Inuyasha le pertenece a Rumiko Takahashi
Capítulo I
El sol casi se ocultaba, sólo quedaban algunos leves resquicios de su luz y calor. Las nubes salpicadas de intensos colores rojos y amarillos, le daban la despedida al astro rey, y el limpio cielo del Sengoku comenzaba a desprenderse de su hermoso color azulino, para ser invadido por los primeros signos de oscuridad.
El grupo de amigos había regresado poco después del mediodía a la aldea, luego de otra intensa y peligrosa búsqueda de fragmentos.
Miroku, junto con Sango, Shippo y Kirara, habían salido a los alrededores para abastecerse de alimentos. Mientras que Kagome, recogía algunas hierbas medicinales bajo la atenta guía de su mentora, la anciana Kaede.
¿Volverás a tu época?—preguntó Kaede dejando unas hierbas en su canastillo.
Así es, pero sólo por esta noche, Inuyasha no me permitió irme por más días—respondió exhalando un suspiro de resignación.
Por cierto ¿dónde está Inuyasha? —inquirió la anciana— Es muy raro no escucharlo refunfuñar a nuestro alrededor.
Se quedó a descansar en la cabaña. Tuvimos muchas batallas, con monstruos muy poderosos, y hasta Inuyasha puede agotarse en ocasiones —explicó con una sonrisa divertida.
Tienes razón, por extraño que parezca —secundó la anciana y rieron juntas.
Voy a verlo —anunció la joven levantándose con su canastilla llena de hierbas medicinales. La anciana sólo sonrió y continuó su labor.
Entró sigilosamente a la cabaña, depositó su canastilla en el suelo y caminó hacia el mitad demonio, que se encontraba recostado contra la pared abrazando su espada, profundamente dormido. Lo observó en silencio y se arrodilló junto al joven de cabellos plateados, esbozando una cálida sonrisa. Sólo en contadas ocasiones había disfrutado el privilegio de verlo dormir. Siempre era Inuyasha quien velaba su sueño y el de sus amigos.
Se veía tan dulce e inocente, su sonrisa se amplió y sus ojos chocolate rebosaron de ternura y amor, mientras recorrían las atractivas facciones del joven. Apenas podía reprimir el impulso de acariciar el varonil rostro, su mano se alzaba casi en contra de su voluntad. Se detuvo, sin bajar la mano, cuando lo vio removerse aún dormido. ¿Qué estaría soñando?, se preguntó.
Espera… —musitó el joven entre sueños— No… Kikyo… ¡Kikyo! —exclamó despertando sobresaltado, aferrando el brazo de la chica, que aún permanecía suspendido cerca suyo— Kikyo… —susurró, parpadeando confundido, intentando enfocar la viste en la joven.
El corazón de Kagome se contrajo, sin poder creer lo que escuchaba y lo que veía. Recordaba claramente esa mirada… Era la misma que le dirigió, cuando la bruja Urasue robó los restos de la Sacerdotisa. Sus ojos dorados no la veían a ella, sino a Kikyo, al igual que aquella vez, esa mirada no iba dirigida a ella.
Te equivocas —indicó la joven liberándose bruscamente del agarre— No soy ella —susurró casi para sí misma, poniéndose de pie y alejándose de él— Yo no soy… ella… —repitió con amargura, dándole la espalda. El joven abrió desmesuradamente sus ojos, dándose cuenta muy tarde de su terrible error.
Ka ... -balbuceó.
¡Yo no soy Kikyo! —gritó Kagome girándose y dirigiéndole una mirada cargada de furia y dolor.
Ka… Kagome… yo —murmuraba mientras se levantaba deprisa y caminaba hacia la joven.
¡No te acerques! —ordenó retrocediendo al notar sus intenciones— No quiero que te acerques a mí —añadió sombría. Con rapidez, se dirigió hacia su mochila, la cogió y se encaminó hacia el exterior de la cabaña. Quería marcharse de ese lugar y regresar a su casa cuanto antes. Una vez afuera, se detuvo al ver que sus amigos se acercaban a la cabaña.
¡Kagome, hola! —saludó Shippo con su alegría característica— Mira, compramos muchas cosas para nuestro viaje —informó dejando un cesto en el suelo.
Qué bueno Shippo —contestó sin lograr demostrar entusiasmo.
¿Regresa a su casa señorita? —preguntó Miroku.
Sí —respondió escuetamente.
