Un destello en su mente atrajo la atención de sus ojos más allá del anhelo que recorrió como una ola de fuego su interior.

La Caja de Pandora de Cáncer era un objeto que adoraba. Era un vehículo, era una llave más allá de la debilidad que odiaba, era un objeto de justicia… un arma de guerra.

Los interiores de la Casa de Cáncer contrastaban totalmente en años anteriores con los interiores del Palacio Papal… sin embargo, ahora, le encontraba más similitudes que disparidades. Altas columnas, penumbras y sombras que se movían detrás de los pasadizos… se sonrió: ¡todas almas condenadas de una forma o de otra! Y en todas ellas, la presencia de esa figura que tantos temían pero que era suya para manejar con el control de un maestro… sí, él podía detectar los arrastrados pasos de la Muerte, tanto en el Palacio Papal, como en su casa, esos pasos lentos pero persistentes que hacen que nuestra espalda se enchine, que el sudor sea frío. La sensación de lo inevitable, de lo que no se puede evitar.

"¡Qué lejos estaba el pasado y qué cerca lo tengo hoy!" meditó Máscara de la Muerte con una sonrisa mientras que sus manos acariciaron el contorno gélido de la Caja de Pandora del Cangrejo. Los iones de su Cosmo se entremezclaron con los de su armadura en un diálogo que sólo su portador y ella podían tener, una comunión más allá de todo lo santo, la fusión de dos seres, que en general se tomaban por los demás como "sagrados", pero para él, eso no era así. La fusión de su armadura y su ser era una alianza, una complicidad predestinada por los tiempos para realizar su tarea. "La Justicia es la de los Fuertes, ¿lo sabemos, no es cierto? Al fin en el trono papal se sienta alguien que tiene esa visión… nosotros somos guerreros, no Santos."

Cerró sus ojos mientras sus respectivos cosmos intercambiaban visiones y compartían misiones.

"Algunos dirían que nosotros nos unimos a destiempo… nada es así, nada ocurre a destiempo, si acaso yo me detuviera a pensar de manera mística por un solo instante, tendría que concluir que es en exclusiva el hecho de que todo sucede cuando debe lo que yo verdaderamente aprecio del papel de las Fatalidades en nuestras vidas…"

El aura dorada de la Caja iluminó brevemente su rostro, lanzando un rayo sobre las paredes tachonadas de rostros, sobre el piso escalofriante que pisaba de manera tan casual.

"Sí… tú eres mi máscara, eres la coraza que me cubre en la batalla. Todos caminamos por este mundo con máscaras, sólo es cuestión de decidir cuál portaremos hasta que esta se convierte en nuestro rostro, hasta que nos perdemos en el radio de visión que cada una nos impone: algunos eligen caminar con la máscara de la bondad, otros, eligen caminar con una máscara superpuesta a otra… pero tarde o temprano, estas se vuelven la cara que mostramos a todos… ¿no es verdad, Patriarca? ¿no es verdad que con esa máscara es usted más fuerte y más capaz de hacer aquello que de otra manera tal vez no sería capaz de realizar?" Una risa estremeció al hombre bronceado de cabellos azulados. "Pero es que usted ha descubierto que la máscara no es algo que restringe, sino que es algo que otorga la libertad… la máscara en realidad es una puerta por la que decidimos caminar quienes la portamos para recorrer el camino que de otra forma habríamos evitado… algunos le llamarían a eso hipocresía: yo le llamo piedad."

Alzándose orgulloso, Máscara Mortal brilló en su Cosmo dorado armonizando con la Armadura de Cáncer que esperaba ansiosa dentro el llamado de su amo.

"Los humanos no están preparados para la franqueza… le temen. Por eso, inventamos los antifaces que nos justifican, los antifaces que hacen que nos engañemos y pensemos que todo está mejor de lo que verdaderamente es…" posando su pie de manera grosera sobre una faz atormentada que gimió de dolor, Máscara Mortal carcajeó quedamente. "… ¿Pero cuándo descubren que la máscara es real y que la muerte puede llegar con un gesto de sonrisa? ¿Cuándo se descubre que los que la proporcionamos no tememos en otorgarla porque nosotros mismos no tememos en recibirla?"

Una lágrima brotó del atormentado rostro humillado, preso, marchito.

Abriendo sus ojos, Máscara Mortal posó su mirada acusando un dejo de sorpresa extraño en él al percatarse de este lamento que contagiaba a las demás caras que rodeaban manifiestas las paredes, techos y suelo de la Casa Zodiacal de Cáncer.

"¿Lloran? ¿Pero qué pueden extrañar de la vida, miserables, cuándo fueron incapaces de vivirla? ¿Cuándo fueron incapaces de defenderla? En este mundo es mejor que quedemos los fuertes… los aptos. ¿Cuánta justicia callada habré realizado? ¿Cuántos actos de despreciable cobardía han sido segados por mi mano fuerte?"

Arrodillándose, Máscara Mortal se recuesta sobre el frío suelo de la casa de Cáncer y mira, tomando con su mano la deformada cara de gesto suplicante limpiando una lágrima.

