Pareja: Kai&Takao

Advertencia: Shounen –ai y Lemon

"Pensamientos"

–Diálogos.

Escritos.

UN GRITO EN EL SILENCIO

–Kaily Hiwatari–

Corría por las calles desesperado, mirando hacia todos lados. Era de noche y llovía intensamente, aunque eso no era lo que le preocupaba. Estaba cansado de huir, estaba hambriento y aunque el ambiente era frío, él estaba sofocado de tanto correr. Ya no podía más, sentía que las piernas le fallaban, que caería al suelo sin poder remediarlo.

Divisó una pista al parecer de tenis, que estaba alambrada a su alrededor. Con un poco de suerte podría guarecerse de la lluvia si estaba abierta, bajo esas chapas que estaban sobre las gradas. Rodeó la alambrada, buscando la puerta de entrada.

La encontró, pero para su mala suerte, estaba cerrada con candado. Golpeó la alambrada con rabia, para después darse media vuelta y apoyarse en ella. Se cruzó de brazos y se frotó ambos brazos para intentar no quedarse helado. Miró hacia el cielo nublado, viendo cómo varias serpentinas doradas se hacían presentes y cómo aumentaba la intensidad de la lluvia. Por suerte llevaba puesta una sudadera con gorro en la cabeza y al menos no se la mojaría tanto. Tan concentrado estaba en descansar y en ver cómo la tormenta estaba siendo cada vez peor, que no notó que cinco jóvenes lo estaban rodeando.

Su instinto se alarmó, sentía que de nuevo tenía que correr. Bajó la vista al frente y se asustó al ver que estaba rodeado. Intentó salir corriendo hacia su izquierda pero un chico lo empujó contra la alambrada, momento que los demás aprovecharon para acercarse más a su víctima. Con respiración acelerada y mirando a todo su alrededor intentó escaparse ésta vez por su derecha, siendo empujado de nuevo más cruelmente por otro chico contra la alambrada, haciendo que a él se le cayera hacia atrás el gorro de la cabeza, al haber caído al suelo.

Debido a que llovía demasiado fuerte por la tormenta, se había levantado una especie de neblina en el ambiente y al ser de noche, no les permitía ver las cosas con claridad. Pero un relámpago inundó el cielo, con lo cual, todos pudieron ver que el chico tenía los cabellos azules y la piel morena.

El joven que estaba recibiendo esa paliza, intentó incorporarse sin mucho éxito, ya que recibió un fuerte puñetazo en el estómago, haciendo que cayera de nuevo al suelo, tosiendo.

Uno de ellos lo cogió y lo incorporó, sonriendo por su triunfo. Dos chicos más se acercaron al joven de cabellos azules y lo sujetaron de los antebrazos impidiendo que volviera a caerse al suelo, al recibir otro golpe.

–Cof, cof –tosió al recibir el puñetazo.

–Jajaja –reía el que miraba la escena.

–Ni siquiera se defiende, qué poca cosa –confesó uno de los que les sujetaba.

–¿No creéis qué os estáis pasando? –preguntó otro–. El jefe sólo ha dicho que lo asustásemos.

–Pero hay que divertirse –confesó el que le golpeaba, haciéndolo ésta vez en la cara.

–¡Je! Ni siquiera se queja –refirió uno.

–Es verdad –confirmó el que lo golpeaba. Le sujetó el mentón, levantándoselo para que lo mirase– ¿Acaso te crees valiente? –le preguntó con una sonrisa.

El joven de cabellos azules sólo intentaba respirar. Cogió aire a todo pulmón al ver que el chico que no paraba de golpearle sonreía.

–¡So... co... rro! ¡Socorro! –gritó. Vio cómo el chico que lo sujetaba le miró con seriedad y le tapó la boca.

–Qué cobarde –añadió.

En ese momento el joven de cabellos azules aprovechó ese acercamiento y le mordió la mano sin ningún tipo de contemplación.

–¡Ah! ¡Mi mano! –se quejó.

El joven de cabellos azules apretó más sus dientes y el otro de la desesperación intentaba apartarlo colocándole la otra mano en la cara– ¡Quitádmelo de encima! ¡Haced que me suelte! ¡Ah! –cambió su mano de posición poniéndola ésta vez alrededor del cuello, ejerciendo fuerza sobre este. Así que el joven de cabellos azules no tardó en abrir la boca por el daño que ese joven le estaba causando. El otro al tener su mano liberada, se apartó del joven de cabellos azules, viendo cómo éste otro agachaba la cabeza e intentaba recuperar el aire.

–¡Maldito imbécil, me ha hecho sangre en la mano! –gritó un poco asustado al ver la dentadura marcada en su piel, sangrando cada vez más– ¡Me las vas a pagar! –sacó una navaja de su pantalón y con rabia fue hacia el joven de cabellos azules.

–Espera tío, ¿qué vas a hacer? No irás a matarlo. –preguntó uno de los que le sujetaba.

–¡Éste imbécil me ha hecho daño! –le recordó al que había hecho esa pregunta con temor.

–Querías que se defendiera y lo ha hecho –anunció otro.

–¡Pues lo va a pagar caro! –contestó furioso. Cogió al joven de cabellos azules de los cabellos, forzándolo a que subiera la cabeza y que lo mirase. Los ojos rojo zafiro del joven de cabellos azules se abrieron muchísimo al ver esa navaja tan cerca de su cara–. Voy a tatuarte las mejillas. –Los jóvenes delincuentes no eran conscientes de que un chico joven estaba presenciando la escena desde la distancia.

–¡Eh! –exclamó el recién llegado, enseñando una placa– ¡Policía! –salió corriendo en dirección a los chicos.

–¡Tíos, yo me largo! –confesó uno al escuchar eso, empezando a correr.

–¡Yo también! –agregó otro siguiéndole.

–¡Si esos se van, yo también! ¡No quiero que la policía me atrape! –refirió el que sujetaba al joven de cabellos azules por la izquierda, soltándole para dejarlo correr.

–¡Te sigo! –concretó el de la derecha, soltándole también, sin importarle que éste cayera al charco de barro que había formado la lluvia.

–¡Gallinas! –gritó el otro viendo cómo sus compañeros se iban de allí corriendo. Miró hacia la dirección contraria y vio al policía acercarse corriendo. Miró hacia el joven que había recibido la paliza– ¡Por hoy te has librado! –salió corriendo de allí para reunirse con sus compañeros. Él tampoco era tan idiota como para que lo pillase la policía, además, ya le había dado su lección al joven de cabellos azules.

–¡Volved aquí! –gritó el policía sin dejar de correr como si los persiguiera, pero corriendo hacia el malherido.

El joven de cabellos azules se puso una mano sobre el estómago, tosiendo aunque no intentaba hacerlo, ya que eso provocaba que le doliera más. Vio cómo los chicos se iban corriendo y cómo cada vez se veían más luces debido a los relámpagos, iluminando todos los charcos que la lluvia había provocado. De repente vio cómo una mano se ponía frente a su rostro.

–¿Estás bien? –preguntó el recién llegado.

