Disclaimer: Los personajes de The Hunger Games no me pertenecen. Éste fic participa del reto del mes de septiembre-octubre: "Una pareja para...", del foro El diente de león.
oOo
.
Capítulo Uno
La chica del vestido blanco
.
.
Cierro los ojos con fuerza, igual que el día que nos llevaron al Edificio de Justicia a identificar el cuerpo de mi padre. Los cierro porque, como aquella vez, tengo la esperanza de que al abrirlos me daré cuenta de que sólo estoy en un mal sueño y que todo estará bien, pero, igual que aquel día, al abrirlos nada ha cambiado.
Mi mundo entero se desmorona cuando mi madre deja escapar un grito ahogado; mis hermanos lloran desconsoladamente en sus faldas y el resto de la gente en la plaza está tan absorta como yo, como si todavía no pudieran creer en lo que sus ojos ven.
Y mientras tanto las trompetas suenan y el público en el Capitolio ruge emocionado, pero Peeta Mellark sólo abraza a Katniss y llora. Y sin darme cuenta yo lloro también, mirando aquellos vacíos ojos grises que una vez me miraron con tanto cariño, y que ahora permanecen fijos en la nada, fríos, sin vida. Y así se quedarán para siempre.
A mi lado Prim pierde el control y grita mientras su madre intenta consolarla. Nadie más se mueve o hace algo; todos están demasiado impresionados y confundidos como para reaccionar, incluso en el Capitolio, donde toda esa gente tenebrosa y extraña llora como si de verdad lo sintieran. Como si supieran lo que es el verdadero dolor.
Entonces la transmisión pasa a los presentadores y a la Plaza Central del Capitolio, que no paran de celebrar el fin de los juegos, que finalmente tuvieron al vencedor que todo el mundo adora. Y es en ése momento cuando siento que mi sangre hierve. Ya no lloro ni siento dolor. Ya no siento pena. Ahora sólo soy capaz de sentir rabia, odio y desprecio por todas esas personas que no nos hacen esto. Por esos malditos que se llevaron la vida de Katniss, la única chica que en verdad he amado.
En ése instante me decido, decido que su muerte no será en vano y no quedará impune.
La gente me abre paso mientras camino hacia uno de los agentes de la paz con paso decidido, clavando la vista en el arma que cuelga de su cintura. Todos parecen entender mis intenciones, pero sabiamente nadie trata de detenerme. Hasta que la siento.
Su cuerpo suave, cálido y pequeño se aferra con fuerza a mi espalda, y su voz, angustiada y sollozante, me detiene.
—Por favor, no— solloza Madge, apretando su abrazo al punto de que no me deja moverme más allá— Piensa en tu familia— susurra, bajito, y las lágrimas vuelven a caer, y yo me derrumbo con ellas, llevándome a Madge conmigo hasta el suelo.
El agente nos mira, curioso, pero solo ve a dos chicos tristes, llorando abrazados, sin darse cuenta de lo que iba a pasar a sólo unos momentos.
Sin darse cuenta de que acabamos de perder a nuestra más grande luchadora.
oOo
Es difícil aceptar que un ser amado ya no regresará jamás; que ya no podrás volver a ver su sonrisa ni oír su voz.
Perder a Katniss no fue sólo perder a mi mejor amiga, también perdí a mi compañera, a mi mano derecha. A la única chica con la que hubiera deseado formar una familia.
Quizá sea eso lo que me hace sentir tan perdido. Yo había proyectado un futuro con ella, en donde no importaban el hambre ni el yugo del Capitolio, donde a pesar de todo podíamos ser felices, pero ahora ya no tengo nada. Tal vez es lo que más duele, porque Katniss era mi esperanza para poder encontrar la felicidad en un lugar tan desolador y olvidado como el Distrito 12, y se ha ido para siempre, llevándose una parte de mi corazón, y del de mucha gente del distrito, con ella.
Sin embargo, Katniss Everdeen era una chica muy especial, y ahora todo Panem lo sabe.
