A primera vista y después del calificativo de novato que cualquiera le otorgaría, Phoenix Wright parece ser una persona escéptica. Sospecha de todo y de todos, y a todo en la vida es capaz de encontrarle una contradicción, pero a pesar de ello y de las miles de veces que le ha escuchado repitiéndole a Maya que no existen los vampiros espaciales, Miles Edgeworth sabe que el abogado no es nada más que un pobre e inocente crédulo.
Cree firmemente en que existe el Hada de los Dientes (cosa que se supone que ni siquiera él debería saber), cree en que hay que arrojar sal por encima de un hombro si la has derramado sobre la mesa, y principalmente: cree en las personas.
Hoy en día nadie cree en la gente del modo en que Phoenix Wright es capaz.
Pese a su oficio, Phoenix cree ciegamente en sus clientes, cree en la inocencia y en la justicia, y por encima de todo, cree en él. Le creyó cuando nadie más lo hacía. Le creyó incluso cuando él mismo se había dado la espalda, y se jugó el cuello por él de una manera en la que Miles no hubiera podido imaginar jamás.
A veces, y no pocas, se ha sentido sucio estando a su lado. A veces, contadamente, se ha dicho a sí mismo que debería aprender a ser al menos un poquito como él. Pero sólo en ocasiones, las mínimas según su orgullo, cuando el moreno se acurruca a su lado y le coloca el mentón sobre un hombro, el fiscal decide, una y otra vez, que él también le cree. Que le creerá siempre, cuando le diga lo que siente, cuando le susurre al oído que estará ahí para él cuando haga falta, e incluso cuando lo desafíe en el estrado, porque con el pasar de los años, Miles Edgeworth ha llegado a un único e irrefutable veredicto:
Al crédulo hay que creerle.
Sin lugar a discusión.
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¿Reviews? Son alimento para el alma.