"Yo alguna vez también lloré… yo alguna vez temí… ¿porqué quieren la vida si cuándo uno es tan despreciable como ustedes no haces sino rogar por la muerte? ¿porqué quieren la vida otros de ustedes, cuando lo único que hacían era simplemente existir sin sentido o peor aún, perversamente? ¡Son tantos de ustedes que no sabría dónde están ellos! Pero… pero… mi voz se escucha en todo este sitio…, conozcan que entre ustedes está el de su misma ralea…"

CRÓNICAS ZODIACALES: CÁNCER: FATALIDAD

CAPÍTULO I: INFRAMUNDO

El Santuario de Grecia, ubicado en un área protegida cercana a la antigua Acrópolis y que en su extensión mágica se extiende ampliamente desde la ciudad de Atenas hasta el legendario Cabo Sunion es el destino último de los protegidos de Athena.

Su población mixta incluye antiguos guerreros en retiro, refugiados y exiliados, perseguidos por un mundo mayormente cristiano donde el concepto de una diosa protectora de la humanidad simplemente es una idea de antaño y que inspiró grandes obras y monumentales avances que engendraron en el mundo el concepto de una civilización.

En tiempos mitológicos, Athena, la diosa de la Sabiduría y de la Guerra, logró para sí el trono terrestre, frustrando en el camino las ambiciones de Poseidón, Señor de los Mares. Al ocurrir eso, movió su humilde asiento de la villa de Athene a la dorada, a la inmortal, a la sitiada y divinizada ciudad de Atenas. Una sequía terrible siguió a esto como consecuencia de la ira del inmortal Poseidón, pero Athena contaba siempre con aliados poderosos, tal es su privilegio y haciéndose del apoyo de Zeus Tonante, ese breve escarceo de consecuencias míticas, pudo superarse. Muchos románticos vieron en la diosa Athena la luz de la guerra con propósito, de la guerra justa, en contraposición de la guerra salvaje pregonada por Ares, Señor Oscuro.

Atenas siguió este credo: la guerra por justicia. Sin embargo, los románticos se olvidaron del gesto duro que los enemigos de la diosa veían con frecuencia: el gesto impávido e inamovible de quien mueve las piezas con el propósito de acabar o de ajusticiar… pues los Atenienses se acostumbraron a pensar que este concepto en sí mismo encerraba la fórmula mágica de la victoria… pero ¿en verdad los amantes de la diosa de los Ojos Grises lograron olvidar el verdadero rostro de la Guerra? ¿Acaso la justicia no exigía en ocasiones comportarse de formas distintas? ¿Qué podría decir al respecto la doncella Medusa, amante de Poseidón y transgresora de Athena? ¿Qué opinión le merecería esta falacia a la bella Arachne, de ágiles manos?

Ellas sólo podrían decir que la Guerra sólo tiene dos verdaderas caras: la victoria y la amarga derrota.

Tal pensamiento no lo alcanzaron en exclusiva los vencidos. Algunos dentro de las filas de Athena pensaron diferente y fueron tomados como "contaminados", nada más irónico, puesto que estos veían a los otros como hedonistas y superficiales… ¿porqué eran mantenidos dentro del Santuario? ¿Porqué Athena no les expulsaba? ¿Es que acaso esto era una demostración evidente de que nada puede ser tan blanco y que nada puede ser tan negro? Los unos eran tenidos por "buenos", los otros eran tenidos por "malos". ¿Dónde se origina la fuerza? ¿En los lujosos palacios de mármol y plata? ¿O se originaría acaso en los sitios más oscuros y bajos de las almas?

Un dolor punzante atacó el abdomen del niño. ¿Cuánto tenía que no probaba alimento? La sensación de que su estómago le comía internamente y el aturdimiento que le acompañó no le permitieron recordar claramente la respuesta a esta pregunta.

Cayó de bruces adquiriendo conciencia de un nuevo dolor tenaz que también le recordó lo duro del suelo.

"Dioses…" exclamó con dolor. "¡Tengo hambre!" fue lo único que su mente logró hilar de manera coherente. De pronto se percató con gran sorpresa que delante suyo los restos de migas de pan sin levadura que alguien más había dejado se alzaban a escasos centímetros de dónde se encontraba. Lo tomó con sus dedos morados y lo examinó con el mayor interés que su descompuesto estado le permitía, para luego llevárselo a su boca desesperado.

La cordura amagaba con abandonarlo. A manos llenas tomó puños de tierra y se los llevó a su boca. ¡Por los dioses que tenía que sentir algo en su estómago! Tosió con repugnancia mientras que su estómago se contrajo en un calambre… esa clase de dolor le era tan familiar, que ignoró totalmente la diferencia entre el estertor previo a devolver el estómago al del hambre.

"¡Idiota!" un puntapié propinado en su rostro le hizo caer de espaldas y levantarse como saliendo de un ensueño, mientras que lograba distinguir el sucio sabor de la tierra que había metido en sus manos. Tosió, ahora sí con asco, y arrojó el contenido, manchando su moreno rostro con hilos de saliva y lodo. Miró hacia arriba buscando al responsable de ese golpe. "¿A qué te ha sabido mi pie, estúpido?" preguntó socarronamente un joven de cabello rojizo y brazos más llenos que los suyos.