La llegada de Peeta Mellark se anuncia con toda pompa, pero es en muchas formas incómoda para la gente del Quemador y la Veta, incluso para el mismo Peeta. Él no celebra ni sonríe; es como si no quedara nada de aquel chico simpático y alegre que supo encantar al público durante su entrevista antes de los Juegos. Eso hace que crea que tal vez sí la amaba después de todo, lo que me hace casi imposible odiarlo por no haber podido salvarla.
En sus apagados ojos azules veo la culpa y el dolor de la pérdida. No puedo ignorar eso, pero tampoco puedo olvidar que él no pudo protegerla.
La familia de Katniss y yo asistimos a la estación por obligación, y nos quedamos hasta mucho después de que Peeta se va con todos los periodistas, esperando por el cuerpo de Katniss. A la gente del Capitolio no les interesa ver la tristeza de una familia destrozada recibiendo los restos de su hijo, así que no hay cámaras una vez que su vencedor se ha ido. Mejor así. Tampoco estamos de humor para seguir con todo ése circo.
Haymitch Abernathy, aquel alcohólico barrigón que solía desmayarse de borracho sobre el escenario cada año, se acerca a señora Everdeen con expresión apesadumbrada. Es extraño que no pueda sentir ése nauseabundo hedor a licor podrido a su paso, como lo es verlo caminar tan firmemente, y no tambaleándose como siempre lo veíamos por el pueblo. Él se acerca directamente a la señora Everdeen mientras dos asistentes bajan el ataúd sellado; sujeta sus temblorosas manos durante un segundo y no dice nada. Ninguno lo hace. Prim rompe a llorar en ése momento y se abraza a la madera con fuerza. Haymitch nos mira por un momento pero luego suelta las manos de la mamá de Katniss y, tan silencioso como apareció, se va sin decir nada.
Hoy el distrito entero está de fiesta, y hay una gran celebración que sólo la gente de la ciudad es capaz de disfrutar, pero mientras eso pasa nosotros estamos en el cementerio, despidiendo los restos de mi mejor amiga en aquella tierra negra tan característica de casa.
Enterramos el cuerpo de Katniss junto al de su padre, en un rincón apartado del cementerio, cerca de la Pradera, donde cada primavera las flores crecen hasta donde alcanza la vista y perfuman el aire, y donde yo mismo una vez le pedí ser enterrado en casos e ir a los Juegos y volver en un ataúd de madera.
Que irónico suena ahora.
Muchas personas vienen a despedirla; de la Veta, el Quemador y la escuela. También hay unas pocas personas de la ciudad, cuyos cabellos rubios y pieles pálidas sobresalen de entre los demás; también está Darius, cuyo uniforme de agente de la paz parece menos agresivo que nunca. Todos están ahí para despedirse, sin rencores ni peleas, porque todos, de una forma u otra, quisimos a la Chica en Llamas.
Y allí, en medio de tantas caras cansadas y sucias, está ella, impoluta como una nube, perfecta como una rosa. Su largo y rizado cabello rubio baila al compás de la brisa; sus labios rellenos y rosados se abren y se cierran en un angustiante movimiento mientras sus ojos tan azules como el cielo miran fijamente la tierra removida. Y su vestido, tan blanco que daña la vista, tan elegante que es casi ofensivo, hace que sienta la ira invadirme.
Todo en ella es tan pulcro, tan nuevo y reluciente que es obvio que no pertenece aquí, sino a aquella gente, a esos personajes monstruosos que cada año se llevan a nuestros niños y los devuelven en cajas de madera.
Y mi rabia sólo aumenta, no por Madge en realidad, sino por todo lo que ella representa con sus zapatos relucientes y su vestido blanco. Es imposible mirarla y no recordar a la gente que lo causó todo.
Ella se queda hasta el final, y solo entonces se acerca a Prim y la señora Everdeen. Intercambia unas pocas palabras con ella y después, algo temerosa al principio, las abraza. Luego se aparta de ellas y sonríe con tristeza mientras se limpia un par de lágrimas con un pañuelo tan blanco como su vestido, casi haciendo que me crea todo su teatro. Sin embargo, al alzar la mirada y encontrar la mía se congela por un momento, como si supiera exactamente lo que estoy pensando, que ella no pertenece aquí, y que no debe estar entre nosotros.
