¡Hola de nuevo little demons! Como lo prometido es deuda aquí tenéis lo que habíais pedido: el primer capítulo de mi nuevo fic Corazón de tinieblas. Espero que os guste, que disfrutéis leyendo, que os vaya bonito, y que me dejéis algún que otro precioso review. Estoy encantada de volver a estar entre vosotros :)
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~O Lord God, Almighty Father! Hear the prayer of a poor wicked, proud child! I know that my heart is full of sin, and my body is corrupt and filthy, and that I must soon die and go down into the dust; and yet I am so foolish and so wicked as to wish to be great in this world. I wish to have a fine house to live in, and great many srevants to wait on me, and to be of great consequence, and to be made a great deal of; and yet I know, that if I had what I deserved, I should now at this moment be cast in hell fire.~
The Prayer
Las campanas de la iglesia anunciaron el pronto inicio de la misa de ocho de la tarde. Y él seguía allí arrodillado frente a la lápida de piedra gris clara, recién estrenada y con algunos ramos de flores a los pies. Antes de marcharse todas las personas fueron a presentarle sus últimas condolencias y a darle el último pésame, recordándole lo maravillosa que había sido su madre en vida. Para Sebastian Michaelis esas palabras no significaban nada.
¡Qué sabrán ellos! Nada de nada. Sólo él la conoció de verdad como para poder calificarla como era debido. Escuchó todas y cada una de las voces sólo asintiendo como respuesta.
"Pobrecillo, tan joven y ya huérfano de ambos padres." "Dejémosle, necesitará estar a solas para despedirse." "Me pregunto que hará ahora." "Que Dios le ampare."
¿Dios? Dios no le amparó desde que faltó su padre, que murió cinco años antes que su madre. Desde el momento en que el patriarca de los Michaelis faltó por culpa de un mal de pulmón llamado cáncer, la matriarca cayó en la tristeza y desesperación puliendo en menos de dos años el patrimonio que el hombre hubo dejado. Habían sido una familia acomodada, no podía decirse que fueran ricos pero pertenecían a la clase alta de la burguesía. Pero su madre pronto olvidó que entonces era ella la que debía estar al frente de la textil y se desentendió de obligaciones entre varias y finas copas de Mistela. Fue Sebastian el que tuvo, con sólo doce años, que hacer lo imposible y más para que ambos pudieran seguir adelante. Pero la carga del mundo era demasiado peso para una espalda tan joven y finalmente desfalleció de agotamiento.
El día que despertó se encontró a un médico a su lado que le dijo que había estado tres días con sus noches dormido, a su lado estaba su madre con aspecto descuidado y de embriaguez. El colegiado le entregó a ella un frasco de vitaminas y le dio orden de no permitir que un muchacho tan joven se agotase de esa manera. Ella balbuceó algo incomprensible y agarró tambaleante el frasco. Sebastian volvió a dormirse y despertó cuando oyó desde el salón un golpe seco, se levantó todo lo rápido que pudo y corrió hacia el lugar; encontró a su madre desmayada en el suelo, la botella de Mistela a su lado hecha añicos y el frasco de las vitaminas desparramado.
Y así pasaron otros dos años en los que el alcoholismo de su madre aumentó y todo se fue a pique. La textil quebró y con ella se esfumó el dinero. La suerte quiso que la casa ya estuviera pagada, pero mantener una familia, aunque sólo fuera de dos, resultaba caro cuando el dinero faltaba. En más de una ocasión tuvo la tentación de prenderla fuego y dejar a su madre dentro, pero al final siempre le faltaron redaños para hacerlo. Y ahora que ya tenía catorce años tenía frente a él la tumba bajo la cual descansaba la mujer que le dio la vida y muchos problemas. Apretó los puños y maldijo en silencio a la muerte que tanto tardó en llevársela y a ése Dios que le había dado la espalda, deseó que el cielo prendiera en llamas.
-Un deseo muy peculiar.—dijo una grave voz riendo cavernosa. Sebastian levantó la cabeza y vio a un hombre al que rodeaba un aura oscura subido a la lápida de su madre, el desconocido se acuclilló y él de manera instintiva se echó hacia atrás cayendo al suelo, volvió a oírse una risa.—¿De qué tienes miedo si tú mismo me has llamado hasta aquí?
-¿¡Quién sois!?—preguntó juntando valor y enfado—¡Dejaos de chanzas y bajaos de esa lápida!