Ahí, desde el suelo, en esa perspectiva, miró a sus alrededores, notando que otros le veían con una expresión que distaba mucho de la piedad… ¿acaso es temor? El joven se puso en su lugar, y logró realizar en su mente el hallazgo de lo que era esa expresión: envidia.

¡Seguro moriría!

Su respiración se agitó y al estado aletargado que le invadía le siguió uno de total alerta. Miró con angustia hacia el joven que le golpeara acompañado de otro par que siempre le seguían: los parásitos que vivían a expensas del fuerte.

"Ratoncito despreciable… ¡eres una vergüenza!" exclamó el joven al tiempo que se paraba frente a él y le miraba desde arriba con desdén. "¿Cuánto tiempo más habrás de interponerte entre mi camino fuera de aquí, a las calles de Athene?" Preguntó nuevamente el pelirrojo con gesto de odio. "Más te valiera estar ya muerto…" Agregó.

El muchacho observó cómo se preparaba a descargar un golpe más, y sin contener las lágrimas, en movimiento rápido, se abrazó a la pierna del agresor.

"¡No, no, no, Marcel! ¡No me mates!" Suplicó lleno de angustia.

Con gesto de repugnancia, el pelirrojo se echó para atrás tratando de rechazar al asustado niño sin mucho éxito, pronto, los dos lambiscones a su lado se agacharon para separar al cobarde, pero sorprendidos, notaron que era mucho más fuerte de lo que esperaban.

"¡Es una sanguijuela!" exclamó uno queriendo ridiculizar la situación y justificar su ineficiencia. Marcel trastabilló un poco y estuvo a punto de caer cuando el joven le soltó. Torpemente, el pelirrojo mantuvo control de su punto de equilibrio y evitó una caída. Derrotado, el suplicante permanecía con el rostro contra el suelo, recargado sobre sus codos y en cuclillas.

Marcel sonrió con malicia y luego miró alrededor. Poniéndose en cuclillas quedó frente al inmóvil suplicante quien lloraba en silencio y débilmente. Suspiró. Y tomándole de su cabello, jaló el rostro del lloroso.

"¿Cuál es tu nombre, Ratoncito?" preguntó finalmente.

El muchacho le miró con ojos entrecerrados y analizó el propósito de la pregunta.

"Bruno…" respondió finalmente con voz débil y susurrante.

Marcel le miró de vuelta y se sonrió, al tiempo que apretaba los cabellos azulados de Bruno entre sus dedos. Mirando hacia arriba, logró notar que el sol comenzaba su viaje hacia su palacio nocturno dando paso a la noche.

"No se te olvide, Ratoncito que por hoy, me debes una."

Bruno entrecerró sus ojos apenas soportando el dolor de las tenazas que le aprisionaban y le obligaban a mirar hacia donde no quería. Marcel soltó los cabellos del suplicante y se levantó dejándole tirado. Se sacudió el polvo y se dio media vuelta, dejándole ahí tirado.

Se alejaron mientras que Bruno se perdía en la inconsciencia y se envolvió en la oscuridad.

Inmerso en un mar de brea, pegoste y oscura, Bruno se encontró muy débil para poder salir de éste. ¿Cuánto tiempo pasó? No tenía conciencia. Cuando abrió los ojos, estaba tan oscuro como cuándo los cerró. Pero ya no había silencio, este se encontraba roto por los gemidos de dolor y llanto de sus alrededores.

Bruno trató de enfocar a sus alrededores y sintió la brisa fría que se colaba por la ventana del dormitorio. Supervivencia. De eso se trataba. La práctica de supervivencia había terminado y había logrado salir de ella, mañana, volvería a comer finalmente, miró hacia fuera esperando ver pronto la luz del sol aparecer.

La noche era silenciosa en este páramo aparentemente olvidado del Santuario de Athena. Sobre un levantamiento de tierra cercano, las tenues luces de una vela podían distinguirse. Dentro, un hombre alto de cabellos blancos sentado ante una mesa comía algunas rebanadas de pan y carne magra, acompañado de un abollado vaso de latón relleno de agua.

De piel morena y gesto endurecido, los ojos del hombre parecían brillar no con la luz de la tranquilidad, sino con la luz de un hombre que tiene un objetivo por cumplir. Haciendo brillar su Cosmo y extendiendo su conciencia a niveles imposibles para cualquier persona, distinguió cada latido de corazón y cada gemido de sufrimiento dentro de esa cabaña.

Partió el pan y se lo llevó a su boca comiéndolo de manera automática. El pan no tenía en realidad un sabor en específico, no era algo que le importara de cualquier manera, comer era un acto necesario de supervivencia, lo único importante en medio de una guerra.

Bufó con desprecio al revisar el sueño tranquilo de Marcel.

"Obediencia que no te llevará a nada… te encargarás de recibir de mí una lección por lo que has cometido el día de hoy." Bebió el agua fría, que escurrió ligeras copias por su morena piel. Se puso de pie y el aire que generó su movimiento brusco apagó las luces de las velas.