Sus ojos grandes y azules se abren con expectación durante el momento en que nuestras miradas siguen enfrentadas, pero aunque me gustaría gritarle a la cara lo que en realidad pienso sobre su presencia aquí no lo hago por respeto a la familia de Katniss; así que desvío la vista y espero que Madge desaparezca tan silenciosamente como apareció, dedicándome a mirar la tierra removida por un momento mientras de reojo la veo caminar hacia la salida. Se detiene por un segundo al pasar por mi lado, pero de inmediato sigue con su camino. Y me repito una y otra vez que debo dejarlo así, que debo dejar que se vaya y ya, pero no puedo conmigo mismo, y antes de que se aleje demasiado me giro hacia ella, molesto.
—No debiste venir aquí— le suelto, en un repentino ataque de rabia. Madge vuelve a detenerse y se da la vuelta tan delicadamente que parece hacerlo en cámara lenta. Eso me desespera.
—Katniss era mi amiga— dice, en voz baja y algo dudosa, como si lo hubiera pensado mucho antes de hablar. Sin embargo, eso, lejos de aplacarme, sólo me irrita aún más.
—No es cierto— la corrijo, enojado— Katniss nunca hubiera sido amiga de alguien como tú— escupo sin pensar, y Madge parpadea, mostrándose, por primera vez desde que la conozco, de verdad molesta.
—Yo no fui quien le hizo esto, Gale— me suelta, sorprendiéndome con su tono endurecido y directo, tanto así que, extrañamente, me quedo sin palabras.
Ni siquiera Katniss, que me conocía como nadie, había sido tan cortante y directa para callarme de esa manera. Me molesta mucho, pero al mismo tiempo me impresiona de una forma que no me esperaba, haciéndome sentir como un idiota impulsivo.
Madge, por su parte, sigue mirándome de esa forma extraña, molesta pero comprensiva a la vez. Nunca me había mirado así, ya que por lo general sólo ignoraba mis comentarios hirientes o sarcásticos cuando acompañaba a Katniss a venderle fresas para su padre. Supongo que no me esperaba que de todas las personas en el Distrito 12 fuera justamente ella la que me dejara sin palabras. En eso estoy pensando cuando la hija del alcalde, de seguro pensando que ya no diré nada más, vuelve a darse la vuelta para seguir con su camino, pero de nuevo mi lengua es más rápida que mi cerebro, y vuelvo a hablarle:
— ¿Por qué me detuviste?— la increpo, y ella me mira, sin perder la calma en ningún momento. Sabe que me refiero a aquel día en la plaza, cuando impidió que por mi rabia atacara a un agente de la paz. Sé que lo sabe, y su respuesta lo confirma:
—Porque pudieron haberte matado.
— ¿Y por qué te importa?— ladro, superado por toda la situación, por el hecho de que ella sea perfectamente capaz de mantener la calma mientras sigue dejándome como idiota— Tú eres la hija del alcalde. A ti no tienen porqué preocuparte los problemas de los pobres. Mucho menos los míos.
—Porque es lo que Katniss hubiera querido— murmura, soltando un pequeño sollozo que me toma por sorpresa— Porque...ella te quería mucho— dice, bajito.
Algo en mí reacciona violentamente al inicio, pero su rostro compungido hace que de inmediato olvide toda rabia. Sus ojos se ponen cada vez más rojos, producto del llanto que intenta contener, y sus labios se aprietan con frustración en una sola línea. Me recuerda mucho a la cara de las familias de un tributo elegido durante la cosecha, esa mezcla de dolor y resignación que es imposible de ocultar, y quizá por eso algo dentro mío hace que quiera consolarla, haciéndome sentir por un momento como el peor imbécil del mundo. Y es algo más fuerte que yo, casi instintivo, que me hace verla con otros ojos.
Madge es muy hermosa. Digo, eso siempre fue vidente, pero nunca me había dado cuenta de que su belleza va más allá de su largo cabello rubio y sus ojos azules, o de un bonito y caro vestido blanco.
Es hermosa de una forma más discreta, más profunda.
Igual que Katniss.
