Advertencias—Post-Cardverse, pro-steam, pro-ANTI THE infinite HOLLIC, acción, aventura, fantasía, misterio, un poco de violencia y sangre cuando lo amerite, romance y por sobre todo Yaoi –con lemmon en un futuro- y un poco de drama.
Disclaimers — Los personajes de Hetalia así como el arte y la conceptualización de Cardverse contenido en Artestella no me pertenece, son propiedad de Hideki Hiramuya. Yo uso parte de estas ideas para la creación de esta historia sin intención de lucro. La Música utilizada a modo de referencia o contenida en este escrito le pertenece a sus autores, compositores y propietarios intelectuales. pro-ANTI THE-infinite-HOLLIC pertenece a su compositor así como el video a su creador conceptual.
Notas— Usualmente los disclaimers los pongo en el primer capítulo para así poder pedir perdón por todo el plagio que cometo de otras personas (¿?) Así que ¡Hola! Este es el primer Fanfic de Hetalia que escribo –y espero el único-. Así que les presento este pequeño proyecto que está hilado a otro fic que escribo de otro Fandom llamado Sacro Culto. No es del todo necesario leerlo para entenderlo, de hecho son solo pequeños detalles que los unen. Mis notas de autor no suelen ser tan grandes, pero me pareció necesario todo lo de arriba y abajo a modo de introducción y aclaración.
Canción— Ververg –Cytus Soundtrack (Recomiendo que la busquen, es hermosa)
Aclaraciones— Nombres: Scott (Escocia), Dylan (Gales) Ryan (Irlanda del norte) Parejas: UsUk (siendo la principal por ahora) y más adelante nos toparemos con más. A pesar de estar basado en el Universo del Cardverse no respetaré del todo las parejas como el Alemania-Japón o el Rusia-Hungría. Eso será con forme la marcha. Este universo también es Pro-Steam, es decir: Steampunk, Greensteam, Gothicsteam etc. Apuesto que muchas ya lo han visto tanto en FanArts como en muchas imágenes más, música y libros. Me disculpo de ante mano si no logró hacer que se metan tanto en el ambiente, siempre quise escribir algo de este género pero hasta ahora se me da la oportunidad y no sé si logre abordarlo.
Sin más que agregar: Buena Lectura~
The black opera
Acto I - Espada
I.- Lamovrevx
—Hocuhrwai meirdetai… hocuhrwai meirdetai.
Un susurro en medio de la espesa arboleda, de un sendero que parecía no llevar a ningún lado. Una canción que vivía y venía de lo más profundo de su ser. Arthur se vio a sí mismo guiando sus pasos a lo desconocido. Se había alejado del camino principal que unía a las dos ciudades y, por azares del destino, perdió el rumbo sin saber hasta dónde era el punto más profundo del Bosque abandona de Do Menor.
Giró para ver con falsa sorpresa que ya no podía ver los grandes edificios de la Ciudad de Bronce y Cobre más allá de los altos y mullidos arboles de color ocre y musgo. Quizá habían pasado dos horas, incluso menos. Su hermano mayor, Scott, lo iba a matar si no llegaba con las piezas que recién había recogido de la herrería. Las necesitaba para terminar un trabajo urgente para antes del amanecer. Bueno, si moría entonces no habría regaño. Dejó de cantar y soltó una carcajada amalgamada de ironía.
Esos pensamientos suicidas de nuevo.
Arthur Kirkland era el menor de cuatro hermanos. El más ignorado y el más maltratado al mismo tiempo. Siempre a las ordenes de los otros tres, y quienes se dedicaban a espiar sus pasos como si fuera una especie de criminal recién salido de la cárcel. Su familia tenía un taller muy conocido en su ciudad natal; la ciudad de Engranaje Plateado de país de Espada. Se especializaban en la construcción y reparación de vehículos y maquinaria pesada de motor de vapor; lo más usado en ese momento por la mayoría de las naciones, aunque Dylan, el siguiente en la lista de poder decía que había que modernizarse y comenzar a pensar en el uso del diésel antes de que su trabajo como mecánicos e ingenieros se viera estancado y opacado por el de otros países.
Sin embargo, Arthur no encajaba con ellos. Había aprendido mecánica de su padre y de sus hermanos. Del ensayo y el error –había descompuesto más máquinas de las que fue capaz de reparar– y sus hermanos habían decidido que lo mejor sería que se dedicara a los deberes de menor importancia: Mensajero, chofer y sirviente personal. Su vida fue decidida desde que sus padres murieron y él no sabía hacerse frente a sus tres amados –ogros- hermanos mayores.