-¿Por qué? Si tanto la odiabas no entiendo que te moleste que camine sobre sus restos.—le contestó burlesco, sus dos ojos amatistas refulgían como joyas.
-Lo que me molesta es que os presentéis sin avisar y oséis importunarme con vuestras sandeces.
-¡Qué valiente!—vuelve a reír—¡Hablándole así al demonio que él mismo ha llamado!
-¿Demonio?—preguntó sorprendido, el otro le asintió—Yo no he...
-Claro que sí.—le señala al pecho—Tu corazón lleno de esos oscuros deseos y también de odio lo ha hecho, yo sólo me he presentado aquí.
-¿Mis...deseos?
-¿Has deseado que el cielo ardiese en llamas no? Bien, eso no puedo dártelo pero puedo cumplir cualquier otra cosa que me pidas—se baja de la lápida pero toma asiento en ella cruzándose de piernas—, puedo darte cualquier cosa que desees, hacer realidad todo lo que imagines...
-¿A cambio de?—preguntó Sebastian levantándose con cautela, el demonio sonrió e hizo crecer un brazo de la tierra que le dio el último empujón que necesitaba para levantarse, el chico se sobresaltó.
-A cambio de tu alma. Ése es el precio que tendrás que pagarme por mis servicios.
-¿Para que luego me uses tú a mi de esclavo?—preguntó enfadado pasando a tutearle—Ni hablar.
-No te usaré como esclavo, sino como alimento. Devoraré tu alma cuando nuestro contrato haya finalizado.
-¿Contrato?
-Claro, un acuerdo mutuo por el que yo te serviré fielmente y tú a cambio, cuando hayas visto cumplidos tus deseos, me darás tu alma sin rechistar.—ensancha la sonrisa y deja relucir cuatro grandes y puntiagudos colmillos.
Sebastian vaciló ¿acaso estaría soñando? ¿se habría quedado dormido mientras estaba arrodillado frente a la tumba? El demonio pareció notar sus dudas porque se levantó y dejó que su aura negruzca fuese esfumándose como arrastrada por el aire. De ella salió un apuesto hombre de cabellos negros y brillantes ojos de oro que reflejaban todo maldad. El adolescente no se movió cuando el otro se acercó a él y se arrodilló para poder mirarle un poco más abajo de su altura.
-Piénsalo...—le dijo en voz baja—Puedo darte el mundo si así me lo pides, pero ten presente que no irás ni al cielo que deseas ver arder ni al infierno, sino conmigo.
-Deja que...lo piense.
-Como quieras—asintió—llámame otra vez cuando lo tengas claro.
Y dicho esto se esfumó en el aire. Sebastian cayó de rodillas mientras trataba de evitar que el corazón se le saliese del pecho. Pasó unos minutos más allí hasta que finalmente se levantó y echó a correr en dirección a su casa. Ya era casi de noche y las pocas personas que aún había en la calle expedían murmullos de lamento que él ignoró. Cuando por fin llegó a casa cerró la puerta y echó los dos cerrojos, prendió un candil y subió a su habitación encerrándose en ella.
Se apoyó contra la puerta y se regañó mentalmente por ser tan cobarde. Quizás sólo hubiese sido cosa de su imaginación la visita de ese hombre que se proclamaba demonio. Respiró profundo y decidió darse un baño para liberarse de las tensiones. Fue hasta el cuarto de baño y llenó la bañera hasta los topes sin importarle que el agua estuviese fría, en esos momentos ni sentía ni padecía. Se lavó con prontitud y se enjuagó con igual de rapidez dejando que la espuma se mezclase con el agua; la apartó y se quedó mirando su reflejo. Ahora estaba solo en el mundo.
Dio un pequeño salto dentro de la bañera cuando de repente su reflejo cambió y vio en la superficie acuosa la cara del hombre de esa tarde. El supuesto demonio. Pero tan pronto como lo vio dejó de verlo y su cara volvió a ser la única que se reflejaba; juntó valor y giró la cabeza esperando ver a alguien detrás. Sin embargo no había nadie. Le dio un manotazo al líquido elemento y salió de la bañera agarrando la toalla blanca de algodón que tenía hilada su nombre para secarse. Salió del cuarto de baño y fue hasta su habitación para ponerse algo cómodo e intentar dormir; normalmente nunca se iba a la cama sin cenar algo pero hoy no le entraba nada en el estómago.