Al moreno de piel no se le ocurrió otra cosa que intentar ponerse de pie, para alejarse de esa persona, cayendo de nuevo al suelo–. Deja que te ayude a levantarte –fue a acercarse a él, pero el joven de ojos rojos zafiro comenzó a arrastrarse hacia atrás para huir, cogiéndose a la alambrada para apoyarse en ella y empezar a levantarse. No dudó un solo segundo más en salir corriendo, dejando al otro chico desconcertado– ¡Espera, te llevaré a un hospital! –gritó viendo cómo el joven de cabellos azules se daba la vuelta para ver si lo seguía, no parando de correr– ¡Espera! ¡Cuidado con la...! –demasiado tarde. El malherido chocó contra una farola por no mirar hacia delante– …farola –susurró. Fue corriendo hacia él, comprobando que estaba inconsciente por el golpe.

&&&Kai&Takao&&&

Notaba unas leves caricias en su mejilla. Sentía un terrible dolor en la frente y en su estómago. Dejó de sentir esa sensación para sentir un dolor punzante junto a un pequeño peso un poco más arriba de la frente, a su lado derecho. Levantó su mano inconscientemente para llevarla hasta la zona afectada y abrió los ojos, llevándose un susto de mil demonios al ver allí a un chico de cabello bicolor grisáceo, ojos color carmesí y piel muy blanca.

–¡Ah! –gritó asustado, intentando incorporarse para huir de allí, echándose mano a la herida de su estómago por su brusco y propio movimiento.

–Será mejor que no te la toques –advirtió el bicolor–. Siento haberte asustado –se disculpó. El moreno no hacía más que mirar a todos lados–. Te estarás preguntando qué haces aquí. Verás, anoche te chocaste contra una farola y caíste inconsciente al suelo. –El joven de cabellos azules vio cómo estaba en una habitación en la que había dos mesitas de noches a cada lado de la cama, un comodín con su espejo y silla, un armario grande y dos puertas, además de la ventana con sus cortinas.

Se fijó en que encima de la mesita había un tazón lleno de agua y que el bicolor sujetaba un paño en su mano–. Estás en mi apartamento, te traje hasta aquí en mi coche. Por suerte no estábamos muy lejos de aquí. –El menor vio que estaba metido en la cama, tapado con unas sábanas y que no tenía puesta su sudadera, sino una blusa de color blanco. Se estiró la blusa cogiéndosela de una manga hacia arriba–. He tenido que cambiarte yo mismo de ropa, espero que no te importe, la tuya está en la lavadora. –Le explicaba viendo con el otro levantaba un poco las sábanas para comprobar que llevaba puesto un pantalón del mismo color. Se sonrojó y miró al bicolor–. En tus ropas he encontrado esto –hurgó en sus bolsillos sacando una cartera. El moreno no tardó en arrebatárselo de las manos–. No he mirado en su interior, pero me gustaría saber porqué te estaban dando esa paliza. –El joven de cabellos azules lo miró con desconfianza–. Te he dicho que no he mirado en ella, si eso te tranquiliza. ¿No quieres hablar de lo que te ha sucedido?

El moreno se tocó la frente mostrando una cara de molestia, notándose un gran chichón. Recordó que le habían golpeado en la mejilla así que llevó su mano libre hasta ella.

–Te han dado muy fuerte, creo que deberías descansar. Al menos hasta que puedas ponerte en pie –mojó el paño que tenía en la mano y lo escurrió en el tazón, retorciéndolo bien–. Deja que te limpie la cara –acercó el paño a su rostro, pero el joven de cabellos azules puso ambas manos sobre el colchón de la cama, arrastrando su cuerpo con la intención de alejarse de ese sujeto–. Tranquilo, ya te he dicho que voy a limpiarte la cara –el bicolor vio cómo el chico temblaba, así que dejó el paño sobre la mesita–. Está bien –dijo al ver que el joven de cabellos azules miró hacia otro lado–. Dejaré que descanses, volveré para traerte la cena. –Se puso de pie, dejando la silla sobre la que estaba sentado pegada a la pared. Echó un último vistazo al chico mientras caminaba hacia la puerta.

En cuánto el moreno vio que el bicolor salió de la habitación, se destapó haciendo las sábanas hacia atrás. Con mucho cuidado empezó a deslizarse por la cama hasta ponerse en la orilla. Se apoyó con la mano en el cabecero de ésta, haciendo un esfuerzo por ponerse en pie, lo cual consiguió con dificultad.

Miró a su alrededor hasta localizar ese comodín con espejo. Caminó hasta el con dificultad. Cuando llegó vio su cara sucia... llena de moratones. Se levantó el flequillo viendo un gran chichón con mal aspecto. Tragó duro y se decidió a subirse la blusa para ver cómo su estómago estaba aún peor que su cara. Se tapó la boca con la mano que tenía libre, observando su adolorido cuerpo. Se volvió a mirar la cara, tenía que limpiársela, tenía que curársela, pero estaba en un sitio desconocido.

Recordó que ese el bicolor había mojado un paño antes. Buscó con la mirada dónde estaba ese paño. Cuando lo localizó caminó hasta el, cogiendo tanto el tazón como el paño, volviendo sobre sus pasos para ir de nuevo hasta el espejo. Mojó el paño y lo retorció cuando estuvo todo sobre la mesa del comodín. Con suavidad empezó a pasárselo por el rostro. Lo tenía muy hinchado y con un poco de suerte, el agua fría le quitaría la hinchazón. Después de pasarse el paño por toda la cara, se atrevió de nuevo a levantarse la blusa para poner ahí el paño mojado. No pudo evitar que sus ojos se nublasen por todo lo que estaba viendo y por lo que le había sucedido. Tenía los cabellos sucios al igual que había tenido la cara, de cuando cayó a un charco lleno de barro. Apenas podía tocarse el estómago, era lo que más le dolía. Desistió entonces de seguir limpiándose y dejó el paño metido en el agua. Esos chicos le había dado una buena lección, pero él no desistiría de la decisión que había escogido. Se limpió las lágrimas antes de que salieran de sus lagrimales con su mano izquierda.

Debía de ser fuerte, no podía tener miedo en un momento así. Desvió la mirada hacia un lado, para regresarla al espejo y verse a sí mismo reflejado. Era un monstruo con ese aspecto. Una luz que se reflejó en el espejo le llamó la atención. Siguió mirando a través de éste y vio como enfrente de ese comodín pero alejado, estaba la ventana. Se dio la vuelta y caminó hacia ella, asomándose con discreción por la misma.

Estaba lloviendo a mares, menos mal que en estos momentos no estaba fuera. ¿Sería casualidad que ese chico lo hubiera visto? Dio un gran suspiro de cansancio y decidió que lo mejor era recostarse en la cama. No sabía qué nuevo peligro le aguardaría el destino.

Le estaba costando mucho tumbarse y sentía que se partía en dos. El dolor era insoportable, su coraza se estaba quebrando, ya no podía más, necesitaba llorar. Golpeó con fuerza el colchón con el puño cerrado. Apretando los ojos con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas le mojaban las mejillas, mordiéndose el labio superior para no gritar aunque era lo único que deseaba hacer en esos instantes. Sólo deseaba estar solo y que todo fuera un mal sueño. Deseaba estar muerto.

&&&Kai&Takao&&&

El bicolor estaba en la cocina, preparando la cena. No entendía por qué ese chico no le hablaba, evitaba mirarlo... al menos podría haberle dado las gracias, aunque él no lo había llevado a su casa por esa razón.