¿Ocurre algo malo, Kagome? —inquirió Sango, al notar extraña actitud.
No es nada —respondió desviando la mirada —Nos veremos después, adiós —agregó y se alejó rumbo al pozo.
Me parece que han vuelto a discutir —dijo Miroku con un suspiro.
Ese tonto de Inuyasha, me pregunto qué babosadas le dijo esta vez —rezongó Shippo.
Excelencia… creo que esta no fue sólo una de sus frecuentes peleas —declaró la exterminadora, mirando con preocupación cómo se alejaba su amiga.
¿Por qué lo dices? —inquirió Miroku arrugando el ceño.
Su mirada era de una profunda tristeza —respondió.
Será mejor que hablemos con Inuyasha —expuso el monje, caminando hacia la cabaña, seguido por los demás.
La penumbra envolvía todo su alrededor, cuando Kagome se detuvo junto al pozo, observando fijamente el oscuro y tétrico interior. Se giró sentándose en el borde de madera y elevó la vista hacia el cielo, donde ya habían hecho su aparición algunas titilantes estrellas.
¿Qué debo hacer ahora? —se preguntó con voz temblorosa.
Hacía tiempo, decidió permanecer al lado de Inuyasha, aun sabiendo lo que él sentía por Kikyo, sólo quería estar junto a él, ya que muy en el fondo, tenía la esperanza que lograría superar el recuerdo de aquel trágico amor, y convertirse en alguien importante en la vida del joven mitad demonio, ese era su más anhelado deseo.
Sin embargo, a pesar de todo lo que habían vivido juntos, no lo había conseguido. Era obvio que Kikyo continuaba siendo la única dueña de su corazón, que siempre sería así.
Sentía que el corazón se despedazaba en su interior, el dolor era lacerante, tanto que hasta le costaba trabajo respirar con normalidad. Había llegado el momento de aceptar que ya no podía continuar viviendo de esa manera, y debía tomar una decisión determinante. No estaba del todo segura que aquello le causara heridas aún más dolorosas, pero de una cosa estaba segura… La esperanza que le había dado fuerzas para seguir adelante, pereció en el mismo instante que vio la mirada de Inuyasha, una mirada que sólo le pertenecía a ella, a su querida Kikyo.
Es verdad… también deseaba la felicidad de Inuyasha… y si esa felicidad no era a su lado, debía aceptarlo de una vez por todas. Ya no podía continuar lastimándose así misma de esa manera. Albergar más esperanzas sólo significaba ir agrandando aquella herida.
Se puso de pie, dando una última mirada a su alrededor, y saltó al interior del pozo que la llevaría de regreso a su verdadero y único hogar.
¡No puedo creerlo! —exclamó Sango enojada. Miroku exhalo un suspiro, agitando la cabeza, viendo el suelo— ¡Eres un canalla!
¡Inuyasha eres un tonto!. Siempre haces sufrir a la pobre Kagome —lloriqueó el pequeño zorrito.
¡Ah. Ya dejen de molestar! —gruño el joven mitad demonio— En un par de días se le pasará el enojo y volverá —aseguró, recostándose de lado, dándole la espalda a sus amigos.
Yo no estaría tan seguro de eso —advirtió el monje, recibiendo una hostil mirada de parte del hanyou— Sólo espero estar equivocado —agregó sin hacer caso, sorbiendo su té.
A pesar de la pésima noche que había pasado, Kagome igualmente se obligó a darse ánimos para asistir a la escuela. Quizás el contacto con sus amigas y los estudios, le ayudarían a distraerse un poco y olvidar, aunque sea momentáneamente, su amargura.
Agradeció como siempre la comprensiva discreción de su madre. Quien a pesar de la preocupación por su aspecto triste y apático, no le formuló incómodas preguntas, que bien sabía no tendría fuerzas de responder.
Al menos no se había equivocado, sus amigas resultaron ser un bálsamo para su caos interior. El día transcurrió entre la rutina de los estudios, que para ella siempre resultaban ser sumamente complejos debido a sus continuas faltas, y las bromas y conversaciones sin sentido de sus amigas. Después de clases decidieron ir a comer hamburguesas.
En el trayecto se toparon con Hojo, quien como siempre le obsequió un extraño objeto que ayudaría a su salud.
Eh… bueno… Higurashi... —balbuceaba el joven, rascando su cabello con nerviosismo.
¿Qué ocurre Hojo? —preguntó.