"La guerra no se trata de amor… la guerra es odio. ¿Qué debo de hacer yo para que lo comprendan? ¿No hay uno entre ellos capaz de comprenderlo?" Despreció a los maestros fuera de su área. "Si no lo hacen, afuera se amilanarán y no serán los guerreros que ganen esta guerra."

El silencio dio paso al sueño.

La madrugada pasó imperceptible para Bruno, el silencio fue roto justo al tiempo que Aurora coloreaba el cielo con sus destellos rosáceos.

El clarín, heraldo militar, les anunció a los quejosos y durmientes que el tiempo de descanso había terminado. El muchacho abrió los ojos con prontitud y trató de echarse arriba con fuerza, pero se encontraba muy débil, en la pasada semana no sólo había perdido unos cuantos kilogramos de peso, sino que su voluntad era ahora un fenómeno cada vez más aislado…

La vida en el Santuario de Atenas no era en absoluto algo que ilusionara al día siguiente, muchos habían rogado perecer en la dura prueba de entrenamiento en supervivencia al que habían sido sometidos por el maestro de todos ellos. Sin embargo y a pesar de todo, Bruno se esforzó por levantarse, si bien las circunstancias que le rodeaban a él y a sus compañeros estaba diseñada para quebrar las voluntades débiles también les impulsaba, a quienes quisieran escucharlo, a escuchar ese susurro instintivo de aferrarse con uñas y con dientes a la vida… en la supervivencia, Bruno no encontraba la humillación. El grupo era cada vez más reducido, sólo serían cuatro los que saldrían de aquí.

Bruno se levantó finalmente y caminó hacia el área afuera de la mediana cabaña donde dormían hacinados él y todos sus compañeros… pasó junto al camastro donde Marcel se encontraba, quien lo observó con una mirada condescendiente y una sonrisa enigmática. Bruno sintió un estremecimiento mientras pasaba bajando su vista, sabiendo que en esa mirada se encontraba, silencioso, el recordatorio amenazante de una deuda que había adquirido y que habría de pagar de alguna forma.

Ya afuera, el aire frío de la mañana le golpeó el rostro, aspiró profundamente, después de todo, no se quejaba de seguir aquí, hoy volvería a tomar alimento y todo podría verse con mayor claridad.

Al acercarse al área de baño, el cuál se abría cada vez que concluía una fase de entrenamiento, el muchacho de siete años se incorporó a los otros que ya se encontraban removiendo las manchas de sangre, de sudor y de tierra que se habían impregnado en ellos. El agua era helada, por supuesto, y escasa. Difícilmente podían nadie aquí hallar un indicio de amabilidad o consideración, por lo que se sorprendió en gran manera cuando al llegar al área de entrenamiento los demás chicos le miraron con respeto. Mientras alentaba su paso y un camino se iba abriendo delante de él, Bruno se preguntó qué podía estar sucediendo.

"Por favor, toma esto…" escuchó una voz desconocida, todas las había llegado a uniformar entre las largas sesiones de sollozos y quejas que seguían a los entrenamientos.

Mirando directamente hacia la fuente de el sonido, Bruno se halló de frente de un muchacho de aproximadamente su estatura que le miraba con (¡asombroso!) una sonrisa y le ofrecía un trapo seco.

"¿Qué?" preguntó Bruno finalmente a su interlocutor.

"Que por favor tomes esto." Insistió el muchacho ligeramente mayor a él de piel blanca y cabellos rubios.

"No entiendo… ¿porqué?" fue todo lo que acertó a responder el infante Bruno mirando de manera alternativa al pedazo de tela y al otro muchacho.

"Porque ayer me diste una lección…" respondió el otro muchacho sin más rodeos.

"¿Ayer?" preguntó Bruno demasiado confundido como para saber a qué hacía referencia el otro muchacho.

Era evidente que éste no respondería más nada, por lo que Bruno tomó el objeto ofrecido y se dispuso a acicalarse.

La línea para dar el alimento se había formado y se antojaba imposible de terminar. Bruno en su estado débil había sido uno de los últimos en llegar y notó que le tomaría más tiempo del que hubiera deseado llegar hasta el frente donde finalmente, recibiría el alimento que tanto requería. Pudo notar, sin mucha sorpresa, que Marcel y sus guardaespaldas se llegaban hasta el frente de la fila y lanzaban lejos al primero de ella, el cual, al ser lanzado fuera cayó pesadamente al suelo, sin siquiera mirar a los agresores se dispuso a ocupar un lugar detrás de éstos cuando volvió a ser lanzado por quien seguía y luego por quien seguía. A diferencia de la ocasión anterior, en esta oportunidad miró desafiante a quienes le habían agredido obligándole a irse cada vez más atrás… recibió de vuelta la misma calidad en miradas.

"¡Vete al Hades, imbécil!" llegó a gritar algún próximo comensal.

El agredido escupió al suelo mientras que comenzó su recorrido hacia lugares más atrás en la fila, hasta que encontró con su mirada a un tímido, el cuál, recibió el mismo tratamiento que el recibiera momentos previos por Marcel. Mientras la nueva víctima caía, otros comenzaban a apretar el tejido humano para rechazar al agresor y, por supuesto, para rechazar al agredido, un breve escarceo comenzó a generarse en la fila.