Quizás el chico sólo estaba asustado por esa paliza que le habían dado. Eran cinco contra uno, aunque hubiese querido defenderse, nadie puede contra cinco chicos de aproximadamente veintiún años. Todavía recordaba esa escena.

Flash Back

Caminaba con prisa por la calle. No pensaba que en un día tan soleado como ese, fuera a acabar con una gran tormenta como la que estaba cayendo en ese momento. Tenía que llegar rápido al coche. ¿Por qué en un día con tan buena pinta como ese, había tenido que aparcar el coche tan lejos? La respuesta era simple, algún gracioso le había quitado el aparcamiento.

Miró hacia el frente viendo varias sombras moverse. A medida que se iba acercando, las sombras se iban aclarando y podía distinguir mejor las cosas. Parecían cinco chicos, más bien seis, pero no entendía que hacían parados en mitad de la lluvia. Aunque ahora que lo miraba mejor uno de ellos, no paraba de moverse mientras los otros estaban parados. Todo se lo aclaró una voz.

–¡Socorro!

Eso no era buena señal, seguro que unos vándalos están intentado robar al dueño de esa voz. Tenía que ayudarle, antes de que las cosas pasaran a mayores. Sacó una placa metálica del bolsillo de su chaqueta y la puso en alto gritando desde la lejanía...

–¡Eh! ¡Policía! –gritó autoritario, sin bajar la placa, viendo cómo los chicos huían uno a uno de la escena, dejando a su víctima caer en un gran charco de barro.

Fin Flash Back

Tenía que intentar pensar como ese chico. Le habían pegado una paliza y cuando abre los ojos, se encuentra a un chico desconocido y en un lugar desconocido. Por lo que había podido observar, tanto el chichón de la cabeza como los moratones del estómago, no tenían buen aspecto. Quizás debería llamar a la ambulancia para que se lo llevaran a un hospital, puede que tuviera algún hueso roto. Pero si tuviera algún hueso roto, ni siquiera hubiera podido sentarse en la cama con esa rapidez al asustarse. Tampoco tenía ninguna señal de algún navajazo o restos de sangre. No había sido muy difícil cambiarle de ropa, total, ya estaba acostumbrado a eso. No podía permitir que ese chico siguiera llevando ropa mojada aunque estuviera inconsciente, podía pillar una pulmonía.

Lo mejor sería cenar con él e intentar averiguar cosas y denunciar a esos tipos. Eso haría. En cuánto la cena estuviera lista, cenaría en el cuarto con él y se presentaría como era debido, ya que aún no le había dicho su nombre al chico con las prisas y él tampoco lo había hecho.

&&&Kai&Takao&&&

El joven de cabellos azules estaba revisando su cartera, comprobando que nada le faltase. Para su suerte era así, lo tenía todo y no había perdido nada. Se había acomodado la almohada para estar tumbado pero más alto. Miró hacia la puerta y vio cómo poco a poco ésta se iba abriendo, así que para matar su curiosidad, siguió mirando al mismo punto, viendo al joven bicolor pasar a la habitación con una bandeja. Desvió entonces su vista hacia las sábanas, jugando nervioso con sus dedos. Quería estar solo, irse de allí, pero quizás ese era su sitio más seguro en estos momentos. Aunque no sabía ni dónde estaba.

–Te he traído la cena, espero que te guste la sopa, es lo único que creo que podrás cenar sin que te haga daño –sonrió, dejando la bandeja sobre la mesita que había junto a la cama. Miró al joven de cabellos azules y lo vio cabizbajo, mirándose las manos que jugueteaban sobre las sábanas sin parar–. Tienes que tener hambre, así que puedes empezar a comer. –El otro ni se inmutaba, lo ignoraba prácticamente. "Creo que esto me va a costar más trabajo del que pensaba, no se ve un chico muy sociable", pensaba–. Veo que te has limpiado la cara –el joven de cabellos azules lo miró como si fuera un cachorrito abandonado– ¿Te duelen las heridas? –el chico sólo miró los platos de sopa que estaban sobre la mesita– ¿Tienes hambre? Puedes empezar si quieres a cenar –cogió el plato en las manos y la cuchara, hundiéndola en la sopa para tener una cucharada lista–. Toma –el joven de cabellos azules miró hacia otro lado en señal de negación. –¿No te gusta la sopa? –el otro sólo intentaba que por nada del mundo ese chico le acercase la cuchara a la boca, quizás estuviese envenenada–. No se me ocurre que otra cosa prepararte y que no te haga daño. Venga tómatela. Está caliente y es de pescada. Está buena y te dará fuerzas para reponerte. –Insistió acercándole de nuevo la cuchara, pero el chico volvió a apartar el rostro en señal de negación–. Está bien –dejó el plato con la cuchara dentro sobre la mesita y empezó a coger su plato y su cuchara para empezar a comérselo–. Yo empezaré a comerme el mío. Mmn... Está muy bueno –escuchó cómo las tripas del moreno, empezaron a quejarse por culpa del hambre–. Podrías decirme al menos cómo te llamas. –tras el silencio del otro joven decidió continuar hablándole–. Mañana te llevaré al hospital, espero que no te importe, pero quizás tengas algún hueso roto. –el otro lo único que hizo fue mirar hacia el que sería su plato– ¿Quieres? –preguntó señalándole el plato, para ver cómo el chico volvió a mirar hacia otro lado–. Si tienes hambre come, es para ti –le recordó.

Escuchó el teléfono sonar, así que se levantó de la silla y se limpió la boca con una servilleta para dejarla sobre la bandeja–. Ahora vuelvo –se alejó corriendo porque ya era la tercera advertencia.

El otro miró hacia los platos de sopa. Se mordía el labio inferior por pensar en que esa sopa parecía estar deliciosa y él no quería probarla por su desconfianza. Pero el tenía mucha hambre. Empezó a pensar de manera rápida. Si ese chico se comía su plato, era señal de que estaba bien, así que como tenía hambre y no quería terminar envenenado en el caso de que así estuviera la comida... Miró hacia la puerta para comprobar que no había señal del otro joven. Cogió el plato del otro y su cuchara para llevársela hasta la cama. El fondo del plato quemaba, y no se le ocurría cómo podía comérselo.

Se le pasó por la cabeza dejar el plato sobre la mesa y sentarse sobre la orilla de la cama. Con rapidez se fue echando la cuchara a la boca, comprobando el sabor de la sopa de pescada. Tenía tanta hambre que se comería diez sopas. Ojalá que ese chico no entrase todavía porque estaba intentando disfrutar de la cena tranquilo, sin que el otro parase de mirarlo y hablarle.

Desde luego, estaba deliciosa. Miró los platos, viendo el suyo vacío y el otro lleno. Cogió una servilleta que había sobre la bandeja y se limpió con rapidez dejándola otra vez en la misma posición que estaba para que no se notase ni el cambio de plato ni que había cogido la servilleta.

Adoptó su postura anterior pensando en que le depararía mañana la suerte. El bicolor no tardó en entrar e irse derecho hasta su plato para comérselo. Se alegró al ver que el plato del otro estaba vacío, aunque el chico seguía en la misma postura. Quizás el fuerte del joven no era hablar porque era nervioso o problemático.

&&&Kai&Takao&&&

Mientras tanto en un callejón oscuro de la ciudad...