Quería preguntar si deseas ir al cine conmigo. Tengo un par de boletos para este sábado —preguntó observándola ansioso.
¿Eh? —musitó sorprendida. Estuvo a punto de negarse, cuando lo pensó mejor. Si quería darle un real giro a su vida, quizás esta era una señal— Está bien. Gracias. Iré contigo —aceptó finalmente, ante la visible alegría del joven.
¡Estupendo!. Te espero en el reloj de la entrada a las tres. ¡Nos vemos! —acordó despidiéndose.
Dejó el peine sobre el pequeño tocador celeste y observó su apariencia con aprobación. Faltaba menos de una hora para su cita con Hojo. Giró la cabeza para ver el pequeño frasco sobre su escritorio, dentro del cual brillaban los fragmentos de la Perla Shikon. Sacudió la cabeza cerrando los ojos. No… aún no deseaba pensar en el destino de aquellos fragmentos.
Cogió su bolso y salió de la casa, ahora sólo debía pensar en su cita. La primera vez que salió con Hojo, había estado todo el tiempo pensando en Inuyasha, y lo había abandonado en mitad de su encuentro. Esta vez sería distinto, se esforzaría por pasar un buen momento con él.
Hojo volvió a escoger una extraña película, pero al menos era tan absurda que logró sacarle un par de risas, lo cual en su estado anímico era un logro esperanzador.
Después del cine fueron a comer algo. No cabía duda que era un muchacho muy simpático y amable. Se esforzaba para que se divirtiera, y por hacerla reír contándole anécdotas graciosas de los compañeros de escuela.
Un par de horas después, se detuvo al pie de las escaleras del templo, escoltada por el joven.
Muchas gracias por la invitación, Hojo. Lo he pasado muy bien —aseguró, sorprendida de que en realidad había sido muy grato.
Me alegra. Había deseado invitarte antes, pero con tu salud tan frágil, temía que enfermaras aún más por mi causa —señaló. Kagome sólo hizo una mueca ante la mención de su salud. Al menos ya tendré que inventar excusas absurdas para faltar a clases, pensó, y de inmediato una punzada de dolor atravesó su pecho— Higurashi… —la llamó el joven trayéndola de regreso a la realidad— Quisiera… volver a invitarte… y bueno… yo…
Por supuesto. Me encantaría volver a salir contigo —afirmó con una sonrisa.
Higurashi… tú… tú… me gustas mucho —confesó de improviso el joven sonrojado. Ante la sorprendida expresión de la muchacha.
Hojo… yo… —balbuceó temerosa de lastimarlo.
De pronto su corazón dio un vuelco. Porqué tenía que ser todo tan injusto, y tan cruel. Frente a ella había un joven maravilloso. Confesándole su amor… ¿Por qué no lo conoció antes y se había enamorado de él? ¿Por qué nada parecía encajar en el lugar correcto? Hojo enamorado de ella… y ella enamorada de Inuyasha… Mientras que Inuyasha… sólo amaba a Kikyo.
Finalmente podía comprender que el dolor que ella sentía, también podría hacérselo sentir al inocente de Hojo. Y que, al fin al cabo, no existían culpables. Inuyasha no tenía la culpa que ella se hubiera enamorado de él, así como ella no tenía la culpa que Hojo la quisiera. Todo esto era un desdichado enredo.
No digas nada —le pidió el joven, interrumpiendo sus pensamientos— Quiero decir… aún no te pediré que respondas a mis palabras —añadió mirándola fijamente— Sé que es muy pronto para esperar que sientas lo mismo. Sin embargo, quiero que me des la oportunidad de ganarme tu corazón… Higurashi… Lo que menos quiero es arrepentirme después. Por ello necesito que me permitas al menos intentarlo —le pidió con seriedad y con tal determinación que la dejó sorprendida.
Casi podía verse a sí misma, pidiendo la misma oportunidad a Inuyasha. Sin embargo, de un modo u otro, ella había fracasado. No fue capaz de ganarse su amor, pero al menos pudo intentarlo. Se dio el valor de permanecer a su lado, brindándole apoyo y fortaleza, luchando junto a él, y sobre todo intentando trasmitirle su cariño, todo el amor que sentía que le profesaba.
Y ahora, luego de haberse dado por vencida, quizás el cariño de Hojo, podría lograr sacarla de aquel devastador infierno de sufrimiento. Tenía que darle una oportunidad, tanto a él, como a ella misma.