Cerró la puerta de su dormitorio por dentro y encendió un candil. Fue hasta la ventana y echó las cortinas arrebujándose después en las ropas de su cama. Se quedó observando la pequeña llama que prendía el candil procurando no pensar en nada, estuvo así hasta que se durmió.
Sin embargo su sueño no fue tranquilo. En imágenes que se sucedían a vertiginosa velocidad veía una y otra vez los rostros de sus padres consumiéndose bajo tierra, cayendo por un agujero hacia el Purgatorio siendo acogidos por frías, negras y cadavéricas manos que se los pasaban entre sí como muñecas de trapo. Y por encima de todo eso estaba él, sentado en un trono de huesos de oro macizo coronado por una calavera de cuyas vacías cuencas caían gotas de sangre que formaban una alfombra de rosas carmín a sus pies. Al menos una decena de sombras estaban a sus espaldas mirando hacia delante con un brillo de diamante en la mirada y muy por arriba de todos ellos estaba ese hombre de ojos oro moviendo las manos como si estuviera controlando una marioneta.
"Recuerda lo que te dije...te daré el mundo, si así me lo pides."
Con un grito ahogado Sebastian dio un salto en la cama y se enderezó. Sudaba y respiraba agitado, el reloj marcaba las tres de la mañana. Apartó la ropa sin miramientos y fue hasta la ventana descorriendo las cortinas y abriéndola de par en par, un soplo de aire se coló en la habitación y silbó al chocarse con las paredes. La noche era clara, sin una nube en el cielo que entorpeciese a la luna.
-¿¡No me vas a dejar en paz hasta que te dé una respuesta, verdad!?—gritó al vacío, no hubo respuesta—Está bien...—tomó aire—¡Lo quiero, quiero el mundo que me prometes y que cumplas todos mis deseos! ¡Te quiero a mi lado!
Una nueva ráfaga de aire entró en la habitación, esta vez con tanta fuerza que hizo a Sebastian cerrar los ojos; cuando pudo abrirlos otra vez volvió a encontrarse en silencio, chascó la lengua y pensó que los del asilo se lo rifarían por andar gritando a la nada como un loco. Dio un paso atrás para darse la vuelta pero se chocó con algo. Un par de brazos le rodearon con delicadeza.
-Como deseéis, mi amo.
Sebastian giró la cabeza y vio el blanco rostro del demonio sonriéndole suavemente, los temblores que le recorrían cesaron al instante. Y eso fue lo último que el adolescente pudo recordar con claridad hasta el día siguiente en que despertó con un pentagrama dibujado en la palma de la mano izquierda.
5 años después.
-¡Mi amo!
Por toda respuesta sólo se escucho una especie de grito furioso. Sebastian había hecho añicos un frasco de tinta, trocitos un montón de papeles, y le faltaba bien poco para tirar la mesa de su despacho al suelo. Por su gesto se notaba que estaba muy enfadado.
-Mi amo ¿qué os ocurre?
-¡Es ese imbécil, imberbe, bueno para nada de Lau! ¡Un día de éstos te ordenaré que lo mates con la mayor saña que puedas!
-Si eso os hace feliz os traeré su cabeza de inmediato.
-¡No seas estúpido Claude! ¡Sabes que aún necesito a Lau para los negocios de ultramar!—vociferó. Ante el silencio de su mayordomo se dejó caer en la silla y suspiró con agotamiento.
-Estáis cansado mi amo, deberíais dejarlo por ahora yo me encargaré del resto.
-¿Siempre eres tan elocuente?—le preguntó con una media sonrisa—Debí haberte puesto nombre de filósofo griego.
-¿Queréis cambiarme el nombre ahora, mi amo?
-Ni hablar, tendría que aprenderme el nuevo y eso sería una molestia. ¡Vámonos, hoy hay un tedioso almuerzo al que he sido invitado y ya llegamos tarde!
-Como ordenéis.
Sebastian se puso la chaqueta que Claude le tendió y se enfiló escaleras abajo mientras sus otros sirvientes se despedían de él con una reverencia cortés. Claude le abrió la puerta y salió detrás de él.
"¿Qué clase de nombre es Claude para un demonio?"
"Mi anterior amo me dio ese nombre, usted puede cambiarlo si lo desea."
"No, Claude está bien."