—schoho sonno, tsu'u reinane…
Pero él tenía una inquietud, un sueño que, desde niño lo abordaba como si se tratara de una revelación. La canción en su mente fue como una canción de cuna que lo tranquilizaba, quizá "mamá" fue la primera palabra que aprendió pero una sencilla frase fue su primer recuerdo. Con él y un libro en sus manos bajo de un reloj dorado. El libro; cabe decir, llegó a sus manos en el verano de sus trece años, aunque poco le duró el gusto. Scott se lo quitó, le gritó y le prohibió volverlo a tomarlo del estante de la biblioteca abandonada de su padre. Pese a ello, Arthur siguió haciendo visitas secretas a la habitación para poder leer su escaso contenido. Sólo tres páginas, una de ella con la letra de la canción; la segunda con una imagen poco visible que, a juicio del más joven de los Kirkland era la epifanía que necesitaba para justiciar todos sus males. La tercera, la más importante, el símbolo de la casta real de Picas; el dibujo deteriorado de un antiguo cuento de hadas que su madre solía contarle.
Esas tres eran las piezas que necesitaba para entender que su destino no estaba en la ciudad de Engranaje plateado, no era un sirviente, y que había algo más en la canción que la letra antigua de un lenguaje desconocido y sin sentido. No saber qué estás cantando puede ser un problema.
Arthur era rubio, de ojos verdes, intensos como los de su hermano Scott y su genética no lo había favorecido siendo el más pequeño y escuálido. A sus veinticinco años no había logrado hacer ni la mitad de cosas que siempre soñó hacer. Tal vez ese dejo de rebeldía que había experimentado aquel día lo habían llevado hasta el bosque. Se sentía bien, incluso esa palpitación de culpa le resultaba un placer irresistible.
Se sentía como el chico malo de los cuentos de hadas que solía leer, el mago que estaba a punto de encontrar su poder interior y comenzar una gran aventura.
Fue hasta poco más de cuarenta minutos que se encontró frente a una construcción de piedra solida cubierta parcialmente con largas hileras de hierbas y flores. Se expandía hacia los lados con unos veinte metros y si sus cálculos no le mentían, sobrepasaba los cincuenta metros de altura. Algo grande para haber estado oculto en el bosque. Se quedó estático, conteniendo la respiración y una sonrisa cómplice que no hacía más que evidenciar su asombro.
Su propio castillo en medio del bosque.
Se fio de estar solo y soltó un grito eufórico, estirando sus brazos dando un par de brincos; tras de eso, recobró la compostura y su gesto serio. Eso era increíble, si sus hermanos se llegaran a enterar en qué clase de lugar había estado lo condenarían a una eternidad en su propia torre. Y moriría solo porque nadie va a rescatar a los príncipes, son ellos quienes deben de rescatar a las princesas.
Escudriñó aquel hallazgo tratando de encontrar una forma de entrar, fue hasta que dio la tercera vuelta que encontró entre la maleza y montón de lianas un patrón que no correspondía con el resto. Como si alguien las hubiera movido o cortado. Las removió con la mano enguantada en cuero y encontró un pasadizo, un estrecho túnel del que no veía final. Torció la boca en una mueca de confusión.
Podía dar un par de pasos y regresar por dónde había venido. Pero le resultaba más interesante ir hacia una muerte segura. Sacó de entre sus ropas color negro de cuero y vinil lo que parecía ser una pequeña lámpara de aceite portátil, lo suficiente pequeña para que abarcara la palma de su mano, y con ayuda de una piedra que frotó contra una zona especificó del aparato logró hacer ignición y una flama se manifestó en medio siendo alimentada por el aceite de la misma. Nada mal le había resultado llevarla en esta ocasión.
—Bien… aquí vamos —se dijo a sí mismo a modo de inspirarse un poco de valor. Dio el primer paso, con temor a que el lugar se callera con él estando en pleno recorrido. Tres y cuatro y se había acostumbrado al intangible miedo de ser aplastado por las paredes.
Tardó cinco minutos en llegar al final del pasadizo y grata fue su sorpresa al llegar a un jardín interior. Un lugar hermoso y antiquísimo, abandonado y en ruinas, siendo abrazado por la naturaleza que lo reclamaba como suyo al cubrir de flores de color azul pastel y hierba en un tono inusualmente oscuro.
—Es… hermoso…— soltó bajando la lámpara de aceite. Se dio el lujo de caminar y admirar en silencio la arquitectura que la naturaleza había destruido para darle paso a algo fuera de lo común, un bello paraje de novela de terror. El sol parecía a pocos minutos de morir en el horizonte por sobre la muralla de piedra. Con suerte y llegaría para antes de la cena.