Hojo… Pienso que aún debemos conocernos mejor. Apenas hemos salido en un par de ocasiones —dijo sintiéndose algo nerviosa— Pero también creo que tienes razón, debemos darnos una oportunidad a ambos. Aunque, no puedo prometer que algún día logre sentir lo mismo que tú… —añadió con sinceridad.
Lo sé, pero daré lo mejor de mí —aseguró sonriendo ampliamente— Gracias, Higurashi. ¡Te veré en la escuela! —se despidió haciendo una seña, con una gran sonrisa de felicidad.
Espero no haberme equivocado —susurró Kagome, mientras subía las largas escaleras que llevaban al templo.
Al llegar a la cima, su vista se topó una fornida figura. Los ojos dorados parecieron brillar amenazantes entre la penumbra del anochecer. Su corazón latió agitado y su cuerpo comenzó a temblar. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, intento conservar la calma.
¿Ese sujeto era tu compañero de escuela? —inquirió con aspereza.
¿Qué haces aquí? —logró preguntar con voz relativamente calmada, ignorando la pregunta.
¿Cuánto tiempo más piensas quedarte en este lugar? —preguntó a su vez.
Te recuerdo que este lugar, como tú lo llamas, es mi hogar, por lo tanto no hay nada extraño en que permanezca aquí —indicó con frialdad.
Sabes bien que sin ti no podemos reanudar la búsqueda de fragmentos —señaló molesto.
Los fragmentos, por supuesto. ¿Es que acaso esperaba escuchar otro motivo?. Soy una tonta…" pensó con amargura.
Además, todos me tienen harto con sus continuas preguntas y recriminaciones —añadió Inuyasha.
No voy a regresar —declaró de pronto, apretando fuertemente los puños, necesitando reunir fuerzas para no vacilar.
¡Demonios Kagome!. ¿Aún continuas enojada por esa tontería? —gruño el joven a punto de perder la calma— ¡Fue un estúpido sueño, nada más que eso!.
¿Sólo un sueño?. Cómo puedes llamarlo un simple sueño, luego de ver el modo en que me mirabas pensando que era Kikyo. ¿Por qué no eres honesto conmigo, Inuyasha?, pensaba dolida.
Estoy cansada Inuyasha. Cansada de ir y venir, de postergar mi vida por ayudarles a buscar esos fragmentos. Además, sólo quedan unos pocos por reunir, y ustedes pueden hacerse cargo de encontrar los que falten sin mi ayuda —explicó fingiendo indiferencia, si él no iba a ser honesto, entonces ella tampoco hablaría con la verdad.
¿De qué demonios hablas? —preguntó enojado.
Ya te dije que estoy cansada, y que éste es el lugar al que pertenezco. Dile a todos que lo lamento, pero no volveré al Sengoku —declaró sosteniendo su mirada, sintiendo que algo volvía a quebrarse en mil pedazos en su interior.
Muy bien… ¡Haz lo que quieras! —gritó irritado el medio demonio, girándose para dar un gran salto, desapareciendo en la oscuridad.
Luego de un rato notó a aún retenía el aliento. Exhalo el aire que se transformó en un lastimero sollozo. Su mirada se dirigió hacia el árbol sagrado, que se volvió borroso a causa de sus lágrimas, apartó la vista de inmediato y caminó a su casa. Subió rápidamente las escaleras, hacia su habitación, que ahora bien podría llamarse su refugio.
Sin encender la luz, dejó caer el bolso en el suelo y se lanzó boca abajo en la cama. Comenzó a llorar amargamente, ahogando un sinfín de sollozos contra la almohada. Lloró largo rato, hasta que el cansancio la sumió en un profundo sueño.
¿Y? ¿Qué ocurrió? —indagó Miroku con serenidad, sobresaltando al hanyou cuando éste salía sigilosamente del pozo.
Ella dijo que no volverá —contestó, luego de un largo silencio, cuidando de no exteriorizar el dolor que aquello le causaba.
Tenía el presentimiento que la señorita Kagome tomaría esa decisión —admitió soltando un suspiro apenado.
¿Por qué lo dices? —preguntó.
Bueno Inuyasha… hasta la persona más bondadosa tiene un límite —explicó— Durante todo este tiempo, ella esperó pacientemente que tú olvidaras a la sacerdotisa Kikyo, y correspondieras a sus sentimientos.
¡¿Y quién demonios dijo que yo aún siento algo por Kikyo!? —alegó molesto.
