Dejar ir
Se supone que funcionaría, se supone que vivirían felices y discutiendo por estupideces sin querer toda la vida. Terminó, sin embargo, siendo no suficiente, apenas si soportable para el heredero de Shinhwa.
Jae Kyung no sería Jan Di aunque el dinero pudiese conseguir algo más que un rostro ajeno o ánimos distintos a los propios; no, pues sus reacciones y actitudes se asemejaban más a Jun Pyo mismo que su adorada amada, y tenía que funcionar, ¿por qué no si se asemejaban tanto?
Si el frío muchacho realmente se preocupaba por ella, un poquito, de verdad, ¿no bastaba eso, y tomar su mano negándose a soltarla para convertir esos sentimientos en amor?
Tal vez, Jun Pyo no se atrevía a mirar en el espejo por el resto de su existencia, o arrepentirse de elegir hasta que el futuro lo golpeara con ello en el rostro. O quizá, vivir así, sabiendo qué había destruido en el camino sería insoportable.
—¿Incluso la fuerte Jae Kyung tiene una debilidad?
Había tristeza en sus ojos sí, escondida traviesa dentro de la palpable gratitud; sin embargo, no podía compararse siquiera a la vacía devastación impresa en ellos antes de esto, mientras le suplicaba (el granGu Jun Pyo suplicaba) terminar con esa boda, y dejarlo perseguir a quien realmente quería.
Aunque se lanzara de algún puente ahora mismo, esa derrota fúnebre no volvería si Jan Di estaba con él, al menos no podría sentirse culpable más por ello. Los visos claros de lágrimas en la mirada de su hermanita tampoco caían incesantes en perenne desolación, la pena de su partida pasaría, el separarse el uno del otro… dudaba siquiera que pudieran soportarlo.
Por la última risa y memoria agridulce, sonrío desafiante, espetando en broma. —Pues sí.
—Que tengas un buen viaje, —pronunció Jun Pyo sin seguirle el juego, feliz en serio por fin, desde la primera vez que lo conoció en Macao—, y… gracias.
Aquella última sonrisa, nunca plena aun si especial, probablemente la perseguiría luego en el avión y alrededor de cualquier mundo. De dejarlo, un poquito también, sí se arrepentiría, a pesar de todo; marcharse era lo mejor, porque no era lo suficientemente fuerte para verlos e ignorar el pesado nudo en la garganta.
Se evitó verlo al despedirse de Jan Di y correr a la puerta de salida. Yoon Ji Hoo era el especialista en torturarse a sí mismo en tal manera, esa de observar a alguien amado dichoso fuera, no ella.
La primera noticia que recibió de ellos, años transcurridos tras aquellos momentos en los que aprendió la distinción entre un capricho y amar verdaderamente, fue una invitación primorosamente diseñada en sus manos. Obviamente, no fue Jan Di la encargada de los formalismos.
—De verdad se tomaron su tiempo. —comentó en el café, sonriendo contrariada.
Súbitamente recordó el par de zapatos enterrados entre sus cosas indispensables, perdurando detrás de romances fugaces y recorridos intempestivos por todo el mundo, buscando sin hallar: herida no cerrada, pues no se atrevía a abandonar la ilusión dañina hasta que realmente acabara. Mientras el par de platinos zapatos chinos permanecerían allí, algo de ese Jun Pyo perduraría.
Perfecto, sabía ya que devolvería como regalo de bodas.
N/A. Corto, ya sé, y también terrible. Jae Kyung merecía algo propio, así que traté de plasmar tres momentos, algo así como tres instancias en las que creyó rendirse y una en la que de verdad lo hizo.