Recorrió lentamente el jardín y reconoció por un segundo el patrón del lugar, había cuatro fuentes en las esquinas, destruidas e inservibles. Él había entrado por lo que parecía ser la parte sur; lo que le dio visión privilegiada del monumento que se erigía en medio de todo. De mármol o piedra clara se encontraba postradas tres figuras que antes habían sido algo parecidos a humanos. El cuerpo del centro permanecía entero con una expresión solemne y de dolor inmaculado, mientras que las dos presencias, cada uno a su lado carecían de cabezas y partes de su cuerpo; seguramente obra del tiempo y la corrosión; hizo un rápido recorrido y encontró una cabeza a los pies de la misma. La otra no estaba en su campo de visión, pero sí las manos de ésta. Extendidas sobre el piso con los dedos rodeados de rosas azules, señalándole. Sintió un fuerte escalofrió escalarle la espalda, la mano abierta y la gesticulación de la otra cabeza, un rostro que clamaba volver a encontrarse con su otra mitad. Estiró su mano para tratar de tocar aquella pieza de piedra, se estiró un poco y con temor rozó la superficie hasta qué, obra de la maleza, se cortó con las espinas de las rosas por encima de los guantes.
Quien decía que las Rosas eran bellas flores indefensas estaba muy equivocado.
—¿Has odio la historia de los amantes? —escuchó de súbito entre la nada y las rosas a lo lejos.
Arthur retrocedió varios pasos buscando quien había hecho aquella pregunta. Frunció el entrecejo haciendo que sus grandes cejas se rozaran una con la otra. Retrajo su mano con recelo y miró de reojo que el corte no había sido del todo profundo cuando apenas su guante café comenzaba a teñirse tímidamente de un marrón oscuro.
—¡¿Quién está allí?!
—Escuché que hace muchos años— dijo aquella voz entre la maleza—, cuando los reinos de la casta real aún vivían, existía un rey que no amaba a su reina, y ella lo mandó a matar, por celos, a él y a su amante, quien resultaba ser su Jack.
Y pareció que el tiempo se detuvo para Arthur. Lo vio por encima de la cabeza de la figura de en medio, justo arriba de esta. Unos ojos tan claros como cuando el cielo toca el mar. Hubo algo en esas orbes que le recordaron de pronto una sencilla frase, unas palabras que se escribieron en su mente y clamaban ser liberarlas para dejar atrás un extraño sentimiento de culpa.
—Pero no fuimos nosotros…— susurró casi de manera hipnótica.
Aquel sujeto no logró escuchar y soltó una sonora carcajada que sacó a Arthur de su ensimismamiento. Meneó la cabeza aún disfrutando de la expresión confusa de ese extraño de particular semblante. Sus ojos verdes, brillantes y con miedo. Bajó de un salto y tuvo cuidado de no resbalar y parecer como si el golpe duro no hubiera dolido.
—Me llamo Alfred, Alfred F. Jones —le sonrió ampliando su sonrisa, provocando que unas líneas de expresión se marcaran en su joven rostro, dio un asentimiento con el sombrero que llevaba e hizo un ademán muy sutil –como ya no se hacía desde hace mucho. Su cabello era rubio oscuro, más opaco que el oro, quizá más parecido al cobre. Vestía con una chaqueta de vinil café, con una camisa blanca de botones plateados y unos pantalones negros atravesados con varios arneses en sus piernas y sus caderas. En ellas, descansaban la culatas del al menos cuatro revolvers.
Para Arthur todo acto de valor se había esfumado, no gesticuló miedo, Scott le había enseñado que la peor jugada en un juego de cartas era que el oponente vislumbrara tu expresión y con ello, se diera cuenta que el juego en tus manos estaba jodido, el punto era hacerle ver al otro que tu mano era mucho mejor. Retrocedió con un gesto aún fruncido y se escondió tras la mano con el rosal azul. Sin embargo no dejó de verlo, como si sus potentes ojos verdes lo ahuyentaran.
—Hey, no te asustes ¿Cómo te llamas?
—No estoy asustado —atinó a responder aferrando sus manos al dedo.
—Bien, no lo estás ¿cómo te llamas?, ¿cómo llegaste hasta acá?
—Eso no te importa.
—Me importa porque no quiero que tomes lo me pertenece— Alfred lo miró con divertida curiosidad y se apoyó en la cabeza de mármol caída.
Cada uno en un extremo, a lado de la imponente presencia. Como si fueran el remplazo de las piezas incompletas en esa escena. Arthur pareció no comprender a primera instancia a que se refería ese chico. Su voz se había vuelto temblorosa y tenía miedo. No llevaba ningún arma consigo. No podía defenderse, y hacerse notar débil era lo que menos deseaba.
Alfred llegó a la conclusión de que ese chico no iba a responderle, no le diría su nombre y dudaba que le dejara solo. Había encontrado aquel lugar hace no más de un par de horas y se las había pasado intentado descubrir el misterio del templo.