¿Estás seguro que ya no sientes nada por ella?. ¿Nada en lo absoluto? —preguntó Miroku, observándolo inquisidor.
No puedo decir que no sienta absolutamente nada, ya que ella fue muy importante para mí en el pasado —confesó el joven hanyou— Pero esos sentimientos son precisamente eso… parte del pasado.
¿Y por la señorita Kagome? —preguntó el monje agudizando aún más la mirada.
¿Qué con ella? —preguntó a su vez evasivo.
Inuyasha… ¿Cómo esperas que la señorita Kagome confíe en ti, si no le confiesas tus sentimientos? —indicó razonable— Además ella no puede saber lo que sientes, si tú no se lo dices claramente.
¡Yo no tengo nada que confesarle! —gruñó perdiendo la calma— ¡Y si quiere quedarse en su mundo… pues por mí que lo haga…! ¡No me importa!.
Si estás seguro de eso. Entonces que así sea. Aunque no niego que será muy difícil, ya nos las arreglaremos nosotros mismos, para encontrar los fragmentos restantes —acordó calmadamente— Por cierto, si ya no volverá con nosotros, imagino que trajiste contigo los fragmentos que ella cuidaba.
No… lo olvidé —refunfuñó desviando la mirada.
¿Lo olvidaste?, ¿O lo usarás como excusa para volver a verla? —inquirió entrecerrando los ojos.
Miroku, ¡¿Quieres dejarme en paz de una buena vez?! —regañó irritado. Alejándose del monje. Gruñó aún más irritado enojado cuando lo escuchó reír por lo bajo.
Excelencia ¿Habló con él? —preguntó Sango acercándose al monje, en compañía de Shippo y Kirara.
Sí, pero todos sabemos lo obstinado que puede llegar a ser Inuyasha —indicó con un suspiro de frustración.
Lo peor es que ese tonto es el único que puede atravesar el pozo y llegar a la casa de Kagome —se lamentó el zorrito mirando acongojado hacia el oscuro interior del pozo.
Kagome debe estar muy herida… Después de todo lo que ha sacrificado por Inuyasha. Él continúa añorando a su antiguo amor. No puedo ni imaginar el dolor que debe estar sintiendo —se lamentó Sango con voz temblorosa.
Si él no le explica claramente lo que siente. Dudo que la señorita regrese con nosotros —añadió Miroku.
Habían transcurrido casi tres semanas desde la última vez que vio a Inuyasha. Él no había vuelto, ni a reclamarle, ni a buscar el frasco que contenía los fragmentos de Shikon, el cual continuaba sobre su escritorio, sin ser tocado.
Poco a poco sentía que su vida volvía a su rutinaria normalidad. Ya no habían viajes a la Era del Sengoku, por lo tanto ya no había necesidad de inventar extrañas enfermedades, dado que asistía diariamente a la escuela. Sus amigas estaban muy animadas de los avances de la relación entre ella y Hojo. A pesar que aún no existía nada concreto entre ellos. Se reunían a estudiar en la biblioteca de la escuela, salían a comer después de clases, junto a sus amigas. El joven la acompañaba casi a diario hasta las escaleras del templo, y habían vuelto a salir el pasado fin de semana.
Sin embargo, pese a lo agradable y divertido que era estar con Hojo, aún no lograba verlo como algo más que un buen amigo. Además, estaba enormemente agradecida de la comprensión y paciencia del joven, que jamás se había atrevido a presionarla.
¿Puedo subir contigo, para orar en el templo? —preguntó el joven cuando llegaban a las escaleras.
Por supuesto. No tienes que pedir permiso para eso —expresó la joven riendo.
¿Sabes desde cuándo tu familia se ha hecho cargo de este templo? —preguntó el joven mientras subían las escaleras.
No… la verdad es que nunca he sentido curiosidad de preguntarle al abuelo —contestó— Nací en este templo, por lo que vivir aquí es algo demasiado normal.
Lo que más me gusta de los templos, son los árboles sagrados —dijo el joven alegre—Son enormes y majestuosos.
Tienes razón —asintió mientras caminaban hacia él.
Desde que regresó, no había querido acercarse al árbol sagrado, incluso evitaba mirarlo siquiera. Le recordaba demasiado a Inuyasha, y aquello irremediablemente le causaba sufrimiento. Caminaron hasta llegar frente al árbol.
Es impresionante —comentó Hojo sonriente.