"¡Vamos, Señoritas!" se escuchó una potente voz interrumpir la escena, mientras que todos se paralizaban al sonido de ésta. "¿Es que es posible que no puedan aprender ni siquiera a formarse, partida de idiotas?"

El alto maestro había llegado a ocupar su sitio en la mesa frontal y observaba con mirada penetrante a todos los reunidos ahí.

"¡Largo de aquí!" ordenó mientras que movía su mano poderosamente hacia delante levantando con el movimiento una corriente de aire que a algunos los echó hacia atrás.

Con caras tristes, resignadas, todos los que habían salido de la fila emprendieron su camino hacia atrás, mientras que el Maestro no apartaba esa mirada tan fija como la de un águila.

Bruno estudió y registró la escena con interés particular, finalmente terminando devolviendo su mirada al comienzo de la fila una vez que los penitentes débiles hubieran pasado por donde él se encontraba. Hasta delante y recibiendo ya su botín, Marcel y sus compinches se mantuvieron impunes. El joven entrecerró los ojos. Anhelaba ese poder, anhelaba esa fuerza.

"Yo pienso lo mismo" interrumpió una voz sus pensamientos haciéndole que despertara de su concentración. Sorprendido por recibir palabras de manera personal por segunda vez en lo que iba del día, Bruno se volvió atrás suyo para encontrarse, esta vez sin sorpresa, con el mismo muchacho que le hablara minutos antes. "Yo soy Ferdinand" dijo el joven sin ofrecer su mano… tal gesto habría sido imperdonable en ese sitio.

"¿Qué quieres? ¿Porqué me hablas?" preguntó con una mezcla de curiosidad y hostilidad el niño de origen italiano.

"Ayer lograste mostrarme que incluso los poderosos Rostros de la Muerte tienen en ocasiones puntos débiles." Respondió el niño de piel blanca. "Ayer resquebrajaste la muralla… y no pareces haberte percatado de ello."

Bruno se volvió ignorando al muchacho molesto y tildándolo de loco en su mente. No tenía tiempo, ni ganas, de escuchar ningún discurso sobre términos de guerra, eso los tenía ya bien implantados en su mente gracias a todo el tiempo que llevaba aquí entrenando.

"Rostros de la Muerte…" ridiculizó el término en su mente. "¡Qué tontería más grande!"

La fila avanzó inexorablemente hasta que al fin llegó su turno por recibir sus alimentos. La disciplina exigía que recibiera sus alimentos y se dirigiera a su sitio en una de las grandes mesas y se sentara a esperar la orden de comienzo del desayuno. Bruno recibió su alimento en una astillada charola de madera, que consistía de una mezcla de harina con agua y miel, un vaso de agua y un poco de pan sin levadura… a sus ojos esto era un manjar. Tras haber pasado por el entrenamiento de supervivencia que exigía permanecer vivo y en constante agresión con sus competidores, generalmente el premio era poder tomar las raciones extras que algún previsor hubiera conservado a lo largo de toda la semana. El tiempo de término, justo el día anterior al llegar el ocaso… así que tenía que agradecer al paso del tiempo más que a nadie, el gesto aparentemente generoso de Marcel y su grupo "Los Rostros de la Muerte". Sin embargo, Bruno no se engañaba, la prueba había concluido, no así la competencia… todos, todos absolutamente eran parte de su competencia, no había momento de descanso. No podía darse el lujo de bajar su guardia.

Bruno giró tras recibir su ración de alimentos y pasó inclinando su cabeza al pasar por el temido maestro de ellos, Jeshua, Santo de Plata de la Cruz del Sur. Bruno no pudo percibir que éste fijó por un momento su vista en él y le estudiaba con interés, sino por el sencillo hecho de que al recibir la Cosmoenergía del Santo de la Cruz que parecía recorrerle de pies a cabeza como un aparato de seguridad, los vellos de su cuerpo se erizaron ocasionándole una sensación de escalofrío.

Mientras comenzaba a caminar hacia su lugar en las mesas, una mano le detuvo casi de comienzo. Bruno se detuvo sin tropezar para mirar lo que estaba pasando. En ese preciso momento, una mano tomó su vaso con agua y otra despojaba de su charola el plato de engrudo. Dirigió su vista sorprendida e indignada al responsable para hallarse con la mirada de Marcel que le miraba con el mismo gesto arrogante y perdonador que le dirigiera esa misma mañana desde su lecho. Bruno apretó sus dientes y siguió su camino, con sólo ese pan que le habían dejado.

"¡Malditos!" pensó con furia. "¡Me la pagarán un día ustedes! ¡Un día serán ustedes los que tendrán que suplicar con lágrimas que les perdone, y entonces…!" Al pensar en esto, un destello de su Cosmo logró generarse de forma potente… algo que ninguno de los comensales notó, pero para Jeshua, esta emanación de energía refulgió como un rayo entre las nubes.