–¿Y dónde está él ahora? –preguntó un hombre dando la espalda a cinco chicos, desde las sombras de ese callejón.

–No lo sabemos –se atrevió uno a decir.

–¿Y por qué? –preguntó su jefe irritado.

–Porque llegó un policía en ese momento y ni yo ni ninguno de mis compañeros queremos estar entre rejas.

–¿Acaso sois imbéciles? ¡Os he pagado para que me lo traigáis hasta aquí! ¡Otro detalle es que ese era un policía! ¡Sólo un poli! ¡Grandísimos idiotas! ¿¡Qué es un poli contra cinco chicos como vosotros!? ¡Nada! –les intentaba hacer ver lo idiotas que habían sido.

–Cálmate jefe –pidió otro joven.

Su jefe se dio la vuelta irritado y con una pistola en la mano le pegó un tiro para quitar de en medio al chico que había osada decir esa palabra– ¡Nadie me dice que me calme! –una sonrisa diabólica se le dibujo en los labios, haciendo que los demás chicos, uno que sujetaba ahora al muerto en sus brazos, y los otros que observaban esa pistola, temblasen por primera vez en su vida. Varios disparos se escucharon en ese callejón y luego todo se volvió silencio–. Sólo eran unos imbéciles, no debí de haber malgastado mi tiempo con ellos. –Sacó del bolsillo de su pantalón trasero una foto en la que aparecía un chico de cabellos azules, con los ojos color zafiro, piel morena, vestido con una blusa naranja, sonriente a la cámara–. No importa dónde estés –acarició la imagen con su dedo índice–. Te encontraré... Takao. Jamás te dejaré libre. –Metió la foto en el bolsillo de nuevo y miró a los cinco chicos muertos en el suelo–. Sois patéticos –sonrió para después guardarse la pistola en su gabardina blanca, saliendo por fin de la oscuridad.

&&&Kai&Takao&&&

El bicolor ya había quitado la mesa y fregado los platos y de nuevo estaba en la habitación intentando familiarizarse un poco con ese chico de cabeza azulada.

–¿Cómo te llamas? –fue su primera pregunta– ¿De dónde eres? –al volver a obtener silencio por parte del otro, decidió que las preguntas podría hacerlas más tarde–. Quizá te gustaría darte una ducha cuando te encuentres mejor. El servicio está en esa puerta –señaló, viendo cómo el chico lo miró un momento para después seguir mirando el techo– ¿Qué le ves de interesante al techo? –el otro suspiró y empezó a frotarse los ojos– ¿Tienes sueño? –miró el reloj de pulsera–. Es un poco tarde, mejor me voy. Espero que por lo menos mañana me hables. –se puso de pie y caminó hasta el armario, dónde cogió un pijama y ropa. Miró al chico de cabeza azulada con una sonrisa–. Buenas noches –caminó hasta la puerta y la cerró tras de sí al salir de la habitación.

&&&Kai&Takao&&&

Estaba mirando el anillo que llevaba puesto en la mano, le parecía estar en las nubes. De repente, estaba en su apartamento. Unos gritos se escuchaban, pero eran ahogados. Su boca se movía pero no le salía la voz ni conseguía escucharse aunque lo intentaba con fuerza. Caminó por el pasillo de su casa hasta llegar al comedor. Pisó algo líquido nada más entrar, en un principio, pensó que era agua. Pero cuál fue su asombro al ver un gran charco de sangre. Se echó manos a la boca y se fijó en que había un gran rastro que conducía hasta el sofá. Todo estaba en silencio. Caminó indeciso hasta el sofá, viendo cómo una silueta se movía de arriba hacia abajo, clavándole un cuchillo al otro. La sangre le estaba empezando a salpicar en la ropa. Sus ojos estaban impactados por ver esa escena. Su cuerpo temblaba ante el pánico mientras un cuerpo en el suelo lo miraba pidiéndole ayuda.

Huía a su habitación a esconderse, tenía miedo. Pero un cuerpo lo atrajo hasta el con fuerza. Sus manos estaban al igual que su ropa manchadas de sangre. Gritaba y gritaba atemorizado, pero nadie lo escuchaba. Sólo esa sombra con forma de cuerpo lo tenía cogido de ambas manos con fuerza.

&&&Kai&Takao&&&

El bicolor estaba durmiendo en el sofá. Cambió de postura y al hacerlo se cayó al suelo, despertándose de inmediato.

–Genial –se quejó en un susurro. Volvió a subirse al sofá y a taparse con una manta. Cerró los ojos con enfado. Le había costado mucho dormirse y cuando por fin había logrado alcanzar el sueño, va y se cae del sofá. De pronto escuchó a alguien gritar. Abrió los ojos asustado. Se sentó en el sofá con rapidez para captar de donde provenía ese sonido. Fueron décimas de segundo las que transcurrió cuando se puso de pie y se dirigido corriendo a la habitación dónde se encontraba el chico de cabeza azulada, abriendo la puerta de golpe.

El joven de cabellos azules gritaba con fuerza y el mayor no tardó en correr hacia él, dándole toques en los hombros.

–¡Ah! ¡Ah!

–¡Oye, despierta! ¡Estás teniendo una pesadilla! –le avisaba sin dejar de moverle.

–¡Ah! ¡Socorro! –gritaba levantando las manos de la cama y empezando a arañar en el aire.

–¡Despierta! –lo sujetó de ambas manos para intentar tranquilizarlo, el otro todavía soñando, intentaba soltarse.

El bicolor vio que lloraba y que sudaba mucho. Le soltó una mano para tocarle la frente y efectivamente, tenía fiebre. Al parecer el chico era de sueño pesado y no sabía cómo despertarle. Le dio otro toque en el hombro con la mano y consiguió que el otro se despertara, sentándose en la cama de golpe con la respiración muy agitada.

–Tranquilo, has tenido una pesadilla –le explicó. Se sentó frente a él e intentó limpiarle las lágrimas con el dedo pulgar. Pero cuando fue a hacerlo, el joven de cabellos azules se destapó de la cama y salió corriendo por la puerta de la manera que podía, dejando al dueño de la casa todavía más desconcertado. Aún así, salió detrás del joven de cabellos azules, viendo cómo éste miraba en todas las habitaciones, buscando quizá la salida– ¡Túmbate en la cama, tienes fiebre!

El moreno salió despavorido, entrando en la cocina, viendo que había muchos utensilios. Fue a darse media vuelta para salir de allí, pero se encontró con que el bicolor lo había seguido hasta ahí. Estaba muy nervioso, quería irse de allí cuanto antes pero ese chico le impedía el paso totalmente.

–¡Creo que estás muy nervioso! ¡Ha sido sólo una pesadilla! ¡Tranquilízate! –caminó hasta él, pero el joven de cabellos azules se sintió amenazado. Así que miró a su derecha, viendo que había un gran cuchillo, metido en un trozo de madera. Lo sacó y apuntó al otro.

–No juegues con eso, es peligroso –le advirtió el blanquecino de piel, mirando tanto al chico como al cuchillo.

–¡Atrás! –le avisó el que sujetaba el cuchillo, ahora con ambas manos.

–No voy a hacerte daño. –advirtió–. Sólo quiero ayudarte –abrió la puerta de un armario y sacó un vaso. Dio un paso hasta el fregadero.