Mi mamá me dijo en una ocasión que puede sentirse un extraño poder al estar junto al Goshinboku. Que la sinceridad que hay en nuestro interior va creciendo, haciendo que nuestro corazón se purifique —rememoró las palabras que su madre le dijera. Era extraño, pero la situación en la que se encontraba aquella vez era, de algún modo, similar a la de ahora.
Que hermosa creencia.
Así es —asintió con una débil sonrisa.
¡Hermana!. ¡Mira quién ha venido a visitarnos! —gritó su hermano Sota. Al girarse el corazón de Kagome dio un vuelvo, y abrió desmesuradamente sus ojos chocolate. Cuando se encontró con la intensidad de los ojos dorados de Inuyasha.
Ya te dije que no he venido de visita —le aclaró malhumorado, acomodándose la gorra que le había prestado el niño para ocultar sus orejas— Tenemos que hablar —declaró con brusquedad observando fijamente a la joven. Y en ocasiones dirigiendo una mirada hostil al joven Hojo, quien parecía visiblemente intimidado por él.
Yo no lo creo... Y si vienes por el fragmento, te lo traeré enseguida, sólo…
Shippo está herido —informó con rigidez, interrumpiéndola. Kagome lo miró asustada.
¿Qué dices?. No puede ser… —balbuceó asustada.
Necesito algunas de tus medicinas —demandó.
¿Hablan de una persona herida?. ¿Qué no sería mejor llevarlo a un hospital? —intervino Hojo extrañado.
¡Tú no te metas en esto! —advirtió Inuyasha con resentimiento. Ante la sorpresa y el temor del otro muchacho.
No tienes que hablarle de ese modo, Inuyasha—reclamó la muchacha enojada—Hojo, creo que es mejor que te marches. Esto es una emergencia y debo ir a buscar medicinas.
Entiendo. ¿Pero estás segura que estarás bien?. Si necesitas mi ayuda —ofreció inseguro.
Te lo agradezco, pero no es necesario —negó con una débil sonrisa.
Está bien. Te veré mañana en la escuela —se despidió, haciendo una leve inclinación hacia los otros dos.
Sota, ayúdame a buscar vendas y gasas —ordenó a su hermano, mientras corría hacia la casa para buscar medicinas.
Al atardecer, ambos emergieron desde el otro lado del pozo. Inuyasha cargaba la mochila llena de medicinas y vendajes. Tomó la mano de la joven para ayudarla a salir del pozo. Una vez que se encontraba en suelo firme, Kagome se deshizo rápidamente de su agarre. El sólo contacto de su mano, despertaba en ella sentimientos y emociones que ansiaba con desesperación desterrar, más bien arrancar desde lo más profundo de su corazón.
Caminó delante del hanyou, evitando mirarlo a los ojos. Sin embargo, se sentía muy nerviosa, los cabellos en su nuca parecían erizarse, al notar la intensa mirada ambarina a su espalda.
No debía permitir verse afectada por su presencia. Había accedido a regresar únicamente por Shippo, pero en cuanto se asegurara de curar sus heridas, volvería de inmediato a su época, no podía permitir que sucediera algo que hiciera flaquear su determinación.
De pronto, percibió una extraña sensación, giró la cabeza y entornando los ojos, cuando vio unas luces brillar a lo lejos, en dirección del espeso bosque. Todo aquello le era tan conocido que le enfermaba. La confirmación a sus sospechas, llegó cuando aparecieron de entre los arboles dos serpientes cazadoras. Kikyo estaba cerca.
Las serpientes volaban girando sobre la cabeza de Inuyasha, quien tragó en seco al notar la tensión en la figura de Kagome, que aún le daba la espalda. Maldijo en su interior su mala suerte y el pésimo momento en que habían aparecido esos espíritus.
Al parecer, alguien quiere verte —anunció con voz dura, no deseaba pronunciar el nombre de esa mujer— Puedes ir, no tienes que preocuparte por mí. Conozco de sobra el camino —declaró la joven con extrema frialdad. Se giró, pero sin verlo a los ojos, cogió la mochila de entre las manos del joven hanyou y reanudó sola su marcha hacia la cabaña de la anciana Kaede.
Kagome… —la llamó el joven pero ella no se detuvo y continuó alejándose— ¿Qué demonios habrá ocurrido? —gruñó, corriendo hacia el bosque, guiado por las serpientes caza-almas.
