Shingeki no Kyojin es propiedad de Hajime Isayama. Si, del sádico.
Pairing: Eren/Levi
Advertencias:
Lenguaje Soez. Violencia. Fluff.
Dedicado especialmente a Charly Land. Por ser alguien maravillosa y ser mi apoyo incondicional. ¡Te quiero, pequeña!
El clima era bochornoso, sofocante.
El sol, abrasador y el viento, arrasador. Las copas de los altos árboles se removían a su ritmo, y a lo lejos, el rugido de las olas, llenaba con su sinfónico vaivén el silencio de la bahía recién alcanzada. El jovencito de azules ojos miró todo, maravillado. Apretó contra su pecho el cuaderno, aquel cuaderno tan especial y suspiró.—Te dije que te agradaría.—La voz de su padre era cálida.—Te hará bien un tiempo aquí. El aire...—Inhaló escandalosamente.—...es más limpio.
No mentía. Se sentía más ligero. A pesar de su calidez extrema y de que el Sol sonrosaba sus mejillas, el joven Levi tuvo que admitir, que su padre tenía razón.—Es asombrosa. Todo es tan…
-¿Verde?—Hanji Zoe, la doncella de su hermana se acerco sonriente.
Levi bufó.—Pues sí.
-Ah, querido enano, María es muchas cosas, pero verde, está por encima de todas las demás. Tan pronto nos internemos a la selva, te darás cuenta del resto.—Le guiñó el ojo.
-¿Mikasa vendrá con nosotros?—Preguntó el joven a su padre, quién negó.
-No. Tu hermana se quedará aquí, en la costa. Ya sabes, quería venir pero no pasar de la primera línea de los árboles. No puede estar mucho tiempo apartada de Armin.—Kaney Ackerman tenía razón. Desde su reciente boda, Mikasa, su hermana menor, era incapaz de separarse demasiado de su marido, el menudo archimaestre de la embarcación.
-¿A qué hora partiremos?
-Tan pronto Irvin y su padre estén listos.—A lo lejos, su primo, su mejor amigo luchaba para ayudar a bajar los pesados baúles de las damas que acompañaban a la tripulación Levi rodó los ojos, ante la mirada fascinada de las mujeres. Todas observaban maravilladas al alto y gallardo joven rubio cómo si les pagasen por ello.—Iré a apurarle. Quiero conocer esos grandes pastizales de los que tanto me ha hablado la cuatro ojos.
Habían zarpado del amurallado reino de Sina haría casi dos semanas, y tras dificultades que abundaban casi tanto cómo los mosquitos, lograron desembarcar en la basta e inhóspita tierra de María, el hogar de casi todas las leyendas que rondaban el mundo conocido. Levi había crecido oyendo sobre tribus bárbaras, parajes de infinita extensión y árboles que cabrían mejor en el bosque de algún monstruo colosal que en una isla que ya había sido pisada por el hombre, por ello, cuándo su padre respondió al llamado de Richard Smith, su primo para congregar una expedición de búsqueda de tesoros en María, no dudó en apuntarse. Su cuaderno de dibujo lo agradecería y quizás lograría regresa a casa con proyectos nuevos para su caballete.—Oye, idiota apura ya que quiero comenzar.
Irvin le sonrió y asintió.—Sólo quiero terminar de ayudar a lady Ral.
Levi rodó los ojos.—Tú sólo quieres meterte en las bragas de Josephine.—Josephine era una de las doncellas de otra dama que viajaba con ellos, Petra Ral, el prospecto matrimonial del mismo Levi.
-Quizás. Pero mira, sè buen primo y ayuda a Han a acomodarle bien los baúles a tu hermana.—Aceptó al ver lo atareada que estaba su amiga, y luego de dos horas de preparación, la partida de exploradores se alineó al entero ante la aparentemente impenetrable muralla de árboles.
Levi miraba todo con ojos muy abiertos.—¿Listo?—Preguntó Irvin a su lado, con la escopeta al hombro y el cuchillo a la cadera.
Levi se bebió todo con ávidas miradas. Verdor, eternidad y misterio, todo aquello que brindaría material inacabable para un artista fracasado cómo lo era él. Asintió.
-Nací listo.
Aunque su voz fue apenas un susurro, en una bóveda tan ceñida cómo lo era la selva de los árboles gigantes, era fácil que oídos agudos percibiesen hasta el más minúsculo de los sonidos. Eso sucedió cuándo el joven Levi Ackerman suspiró, y apretó una vez más su cuaderno contra su pecho.
En la profundidad de la inmensa selva de la tierra de María, hogar de leyendas y mitos, una criatura de salvajes e indomables ojos verdes, se removió al escuchar un suave susurro llevado cómo canción a través del traicionero viento.