No supo por qué recordó aquello, le vino a la mente sin más, del día siguiente de haber realizado su contrato. Se bajó un poco el guante de la mano izquierda y miró el sello grabado en su piel, apretó el puño.
-Mi amo, Viento Gris ya está preparado.—Claude volvió a aparecer llevando de las riendas a dos magníficos caballos.
-Perfecto.—dijo cogiendo las riendas del caballo gris oscuro de crines negras, el animal piafó cuando el mayordomo le entregó las riendas a su amo—¿Ansioso por trotar un poco, no? Claude ¿montarás a Aquiles?
-No se le ha sacado del establo últimamente y creo que le vendría bien trabajar las patas antes de que se haga perezoso.—respondió acariciando el cuello del animal, blanco roto con manchas marrones y crines rubias.
-Tienes razón.—rió, azuzó las riendas y Viento Gris comenzó a mover las patas—¡Te espero en el camino!
Con una orden de manos el caballo salió al galope con rapidez. Viento Gris era el más veloz de todos los sementales que tenía en las cuadras. Tres en total más dos hembras. En poco más de un minuto Claude ya estaba a su par galopando en Aquiles, estaba visto que el caballo se estaba desfogando agusto. Sebastian sonrió mezquino y azuzó un poco más a Viento Gris, a ver si la fuerza que Aquiles tenía en las patas era suficiente para igualar a Viento Gris a máxima velocidad. El caballo relinchó y aumentó de velocidad, el hombre echó la vista atrás y no vio a los otros, se rió y siguió galopando. Cuando empezó a divisar el claro del camino hizo que el animal aminorara la marcha hasta que de repente tiró en seco de las riendas cuando vio que Claude ya estaba esperándole. Viento Gris se paró en seco hasta derrapando, relinchó molesto y hasta se levantó un poco sobre las dos patas traseras.
-¿Cómo diablos...?
El hombre y el caballo le miraron, los ojos de los dos brillaban igual. El mayordomo sonrió y el brillo desapareció de los ojos del animal.
-Tramposo.—le dijo.
-Así es como los demonios deben ser.
Más allá se divisaba la finca del duque de Yorkshire; en su jardín, pululando como hormigas, estaban los invitados que el duque había congregado con la excusa de un almuerzo de alto copete, aunque en realidad el hombre sólo lo hacía para no aburrirse y no oír a su esposa por un día. Llegaron a las inmediaciones de la finca y un mozo de cuadras se ocupó de los dos caballos. Sebastian se encaminó hacia los jardines seguido de Claude y abriéndose paso entre los invitados, el propio duque le divisó y fue a saludarle.
-Oh, míster Michaelis, bienvenido. Ya temía que no se presentase.—parloteó tendiéndole su regordeta mano llena de anillos y sonriendo bajo su bigotillo marrón.
-Habría sido un estúpido y un desconsiderado de haber rechazado su amable invitación, duque ¿Cómo está su esposa?
-Feliz de la vida chismeando con otras damas.—Sebastian sonrió circunstancial—Y ya que ha sacado a relucir el tema de las damas, creo que hoy es un día estupendo para que echéis un vistazo a las jóvenes muchachas que son mis invitadas. No me entendáis mal míster Michaelis, pero sois uno de los pocos hombres jóvenes que aún no está prometido y dentro de poco llegáreis a las dos décadas.
-Tenéis razón duque, mis obligaciones y responsabilidades me han apartado bastante de haber tenido contacto con damas jóvenes. A estas alturas ya debería estar casado o por lo menos comprometido—se frota suave la frente—, soy un desastre.
-No digáis eso, sois un hombre muy valioso y digno de admiración. Además aún tenéis el resplandor de la juventud ¡aprovechadlo y salid a cortejar a alguna preciosa joven!
Dicho esto el duque se alejó no sin antes arrebatar una copa de vino de la bandeja que transportaba uno de sus sirvientes. Sebastian bufó hastiado.
-Mi amo.—Claude le tendió otra copa, pero de cava.
-Viejo entrometido.—masculló—Como si no tuviera mejores cosas que hacer que ponerme a buscar a una mujer como un vulgar animal en celo.
-Si me lo permitís mi amo, creo que el duque tiene razón.—Sebastian se giró a mirarle con ironía—Tarde o temprano tendréis que encontrar una mujer que os dé un descendiente, si es más temprano que tarde mejor. Lo digo por vuestro bien.