—Dime Rosa Azul ¿Qué sabes del arcano mayor de Los Amantes? —le preguntó con su mejor y más afable sonrisa. Pero el de ojos verdes sólo intensificó su mirada—. No me veas así, tú eres el que no quiere cooperar, yo sólo estoy tratando de hacer lo más fácil para los dos.
—N-no sé nada —respondió.
—¿Y porque estás aquí?
—Ya te dije que eso no te importa.
—¿También quieres la carta?
—¿La carta?
—¿Sabes si quiera en dónde estás parado?— El de ojos azules seguía en su extremo respectivo, tratando de leer todos los movimiento del extraño de ojos verdes—. Cuando la realeza cayó—comenzó a explicar de manera lenta y pausada—, el balance de nuestro mundo estaba en peligro, se había movido y las cosas parecían colapsar. Los reyes de los cuatro reinos habían matado a los Dioses, los siete que regían las reglas en este Universo. Entonces ellos, la última línea real, decidieron sacrificarse para que ninguna otra casta tuviera que hacerlo. Crearon veintiún Arcanos mayores en dónde depositaban su historia, sus recuerdos y vivencias. Construyeron un templo sobre los cuatro reinos y dieron paso a la nueva vida, las picas fueron precedidas por las espadas, los corazones por copas, los diamantes por oros y los tréboles por bastos, los reinos por países… No había más Reyes, ni Reinas, ni Jakcs, tampoco Comodines, sólo fragmentos de su poder depositados en algunos lugares… como éste.
—Eso es sólo un cuento de hadas— dijo Arthur inmerso en la conversación, había escuchado y leído antes esa historia, y no era más que una cosmogonía de como se había creado su mundo.
—Estás en la casa del Sexto Arcano, la carta de Los Amantes.
—Te equivocas — algo se encendió en su interior—, no son Los Amantes.
—El Seis corresponde a–
—La carta se llama El Amante.— Arthur no sabía de dónde venía aquello, pero sentía la necesidad de corregir y sacar a la luz la verdad que ni él conocía—, la carta se llama así.
—¿De dónde has sacado eso?
—¡No te importa!— exclamó con enfado y luego se volvió a ocultar entre los dedos.
—¿Sabes que estás en una de las manos de los amantes? —Arthur desvió la mirada, alzándola por sobre su hombro derecho, escudriñando la silueta femenina que estaba a su lado, luego la masculina que estaba protegiendo a Alfred del sol que comenzaba a caer. La escena no le era familiar del todo.
Una canción, el libro y un recuerdo. Una sonrisa y una mano que lo sostenía.
Dejó la seguridad de la mano que lo resguardaba, y sus ojos viajaban del piso hasta la cabeza. Un halo de luz rodeó a la presencia de mármol producto del sol que se ocultaba en el horizonte. Una escena: Dos personas uniendo sus manos, una tercera como mediador. Un matrimonio, una rivalidad, un juramento, una traición, un secreto, una farsa. Muchas ideas vinieron a la mente de Arthur en ese momento, porque esas tres figuras no representaban del todo a los amantes. Había algo divino en esa luz que cubría la espalda de mármol.
Porque no siempre el matrimonio significa amor, ni la rivalidad una traición.
—La carta de El Amante no habla de amor, habla de las relaciones y los lazos que forman las personas. El amante es aquella cálida luz que nos rodea.
Una luz, un disparo y un sonido seco.
Sus ojos volvieron a chocar y ahora ya no eran como el cielo, era como si la tierra fértil se enfrentara al mar, un mar que golpeaba con fuerza contra de él. Alfred le había disparado pero el tino había sido erróneo. A propósito.
—Así que no sabes nada —dijo con un tono retador—. Si vienes por el sexto arcano te informo que es mío.
—¡Mal nacido, casi me matas!— exclamó buscando su lámpara de aceite para usarla de arma.
—¿Cómo es que sabes todo eso?
—¡No lo sé, joder. Maldición!— le mostró la lámpara y la alzó por sobre su cabeza—, si dejo caer esto… si lo hago todo éste lugar ardera como un infierno. ¡Adiós carta!
—No te atreverías — retó— tú también.
—¿Eso importa acaso? —cuestionó sin ápice de dolor.
—¿Estás loco?, ¿qué no te importa tu vida?
—¿Qué vida?— y rio por lo bajo—, una vida que no es mía al fin y al cabo. Una vida en dónde todos toman decisiones por mí y creen que es lo mejor—su mano tembló por encima de su cabeza— Vine a ese lugar porque pensé que podría liberarme. ¡Me perdí a posta de no volver nunca!
