Ojala que les guste D:
Capítulo 1 n-n
Frió, viento, hojas que caen de los arboles. El otoño viste la ciudad. Personalmente, siento que es una época de belleza única, especial, sumamente poética. Me gusta sentir el frió. Me gusta sentir el aire frió rosar mi piel y helarme en lo más profundo, al menos, cuando lo hace la temperatura, es menos doloroso que helarse en otras situaciones. Me gusta ver las hojas caer, y ser mecidas y trasladadas sin rumbo por la brisa. Me gusta ver las ventanas empañadas, y esa nube de vapor salir por mi boca cuando exhalo. Me gusta.
También me gusta caminar en las tardes de junio. Las calles vacías, el silencio de una ciudad resguardada en el calor de cuatro paredes. La cantidad de matices que mis ojos captan, desde la gran variedad de marrones, las blancas nubes, y cada tono que el cielo va tomando a medida que el sol se despide de la ciudad. Me gusta caminar en las tardes de junio, más que nada los viernes, por el simple hecho, de que es una de las épocas, en las que ni siquiera los viernes, la gente se acumula en las pequeñas calles. Me gusta esa soledad. Por eso ese viernes no lo desperdicie. Tome el camino largo, desde mi casa, hasta el parque principal, donde yo y nada más que yo, nos sentamos un largo rato a platicar de la nada. Lo único que arruina mi imagen de tiempo perfecto, es que los días sean tan cortos, no como en los de invierno, pero tampoco como esos infinitos días de verano. Pronto fue tiempo de volver a mi artificial refugio. A decir verdad, el frió se estaba volviendo un poco difícil de sobrellevar.
Llegue más rápido de lo que tarde en irme, ya no era un tranquilo paseo. Cuando el sol se esconde, no importa la época que sea, los monstruos salen. Siempre recuerdo aquella frase de mi infancia: "los monstruos salen" Nos enseñan a pensar que son criaturas feas, gigantescas, bestiales, pero poco a poco me he dado cuenta, que no precisamente un monstruo debe ser feo, puede ser alguien igual a nosotros, pero con demonios internos, con pensamientos oscuros, con instintos salvajes, con deseos sádicos.
Al doblar en la esquina me encontré con uno de esos tan comunes folletos hoy en día. Una joven desaparecida. Y es que la ciudad, estaba siendo acechada, vigilada, por él. No sabría decir cuánto tiempo hacia que él nos observaba; que él me observaba. Solo puedo relatar cuando comenzó a hacerse notorio esto. Todo empezó con una muchacha. Una linda y normal muchacha que desapareció sin dejar rastros. Pasaron días y nada se supo de ella, hasta que un día, un extraño paquete llego a la jefatura de policía. Según lo que se nos había dicho, este contenía, restos identificados como de la joven, más una carta del supuesto asesino, la cual jamás se dio a conocer al público. Pronto estos casos se sumaron, y hasta multiplicaron, haciendo que cada mujer, hombre y niño, temiera de la bestia que los acechaba en silencio. Todos excepto yo. Extrañamente me sentía fascinada por aquello, por supuesto sin dejar de sentir pesar por las pobres chicas y sus familias. Y es que hay tan pocos casos de asesinos seriales por aquí, y que uno llegue a este nivel sin ser atrapado, justo en nuestras narices, se me hacía embriagador. No era posible no pensar en el asesino del zodiaco al prestar atención en el caso. Pero a diferencia de aquel, este ni siquiera contaba con la presencia de códigos, lo que hacía pensar en dos posibilidades: o la policía era muy inepta, o este tipo era muy inteligente. Nunca se me cruzo por la mente convertirme en más que una simple espectadora de este jugo macabro.
En la entrada de casa, me encontré con una caja en el buzón, nada que llamara mi atención. Era una insípida, y nada fuera de lugar, caja de un blanco inmaculado. Un blanco frió. Un blanco helado. Un blanco muerto.