¡Kagome! —exclamó Sango corriendo hacia ella para abrazarla— Te hemos extrañado tanto.
Y yo a ustedes —dijo la joven devolviendo el abrazo a su amiga.
Señorita Kagome, dichosos los ojos —expresó Miroku.
Querida niña, que bueno que estás aquí —dijo Kaede, que se encontraba junto al pequeño zorro, que dormía en un futón cerca de la hoguera.
Shippo —susurró la joven arrodillándose junto al pequeño. Acarició con ternura la frente perlada por el sudor, notando que tenía mucha fiebre.
¿Qué pasó con Inuyasha? —preguntó Miroku, mirando hacia la entrada, extrañado de que el joven no haya ingresado tras la joven.
Al parecer tenía algo importante que hacer. Unas serpientes cazadoras lo esperaban a la salida del pozo —informó la chica sin mirarlos, sacando una gran cantidad de medicamentos y vendajes para curar al pequeño zorro. Bien sabía que no hacía falta darles más detalles, además que no deseaba nombrarla. Los demás se miraron unos a otros, con sorpresa y horror, comprendiendo que aquello sólo complicaría aún más la delicada situación entre ellos dos.
Kagome ... Sango -musitó.
¿Qué fue lo que le ocurrió a Shippo? —preguntó la joven sacerdotisa, evitando que su amiga lograra formular alguna pregunta, que de seguro le dolería, y que probablemente hiciera estallar lo que a duras penas intentaba contener.
Le relataron los acontecimientos, y las luchas que sostuvieron en busca de los fragmentos. También del monstruo que lastimó al pequeño zorro. Afortunadamente, no se trataba de una herida que contuviera algún poderoso veneno, por lo tanto sólo curó la herida de su pecho. Luego abrió un sobre y sacó un parche de frío, que dejó sobre la frente del niño, para que le ayudara a bajar la fiebre. Acarició con ternura el cabello rojizo del pequeño. Dándose cuenta cuanto lo había extrañado, al igual que a sus demás amigos.
Las serpientes cazadoras de almas se reunieron con su dueña, quien esperaba la llegada de Inuyasha, sentada en las gruesas raíces de un gran árbol.
Inuyasha… —susurró la sacerdotisa observando fijamente al hanyou.
Kikyo… Dime que ha ocurrido —pidió el joven con voz suave. La sacerdotisa se puso de pie y caminó lentamente hacia él.
Sólo he venido a entregarte esto —dijo Kikyo extendiendo su mano para ofrecerle un fragmento de la perla.
¡Es un fragmento! —exclamó sorprendido— ¿Por qué me lo estás entregando a mí? —inquirió extrañado.
Tú eres el indicado para proteger este fragmento —respondió la sacerdotisa— Kagome tiene la capacidad de purificarlo. Además, mi cuerpo aún guarda parte del veneno de Naraku, no puedo permitir que el fragmento se vea afectado por él.
Entiendo… —susurró el joven, observando el fragmento en la palma de su mano, pensando que seguramente Kagome no tendría ninguna intensión de custodiarlo.
Kagome, ¿Por qué no te quedas al menos por esta noche?—suplicó Sango, después que la joven les anunciara su partida.
Sango tiene razón, además es peligroso que transites por el bosque a estas horas—segundó la anciana Kaede.
Les agradezco su preocupación, pero es mejor que me marche ahora —insistió la joven.
Señorita Kagome, sé que está muy dolida con Inuyasha. Sin embargo, pienso que deberían conversar y aclarar los malos entendidos —aconsejó el monje.
Su Excelencia tiene razón Kagome, sólo se trata de un mal entendido —secundó Sango.
No pienso que se trate de un simple mal entendido —objetó Kagome— Además, es obvio que Inuyasha tiene otras prioridades—agregó con aspereza.
Bien, entonces la acompañaré hasta el pozo —accedió Miroku luego de un suspiro de resignación.
Nadie va a despedirse de ti Kagome, porque todos esperaremos a que regreses —expresó Sango acongojada. La joven observó con angustia, la pena que causaba a su amiga y los demás, pero no podía hacer nada para remediarlo, le sonrió tristemente y siguió al monje.
Caminaba tras el moje Miroku en silencio, sumida en sus pensamientos.
Señorita, si realmente está segura que regresar a su época, es lo mejor para usted, entonces guardaré silencio y respetaré la decisión que ha tomado —expresó de pronto el monje, sorprendiéndola.