-Si lo dijeras por mi bien no lo habrías dicho.—da un trago y guarda silencio unos segundos—¿Un heredero, eh?
-Una garantía de continuación para vuestro legado. Además de que si elegís bien a vuestra futura mujer vuestro patrimonio se multiplicaría por dos.
-Eso me huele a que ya me tienes una en la mira.
-La señorita Haven Gloucester.—murmuró señalando discretamente en dirección a una joven que permanecía sentada en un sillón de mimbre jugueteando con sus finos guantes—17 años, la única hija de Lord Gloucester, tratante de arte y poseedor de la mayor colección privada del país.
Sebastian la observó de pies a cabeza. Haven era flaca, espigada y bastante rubia, lo que a gusto del hombre la hacía parecer un espantapájaros; además se la notaba tímida y callada, incluso algo torpe a juzgar por el modo en que intentaba volver a colocarse el broche del vestido sin éxito. Hizo un gesto de disgusto.
-Rediez ¿no hay otra?
-Las otras damas son demasiado jóvenes, o ya están prometidas, casadas o viudas. Además sin contar con el hecho de que la señorita Gloucester es la que más fortuna heredaría.
-Está bien.—se rinde tras suspirar—Iré a hablar con ella, tú quédate por aquí y si encuentras a Druitt dile que mañana necesito verle sin falta.
-Entendido.
Sebastian echó a andar en dirección a la joven saludando a varias personas por el camino y zigzagueando en otras.
-Disculpe señorita—le dijo cuando llegó a su lado, ella levantó la vista con sorpresa—, ¿le importaría que me sentase a su vera?
-Sí, digo no—se atropelló poniéndose nerviosa—,digo claro, siéntese usted. Perdone mi torpeza.—internamente Sebastian rodó los ojos pero por fuera le dedicó una bella sonrisa a la joven logrando que se pusiera colorada.
-No se preocupe, a una bella señorita se le perdona cualquier cosa.—le galanteó tomando asiento.
-Gracias. Usted es Sebastian Michaelis ¿verdad?—él asintió—.Es un placer conocerle, he oído hablar mucho de su persona.
-Espero que cosas buenas.
-Cla-claro.—tartamudeó sin que el color se le bajase de las mejillas—Es usted toda una celebridad—él la miró directo y ella jugueteó con los dedos—, me refiero a que se ha hecho rico y conocido por su cuenta y trabajando duro y...
Sebastian sonrió para callarla antes de que volviese a atropellarse, Haven sonrió también y dejó quietas las manos. Pasaron un buen rato juntos conversando de trivialidades, bueno, más bien Sebastian hablaba y Haven respondía de vez en cuando; un camarero pasó por allí y Sebastian cogió dos copas de sidra y le tendió una a la joven.
-Brindemos.
-¿Por qué?
-Porque he tenido el gusto de conocerla.—dijo sencillamente—Salud.
Ella sonrió ampliamente y también alzó la copa. Sebastian la miró de reojo y se acabó la bebida de un trago, se lamentó de que el camarero no hubiese llevado nada más fuerte en la bandeja. Haven hipó cuando terminó de dar el trago a su copa, se disculpó aún más roja que antes y buscó su pañuelo para darse toquecitos en la boca y limpiarla de alguna gota prófuga. De lejos pudo advertir que Richard Gloucester, padre de Haven, les observaba y susurraba cosas a su esposa, que también les observaba medio oculta tras su abanico de plumas.
Sonrió para sus adentros y cogió una de las manos de Haven para que esta dejase de toquetearse la cara con el pañuelo.
-Ese pañuelo me estorba para contemplar vuestro bello rostro.—le dijo casi en un susurro. Volvió a sonreír internamente al ver a la joven ponerse de todos los colores y a sus padres asentir con la cabeza. Si todo iba como hasta ahora en un futuro no muy lejano los señores Gloucester tendrían el honor de tenerle como yerno.—Decidme ¿os gusta cabalgar?
-¿Eh?—se desconcertó ella por el repentino cambio de tema—Sí, claro.
-Seguro que sois una excelente amazona. Os lo preguntaba por si...—remolonea—tendríais a bien acompañarme algún día que salga a montar.
Una sonrisa iluminó la cara de Haven y asintió repetidas veces. Sebastian le devolvió la sonrisa. Pero cuando iba a seguir con la conversación una mano ligera le tocó el hombro y le hizo girarse.