In The Land of the Gods
Capítulo I.
Tras haber atravesado la primera barrera verde, una norme planicie nos esperaba. El verde era infinito, y las hierbas danzaban gentilmente, mientras más allá, allá dónde seguramente se ocultaba el Sol, otra enorme muralla de árboles dividía otro gran tramo. Jamás había visto yo, nada tan magnífico. María poseía una belleza misteriosa, salvaje. Indomable, pensé al escuchar a la lejana fauna selvática entonar sus cantares. La expedición estaba ansiosa por encontrar tesoros, pero yo realmente me conformaba con los preciados paisajes que aquella inhóspita tierra me ofrecía con generosidad.
Haber aceptado la invitación de mi padre, era lo mejor que pude haber hecho, y me sentí orgulloso de no haberme echado para atrás, a pesar del constante temor de mi madre. Algún día ella no estaría para mí. Ella tenía que saberlo, mejor aún que yo.-
La jornada fue ardua, y el calor era bochornoso, sin embargo, a pesar de que el cansancio era palpable, la emoción me superaba con creces. Antes del atardecer, luego de haber atravesado aquella primera planicie y la segunda muralla de árboles, nos encontramos luchando por avanzar al corazón mismo de aquel perpetuo verdor, hasta alcanzar un pequeño claro, que el tío Richard calificó cómo óptimo para erigir un campamento y descansar.
Al inspeccionar el terreno, acompañando yo a mi primo y a otros más a los alrededores del claro, me encontré con la primera señal de que, tal y cómo en muchos libros de exploradores había sido señalado, no éramos los únicos seres humanos en el colosal continente.—Mirad.—Dije asombrado, acariciando las marcas de las siete varas de maderos que encontramos formando un perfecto círculo.—Es asombroso.
Irvin los miró con desconfianza.—Será mejor volver.—Instó al grupo, al tiempo que me propinaba un débil empujón.—Nos hemos alejado lo suficiente ya.
-El señor Irvin tiene razón, joven Ackerman.—Susurró un anciano tripulante.—María puede parecerle bella, pero su belleza no es ni la mitad de lo que es su mortal peligro.
Irvin rodó los ojos.—Lo que menos necesitamos es que le metáis a mi primo más ideas de locos en su cabeza. Ya tenemos con lo que es normalmente.
Lo ignoré.—¿A qué se refiere?
-Con perdón de vuestro señor padre, joven Ackerman, que ha ordenado no hablar de leyendas insensatas, debe usted conocer acerca de las tribus salvajes que habitan ciertas zonas.—Asentí.—He leído sobre algunas.
-Bien, pues he visitado incontables ocasiones estas selvas y puedo reconocer las marcas que las tribus hacen sobre las cortezas de los árboles.—Con un dedo surcado en arrugas, señaló una peculiar curvatura en el madero.—¿Ve esto? Es de la tribu cazadora. La que vive con primates y viste sus pieles. Son más animales que humanos y su agresividad es sabida hasta por los niños de nuestras tierras.
Permanecí en silencio. Él continuó.—Durante mis primeras expediciones, perdí a varia de mi gente a causa de ellos. Aún no es posible que olvide por completo sus aullidos. Aúllan, mi joven señor Ackerman, aúllan cuándo descienden de las copas de los altos árboles y caen sobre sus presas cómo tempestades.—Tan absorto estaba que ignoré por completo que Hanji, la pesada de Hanji acudiese a mis espaldas a puntillas. Cuándo clavó sus dedos en la carne de mis costados, salté del susto. El anciano y todos los demás rieron de buena gana.—Relájate, enano. Anda, deja de escuchar cuentos de viejos chochos y camina, es hora de cenar.
De vuelta en el ya establecido campamento, las hogueras ardían y el aire estaba cargado con aromas de la comida. Cené junto a mi primo y junto a Hanji, quienes no paraban de hablar sobre las cercanas cuevas de minerales, y sobre el regreso a Sina.
Comí algo de lomo en salazón y un poco de vino amargo antes de sentirme lleno y caminar hasta la tienda que compartiría con Irvin, Hanji y un joven empleado de mi padre, llamado Auruo. Ahí, saqué de mi mochila el cuaderno forrado en piel azul que me obsequió mi madre, carboncillo y decidí volver al lugar de los maderos marcados.
El silencio que ahí reinaba era absoluto, a pesar del barullo que había en el campamento, y satisfecho me senté delante de la vara más grande. Dibujé con meticuloso cuidado aquellos símbolos y me maraville con su tacto. Hice anotaciones cerca de la textura de las cortezas y procuré agregar también notas sobre la flora que colindaba a los maderos.