—Hey… cálmate… no es para tanto.
—Esa es la excusa más inútil de todas… — rio y usó toda su fuerza para golpear el piso con la lámpara que se reventó haciendo que el aceite se derramara y se encendiera dejando a su paso una estela de fuego que se fue expandiendo por la hierba en el piso.
—¡Estás loco!— exclamó Alfred guardando su revólver y corriendo hasta él para poder alejarle del fuego. Lo tomó por el brazo y haló de él para llevárselo, sin embargo el otro rubio se soltó y corrió hasta las llamas.
—¡Déjame en paz!
—¡Tenemos que salir de aquí antes de que esto empeore!
—¿¡Eres sordo, idiota o qué!? —Gritó Arthur retrocediendo hasta ocultarse bajo los pies de la figura de mármol— ¡Vete y déjame morir solo!
—¡No sé quién demonios eres! Ni tus motivos… pero déjame decirte que eres la persona más estúpida y cobarde que he conocido en mi vida.
Alfred se dio media vuelta y corrió hasta el extremo sur para poder escapar por el pasadizo que había encontrado. Pero a pocos pasos de llegar a su objetivo se reprendió a sí mismo. Paró en seco y se propinó varios golpes en la cabeza. Apretó dientes y puños. Maldito sentido del honor, maldito el momento y la necesidad de salvar a esos recios ojos verdes. Dio media vuelta y supo que no era tarde porque el fuego apenas había alcanzado la mitad de la zona este y media. Rodeó la parte oeste y llegó hasta Arthur del lado que el fuego no había crecido.
—¡Te sacaré de aquí aunque me odies!— le gritó y trató de tomarlo, pero él se giró y apenas sus manos se rozaron. Alfred le quitó el guante al tratar de tomarlo de la mano y Arthur cayó sobre el fuego. Su sangre manchó el piso, sintió el inminente calor en su piel, escuchó como lo llamaban y su visión sólo podía ir del fuego al cielo color naranja oscuro.
Eso era todo. ¡Finito!
Cerró sus ojos tratando de dejarse llevar. De pronto ya no había nada en su mente, ni los rostros de sus hermanos, ni la risotada de Alfred, tampoco la urgencia de entregar las piezas o el placer culposo. Sólo esa melodía, la cajita de música de su madre con el tintineo de una bailarina empapada en azul brillante y sonrisa eterna. Una melodía de la cual no sabía nada, una canción que no hablaba de amor, ni de odio, tampoco de miedo mucho menos dicha; era una canción que englobaba todos los sentimientos que se estancaban en su pecho, llenándolo y arrebatándole sus recuerdos para poner frente a él ajenos. De él, una canción, un libro y un reloj de oro bajo sus pies desnudos.
De pronto, la nada, luego, un golpe eléctrico… como un beso que era capaz de traerlo de la muerte.
Abrió los ojos de golpe, casi por instinto y se topó con el rostro de Alfred, serio y preocupado al mismo tiempo. Estaba rodeado de un aura azul que se extendía más allá de sus hombros.
—¿Quién eres y qué haz hecho? —cuestionó Alfred sin dejar de sostenerle la mirada.
Arthur quiso saber a qué se refería. Ladeó la cabeza y ya no había calor, las llamas se habían convertido en luces azules de flotaban alrededor de todo el jardín. Como Hadas de fuego que bailaban recitando algún hechizo. Guió sus ojos hasta el cielo que para entonces ya estaba lleno de estrellas parpadeantes, brillantes como no se veían su ciudad.
—Estoy muerto.
—No— secundó el de ojos azules —. En cuanto caíste el fuego se tornó en esto y el jardín parece vivo ¿Qué haz hecho?
—Nada…— susurró cubriendo su rostro con sus manos, desorientado y cansado. Las retiró y Alfred notó el ligero rastro de sangre en su rostro.
—Tu sangre…
—Solamente me he…— miró su mano—, me corté con las rosas al llegar aquí.
—Cuando caíste tu sangre tocó el piso —articuló con meticuloso orden de hechos—, ¿por qué estás aquí?
—Sólo sabes hacer eso, preguntar— se incorporó y le arrebató el guante para poder ponérselo de nuevo—, ¿Quién eres?, ¿Cómo has llegado aquí?, ¿Qué quieres?
—Quizá no haría tantas si las respondieras— lo observó levantarse y no hizo nada detenerlo— ¡Te salvé la vida!
—¿Y quién te lo pidió?— le retó— ¿A caso vas por la vida rescatando perritos de las calles o gatos de los árboles?