"¿Qué tenemos aquí?" se preguntó con interés el Santo de Plata de la Cruz del Sur. "¿Un gusano que está tratando de despegarse del suelo?" Una vez más dirigió su mirada temida hacia el mismo niño que hace unos momentos le causara curiosidad.

Bruno se sentó en su lugar, amargado, renegando de su suerte y rogando a Athena que le diera la oportunidad de levantarse. ¡Qué extraño le resultaba orar pidiendo algo que no fuera que todo terminara ya! Dentro de Bruno un deseo estaba comenzando a despertarse, una necesidad por imponerse.

Junto de él llegó el mismo niño que le estuviera hablando toda la mañana con sus alimentos completos. Su estómago se revolvió con furia al pensar que el maldito Marcel no había elegido sino su bandeja como el objeto de robo. Ferdinand tomó su pan y lo puso silencioso en la charola de Bruno quien le miró de vuelta extrañado.

"La lección…" susurró el joven al italiano, dejando una especie de interrogante al final.

"Bruno." Respondió escuetamente el moreno al blanco. "Soy Bruno."

"La lección, Bruno, es que el poder se toma… ayer ellos no pudieron juntos. Nosotros seremos mejores y entonces nos sentaremos allá, pero tendremos que trabajar juntos." Respondió de manera casi perversa Ferdinand, destilando el mismo rencor y odio que Bruno estaba sintiendo por la gentuza que le había quitado su alimento. Pero ¿una unión? Eso sonaba tan descabellado… sin embargo, ¿porqué no? Por alcanzar un objetivo, además… ansiaba tomar venganza de esos malditos.

"¡Escuchen!" interrumpió la potente voz de Maestro Jeshua levantando las manos y gesticulando de manera dramática como solía hacer en ocasiones. "Hoy recibirán finalmente el alimento que se han ganado al haber pasado la prueba de supervivencia…" mirándolos a todos y cada uno, deteniendo su mirada particularmente en Marcel y su grupo. "Son los mejores…" Marcel se sonrió lleno de satisfacción tomando estas palabras como un halago para él y su comportamiento. "… Sin lugar a dudas, las lecciones que han aprendido en esta prueba serán unas que pesen a futuro…" dijo ahora deteniendo su mirada en Bruno y su pelirrojo compañero. "Cosas que sólo en un campo de batalla se aprenden…" y mirándolos a todos de nueva cuenta, prosiguió. "Athena es la Diosa de la guerra; y la guerra no es un acto que se desprenda jamás del amor, es un acto que se desprende del fin de cualquier otra posibilidad… aprendan esto, niños…" dijo mirándolos a todos. "Yo no estoy aquí para invitarles a que realicen la guerra como acto de amor, estoy aquí para enseñarles a realizar el acto de la guerra como el acto legítimo de agresión o defensa en la búsqueda de un objetivo… la justicia generalmente queda con aquel que es el más fuerte, procuren serlo para que sus actos sean irrevocables y sean justos, a pesar de lo que cualquiera diga… es una lección que nos enseña nuestra Diosa… cualquier acto que se cometa contra otro, si es justificado con la victoria, lo vuelve bueno y honorable… ¡alcancen el honor en la victoria!" Y terminando su discurso concluyó. "¡Odien a sus enemigos!"

Todos le miraron mientras que el moreno hombre concluía su discurso y estudiaba los rostros de todos ellos. Cerró los ojos extendiendo su Cosmo y analizando a cada uno de ellos… Marcel se había sentado de manera insolente ya, más preocupado en comer que en otra cosa, otros, habían escuchado la lección con un dejo de terror… sus almas se alejaban del concepto de poder ejercer el poder contra otro débil… ¡ni siquiera por lo que estaban aprendiendo! Con interés y sin mucha sorpresa, se dio cuenta que eran los dos jóvenes que había observado hacía unos instantes aquellos que parecían meditar sobre las palabras recién dichas…

"Los caminos de las lecciones son tan variados como en ocasiones inesperados…" meditó Jeshua.

Los días prosiguieron su pesada marcha y los pupilos de Jeshua continúan el duro entrenamiento al que son sometidos.

"¡La Guerra no es un día de campo!" parece arengar la voz de su Maestro a algunos de ellos. "¡Sólo aquel que sea capaz de alzarse con la justicia de la fuerza en sus manos será el destinado a portar la armadura de Cáncer!" La mención de la armadura hace soñar a algunos, a otros, los hace simplemente rogar porque todo esto termine y se decida pronto. "¡Sólo saldrá de aquí el mejor! ¿Quién de todos será?"

Con la semilla de la codicia en todos ellos, la única forma de salir de aquí se antoja de una manera: como el ganador o muerto. Algunos de los estudiantes, increíblemente reaccionan y se aferran a las lecciones y a la energía vital que pueda levantarlos. Entre sí, la mirada de la desconfianza se adivina, aún entre los Rostros de la Muerte. No así entre Bruno y Ferdinand quienes continúan con su amistad en medio de todo este caos. Una noche, observando el cielo, ambos jóvenes miran las estrellas brillar por sobre sus cabezas.