Tan absorto estaba que realmente no escuché cómo era llamado dese el campamento.
Irvin, molesto cómo pocas veces seguido de Hanji llegar a reprenderme.—¿Qué no ves que no estamos en Sina? Si te pasa algo la tía Kuschel me matará, anda, camina de vuelta.
Las noches en la selva distaban mucho de las que yo pasaba en el campo, en las praderas suaves de Utopía, un distrito rural de Sina. Ahí el suelo era húmedo y el viento aullaba entre las copas de los altos árboles. La fogata apenas me iluminaba un tramo decente, y la suciedad y humedad cubrían mi cuerpo día y noche, conforme más nos aproximábamos a la tercera barrera de árboles, aquel penúltimo bastión conocido por el hombre antes de poder internarse propiamente al inhóspito corazón de María.
Durante las madrugadas a veces le hacía plática a los que se quedaban de guardia, o yo mismo permanecía de vigía, escuchando la canción de la eternísima selva y los susurros inentendibles que arrastraba consigo el aullar del viento.
Aquella noche no fue distinta.
Sin embargo, antes de que las velas de los pabellones compresos se extinguieran, escuché el peculiar grito de algo que no era ni de cercas, el rugido de un animal. Me incorporé de inmediato. Avancé a trompicones hasta dónde Irvin dormía, junto a Han y el resto de la tripulación para despertarle. El gigantón me miró, adormilado.—¿Pasa algo malo?
Levi asintió.—Hay alguien...
Mi primo se levantó.—¿Alguien conocido?
-Dios, Irvin si fuese alguien conocido yo mismo hubiese salido a recibirle, joder.—Sacudí a Hanji con cierta brusquedad.—Arriba. Hay intrusos…
Ella no tardó ni un minuto en estar afuera del pabellón, mirando ansiosamente en todas las direcciones.—¿Podrías señalar en qué dirección…?
No terminó de hablar cuándo otro grito le interrumpió. Mi amiga le dedicó una ansiosa ojeada a Irvin, quién se había quedado muy quieto en la entrada del pabellón.—Son ellos.—Susurró.
-¿Quiénes?
-Son ellos, Irvin, son ellos.—Ni bien apenas terminó de hablar, cogió su morral que estaba desperdigado en el suelo y salió a zancadas del campamento, internándose en la oscuridad sin titubeo alguno. Irvin y yo nos miramos, alarmados.—¡Hanji!—Gritó, aterrado, mientras la seguía. Sin saber qué más poder hacer, decidí seguirles también. Delante de mí, apenas unos metros, Irvin continuaba llamándola, desesperado.—¡Hanji, vuelve aquí! ¡Hanji!
Sus gritos no eran más que susurros luego de unos momentos, y aturdido noté cómo su figura, se iba haciendo cada vez más indistinguible gracias a la penumbra. Su voz se convirtió en un lejano murmullo, y con pánico comencé a avanzar a torpes zancadas por quién sabe dónde.—¡Irvin!—Grité, asustado. El sonar de la selva era incluso más intenso ahí que al inicio de la segunda barrera de árboles. La oscuridad absoluta me desorientó, y el calor y el pánico me hicieron trastabillar más de una ocasión.—¡Irvin! ¡Hanji! Joder, no me dejen aquí. ¡Hanji!
Luego de lo que me pareció una eternidad, caí sobre una cuesta oculta por la maleza y rodé y rodé varios metros antes de estrellarme contra una roca. Gimoteé dolorido al acariciar mi costado lastimado.—Maldición.—Mascullé, girándome para lograr encarar bien el panorama.
La dureza de la tapa de mi cuaderno oculto en las ropas de mi espalda me hizo el suficiente daño cómo para ayudar a ponerme de pié. Jadeé, desorientado mientras mis ojos se bebían las tétricas imágenes que alrededor mío, las sombras creaban a través de los árboles y sus reducidos y retorcidos espacios.—¡Hanji! ¡Irvin!
Estaba desesperado, pegajoso de sudor y cubierto de helechos. Corrí unos metros más antes de volver a resbalar. Y luego de nuevo y de nuevo, hasta que finalmente caí rendido en otro claro, más pequeño aún que el del campamento y jadeé, agotadísimo.
Estaba a punto de perder la consciencia, cuándo de nuevo ese aterrador grito se dejó escuchar entre las enramadas selváticas. Tan agotado me encontraba que a pesar del miedo que ese sonido hizo nacer en mí, fui incapaz de moverme aunque fuese un poco.
Lo ultimo que supe de mí, fue que estaba recordando la historia que el viejo marinero me había contado, al ser testigo yo, ya medio ido, de cómo una serpenteante sombra se deslizó por uno de los altos árboles, aproximándose a mí, quedando ya, completamente a su merced.