-Disculpe mi señor.—Un joven de cabello anaranjado y vestido de manera peculiar le reclamó—Lo tenemos.
Sebastian no cambió la expresión de su cara pero un brillo enigmático cruzó sus ojos. Se puso en pie y volvió la cabeza hacia Haven, que lucía desconcertada y algo decepcionada.
-Mis disculpas señorita, pero asuntos urgentes me reclaman. Espero volver a verla pronto.
-Claro...No se preocupe.—dijo ella sin poder acabar del todo la frase antes de que su acompañante echase a andar a paso ligero.
Sebastian volvió a atravesar toda la fiesta y cuando pasó al lado del duque se disculpó con una rápida frase y sin dar tiempo a que su anfitrión abriese la boca. Claude le esperaba ya con las riendas de Aquiles y Viento Gris en la mano.
-Claude, adelantate y dejale a Aquiles a él.—ordena, el mayordomo asiente y le pasa una de las riendas al otro hombre. Sin embargo este ladeó la cabeza como si estuviera disconforme.
-Si no os importa preferiría ir por mis propios medios mi señor.
-Haz lo que quieras, pero date prisa.—le contestó Sebastian ya subido en el caballo. Picó espuelas y le azuzó las riendas para que se pusiese en marcha.
Ambos le vieron partir con la misma mirada inexpresiva. Antes de subirse a Aquiles, Claude miró al otro y entornó ligeramente los ojos. Sin embargo la mirada del pelinaranja no cambió ni un ápice aún cuando el bravo caballo estuvo a punto de darle con una de las patas al encabritarse antes de salir a galope tendido.
Viento Gris resoplaba con fuerza cuando llegaron a Cielo Oscuro. La imponente mansión debía su nombre a sus piedras grises y tejado oscuro que se camuflaba con la niebla y la atmósfera de los días lluviosos. Situada en el centro de Dominio, la finca de Sebastian, Cielo Oscuro daba una fría acogida a todo visitante que entrase en el lugar.
Como siempre Claude ya le aguardaba. A su lado había un chico joven vestido de mozo de cuadras que sostenía las riendas de Aquiles. Sebastian desmontó y automáticamente él fue a coger también las riendas del otro caballo. Hizo una pequeña reverencia y se marchó en dirección a las cuadras sin musitar palabra. Amo y mayordomo se dispusieron a subir los escalones que llevaban hasta la puerta de la casa. Un golpe seco en el suelo hizo girar la cabeza a Sebastian, que constató que su otro subordinado acababa de llegar también.
-¿Dónde está?
-En el sótano mi señor.―respondió. Y a paso rígido siguió a los otros dos hacia el interior de la mansión.
En el vestíbulo una hilera de tres doncellas y tres criados, colocados respectivamente a izquierda y derecha, hicieron una reverencia cuando su amo pasó por delante de ellos. Tras eso se dispersaron para volver a sus quehaceres.
Al sótano se accedía por una puerta discretamente colocada bajo la escalinata que subía a los niveles superiores del inmueble. A este lugar normalmente sólo accedían él y Claude, dado que los otros sirvientes encontraban lo necesario para hacer sus tareas en otros lugares de la casa tales como la alacena, el cobertizo o el desván. Y así era mucho mejor. Pensó Sebastian bajando la escalera, que crujía ligeramente bajo su peso, y adentrándose en la oscuridad del lugar únicamente rota por un ventanuco que había en la pared.
-Mi señor.―saludó primero una de las persona reunidas allá abajo siendo seguida por el resto en una inclinación cortés―Tal como lo pedisteis aquí lo tenéis.
-Buen trabajo.―le dijo Sebastian caminando hacia el centro del sótano, allí permanecía sentada y atada a la silla una figura con la cabeza gacha. Se quedó parado frente a ella y zapateó un par de veces, entonces el retenido reaccionó levantando la cabeza. Era un hombre rubio y de tez morena, típicamente mediterránea, estaba despeinado y tenía magulladuras en la cara además de una cicatriz que la cruzaba de lado a lado. La diferencia estaba en que la cicatriz era vieja y las heridas recientes. ―Vaya, te has dejado caer por aquí.
-¿Caer? Bel modo de decir que me han arrastrado hasta aquí. Il tuo cani da caccia sono molto feroce.
