Nota de la autora. Aunque en este caso debería ser de "las autoras" puesto que este fic lo firmamos dos: Helienne (servidora) y Sokra (mi estimada colaboradora). Algunos capítulos estarán íntegramente escritos por alguna de nosotras dos, en otros la autoría será compartida… eso es algo que no hemos pulido todavía. En cualquier caso, intentaremos publicar semanalmente, pese a lo complejo que en mi caso resulta pues los exámenes se acercan inexorablemente.
Ah, los fics, ese maravilloso instrumento con el que los fans podemos enmendar aquello en que el canon nos defraudó, ese método mágico que nos permite ser dueños y señores de los pjs que más odiamos y admiramos. Por estas fechas hace 10 años se anunció Twilight Princess en el E3 así que, ¿qué mejor manera de celebrarlo que con un fic al respecto? Espero que disfrutéis, queridos lectores.
Capítulo I
Había una límpida claridad en el cielo de Hyrule sólo empañada por algunas nubes deshilachadas de un blanco puro y luminoso. La pradera parecía recibir esa luminosidad con fuerza y esta reverberaba sobre las briznas de hierba cubiertas de rocío. Una modesta diligencia cruzaba el sendero desde Kakariko hacia Ordon, en ella varios niños de la pequeña aldea más austral del reino volvían a casa guiados por Leonardo, el sacerdote de Kakariko. Sólo habían transcurrido unos meses pero todos ellos habían cambiado, uno de los niños de cabello rubio ceniza incluso portaba una pequeña espada de madera, Iván había decidido seguir los pasos de su héroe tras conocer el verdadero significado de ser valiente y Leonardo no había tardado en obsequiarle con ella a modo de regalo de despedida.
Tras la diligencia, un joven con verdes ropajes montado en una dócil yegua observaba el traqueteo del carruaje. No estaba ejerciendo de escolta, tampoco se le antojaba necesario, el reino parecía haber renacido una vez que Ganondorf había sido derrotado. Pero aunque sus manos aferrasen las riendas su mente se hallaba muy lejos de allí, la yegua seguía el camino casi por instinto, ante la pasividad de su jinete. No podía evitar rememorar todo lo acaecido anteriormente, las pruebas que había superado, el arduo periplo y los peligros que había enfrentado y volver a su hogar era algo lógico pues consideraba necesario descansar y ordenar sus pensamientos, estar a solas y encontrarse a sí mismo. Era cierto que el reino había cambiado, un ambiente festivo y optimista se vislumbraba en cada rincón pero él ya no era el mismo que había emprendido la búsqueda de sus amigos meses atrás, todo lo vivido le había transformado.
Tampoco sabía con certeza a quién acudir, quizá los miembros de la resistencia le ayudasen y comprendiesen pero jamás lo harían de forma adecuada pues no se habían implicado de la misma forma que él. Por otra parte, ¿qué podía hacer? Volver a la ciudadela y servir a la princesa Zelda era una posibilidad, tal vez convertirse en soldado y asegurar la paz que había ayudado a construir fuese lo más sensato pero no terminaba de estar seguro de aquella decisión. Sentía que en cualquier caso, no terminaría de encajar y por otra parte tenía un terrible presentimiento, no podía evitar albergar el temor a que todos sus esfuerzos fueran en vano, que aquella paz fuera una mera ilusión. Si Moy supiese de esos pensamientos seguramente le reprendería con dureza y le instaría a tener más confianza en sí mismo pero ¿qué hacer cuando había estado tan próximo a la oscuridad y esta había logrado conmover su alma?
El recuerdo de la princesa del crepúsculo le atenazaba continuamente, su arrolladora personalidad, su fuerte carácter y aquella exótica y atrayente belleza que le había encandilado. Su despedida fue muy injusta, hubiera querido decirle tantas cosas importantes que fueron cercenadas por un simple adiós que no podía dejar de pensar en ella, carcomido por la incertidumbre ¿podría reinar a solas de forma adecuada? ¿acaso tendría que enfrentarse de nuevo a las intrigas palaciegas? Y el hecho de que hubiese destruido el espejo, el único modo de llegar hasta ella no le ayudaba a tranquilizarse, daría cualquier cosa por poder verla o al menos tener la certeza de que estaría bien, pero era imposible. No obstante, resolvió hacer una visita al circo del espejo en cuanto le fuera posible, no iba a rendirse tan fácilmente.
Cuando alzó la vista, de la diligencia no quedaba ni el polvo del camino levantado a su paso de modo que suspiró con pesadez y espoleó a su fiel Epona hasta que alcanzaron la linde del bosque de Farone, una vez entre los árboles aminoró el paso para no toparse con alguna raíz demasiado crecida y finalmente regresó hasta la casa del árbol a la entrada misma de la aldea, dejando a Epona en un pequeño recodo entre las rocas. Se despidió de Leonardo con una inclinación de cabeza y una vez que todos los niños e Ilia partieron a buscar a sus respectivas familias él se acercó a la fuente del espíritu de Latoan dispuesto a sumergirse en sus aguas y reflexionar un poco, no era tan profunda como la de Lanayru o Eldin pero sus aguas eran igualmente cristalinas y el paraje que la circundaba era inmejorable.