—Al menos los perros son más agradecidos— Alfred se puso de pie sólo para recibir un puñetazo de parte del otro rubio. Un fuerte y sonoro golpe que le hizo girar su cabeza y por poco caer. No hizo sonido alguno, pero había dolido. Llevó su mano derecha hasta su nariz y miró por encima de su guante la brillante sangre roja que manaba de ella. Se miraron, casi con odio genuino. ¡A la mierda ese tipo! Ahora iba a pagar.
Sacudió su mano y se dispuso a tomar posición de ataque. Algunas gotas de su sangre mancharon el piso, y como la primera vez, algo pasó, ahora, el rastro había cambiado a un azul intenso, más profundo que el color de las llamas y se extendió por todo el centro, subiendo por las figuras y llegando hasta las fuentes que, como si un botón las impulsará comenzaron a lanzar agua hacia arriba en corros irregulares de poco a poco se iban volviendo pulsaciones de siete tiempos.
Un patrón simbólico se formó a todo alrededor, un símbolo que parecía olvidado. La Pica estaba por todos lados.
—¿Qué… demonios… has hecho?
—¡Nada, lo juro!— levantó las manos para demostrar que estaba libre todo culpa, sacudió la cabeza dejando atrás toda ira y algunas gotas del líquido rojo cayeron al piso tornándose de color azul.
—Tu sangre…
—¡Tu sangre comenzó todo esto!
—La sangre…
—¡Deja de repetir esa palabra, da miedo!
Arthur miró su mano enguantada. La despojó del cuero y observó la herida que parecía sanar lentamente. Miró a Alfred y un extraño dejo de excitación brilló en sus ojos verdes haciendo contraste por el color azul que les rodeaba. Le sonrió por primera vez, y tan pronto como ésta se había formado desapareció cuando dio media vuelta y apretó su mano contra las espinas de las rosas. Soltó un quejido pero apretó los dientes para resistir y cuando sintió que su sangre chorreaba entre su palma la abrió, había sido un corte profundo que dejaría cicatriz.
—¡¿Qué estás haciendo?!
—Necesito tu sangre…
—¿De qué–?
Se acercó a él tan rápidamente que no le dio tiempo de esquivar el golpe, nuevamente le había estrellado contra su nariz y una profunda hemorragia comenzó a surcar su rostro, tras de eso, colocó su mano herida sobre el rostro del más alto y junto sus líquidos carmesí.
El de ojos azules lo tomó del brazo, dispuesto a retirarlo y golpearlo, sin embargo el fuerte olor metálico de la sangre ajena le embriagó por algunos segundos, se sintió desfallecer y entrecerró los ojos viendo como esos intensos orbes verdes lo miraban con inquisitoria pasión. Si a eso le llamaban amor a primera vista –o golpe- entonces era un masoquista. Bajó la guardia y soltó un gemido cuando la mano abandono su rostro.
—Si esto funciona, entonces —ladeó su mano y dejó caer las gotas de la sangre mezclada— un reloj debe de aparecer.
Los dejos de sangre cayeron uno a uno, tornándose de un color aún más brillante que todo lo que les rodeaba. Se extendieron con rapidez, pero no fue un reloj lo que se formó, sino el símbolo de Picas ornamentado en su centro por lo que parecían ser rosas y letras.
—Bueno, esto no era lo que esperaba.
Alfred llegó hasta él, cubriendo su rostro con un pañuelo teñido de carmín. Miró el símbolo y luego al rubio.
—Y luego de romperme la nariz ¿qué piensas hacer?
—Esto es— levanto su mano cuando Alfred tenía la intención de hacer otro comentario y callarlo de esa manera—, parecido al libro. El dibujo de tres personas bajo un símbolo, el amante, el símbolo del reino de Picas y… ahora queda la canción.
—¿Qué canción?
—Desde niño había una canción sin significado que estaba en mi cabeza, en realidad eran letras al azar y les di tono cuando escuchaba la caja de música de mi madre. Era un tintineo molesto y casi sin sentido, como la letra, pero cuando pasó el tiempo parecía que las notas se iban escribiendo en mi cabeza como una partitura— alzó la cabeza para ver como las cuatro fuentes danzaban—. No tengo la menor idea de lo que diga la canción. Pero es lo primero que viene en el libro.
—¿Qué libro? Oye, dices cosas sin mucho sentido.
Volvió a hacer el ademán con su mano para callarlo de una vez por todas y camino con pasos lentos y desconfiados por el símbolo hasta quedar en el centro.
—H-hocuh…rwai… meirdetai…— susurró y de súbito las fuentes dejaron de manar agua. Tres segundos y el flujo siguió normal.
—Hazlo de nuevo.
—¡Calla! No me puedo concentrar— le miró de reojo.
Arthur enfocó las fuentes delante de él y de cómo los chorros salían disparados siguiendo el tiempo del tic tac de un reloj.