"Están tan lejos…" dice Ferdinand con mirada perdida en horizontes perdidos en mares estelares. "Pareciera en ocasiones que son la única salida… lo único que nos queda en este campo de entrenamiento…"

Escuchando las palabras de Ferdinand, Bruno recuerda el momento en el que le hablara hacía ya casi un año, justo al término de la prueba de supervivencia. ¡Tantas cosas habían pasado entonces! Ambos muchachos eran amigos y habían llegado al entendimiento de que, en medio de una batalla, también los débiles en unión podían alcanzar el honor de la victoria y la justicia… esa unión les animaba a pensar que al obtener la victoria y tras escuchar el discurso de su maestro, su victoria y su fortaleza justificaría de manera "justa" su salida de ambos como los ganadores de esta prueba total de resistencia… pero… ¿y quién portaría la armadura de Cáncer? Se preguntaban. El maestro no había informado si el que saliera como ganador de este campo de concentración sería el que portaría de manera automática la armadura.

"¿Porqué yo, Ferdinand?" preguntó finalmente Bruno dejando escapar una pregunta que había tenido reservada durante varios meses pero que no había acertado a hacer en los pasados meses.

"¿Eh?" preguntó sin comprender la pregunta el rubio compañero de entrenamiento del peliazul Bruno. "¿Qué dices?"

"Es una pregunta que siempre me he hecho…" respondió Bruno sonriendo con gesto extraño en él, al responderle al muchacho de origen danés.

Ferdinand sonrió de vuelta al joven de origen italiano y se sentó de un golpe.

"¡Hay tantas preguntas que me he hecho y no las he podido expresar!" replicó de vuelta. "Por ejemplo… yo no hablo griego, y tampoco lo hacías tú… sin embargo… ¡nos entendemos! ¿cómo puede ser?"

Bruno miró a Ferdinand con gesto de confusión total sin saber lo que debía responder.

"¿Cómo?" acertó exclusivamente a responder al final. "¿Qué?"

El rubio lo miró de vuelta y se carcajeó de manera discreta… era algo que no hacían muy seguido y en cierta forma, el hacerlo resultaba un ejercicio que les parecía muy ajeno.

"Bruno…" respondió finalmente Ferdinand interrumpiendo su risa. "Tú me mostraste por un momento que hay una forma de salir adelante… otro en tu lugar se habría resignado a morir finalmente, como una manera de salir finalmente del martirio que para algunos ha supuesto recorrer este camino…" respondió el muchacho quien miró hacia el suelo en tanto hablaba. "… Pero tú… tú no lo hiciste. Te diste cuenta de ibas a morir y sin embargo, te aferraste a la vida, de cualquier manera."

Bruno bajó la vista algo apenado.

"En realidad lo que hice fue rogar porque me perdonaran la vida…" dijo mientras volvía su rostro hacia el otro lado. "No creo que haya mostrado en realidad nada…"

"No como yo entiendo las cosas, Bruno…" respondió Ferdinand negando con el dedo. "Porque lograste vivir para otra ocasión y te ganaste una oportunidad de poder ser el ganador…"

"¿Qué?" preguntó Bruno volviéndose hacia Ferdinand sorprendido de escuchar estas palabras.

"Y mientras lograbas eso… ¡me mostraste que hay esperanza!" dijo cerrando el puño.

"Pero… ¡quedé con una deuda de honor con Marcel! En realidad, no soy tan libre como quisiera… no me la ha cobrado, y estoy seguro que si en un momento dado quisiera cobrarme, lo hará en el momento que más le convenga…"

Ferdinand sonrió y le miró de vuelta.

"Bruno… ¿en verdad reconoces esa deuda?"

Ambos jóvenes se miraron uno al otro. Bruno con los ojos abiertos en sorpresa ante la frescura de lo que proponía Ferdinand, el otro, sonriendo en cierta forma ante la agonizante inocencia del otro.

"Yo…"

"En la Guerra, Bruno, no hay deudas de honor…"

Un sudor frío recorrió la frente de Bruno al escuchar esas palabras aterradoras viniendo de su amigo Ferdinand… ¡era como si escuchara delante suyo a su maestro Jeshua! El joven italiano miró al cielo a las estrellas y luego miró de vuelta a Ferdinand quien se había vuelto a recostar y miraba a las estrellas con sonrisa retorcida.

"Imposible… ¡debe de haber una alternativa, siempre debe de haberla!"

Sorpresivamente para Bruno, un par de meses después, fue llamado a la Cabaña de su Maestro Jeshua. Ignoraba para qué había sido llamado a esas horas de la noche a tal enclave, pero en cierta forma, se intranquilizó… el Maestro era una persona que le intimidaba en muchos sentidos.

Al llegar a la cima de el montículo donde descansaba la vivienda de Jeshua, el joven tocó a la puerta de madera.

"Sigue" pudo escuchar la familiar voz de su maestro detrás de la puerta. Al entrar, pudo observar que éste se encontraba sentado en una rústica silla enfrente de una aún más rústica mesa iluminada exclusivamente por dos candelas.

"Ya estoy aquí, Maestro." Exclamó algo agitado Bruno al estar frente a la imponente presencia de Jeshua.