-Es su trabajo.―contestó frívolo―Como imagino que el tuyo era matarme.
-Sólo una parte. Sai...si algo estorba lo eliminas.
-¿Estorbo?―preguntó haciéndose el sorprendido. El otro soltó una risa despectiva.
-Los monopolios estorban. Y tú y tus socios estáis monopolizando demasiado. Eso para los negocios no es...¿come si dice? conveniente.
-Entiendo.
El italiano sabía que no podía respirar tranquilo, pero la calmada y casi hasta comprensiva actitud de su captor le desconcertaba. Su jefe, el capo de la familia Ferro, le había ordenado asesinar a Sebastian Michaelis hace ya tres días.
"Si él cae, el negocio caerá y sus socios desaparecerán solos."
Desafortunadamente con lo que su jefe no contó fue con la intervención del mayordomo. Estaba seguro de que le había acertado al menos dos veces cuando disparó contra ellos y el serio sirviente se había puesto delante; y sin embargo ahí estaba, de pie como si no tuviera ni un rasguño.
Y el errar el tiro le había costado estar hoy secuestrado por su objetivo. Sabía que Michaelis estaba bien protegido pero no se esperó a la jauría que el hombre dejó suelta para ir a buscarle. Contó nueve personas cuando le atraparon mientras estaba escondido esperando para volver a atacar, ahora había una más en el sótano exceptuando a Michaelis y su mayordomo. Y ésta última parecía tener ligeros espasmos y emitía gruñidos.
-Sabes Azurro, no me molesta que hagas tu trabajo.―habló de nuevo Sebastian dirigiéndose a su rehén―Lo que me molesta es que tu trabajo tenga que ver conmigo. No eres el primero que intenta matarme y tampoco espero que seas el último.
-Entonces ¿estamos en paz?
-¿En paz? Pues claro que no mi primitivo amigo. En paz es en lo último que podríamos estar.—algunas risitas se dejaron oír junto a la burla de Sebastian—Estoy harto de imbéciles como tú a los que mandan matarme por un motivo u otro, pero ¿sabes de lo que nunca me aburro?—Azurro trató de mantenerse sereno pero el matiz que había adquirido la mirada de Sebastian hizo que le entrase miedo—De ver como mis cani da caccia se deshacen de ellos.
Sebastian chasqueó los dedos y retrocedió. Los que avanzaron fueron el resto exceptuando a Claude. Sus caras variaban de la diversión a la gélida impasividad e incluso impaciencia.
-Deshaceos de él.—ordenó antes de subir las escaleras de vuelta a arriba.
Lo último que pudo oír antes de que Claude cerrase la puerta tras de sí fue el aterrado grito de Azurro.
-Mi amo.—dice Claude tras unos segundos de silencio—Localicé a Mr. Druitt en la fiesta, mañana a primera hora le tendréis aquí.
-Y supongo que por primera hora se refería a las once de la mañana.—gruñó, después suspiró hastiado—Está bien, le estaré esperando.
Dicho esto comienza a subir por la escalinata rumbo a su despacho, Claude le observa desde abajo con su siempre apático gesto.
-Oh, y Claude—se detiene sobre los escalones acordándose de algo que comentar a su mayordomo—No te olvides de mandarle mis respetos a la familia Ferro.
-Entendido.—respondió haciendo una media reverencia cortés. Sebastian desapareció por el piso de arriba y el mayordomo se puso derecho luciendo una terrorífica sonrisa en su marmóreo rostro.—Será como ordenéis "mi amor".
Dándose la vuelta vuelve a enfilarse hacia el sótano. Ya no se oían gritos ni ninguna voz, sólo un ruido triturador, de algo que está comiendo. Un ruido parecido al que hace un animal cuando se encuentra devorando su presa recién cazada. Llegó abajo del todo y dedicó una mirada fría a los presentes tras echar un rápido vistazo al centro de la estancia.
-¿No os tengo dicho que no le dejéis comer tanto?
-Ya sabes como es.—dijo una exuberante mujer tras encogerse de hombros—Una vez que tiene su premio no hay quién se lo quite.
-Eso digo yo—protestó ahora un chico joven que jugueteaba lanzando un instrumento al aire y sosteniéndolo antes que cayera con la yema de su dedo índice—, prueba tú a detenerlo.