No puedo asegurar que sea lo correcto —admitió la joven— Tan sólo es la única forma que se me ocurre para protegerme.
¿Para protegerse? —preguntó sin comprender sus palabras.
Lo lamento… no me haga caso —dijo intentando sonreír— Me apena sonar tan melodramática.
Comprendo que debe ser difícil para usted —dijo Miroku conciliador—Señorita Kagome, todos sabemos que la sacerdotisa Kikyo fue muy importante en el pasado de Inuyasha, pero le aseguro que usted es lo más importante en su presente, es sólo que él no tiene idea de cómo expresar sus sentimientos.
Durante mucho tiempo, también quise creer en eso… —afirmó la joven dolida— Pero ya no puedo hacerlo.
Creo que ambos necesitan tiempo para… —se detuvo de súbitamente. Kagome lo miró extrañada, pero comprendió lo que sucedía. También logró percibir una presencia maligna— Algo está acercándose —susurró poniéndose en guardia.
Miroku observó atentamente a su alrededor, sin conseguir divisar de dónde provenía el peligro. Kagome lo imitó, pero tampoco lograba ver nada. De pronto comenzó a levantarse la tierra bajo sus pies, haciendo que perdiera el equilibrio, cayendo a un costado. Frente a ellos emergió desde el suelo un grotesco y enorme monstruo, parecía tener los rasgos de un grillo, y en las puntas de sus patas delanteras exhibía unas filosas tenazas, con las cuales intentaba atacarlos. El monje se defendió de la estocada con la ayuda de su báculo, dando un salto hacia atrás, para evitar un segundo ataque.
Señorita Kagome, aléjese de aquí —ordenó el monje. La sacerdotisa estaba desarmada, por lo que se convertía en un blanco vulnerable.
La muchacha logró ponerse de pie y corrió de regreso a la cabaña. Debía buscar la ayuda de Sango. Sin embargo, justo frente a ella emergió un segundo monstruo obstruyéndole el paso. Lanzó un grito de pánico, cuando el insecto la atacó con el filo de sus tenazas y utilizó todas sus energías para dar un salto hacia el costado, logrando con mucha dificultad esquivarlo, cayendo nuevamente al suelo.
¡Señorita Kagome! —exclamó el monje.
Inuyasha regresaba de su encuentro con Kikyo, cuando escuchó un grito, y se le congeló la sangre, cuando olfateó la esencia de Kagome, pero también la de un monstruo. Soltó una maldición y corrió a toda velocidad hacia la dirección donde se encontraba la muchacha.
¡Agujero negro! —gritó el monje, después de quitar el sello de su mano, para absorber a uno de los insectos.
¡Kagome! —gritó Inuyasha apareciendo desde el bosque. Desenfundando su espada que de inmediato se transformó en el poderoso colmillo de acero.
¡Inuyasha! —lo llamó asustada. Se levantó con dificultad con la intensión de correr hacia el joven mitad bestia, pero sólo alcanzó a dar un par de zancadas, cuando sintió un intenso dolor en su espalda, a la altura de su hombro izquierdo, casi en el mismo instante se desplomó pesadamente.
¡KAGOME! —vociferó Inuyasha lleno de pánico al ver que era alcanzada por la punta de la tenaza.
Nota de Autora:
Antes que todo, quiero ofrecer mis sinceras disculpas por todo el tiempo transcurrido, sin todavía concluir la historia "Corazón Esclavizado".
Ha pasado un largo tiempo, demasiado, pero a veces nuestras vidas tienen altos y bajos, y no podemos dedicar tiempo a cosas que nos llenan internamente, por tener que dar prioridades a otras.
A pesar de todo, estoy haciendo un esfuerzo para retomar esto que me gusta tanto. Escribir, siempre del lado aficionado, pero escribiendo al fin y al cabo, que es lo más importante.
Estoy leyendo la historia que mencioné antes, ya que debo analizar y volver a hilar las ideas que se perdieron en el tiempo, ya que hay cosas que no recuerdo, y además, el archivo inicial ya no existe, por lo que debo volver muy atrás para retomarla.
Escribí antes esta nueva historia es para disculparme. Es una historia breve (5 capítulos) y ya está completa, así que tranquilidad, sólo debo subirla.
Espero les guste, no puedo decir que sea algo muy novedoso, pero me quise narrar esto en base a mi propia visión y a mi estilo.
Denme muchos ánimos, los necesito XD.
Saludos!