—Son ocho tiempos.
Él había leído tantos cuentos de hadas que al final –y por su monótono modo de vivir– se había dado cuenta que nada de eso era cierto, lo único con valor era el trabajo para vivir día a día. Un trabajo que a él no le llamaba la atención. Un deber que le fue obligado desde hace mucho y que hacía sólo para sobrevivir. Para darle gusto a sus hermanos y de alguna forma, aferrarse a algo que le ayudara a despertar todas las mañanas. Los cuentos habían quedado en el olvido, pero no los sueños que día a día parecían ser más tangibles; verse a sí mismo reflejado en el espejo y parecer que en realidad era otro, en algún tiempo o lugar. Incluso la experiencia cercana a la muerte le había parecido emocionante, tanto que por un segundo –tan solo un breve momento– sintió que todo lo que había soportado valió la pena.
Y allí estaba en medio de un bosque abandonado, en un templo –o lo que fuera– rodeado de un fuego mágico, con símbolos mágicos y fuentes danzantes. Era un mal sueño. Una pesadilla.
—Hocuhrwai meirdetai… hocuhrwai meirdetai… schono sonne, ykorondainewa… —Arthur alzó su voz, con cierta timidez, tenía las manos contra su pecho, contraídas por los nervios, cerró los ojos y tras alargar la última nota, el agua había alcanzado cierta altura que superaba a la de la estatua de mármol.
Contó ocho tiempos nuevamente y soltó las palabras con suavidad.
Hin, nendes, tehai spremehelode,
Yese dirusto holangso diwainte,
Nenzo, daikre tsupro hepto hostaringdu uzaiya
Con cada palabra, una sección diferente se iba encendiendo, como si el templo fuera una partitura gigante. Palpitando y corriendo sobre la marcha. Un reloj que apenas le había dado cuerda tras largos siglos de descanso.
Schlongte, izovante, ich to hu he nero
Izmamo, izevrente, muis to nu khwehena.
Istewante, mizumemto, quos tanti teheha
Arumamo, staletto mahakala.
El fuego se había alejado de ellos, formando un círculo alrededor de la figura, danzando al ritmo de la voz del rubio. Éste alzó tímidamente los brazos tratando de guiar la canción con ellos. Formando figuras con sus brazos tratando de iluminar cada rincón, hasta que finalmente, todo el jardín brillaba en un patrón musical. El agua que caía y era expulsada provocaba un eco haciendo coro con las notas que salían de la garganta de Arthur. Cuando su voz alzó en el mantra que conocía perfectamente, no tuvo miedo de alzar lo más que podía los brazos y guiar él mismo el ritmo del agua; el símbolo bajo sus pies brillaba con más intensidad que antes.
Hocuhrwai meirdetai
Hocuhrwai meirdetai
Schoho sonno, tsu'u reinane
El fuego comenzó a elevarse mecido por los movimientos de Arthur, las luces rodearon la figura de mármol y formaron el mismo efecto luminoso que el sol hace algunas horas. El Arcano del amante estaba siendo representado en ese momento. Alfred lo comprendió con dificultad. Entonces de alguna forma el escenario entre ellos era la unión, de su sangre una acción, de la canción un juramento, de las fuentes, la magia y el hecho de que la profecía del Fin del mundo era cierta.
Schlongte, izovante, ich to hu he nero
Izmamo, izevrente, muis to nu khwehena
Istewante, mizumemto, quos tanti teheha
Arumamo, staletto mahakala
Se había vuelto como un espectáculo de luces y sonido. Arthur dejó de experimentar todo aquello que lo mataba, el miedo, el odio y la frustración, saboreó por primera vez la sensación de la libertad, el hecho de destruir todo lo que lo ataba al mundo y ser uno con el templo, con la canción y las palabras que cobraban sentido. Cantaba sobre la liberación de su alma, no había dolor que fuera más grande que la pasión que de su voz y su pecho se desbordaba como una presa que llevaba cientos de años colapsando por la presión. Sentía que tenía el poder en sus manos, el poder del tiempo y del viento que se mecía a su alrededor. Se sentía invencible.
Había destruido los lazos que lo ataban a todo lo que lo destruía.
El punto más alto de su canción se vio cuando alzó una mano para dirigir una nota y una extraña figura de materializo frente a sus ojos, un ser traslucido que se elevó meciendo unas largas orejas y voló como un globo de aire hasta la cabeza del hombre de mármol en dónde todas las hadas bailaban.
