Se preguntó si acaso ella lo estaba haciendo a propósito.
Desde por lo menos unos 12 minutos atrás (no es que el chico los estuviera contando) Marinette, tal vez en una especie de signo nervioso, había cogido su labio inferior entre sus dientes y era maravillosamente distractor.
Desde que la idea se alojó en su mente, Nathanaël consideró lo difícil que iba a ser retratar a la chica, usándola como una modelo real, no solo trazar en papel las conjeturas de la imagen de Marinette en su mente.
Por supuesto que la chica había aceptado su pedido inmediatamente.
No podía evitar percibir que sus dibujos anteriores de Dupain-Cheng eran completamente superficiales, sin que ella posara para él, su mente solo capturaba los detalles que él mismo solo quería recordar. Y no le hacía justica a la belleza de la chica. Nunca antes había plasmado las gotas de rocío que cubrían sus mejillas en forma de pecas, o la sutil y casi imperceptible forma en que su labio inferior parecía muy grande para encajar con el superior. O la pequeña cicatriz secreta que ocultaba debajo de una fina capa de flequillo en su sien, Nathanaël quería absorber en su fuero interno cada pedazo de información que pudiera obtener de la chica.
No podía evitar enojarse consigo mismo, cuando los trazados de su lápiz eran demasiados gruesos y muy apresurados, él necesitaba plasmar el sentimiento de adoración que la chica causaba en su interior, como la calidez de una fogata en sus entrañas, cubriendo toda su oscuridad con esa luz. Y esa emoción era lo más puro que había conocido hasta el momento, no podía estropearlo con la brusquedad de sus torpes manos.
