Dudas del programa


Nadia y Alan en el festival de dragones y caballeros medievales corren, bailan, se toman de las manos y son amigos, quizás amantes, en todo caso, piezas de un mismo escenario que no funciona si no están juntos y se ayudan. Mutuamente.

¿Verdad?

Nadia está confusa. Alan y ella compran bocadillos, ríen como si se conocieran de mucho antes. Como él dijo.

¿Se conocen de antes?

Pensó que...si, de un ascensor. Y cruzarse en la tienda. Y de su fiesta.

—Me salvaste la vida, ¿cierto? Héroe...

Alan asiente y se sonroja pero también tiene lagunas. Tras la bifurcación que se esfuma en dos reflejos unidos por sus líneas sobresalientes. El programa corre bien.

—Pero tú me ayudaste antes.

Tiene algo que ver con Avena, el gato, la más ridícula fiesta de cumpleaños que hayan tenido nunca. Y dos historias que no coinciden del todo. Nunca se pondrán de acuerdo en los hechos concretos.

Él la salvó. Ella lo salvó. Los dos se salvaron...

—Es difícil saber lo que vale el oro en estos días —comenta ella, blandiendo una antorcha y dejando atrás a los bailarines.

—Todavía me debes cientocincuenta y dos mil, setecientos ochenta dólares, con ochenta y seis centavos —añade él, jadeando y riendo, como si hubiera aprendido muy recientemente a hacerlo bien.

—Pagaré, es una deuda y soy más o menos judía, me lo tomo en serio —le asegura Nadia.

Realmente no importa si nunca se decantan por una versión u otra. Si exista más la de ella o él en un día u otro. Están juntos.

Así funciona el universo. Así debió ser para empezar. Las dos piezas en el mismo juego.

Corriendo. Probando. Éxitos.