Hocuhrwai meirdetai
Hocuhrwai meirdetai
Schoho sonno, tsu'u reinane
Ellas rieron al verle y extendieron sus manos para extenderle un pedazo de papel, una carta que estaba siendo materializada por el fuego mágico. La criatura la tomó en su boca y cuando Arthur acabó de cantar, la dejo caer en sus manos. Ésta flotaba tímidamente mientras el fuego parecía grabar la escena. Tres figuras en medio de ella, y arriba de ellos, un símbolo luminoso como un sol los rodeaba. Se leía una "V" y un "I" Y bajo de ella rezaba:
—Lamovrevx… El enamorado.
—Vaya… eso fue, grandioso —Alfred se acercó a él y juntos admiraron la carta bajo la atenta mirada de un translucido ser alado que parecía ser un conejo.
—Te dije que era El Enamorado, no Los Amantes.
—Bien, lo capto —soltó Alfred con una media sonrisa que se veía repugnante a ojo de Arthur con toda esa sangre fresca y los dientes manchados.
Ambos la tomaron al mismo tiempo.
—Oye… creo que aquí hay un mal entendido.
—Sí, ya lo creo—Asintió el de grandes cejas y tiró de su lado, el inferior—. Creo que yo debo de conservar esto. Fue mi canción después de todo.
—Creo que debo ser yo, te salvé la vida ¿Lo recuerdas?— espetó el de ojos azules con falsa modestia, jaló del otro lado, el superior.
—¡Escúchame maldito mocoso, no pase por esto para irme con las manos vacías!
—Te recuerdo que mi sangre también logró todo esto.
—Sí, pero fue mi canción.
—Tu canción, tu canción, si no hubiera encontrado el túnel quizá nunca hubieras encontrado este lugar— Alfred jaló con más fuerza con ambas manos, acción que Arthur imitó.
—¡Oh, gracias!, pero creo que yo lo hubiera hecho solo perfectamente.
—¡Ésta carta me pertenece, suelta!
—¡No, es mía!
—¡No! ¡Mía!
—¡No!
Ambos tiraban de su lado, embargados por una ira que provocó que poco a poco las luces alrededor se fueran opacando, el agua escaseó y los símbolos volvieron a quedar ocultos en la maleza. La criatura mirada como la carta iba de un extremo al otro hasta que lo inevitable pasó.
La carta se partió por la mitad y cada uno de ellos salió volando con un pedazo de la carta.
—¡Maldita sea! —exclamó Arthur mirando su parte del botín. Ahora era completamente inservible. Se puso de pie y antes que dirigirle la palabra guío sus pasos en la leve oscuridad que era iluminada por las estrellas— ¡Me largo!
Alfred se había dado un buen golpe en la cabeza y no se había dado cuenta de que estaba solo hasta varios minutos después. Incluso la criatura había desaparecido. Miró su pedazo con dificultad; de noche ya no veía bien. ¿Usar lentes? ¡Para nada! Dejó salir un suspiro y se volvió a recostar en el lecho de rosas en que él había caído.
—Ni si quiera supe su nombre.
Cerró los ojos y nuevamente los sueños extraños lo embargaron: él, una espada, una corona y un reloj de oro arriba de él.
To be continued.
Notas— Hasta aquí~ oh, esto quedó más corto de lo que pensé, pero creo que es un buen inicio. Tenía en mente comenzar con una introducción contando como el mundo acabo en su estado actual, pero creo que dejaré que los mismos personajes poco a poco lo vayan explicando basados en sus vivencias. Particularmente le voy a dar más peso a esta pareja que a otras –eso no quiere decir que no habrá mucha más variedad- Prometo que poco a poco se irán revolviendo muchas cosas.
Aclarciones II— La canción de "Verbeg" en realidad no tiene un significado; al inicio se creía que era un lenguaje inventado por el compositor, luego se dijo que era un antiguo dialecto de una tribu en Nueva Zelanda. Segundo, mi tesis está enfocada al Tarot de Marsella y la reinterpretación de los Arcanos mayores –por eso los conozco de pies a cabeza- y comenzaré diciendo que la baraja española es completamente distinta que a la inglesa (en la que supone está basado el artestella) y el de Marsella (que es de origen Francés) también tiene una variación que dista mucho de lo que el mismo Hiramuya dibujó, como el hecho de que los Bastos (acá Tréboles) en la energía sexual, creativa y fuego. No cuadra mucho con Rusia, ya saben… así que tendré que adaptar ideas, romper arquetipos y alegorías que ustedes conocen. Será interesante. Tercero, la figura que se manifestó frente a Arthur es Flying mint Bunny (por si no lo habían atrapado) ¡Y ya!, Hay muchas notas. Prometo que no me extenderé en un futuro.
Sin más espero que les haya gustado y dejen su comentario con alguna opinión o palabras de ánimo. También los favoritos y alertas son bien recibidos. Gracias por leer y nos leemos en el siguiente.