"Puedo verte, ven acá" Fue la escueta respuesta que recibió de su maestro el joven italiano de cabellos azules.

Obedeciendo la orden del hombre, Bruno dio unos pasos hasta estar a una distancia prudente de dos metros (que era el máximo que permitía el limitado espacio dentro de la cabaña si no se quería ver desde fuera al habitante) mientras que permanecía en silencio expectante al propósito que había llevado a Jeshua a hablarle.

"Tú…" dijo finalmente Jeshua sin mirarle directamente, sino agachando la mirada y sirviéndose un vaso de agua fría. "Te he llamado para informarte que la prueba final está por realizarse…"

Bruno abrió los ojos sorprendido. ¿Porqué le decía esto su Maestro? ¿Qué estaba ocurriendo?

"Deberás prepararte para la pelea final, niño, puesto que en esta ocasión, no habrá más que la salida del ganador y del perdedor."

Bruno estudió el rostro de Jeshua mientras bebía el agua y le hablaba de manera impersonal, pero sin embargo, dándole una lección y un consejo que él ignoraba por qué se lo daba… ¿preguntaría?

"¿Los ganadores?" preguntó Bruno finalmente en voz baja y susurrante, quizá a propósito anunciando sus planes de imponer a más de un ganador en aras de "la justicia de la fortaleza"… quizá de manera inconsciente. Jeshua no dejó de notar la inclusión de la palabra en plural y se sonrió.

"Hablas como un líder y por eso es que te he mandado a llamar, niño." Agregó el alto hombre, que mostraba marcas por todo su cuerpo. Bruno estudió el rostro rudo, casi salvaje del hombre que tenía enfrente. Su mirada parecía atravesada por un espíritu indomable, su boca rígida demostraba que no reía nunca, el cabello blanco que enmarcaba desaliñadamente el rostro tosco le confería el aspecto de un espectro o de un ser salido de entre las tinieblas para aterrorizar… ¡Jeshua de la Cruz del Sur era un hombre temible! Habiéndose dejado estudiar, Jeshua volvió su rostro con ojos cerrados al muchacho que lo estudiaba. "No creas que te estoy teniendo una consideración especial, niño." Dijo de forma escueta el hombre. "Esto lo he comunicado a aquellos que considero son los que tendrán en un momento dado la oportunidad de dirigir a otros… siendo inteligentes, podrán alcanzar la victoria, niño."

Bruno abrió los ojos con esperanza tras escuchar ese plural en las palabras de Jeshua… esa inclusión que infería que más de uno podría alzarse con la victoria, de ser así, entonces, haría lo indecible por hacer que él y Ferdinand lograran salir de ese caos.

"La prueba, niño comenzará en dos días y durará más de siete semanas… será una batalla a concluir las otras batallas… sólo los ganadores saldrán de aquí… los perdedores…" El tono de Jeshua se volvió aún más impersonal.

Sin prestar atención y dando por hecho en su mente que serían muertos aquellos que no ganaran, Bruno comenzó a hacer cálculos en su mente de los días venideros… tendría que buscar una estrategia si quería asegurar su victoria.

Dos días después, la prueba que hubiera anunciado Jeshua comenzaba. Ignorantes de nada más que de el comienzo y la fecha aproximada de su salida, Ferdinand y Bruno se prometieron uno al otro llegar al final.

"Ellos nos creen los débiles, Bruno… ¡pero es la fuerza de los números la que nos acompaña!"

"Somos más y eso será tan sólo suficiente para hacer que ellos se cansen…" respondió el peliazul al rubio. "Los echaremos a todos de la concha1 y saldremos de aquí acompañados de la victoria!"

Las tácticas de guerra habían iniciado. La recta final estaba dispuesta.

Meditando ante los acontecimientos que esperaba que ocurrieran, Jeshua sentenció.

"Será aquel que logre de manera más efectiva aferrarse a la vida pasando por encima de los demás el que gane… es natural que el amor a seguir viviendo y seguir luchando se contrapone al llamado instinto que esos monjes místicos de allá afuera proclaman como motivo de guerra…, así es, el amor a la vida y el instinto de supervivencia no hacen sino mostrarnos el verdadero rostro de que la vida consume vida… de que el odio consume amor…" Y mirando hacia el cielo concluyó. "El amor a la vida que se traduce en supervivencia es también odio al rival que tenemos enfrente listo para tomar lo que queremos… ¿quién lo tomará? ¿quién estará listo para abrazar el odio de la guerra? Quien lo haga… será sin lugar a dudas el llamado a salir de aquí…"2

"¡Cuán ignorante era entonces de que todos requerimos de máscaras para poder vivir bajo las normas!" Piensa Máscara Mortal tomando entre sus manos el casco de la armadura de Cáncer. "¡Cuán ignorante era yo de que todos las portaban ya!"

Continúa…

1 El proceso por el que algunos cangrejos logran hacerse de una concha es echando a su antiguo habitante de esta. Nota curiosa de carácter zoológico. Nota del Autor.

2 Para el lector cuidadoso que sepa el significado del nombre de quien piensa estas palabras podrá apreciar lo irónico de su filosofía y de sus enseñanzas. Nota del Autor.