Dejó que la frialdad de la fuente le aturdiese momentáneamente y observó su cuerpo, ya curtido con alguna que otra cicatriz, nunca había sido enclenque puesto que el trabajo en el rancho y en la aldea le exigían esfuerzos continuos pero sin duda aquellas aventuras también habían logrado moldearle en cierto modo. Una vez se hubo sumergido, se impulsó con agilidad desparramando las gotas que caían de su rubia cabellera, sin duda aquellos cambios externos no eran más que un reflejo de cómo se había modificado su personalidad y su carácter. Se secó, volviendo a colocarse el sencillo jubón y la camisa que lucía antes de que los espíritus le hubiesen legado las ropas del héroe. Dobló aquella túnica con mimo y deshizo sus pasos hasta volver a la entrada del pueblo. Justo al pie del árbol, Ilia le esperaba, saludándole agitando la mano insistentemente y con una radiante sonrisa.
-¡Link! Estoy tan contenta de que todo haya terminado y hayamos podido regresar. Y todo gracias a ti.-No dudó en correr hacia él y abrazarle cálidamente.
-Yo también lo estoy, Ilia. Ahora todos podrán recuperar el tiempo perdido.-Afirmó con un quedo suspiro, correspondiendo a su abrazo brevemente antes de separarse.
-¿Y qué vas a hacer ahora?-Ilia ladeó la cabeza, observándole con curiosidad.
-Por el momento descansar y reflexionar, no me planteo nada más allá.-expuso tratando de sonar convincente mientras ascendía las escaleras.
-¿Me dejas que lleve a Epona a la fuente? Ella también querrá un baño…-comentó aproximándose a la yegua con los ojos brillando de alegría.
-Claro, seguro que echará en falta tus cuidados, nos veremos luego, Ilia.-Realizó una inclinación de cabeza y entró en casa con rapidez, agradeciendo poner fin a la insulsa conversación.
Desde que le había ayudado a recuperar sus recuerdos, la visión de Ilia hacia él había cambiado. Bien era cierto que habían estado muy unidos desde niños y habían compartido muchas vivencias pero su presencia comenzaba a hacérsele asfixiante e insoportable. Ilia le admiraba y respetaba, lo veía como un héroe pese a que él todavía no se creía merecedor de ese título. La había rescatado y ayudado a recuperar su memoria, no sólo porque la apreciaba sino porque también había sido necesario para salvar el reino, finalmente, el bien común y general fue alcanzado tras haber ayudado a muchísimas personas con pequeños problemas y contratiempos, pero por algún motivo Ilia creía que sus motivos habían sido distintos. Había comenzado a desarrollar hacia él y a mostrarle una serie de sentimientos a los que no podía ni quería corresponder, al menos no desde que la princesa del Crepúsculo estaba tan presente en su pensamiento. Link se veía en una encrucijada, no quería herirla, despreciarla o evitarla pero tampoco deseaba darle falsas esperanzas. Se apoyó contra la puerta dejándose caer lentamente contra esta, la visión de la casa era en parte desoladora, el polvo se había acumulado en su interior, apenas había tenido tiempo durante aquellos meses para visitarla de cuando en cuando en mitad de sus aventuras con lo que debería trabajar para adecentarla y hacer que se pareciera a su antiguo hogar, hogar que no creía que fuera a serlo jamás.
Bajó la vista observando los verdes ropajes en su regazo, la Espada Maestra dormida en su vaina y el escudo Hyliano, aún debía dejar aquella hoja legendaria en el lugar que le correspondía, el centro de la arboleda sagrada, de modo que decidió que lo haría al día siguiente y que luego partiría hacia el desierto Gerudo, con lo que dejó aquellos bártulos sobre la mesa y rebuscó hasta encontrar su caña de pescar. La sola perspectiva de dedicar su vida a tareas tan rutinarias y tediosas como antaño lo colmaban de hastío y de desazón, por lo que cuando se sentó junto a la corriente del lago que bañaba los huertos de Ordon terminó aceptando que lo más probable era que dejase aquella aldea y marchase a la ciudadela si no hallaba pistas de Midna. Sentía que en Ordon no podría hacer más de lo que ya había hecho y deseaba estar en el epicentro de Hyrule atento por si las cosas se agitaban y la paz amenazaba con quebrarse.