–¡Atrás! –repitió.

–Sólo quiero llenar este vaso de agua –abrió el grifo y llenó el vaso, con movimientos tranquilos y pausados–. Toma –lo puso sobre la encimera y le dio un pequeño empujón para deslizarlo hacia el joven de cabellos azules. El otro miró interrogante hacia el vaso–. Bébetelo –hizo un gesto con la mano por los nervios, levantando su dedo pulgar hacia arriba y empinando el codo.

El otro siguió sosteniendo el cuchillo pero soltó una mano para beber un poco de agua.

–¿Mejor? –le preguntó para ver si estaba más tranquilo viendo que el otro se echaba manos a la cabeza– ¿Te encuentras bien? –le preguntó preocupado viendo que el chico intentó apoyarse en la encimera, pero no siguió por mucho tiempo así. Intentó caminar hacia el joven de cabellos azules, pero cayó desplomado al sentir cómo una sensación de mareo lo estaba envolviendo por completo.

&&&Kai&Takao&&&

Cuando el joven de cabellos azules abrió los ojos estaba en otra habitación desconocida, no recordaba haberla visto antes. Miró a su alrededor, comprobando si estaba solo o no. Un hombre pelirrojo, vestido con bata blanca le estaba tocando la muñeca. Vio a otro hombre con la misma vestimenta, pero con el cabello color gris platino vendado el brazo del bicolor. Afinó más la vista y vio todo tipo de medicamentos y cosas como agua oxigenada, alcohol, jeringuillas, esparadrapos... no había duda, estaba en un hospital. ¿Pero cómo había llegado allí? Él no recordaba nada.

Entonces... si estaba en un hospital, el que estaba tocándole la muñeca, debía de ser un médico.

–Qué bien que despiertas. Así podré examinarte mejor. –refirió el pelirrojo al ver que había despertado. Le ayudó a incorporarse en la camilla en la que estaba, para dejarlo sentado.

–¿Ya se ha despertado? –preguntó el bicolor al no escuchar claramente las palabras dichas por el pelirrojo.

–Sí. ¿Dices que se rehúsa a hablar contigo?

–Sí –afirmó.

–Déjame que eche un vistazo –se puso frente al joven de cabellos azules, llamando su atención–. Voy a mirarte los oídos, puede que el mareo sea debido a una infección. –Cogió el artefacto necesario y se lo puso en un oído. Miró con preocupación al muchacho para luego rodear la cama y ver el otro oído–. Mira allí –señaló hacía un punto.

Mientras tanto el compañero que había vendado el brazo al otro chico como éste último, estaban atentos a lo que el médico hacía.

El paciente al ver cómo el médico señalaba hacia una esquina, miró sin saber muy bien lo que quería comprobar con eso. Cuando el médico vio que el chico no le miraba, dio varias palmas con fuerza y gritó, haciendo que los demás dieran un pequeño respingo y que el otro ni siquiera se inmutara.

–No me extraña que este chico no te hablase, Kai. –habló el pelirrojo.

–¿Qué tiene?

–Es sordo –aclaró.

–¿Qué? –preguntó confundido.

–Lo que oyes. Es sordo –repitió con calma sin dejar de mirar al que padecía la sordera.

–Escucha Yuriy, ahora está conmigo. ¿Cómo puedo comunicarme con él si no me oye?

–¿Conoces el lenguaje sordomudo?

–No, creo que en el caso de que sepa leer, tendré que escribirle las cosas para entendernos. ¿Cómo le has encontrado de las heridas?

–Bien, aunque le han dado una buena paliza. De todas formas debería de hacer reposo. Al menos hasta que se sienta mejor del estómago. También le recetaré una pomada para los moratones.

–Pues explícaselo, porque no quiere que me acerque a él.

El médico cogió del mentón al moreno, el cual ya estaba harto de mirar a la pared– ¿Cómo te llamas? –El moreno sólo lo miró con cara de incredulidad. El médico cogió un papel que había sobre una mesa y un bolígrafo. Escribió la frase y le dio el bolígrafo y el papel al joven de cabellos azules. Como vio que sólo lo miraba, el médico cogió la mano del joven de cabellos azules y le puso el folio en ella–. Léelo –dijo mirando al moreno, haciéndole señas con las manos al señalarse el ojo y el folio. El otro miró el folio, poniéndolo sobre la camilla para contestar y tener un punto de apoyo. Después le enseñó al médico el folio, el cual al obtenerlo leyó en voz alta–. Me llamo Takao. –escribió.

El pelirrojo se puso a escribir de nuevo en el folio, apoyándose en la camilla–. Tienes que rellenar un formulario con tus datos, ¿crees que serás capaz de hacerlo? –El otro asintió al leer la pregunta–. Bien –contestó abriendo un cajón para sacar un formulario que el moreno fue rellenando.

–Podrías decirle que no se preocupe por sus heridas y todo eso, que yo cuidaré de él –habló Kai.

–En cuánto me rellene esto se lo diré.

–Dile que tendrá que venir conmigo a mi casa y que allí podrá descansar. –prosiguió Kai.

–Jajaja. Podrías decírselo tú –aclaró Yuriy con tranquilidad.

–Yo... –se rascó la nuca por el nerviosismo–. Prefiero que ahora se lo digas tú, Yuriy. Creo que eres el único en quien confía por ser médico.

–Está bien –le contestó–. Ten en cuenta que al no poder escuchar su propia voz, si decide hablarte, puede que su voz tenga altibajos o hable entrecortadamente.

–Lo tendré en cuenta. ¿Qué tendría que darle para la fiebre?

–Que se tome esta pastilla. –Decía escribiendo una receta en su escritorio-. Seguramente por tener la fiebre tan alta, querrá dormir todo el tiempo.

–Ajá –se acercó hasta la camilla dónde estaba el joven de cabellos azules rellenando ese formulario. Takao cogió el otro folio y se puso a escribir de nuevo, dándoselo al médico.

No tengo dinero con qué pagar –lo miraba con preocupación.

–Tranquilo, yo correré con los gastos –respondió Kai al leer el mensaje.

–Kai, que no te va a oír –le recordó Yuriy.

–Es verdad –cogió el mismo papel y el bolígrafo que tenía el joven de cabellos azules en la mano y le escribió lo que acababa de decir. En cuánto el joven de cabellos azules cogió el papel se puso a negar con la cabeza, mirando a otro lado.

–Ninguno va a pagar nada –respondió Yuriy mirando a ambos, siendo escuchado sólo por uno de ellos–. Boris –llamó al joven de cabellos gris platino que estaba callado y detrás de ellos, observando la escena que tenían esos tres.

–Dime– respondió.

–Creo que en la otra sala de enfermería están estas pastillas –le dio la receta–. Si están, tráemelas para que empiece a tomárselas desde ya.

–Entendido –miró la receta–. Enseguida vuelvo. –Salió de allí cerrando la puerta tras de sí.

–Yuriy, ¿estás seguro de que no tiene nada roto? –le preguntó El bicolor para asegurarse.

–Seguro, todas las radiografías están bien. Kai, ¿quién le ha dado semejante paliza? –le preguntó mientras le miraba.

–No lo sé, pero quisiera averiguarlo. No sé si está metido en algún lío y si es así, tendremos que llevarlo al centro. –le contestó mirándole.

