, pero allí estaba ella. Por cada párrafo que escribía, sentía su presencia. Caminaba a su lado, lo abrazaba, lo besaba, lo miraba con cariño, pero cada vez que Charles intentaba levantarse, o dejaba de escribir para acercarse a ella, desaparecía. No volvía a aparecer hasta que escribía de nuevo. La echaba tanto de menos, que fue consumiéndose poco a poco. Dejando que su alma se fuera como el agua evaporada, pero no podía parar de escribir. La echaba tanto de menos… Charles nunca había estado al tanto del mundo. Y el mundo nunca supo de él desde aquel maravilloso libro. Charles murió, enfermo, por no comer ni dormir. Murió agotado y solitario. Pero murió sonriendo, porque creía que allí estaba C, que C estaba viva, que el tiempo se había congelado en algún momento de la vida.

Charles siempre había vivido solitariamente. Había nacido con un don, y ese mismo don lo había maldecido de por siempre, porque le daba falsas esperanzas. Charles nunca existió, siempre fue un fragmento de nuestro corazón. Charles nunca vivió, siempre estuvo en nuestra imaginación. Charles somos nosotros, y su escritura es la soledad.

Porque… ¿de dónde vienen si no todos los hombres solitarios?