Hacía días que el ambiente en la capital española estaba alterado, la gente iba de aquí allá con prisas, como si escaparan de algo. La guerra se había cobrado ya numerosas vidas, pero los partidarios de la República seguían luchando, "¡Por la República!" proclamaban. Ahora el mayor miedo residía en que los golpistas llegaran a Madrid, si se hacían con la capital sería el fin del sistema.

Por los pasillos del Congreso se pasaba nerviosa España, hacía tiempo que su hermano no aparecía por allí y tenía un muy mal presentimiento acerca del por qué de su desaparición. De repente un ruido la hizo detenerse en seco, y numerosos estallidos se escucharon desde el exterior: disparos. Aterrada corrió a la cámara de diputados donde se encontraba el presidente Manuel Azaña y se lanzó a sus brazos con las lágrimas saliendo de sus hermosos ojos verdes:

-No llores España, Isabel, por favor no llores más.

Pero su llanto no cesaba y las lágrimas caían por su rostro como una cascada irrefrenable. Azaña la abrazó, para él era como su hija, su pequeña; y le dio un suave beso en la frente. Las puertas se abrieron de un golpe y entró un hombre pequeño pero con expresión amenazadora y detrás de él iba España, caminando con decisión hasta donde se encontraba su hermana.

-Antonio, ¿Qué estás haciendo?

-Rendíos, ya hemos ganado, entregadnos el gobierno.

La expresión de su hermano era seria, parecía convencido, ¿Qué clase de artimañas y mentiras le habría contado ese desagradable personaje? Las lágrimas seguían corriendo por el rostro de Isabel mientras hablaba.

-Antonio por favor, esto no está bien, la gente está muriendo por esta tontería, y seguirán muriendo aunque aceptemos rendirnos; ¡Estás atentando contra la ley de tu propio país, joder!

El sonido de una bofetada resonó por toda la sala. Isabel se tocaba la mejilla derecha con expresión de horror mientras Antonio permanecía impasible y el individuo a su lado sonreía complacido. Un par de guardias entraron y, aprovechando la confusión del momento se llevaron a Azaña mientras Isabel gritaba desolada.

-¡No, nooooooo! ¡Devolvédmelo malnacidos!-sus gritos se vieron ahogados por los sollozos y una débil voz se escuchó desde el pasillo.

-¡Viva la República!-era la voz de Azaña quien pronto fue callado a golpes por los militares.

Pero desde dentro de la sala Isabel acompañó a su jefe y amigo en el que sería su último grito de libertad.

-¡Viva!