–Es mayor de edad, así que él puede decidir si quiere o no estar ahí metido.

–¿Qué edad tiene?

–Veintidós años.

–Aparenta ser más joven –confesó–. Yuriy, ¿te importaría darme una copia de ese cuestionario?

–Claro que no. ¿Para qué lo quieres?

–Sólo quiero averiguar cosas de él, nada más. Además, este caso será más difícil que los demás si lo meto en el centro.

–Está bien –cogió el cuestionario ya rellenado, dejando ver al bicolor como en realidad había debajo de ese folio, otros dos de distinto color y calcados con los datos de Takao–. Aquí tienes.

–Gracias –lo dobló y se lo metió en el bolsillo de su pantalón. Miró su reloj y se dio cuenta de lo tarde que era–. Si ya no tienes nada más que hacerle, podemos irnos ya, ¿verdad?

–Sí –afirmó.

Boris entró de nuevo a la habitación con una caja de pastillas en la mano y un vaso de agua en la otra–. Ya estoy aquí –caminó hasta una pequeña mesa que había cerca de la camilla, dejando allí ambas cosas.

–Takao –llamó Yuriy al joven de cabellos azules, quien estaba con cara de pocos amigos. Le cogió el mentón e hizo que lo mirase–. Tienes que tomarte esto –cogió la caja de pastillas en la mano y se la enseñó–. Es para la fiebre –el otro fruncía el ceño intentando averiguar que le estaba diciendo ese médico pelirrojo. Rápidamente, cogió el folio y el bolígrafo y se lo dio al joven de ojos azules. El pelirrojo le escribió el mensaje mientras la atenta mirada de Takao estaba sobre el folio.

Tómate una cada ocho horas antes de cada comida. –El joven de cabellos azules asintió–. Tienes que tomarte una ahora –volvió a asentir. Después de tomarse la pastilla, Kai le extendió la mano para ayudarle a bajar de la camilla, pero el otro le ignoró y salió por su propio pie de allí–. Hasta luego, chicos –se despidió Kai siguiendo a paso ligero al joven de cabellos azules que miraba atento ese lugar en el que se encontraba. Tenía que encontrar la salida a como diese lugar.

–Takao, espera –le sujetó la mano, haciendo que el otro se diera la vuelta y se soltase de inmediato, escondiéndose la mano tras la espalda y mirando al joven bicolor con desconfianza. –Vamos a ir a fuera y te llevaré a casa en mi coche –intentaba vocalizar–. No me tengas miedo, soy tu amigo –sacó las llaves del coche de su bolsillo y se las enseñó al joven de cabellos azules–. Coche –señaló las llaves, cogiendo una de las que colgaban–. Casa –se señaló a él mismo–. Mi casa –señaló a Takao–. Tú, vienes –se señaló de nuevo–. Conmigo, a mi casa –señaló las llaves–. Ven conmigo –le extendió la mano para que lo acompañase. El otro lo miró indeciso. ¿Debía coger la mano de un extraño? Estiró la mano, pero se lo pensó mejor y se cruzó de brazos esperando a que ese bicolor caminase delante.

–So... lo –pronunció.

–Vale, no hay problema, supongo. Sígueme. –Le hizo un movimiento con la cabeza indicando que fuera tras él. Salieron de allí un poco distanciados uno del otro. Kai se daba la vuelta de vez en cuando para confirmar que el otro lo seguía. Llegaron al estacionamiento y Kai abrió las puertas de su coche. Le abrió la puerta del copiloto al joven de cabellos azules para que entrara dentro, pero el otro la cerró y se montó en la parte trasera–. Vale –se dijo el bicolor, dándole la vuelta al coche para tomar asiento en su lugar.

&&&Kai&Takao&&&

El joven de cabellos azules intentaba ir lo más camuflado posible. Aunque ya era muy tarde, no se fiaba de nada ni de nadie. Notó cómo el coche se detenía y vio que el bicolor salió del coche y le abrió la puerta. Éste le extendió la mano para ayudarle a salir del coche y Takao nuevamente se cruzó de brazos, saliendo del coche por su propio pie.

Subieron las escaleras del edificio hasta llegar al tercer piso. Kai sacó la llave y se la puso frente a los ojos al joven de cabellos azules que miraba la zona desorientado.

–Mi casa –puso las llaves en la cerradura y abrió la puerta–. Adelante –le invitó a pasar con la mano. Takao pasó por la puerta y su mirada cambió a una de preocupación, mirando cada rincón de ese pequeño comedor. Se abrazó a sí mismo intentando reconfortarse y ser valiente. Kai cerró la puerta y caminó hasta un pequeño mueble, abriendo un cajón para sacar una libreta y un bolígrafo. Caminó con pasos ligeros hasta el chico de cabeza azulada haciendo que éste retrocediera un paso. El bicolor empezó a escribir en la libreta teniendo de apoyo su propia mano.

Siéntete como en tu casa. El cuarto de baño está junto a tu cuarto por si quieres darte una ducha mañana. Ya has visto dónde está la cocina.

El chico de cabeza azulada leyó la nota y no pudo evitar mirar el brazo que estaba vendado. Después regresó su vista al otro que seguía escribiendo, mostrándole de nuevo lo que había escrito–. El médico me ha dicho que debido a la fiebre te encontrarás muy cansado, así que será mejor que descanses. Y que en las heridas te eches una pomada que mañana compraré.

El chico de cabeza azulada cogió la libreta y se sentó en el sofá que había para apoyarse sobre una pequeña mesa que estaba enfrente de éste– ¿Dónde está mi ropa?

Kai abrió el cajón de nuevo para sacar otra libreta y otro bolígrafo, mientras el chico de cabeza azulada escribía. Se sentó juntó a Takao pero éste al percatarse de la cercanía, mantuvo las distancias, separándose un poco de él. Takao lo miró esperando a que leyera su pregunta y que respondiera. Kai lo hizo y le respondió en la otra libreta.

En la lavadora. Para mañana estará seca te la devolveré para que tengas algo más que ese pijama puesto.

Takao en ese momento recordó que tenía el pijama puesto y se sonrojó. No se había dado cuenta de ese detalle hasta ahora que El bicolor se lo había escrito en la libreta.

Takao, ¿por qué te han dado esa paliza? –llamó la atención del chico de cabellos azules que seguía sonrojado mirándose el pijama, poniendo su mano frente a él.

Me duele la cabeza, me voy a dormir –escribió para levantarse de allí e irse a la habitación.

–Genial Kai, acabas de meter la pata –se dijo a sí mismo, cerrando las libretas y apretando los botones de los bolígrafos para que todo estuviese en orden.

&&&Kai&Takao&&&

Salió del baño aliviado. Había tenido que aguantarse mucho rato las ganas de orinar y ya sentía que no aguantaba más. No dejaba de pensar en porqué ese chico quería saber que le había ocurrido, quizás era otro sujeto que lo quería espiar... muchas dudas le asaltaban en la cabeza. Si era de los malos, ¿por qué le había llevado al hospital? No recordaba que había ocurrido en la cocina. Todo ese día había sido muy difícil para él. Ya encontraría una solución a sus problemas mañana e intentaría huir de allí cuando se encontrase mejor.