Dejó que el anzuelo vagase, errante, hasta que las primeras luciérnagas comenzaron su enigmática danza sobre el rumor de las aguas, indicándole que la noche se aproximaba y que debía regresar. Dio una suave palmada sobre el cuello de Epona antes de subir de nuevo al árbol a modo de despedida, como si quisiera avisarle de que al día siguiente la necesitaría en plena forma para otro viaje y seguidamente se dejó caer sobre el lecho apoyando la caña sobre la pared.
Cerró los ojos confiando en hallar algún descanso pero sus sueños siguieron atormentándole con retazos inconexos y confusos: bestias de las sombras que le acechaban, ánimas que clamaban pidiendo ayuda y Midna con aquella enigmática sonrisa plagada de todos aquellos secretos que deseaba desentrañar uno a uno. Para cuando despertó era más tarde de lo que hubiera imaginado con lo que volvió a vestirse con las ropas del héroe y guardó la Espada Maestra en las alforjas de Epona, echándose a la espalda la hoja que Moy forjara como regalo para la familia real.
Trotó suavemente entre la espesura de Farone hasta llegar a la entrada misma del templo del bosque y luego se desvió a la derecha. De alguna forma también deseaba reencontrarse con el lobo dorado quien le había enseñado las tácticas secretas de la espada, sabía que él entendería su desconsuelo y sus dudas, pero no sabía cómo encontrarlo y aunque escrutó cada rincón entre los juegos de luz y sombra que se filtraban a través de las hojas no conseguía ver su diáfano pelaje ni oír el eco melodioso de su resuello. También sentía que la bestia en su interior había muerto desde que Midna se llevó el cristal oscuro con ella o al menos, percibía que el lobo de los ojos zarcos había acabado estando en un lugar de su interior muy lejano a su alcance, como sumido en un abismo o en una profunda sima que lo hubiera engullido. Todos aquellos pensamientos se le agolparon mientras caminaba rumbo al templo del tiempo, sus pasos seguían el sendero de forma mecánica, sin tener que guiarse por el lejano sonido de la trompeta de algún Skull Kid.
Finalmente, accedió a la entrada del antiguo templo, se inclinó, respetuoso ante las estatuas de los guardianes que custodiaban la escalinata y la ascendió con paso lento. Sus pensamientos discurrían de forma que una violenta dicotomía lograba sacudirle. Sabía que devolver la Espada Maestra a aquel lugar era lo más sensato, que no dejaba de ser un ritual necesario y que cerraría una etapa, pero al mismo tiempo temía sus consecuencias y no deseaba ponerle fin pues había encontrado muchas cosas a lo largo de aquella que lo habían hecho sentir feliz y que había conocido a muchas personas que le habían aportado mucho, por más que la confianza depositada en él hubiese sido tan enorme y le hubiese hecho dudar a merced de su propia inseguridad. Por otro lado, no sabía hasta qué punto acabaría necesitando volver a recuperarla y en cierto modo sentía una leve preocupación o quizá celos, como un padre que ve marchar a su hijo, ¿el próximo héroe trataría aquella hoja con la misma delicadeza que él, entendería lo que implicaba blandirla, sería digno de ella?
Sacudió la cabeza e hizo girar la espada en su siniestra, inclinándose con rapidez hasta acabar hundiéndola en el pedestal, quedando con una rodilla hincada en tierra y la frente sobre el envés de sus manos. Suspiró cerrando los ojos, incapaz de evitar que estos se humedecieran. La marca de la trifuerza emitió un suave brillo hasta apagarse paulatinamente, notó aquella punzada ardiente extendiéndose desde su brazo hasta el corazón, como si se lamentara de su acción. Había sido capaz de hacerlo, pero del mismo modo que salvó Hyrule casi en solitario, realizando gestas sin que prácticamente nadie supiese de su implicación había devuelto la Espada Maestra de la misma forma, sin rituales, reconocimiento o ceremoniales. ¿Acaso pecaba de vanidad deseando algún paliativo ante aquella soledad? Quizá no lo fuera, tal vez simplemente quisiera algo de comprensión al sentirse totalmente perdido, puede que aquel arrebato en parte pueril o egoísta naciera de que pese a haberse preocupado por el interés de tantos a la hora de salvar Hyrule, pese a haber asumido tantos compromisos y a haber cumplido tantas promesas casi nadie se interesó por él en lo más mínimo, tan sólo obsequiándole con algunas muestras de gratitud aisladas.
Volvió sobre sus pasos hasta encontrar a Epona y montó, espoleándola con premura hasta el punto de tener que obligarse a frenarla para no agotarla en demasía. Entretanto, intentó distraerse pensando en todo aquello que le diría y preguntaría, todo lo que su inconclusa despedida había dejado en el aire.
Pero al fin y al cabo, eso era algo que tenía bastante claro desde el momento en que observó con impotencia cómo el espejo del crepúsculo se había hecho trizas ante sus ojos. Si aquella lágrima encerraba tanto poder en su elegante delicadeza quizá fuera porque también albergaba muchísimos sentimientos.