(...)
Los ojos verdes eran curiosos.
Curiosos de aquella extraña y menuda criatura que estaba tendida ahí, expuesta e indefensa ante las bestias enemigas. Descendió con velocidad inigualable, sintiendo a los árboles acariciar sus manos y pies con gentileza. Ahí abajo hacía aún más calor, y la criatura extraña estaba cubierta de hierbas. Era singular y rara. Su piel era cómo las perlas y su cabello cómo la negrura de la eterna noche. A pesar de ello, sus mejillas estaban rosas cómo los pétalos y el sudor cubría su débil ser.
Qué cosa tan… rara.
Le tocó fugazmente. Estaba blando y mojado. De su garganta brotó un guaral gruñido.—Viajero.—No conocía muchas palabras, pues para su gente eran innecesarias, pero en ocasiones, los viajeros, los hombres de ropas raras y caballos de madera, esos mismos que surcaban las aguas, antes de que les matasen, les hablaban en una lengua extrañísima. Viajeros, recordó, que decían ser los desgraciados que eran capturados por sus hermanos y hermanas.—Viajero.
La criaturita menuda y blanca era eso. Un Viajero.
-Viajero.—Repitió. Aquella cosita rara apenas y se movió.—Viajero. Viajero...
Al parecer Viajero era tan pequeño que no podía mantenerse con los ojos abiertos. O eso pensó el de ojos verdes al contemplarle fijamente. Era pequeño. Menudo, cómo un niño de su tribu. Y era pálido y delgado, de cabello negro y no castaño, de constitución frágil y no robusta.
Viajero era diminuto. Y sintió deseos de jugar con él. Al final de cuentas él y sus hermanos y hermanas jugueteaban con los niños y estos reían. Quizás Viajero reiría. Así que asiéndole de su delgada muñeca, tiró de él. Era ligero cómo una pluma y su olor era suave. Ni siquiera olía a hombre. Olía a mar y a sol. Delicado y bonito, pensó él, satisfecho de haberse encontrado un niño Viajero tan agradable a la vista.
-Viajero.—Dijo una vez más, antes de lanzarse hacía arriba, hacía las copas de los árboles con Viajero sobre sus hombros. Contrario de lo que hubiesen hecho los niños de su tribu, Viajero no rió. Se encaramó más a él y le apretó con fuerzas, suprimiendo contra él un sonidito curioso y delicado. Delicado cómo todo él, reflexionó el de ojos verdes.
Apenas y tocaron la solidez de una rama lo suficientemente grande cómo para poder sostenerse sin aferrarse al árbol por completo, Viajero retrocedió. Oh, vaya. Incluso sus ojos eran diferentes, pensó. Eran del color del agua de sus lagos. Eran del color de los zafiros en los brazaletes de las mujeres y en la coronilla que usaba a veces su madre.
Viajero era bonito. Menudo, pálido y de mejillas coloradas. De cabello nocturno y ojos de zafiro. Y tenía un olor suave, en el cuál a él le gustaría hundir su nariz y olfatearlo para siempre. Involuntariamente sonrió, y Viajero le observó con los ojos zafiro muy, muy abiertos.—Viajero.—Canturreó.
-¿Hablas mi lengua?—Viajero pareció fugazmente dichoso.—Viajero.—Respondió.
-¿Es la única palabra que conoces?
-Viajero...
Viajero lució entonces, decepcionado. Triste.
Frunció el ceño y se acercó a él.
Viajero le observó de nuevo. Qué bonito era Viajero.
Con lentitud, alzó su mano, y acarició la mejilla sonrosada que tan bonita le parecía. Era suave, cómo un pétalo, rosa y suave. Suave y rosa. Sus ojos azules estaban fijos en su rostro.—Viajero.—Susurró esta vez, maravillado ante aquella criaturita rara y singular.
Viajero a pesar de lucir temeroso, no se apartó. Su mano, la mano de Viajero, tan distinta a la propia, delicada, pequeña y bonita cómo todo él, se colocó sobre la mejilla que él acariciaba. Observó fascinado aquella cara tan hermosa y con absorta atención, le vio curvar sus labios delgados en una sonrisa. Luego, Viajero habló.—Hola…
Continuará.
Si alguien vio la preciosísima imagen de Lena de un AU Ereri de Tarzan, bueno, ya saben mi inspiración. La imagen está hermosa, y me imaginé que Eren siendo Tarzan sería la cosa más tierna y sensual del mundo. O al menos con Levi.
Espero que les alivie un poco del trago amargo del último capítulo del manga.
Espero que les guste. Las amo.
Charly, te adoro.
Elisa.