Esa comparación inesperada me toma por sorpresa, haciendo que me sienta profundamente avergonzado e inquieto. Y no ayuda en nada que Madge siga frente a mí, mirándome de esa forma que empieza a hacer que me sienta vulnerable, como una presa a tiro de mi arco. ¿Qué es esto y por qué hace que me sienta tan inquieto de pronto? Empiezo a desesperarme ante mi incapacidad de elaborar una respuesta rápida, y mientras mi mente trabaja Madge una vez más me da la espalda y retoma su camino, limpiándose los ojos con disimulo, como si no deseara que yo la viera pero no pudiera evitar hacerlo. Y ahora me siento culpable. Estúpidamente culpable sólo por ser yo mismo. Y eso me confunde aún más, pero como siempre he sido impulsivo no me detengo a pensarlo y doy un par de zancadas para volver a alcanzarla, y mi mano se extiende sola para tomar su brazo, sorprendiéndome cuando siento que su piel me transmite una pequeña descarga eléctrica que me advierte que debería soltarla y dejarla ir, pero soy tan terco que no lo hago.
Ella posa sus expresivos ojos azules en mí una vez más, y después en mi mano sosteniendo su brazo antes de volver a mis ojos; entonces me doy cuenta del contraste que forman nuestras pieles, siendo la suya tan pálida y suave, mientras que la mía está bronceada y curtida gracias a las largas horas de caza al aire libre, y parece incorrecto que tan solo esté cerca de ella y su impoluto vestido blanco. Resulta algo inquietante y abrumador, pero al mismo tiempo me resisto a soltarla. Mejor dicho, algo dentro de mí se resiste.
Entonces me aclaro la garganta y ella al fin deja de mirarme, lo que me da el empujón necesario para soltarla de una vez y alejarme un paso para asegurarme de que mi piel no volverá a contrastar con la suya, por más que la idea no salga de mi mente.
—Yo...— empiezo a balbucear, completamente incómodo, y creo que ella lo nota, porque de repente suaviza el rostro, dedicándome una mirada comprensiva que ni Katniss me había dedicado antes; entonces suspiro y desvío el rostro, decidiendo que la tristeza acabará por al fin volverme loco— Lo siento— admito, y es lo más difícil que he hecho en mi vida, pero también es la verdad—. De verdad lo siento. No debí decirte esas cosas... Sé que no es tu culpa, y...
Madge niega con la cabeza, silenciándome con ése gesto. Levanta la mirada hacia Prim y su madre, que siguen a unos cuantos metros de nosotros junto a mi familia, todavía despidiéndose de Katniss en silencio.
—Está bien— dice, estrujando la tela blanca de su vestido entre los dedos, mostrándose de pronto ansiosa e incómoda. Me mira y de inmediato desvía la mirada— Yo... De verdad siento mucho tu pérdida y... Lamento haberte molestado. Ya no sucederá. Adiós, Gale— murmura y se va, deteniéndose en la salida del cementerio para voltear como si quisiera asegurarse de que aún la observo, y, para mi sorpresa, lo hago. La sigo con la mirada hasta que su vestido blanco se pierde entre las calles negras y sucias del distrito, tragándose su luz hasta hacerla desaparecer.
Entonces suspiro y me doy la vuelta, sorprendiéndome al encontrarme con los severos ojos de mi madre sobre mí. Ella me mira fijamente, como si quisiera decirme algo con la mirada, mandarme una advertencia que no entiendo y a la que no hago caso, porque un pequeño y delicado trozo de tela captura toda mi atención. Me inclino para levantarlo y sin poder evitarlo mis ojos regresan solos al lugar por donde Madge desapareció. Y sin saber porqué, a pesar de todo, de la tristeza que todavía me embarga, del dolor que todavía me desgarra el alma, sonrío. Sólo porque sí, porque tengo el deseo de hacerlo.
Y las facciones cansadas de mi madre se endurecen aún más mientras me mira, lanzándome otra advertencia que no comprendo, casi como si estuviera presintiendo el desastre.
oOo
.
Continuará...
.
N del A:
Con el tiempo pisándome los talones, pero vamos a llegar.
Nos leemos!
H.S.