Se metió en la cama, tapándose con las sábanas que habían estado revueltas y apagó la luz con el interruptor que estaba sobre el cabecero de su cama. Le dio unos cuántos golpes a la almohada y se dispuso a dormir de lado.

&&&Kai&Takao&&&

A la mañana siguiente...

Kai se despertó en el sofá. No había pasado muy buena noche, y aunque el sofá era cómodo, seguía siendo un sofá. Después de todo, había tenido que dormir con la ropa puesta y estaba muy arrugada. Se sentó en el, sobándose la nuca para después desperezarse y ponerse de pie. Abrió la puerta de su habitación, viendo cómo el chico de cabellos azules dormía destapado boca arriba. Abrió con cuidado de no hacer ruido el armario y cogió todo lo necesario para irse hasta el baño. Se acercó al moreno y lo vio sudar, seguro que la fiebre la seguía teniendo alta.

Primero se daría un baño y después cuidaría de él. Abrió la puerta del baño y la cerró. Recapacitó con lo de no hacer ruido. ¿Para qué había abierto el armario con tanto sigilo si Takao era sordo? Sería la costumbre. Abrió la llave del baño y se desnudó, tirando la ropa al canasto de la ropa sucia. Se metió deprisa y dejó que el agua lo empapara por completo. Tenía que hacer varias cosas.

Primero, debía comprar la pomada. Después llamar al trabajo para decir que estaba enfermo, o eso quizás lo hiciese primero. Su prioridad sobre todo era hacerle ver a ese chico que era su amigo y que podía confiar en él. Ya sabía que para Takao era un extraño, pero para Kai, también Takao era un extraño.

&&&Kai&Takao&&&

Takao estaba sudando mucho y sentía un fuerte dolor de cabeza. Tenía que refrescarse, así que pensó en darse una ducha. Se levantó con pesadez de la cama y caminó hasta la puerta del cuarto de baño, entrando y cerrando la puerta tras de sí.

El cuarto de baño no era la gran cosa. Nada más entrar parte de la bañera estaba enfrente, frente a ésta el lavabo con un espejo colgado de la pared y el retrete estaba al lado izquierdo de la bañera.

Fue derecho hacia el lavabo y abrió la llave del agua para agachar la cabeza y refrescarse la cara. Ajeno era totalmente a las quejas de Kai, que se encontraba dándose una ducha tras él.

–¡Ah! ¡Está fría! –se quejó el bicolor– ¡Demasiado fría! –abrió la cortina para ver que sucedía.

Takao se miró en el espejo unos segundos. Fue entonces cuando se dio cuenta que reflejado en el espejo, estaba el bicolor en medio de una ducha, tapándose con la cortina todo lo que podía. Se sonrojó y le entró aún más calor. Se dio la vuelta por inercia sorprendido al ver al blanquecino de piel hacerle señales.

–¡Cierra el grifo! –con su mano empezó a desenroscar en el aire, mientras que con la otra señalaba el lavabo. Takao se dio la vuelta y cortó el grifo que se lo había dejado abierto.

–Lo... sien... to –se disculpó antes de salir corriendo.

–Takao –le llamó. Cogió una toalla, se la envolvió en la cintura y salió de la bañera. Encontró al chico de cabellos azules sentado en la cama, mirando al suelo. Kai se acercó hasta él cogiéndolo del mentón para que lo mirase. Cuando Takao se topó de lleno con los ojos del bicolor, sintió cómo las mejillas le quemaban. El bicolor le tocó la frente–. Tienes fiebre –abrió el cajón de la mesita y sacó un termómetro. Empezó a rebajarlo y se lo puso a Takao en la mano. Se metió una mano bajo su axila, viendo cómo Takao lo imitaba–. Ahora vuelvo –le indicó con las manos abiertas que se esperase.

Kai salió de la habitación y Takao no tardó mucho en verlo entrar de nuevo, esta vez con dos bolígrafos y una libreta en la mano. Kai se sentó en la cama para escribir, apoyando la libreta en su otra mano.

Takao ni siquiera quería mirarlo después de lo que acababa de suceder. Vio cómo la mano blanca del otro le llamaba la atención al ponerse delante de sus ojos. Kai le dio la libreta.

No lo sientas. Tú no sabías que estaba en la ducha. Lo que sucede es que al abrir el grifo del lavabo, la de la bañera sale fría. –Leyó, viendo que lo escrito continuaba un renglón más abajo–. Tomate la pastilla, yo me vestiré e iré a comprar la pomada.

Takao miró el pecho desnudo del bicolor y apartó la mirada hacia otro lado. Se abrazó a sí mismo. Sintió que el colchón de la cama subía de nuevo, eso indicaba que el otro se había puesto de pie. Así que miró de soslayo, viendo que el bicolor entraba de nuevo en el cuarto de baño.

Suspiró y se fue a la cocina. Tenía mucha sed, quería beber agua. Tenía que hacer memoria y recordar de dónde sacó Kai el vaso la última vez. Abrió las puertas de los armarios encontrando por fin los vasos. Cogió uno y se lo lleno de agua. Se lo bebió despacio y dejó el vaso sobre la encimera un momento. Se sacó el termómetro para mirar su temperatura. Tenía treinta y ocho y medio. Con razón tenía tanto calor. Lo único que quería era darse un baño. Si se hubiese llegado a desnudar como pensaba hace un rato en lugar de refrescarse sólo la cara... negó rápidamente con la cabeza, apretando los ojos para quitarse ese pensamiento de su cabeza. Dejó el termómetro sobre la encimera de la cocina. Se llenó el vaso vacío de agua para llevárselo a la habitación, cogiendo en su otra mano el termómetro. Caminaba hacia la puerta cuando se encontró con que el bicolor entraba ya vestido.

–Me voy –le despidió con la mano. Takao lo siguió y vio al otro salir por la puerta del apartamento.

Entró a la habitación y dejó ambas cosas sobre la mesita de noche. Después fue al cuarto de baño a ducharse. Mientras se duchaba no paraba de pensar en el bicolor. Quizás llegó a cortarle con el cuchillo en el brazo, a pesar de que no recordaba nada. Pero, ¿por qué le había llevado al hospital a pesar de eso? Una persona normal y corriente siente miedo cuando ve a otra persona apuntarle con un cuchillo, pero él tenía una mirada diferente... segura. Y después del incidente de esta mañana su mirada era tan penetrante... pero sincera. Quería pensar que estaría protegido si se quedaba allí un tiempo, pero, tantas veces había sentido una seguridad que creía verdadera y que luego era falsa. La desconfianza y la soledad eran sus únicas amigas desde hacía tiempo. Tenía que huir de ahí también.

Después de todo, no tenía dinero con qué pagar al bicolor si le dejaba seguir quedándose allí. Tampoco podía trabajar en nada. Dudaba de si sería seguro salir a la calle. No quería que nadie lo reconociese de nuevo. La verdad es que estaba hecho un lío. Cuanto más lo pensaba, más extraño veía el comportamiento del joven de ojos color carmesí. Lo mejor sería encontrar su ropa e irse de allí. Así no sería un estorbo para nadie.

Salió de la bañera, cogió una toalla y se secó todo el cuerpo. Se puso el pijama, ya que no tenía nada más que eso. Salió del baño y buscó por todas las habitaciones dónde estaba la lavadora. No la encontraba. No estaba en la cocina, ni en el cuarto de baño y mucho menos en la habitación en la que el dormía y en el comedor. ¿Dónde estaba entonces? ¿Acaso ese chico lo había engañado?

Tampoco creía eso del todo, ya que ese chico tenía una ropa distinta a la de ayer y había un canasto de ropa sucia en el baño. Se fue a la cocina y cerró la puerta indignado. A su derecha vio una puerta, la abrió y ahí estaba la lavadora y su ropa colgada en el tendedero. Con razón no encontraba la dichosa lavadora. Es que la puerta de la cocina al estar abierta, tapaba la otra puerta. Se acercó a la ropa y la tocó. Sonrió al comprobar que estaba seca, así que le quitó las pinzas y lo dejó todo tal y como estaba. Se cambió de ropa lo más rápido que le permitía la herida del estómago.

Ya estaba listo. Cogió la cartera y se la metió en el bolsillo trasero del pantalón. Miró hacia la libreta y arrancó una hoja. En ella escribió gracias, y la dejó sobre su cama. Suspiró y se fue al comedor. Sólo esperaba que el otro hubiese cerrado la puerta pero no el cerrojo, de lo contrario no podría salir de ahí.

Cogió la maneta de la puerta y la abrió, pero se asombró al ver al bicolor que iba a meter la llave en la cerradura con un par de bolsas en su mano. El bicolor se quedó un poco extrañado y más al ver la cara de asustado del otro.

–¿A dónde ibas? –pasó dentro y cerró la puerta sin apartar la vista del otro, que por temor se abrazaba a sí mismo y retrocedía unos cuantos pasos. Fue a dejar las cosas sobre la pequeña mesa del comedor, que estaba junto al sofá. Takao aprovechó ese pequeño descuido para ir hacia la puerta corriendo y abrirla para salir de ahí– ¡Takao! –le llamó saliendo tras él al ver que salió huyendo. Se asomó a la barandilla del pasillo, viendo que el otro bajaba muy deprisa las escaleras–. Así no lo voy a alcanzar –se quejó. Miró al ascensor y le apretó corriendo el botón.

El otro se detuvo un poco –¡Ah! –se quejó echándose manos al estómago, pero aún así intentaba bajar las escaleras. Ya estaba cerca de llegar a la salida, la veía tan de cerca... lástima que el bicolor se le atravesase en medio impidiéndole bajar los últimos escalones.

–Takao, necesitas descansar. ¿A dónde vas? –Takao intentaba esquivarlo, quería salir de ahí, pero su herida no le dejaría ir muy lejos ya que cada vez estaba más agachado–. Takao, vamos –se acercó a él e intentó ayudarle a levantarse pero el otro le rechazó la mano–. Esto va a ser difícil –se dijo a sí mismo Kai.

–Me... vo...y –habló poniéndose lo más recto que pudo, sintiendo como otro mareo lo volvía a azotar pero esta vez siendo consciente de todo lo que pasaba. Sintió cómo el bicolor con sus fuertes brazos lo agarró rápido, impidiendo que cayera al suelo. Notaba que lo sentaba en la escalera para después cogerlo en brazos. El propio Kai le cogió su brazo y lo pasó por detrás de su cuello, se acercó al ascensor y tocó el botón.

&&&Kai&Takao&&&

La puerta estaba abierta así que no necesitó ninguna llave. Entró en el apartamento y cerró con su propio pie la puerta al darle un pequeño empujón. Metió al menor en la habitación y lo tumbó con cuidado en la cama. Takao cogía bocanadas de aire mientras miraba a su alrededor un poco desconcertado. Kai le acarició la mejilla. Estaba sudando. Después pasó su mano a la frente. Estaba ardiendo.

Le quitó las zapatillas para que el otro estuviera más cómodo. Se fue corriendo a la cocina para cambiar el agua del tazón por una limpia y fresca. Cuando regresó metió el paño en el agua y lo retorció pasándoselo primero por la frente, para después pasárselo con pequeños toques por toda la cara. Esto lo hacía rápido, quería que el otro se refrescara cuanto antes para que se le fuese el mareo. No sabía si se había tomado las pastillas, con lo cual no podía darle una como si nada. Tampoco sabía si había desayunado. De pronto escuchó la queja del estómago del otro, seguro que eso sólo podía significar una cosa, ni siquiera había comido.

–Takao –le acarició la mejilla haciendo que el otro lo mirase– ¿Has comido? –se juntó la yema de sus dedos y con movimientos rápidos los dirigió a su boca–. Seguro que no me entiende –cogió la hoja que estaba sobre la cama y le dio la vuelta a la hoja sin leer siquiera lo que ponía– ¿Has comido?–escribió con rapidez.

–No –respondió casi en un susurro el otro al leer la pregunta.

Dejó tanto el folio como el bolígrafo en la mesita y mojó el paño de nuevo. Le levantó el flequillo y puso el paño sobre su frente. Después pasó a sus mejillas amoratadas y por último el cuello. Volvió a hacer la misma operación dejando ésta vez el paño sobre la frente, sin cambiarlo de posición. Se sentó en la cama y eso incomodó aún más al chico de cabellos azules. Permaneció por un segundo mirando fijamente a los ojos del bicolor, intentando ganar una especie de batalla, pero le era imposible, esa mirada le intimidaba mucho después de haberlo visto en el baño.

–Necesitas comer –se dijo así mismo Kai.

Cogió de nuevo el bolígrafo y el papel, pero éste se le resbaló, cayendo al suelo, todo por no querer levantarse de la cama. Se agachó y leyó algo que en letras grandes adornaba el folio y que él no recordaba haber escrito. Gracias.

Se incorporó y miró al chico de cabellos azules, enseñándole lo que había escrito. El otro rápidamente se cruzó de brazos y miró hacia otro lado, viendo ante sus ojos cómo el paño se le caía. Kai lo cogió del mentón e hizo que lo mirase. Takao cerró los ojos permaneciéndolos así un rato. Sintió algo húmedo colocarse en su frente, así que abrió los ojos encontrándose con la mirada del otro. Una gota empezaba a resbalar del paño hasta la mejilla del chico de cabellos azules. Kai no se lo pensó dos veces antes de acercar su mano con suavidad hasta esa mejilla, para con cuidado eliminar esa gota de ahí. Takao no sabía que pensar pero ese chico no tenía derecho a tocarle, así que quitó su mano con brusquedad de su mejilla.

Kai sonrió y le extendió la mano, Takao lo miraba con desconfianza. El bicolor cogió el papel, escribiendo algo en el, enseñándoselo para que lo leyera. Se atrevió a coger la mano del chico de cabellos azules que descansaba sobre la cama y la estrechó.

Me llamo Kai. ¿Amigos? –leyó Takao.

Takao se soltó de nuevo del agarre, ayudándose de su otra mano. Cambió de postura acostándose de lado, sujetándose con una mano el paño de la cabeza para evitar que se cayera. Sintió cómo el peso de la cama era menor, así que no pudo evitar mirar hacia la puerta, para ver que Kai salía de la habitación.

Continuará...

&&&Kai&Takao&&&

Bueno, he aquí el comienzo de un fic que no sé yo si os gustará. Para saber lo que pensáis necesitaré saber vuestra opinión, de lo contrario pues no seguiré publicándolo. Cuidaos mucho, xao.