El mayordomo no dijo nada. De dos zancadas y de un tremendo tirón separó el cadáver de Azurro de quien se lo estaba comiendo, literalmente, a mordiscos. Como un perro al que lo apartan de su plato de comida, éste gruñó y se revolvió tratando de zafarse; sujetándolo con una mano que parecía de hierro lo alzó y lanzó contra la pared en dirección al chico que jugaba logrando que ambos se chocasen y estampasen contra el muro. Un tintineo metálico se escuchó rebotar en el suelo.
Algunos no pudieron evitar soltar risillas. Claude se agachó y recogió el puñal con el que jugaba su diana.
-¿Cuál es tu problema?—se quejó el chico desde el suelo sobando el lugar en que su cabeza había hecho impacto contra la pared.
-Keinz, ata a tu chucho.—ordena Claude al personaje de movimientos rígidos—Y tú Dagger, aprende a hablar como y cuando te corresponda.
Dagger chasquea la lengua y se levanta cuando Drossel Keinz le quita a Pluto, el hombre bestia, de encima. Pluto estaba cubierto de sangre de arriba a abajo, las puntas de su pelo blanco se habían vuelto rojas igual que sus iris, pero nada de ese color era suyo, de él no había manado. Aún se revuelve cuando el pelinaranja le ata una cadena al collar de cuero que lleva alrededor del cuello.
-Jumbo, ayuda a Keinz a sujetar a Pluto.
Una sombra alargada y corpulenta le quita la cadena de Pluto al otro y tira de ella, el peliblanco emite un sonido ahogado y deja de resistirse. El gigantón evitaba mirar el cadáver del centro y se concentraba en sujetar a Pluto.
-Largaos.—ordenó Claude posándose junto al cadáver.
-Hasta que otra función de comienzo.—dice a modo de despedida el hombre pelirrojo quitándose un sombrero imaginario con su mano protésica de esqueleto.
Poco a poco todos desaparecieron en las sombras del sótano dejando solo al mayordomo. Este miró con la misma inexpresividad de siempre el cadáver parcialmente comido de Azurro Vanel; Pluto había mordido y deformado la mitad de la cara y hecho desaparecer buena parte del cuello. Se había entretenido intentando sacar la clavícula y por ese motivo del pecho para abajo el cadáver estaba intacto.
Con calma, Claude se quitó los guantes y la chaqueta dejándolos sobre la silla en la que antes estuvo atado el italiano. Un destello violáceo surcó rapaz sus ojos y él se agachó sobre Azurro para comenzar su labor.
Esa noche
El Don cogió agradecido la copa de coñac que su Sottocapo le tendió. Le gustaba tomarse una copa de vez en cuando, especialmente cuando estaba fuera de su amada tierra mediterránea. El licor le daba fuerzas para sobrellevar la nostalgia y dirigir a su "familia" en tierras foráneas. Sentado cómodamente en el sillón frente a la chimenea osciló la copa entre sus grandes manos enjoyadas con el sello de su familia y varios anillos de oro.
-¡Don!
Sin llamar a la puerta de la habitación siquiera uno de sus ragazzinos, como él los llamaba afectuosamente siempre y cuando hicieran las cosas bien, entró como alma que lleva el diablo.
-¡Pero bueno! ¿¡Qué maneras son esas de entrar a la habitación del Don!?—gruñó recriminatorio Sottocapo.
-¡Don, tiene que ver una cosa!—el Soldato pasó por alto la regañina del sub-jefe y prácticamente cayó de rodillas al lado de la silla del Don.
Sin musitar palabra éste se levantó y dejó su copa en la repisa de la chimenea, su Soldato también se puso en pie y a paso airado salió por la puerta seguido de sus superiores. Recorrieron la alfombra roja del pasillo mientras retratos serios y paisajes de la toscana los miraban pasar. En la entrada estaban varios de sus hombres en círculo rodeando algo, murmullos de agitación recorrían el lugar.
-¡Abrid paso al Don!—exigió Sottocapo. Inmediatamente sus gentes se abrieron como las aguas ante Moisés.
El Don pasó entre su familia y vio que lo que los agitaba tanto era una simple caja de madera rectangular bastante larga.
-¿Qué es esto?—preguntó con su grave voz, sus hombre titubearon, conscientes de que la respuesta no agradaría a su jefe—¿Y bien?
-Azurro e'tornato.—contestó finalmente uno.
Si no hubiera sido por la caja al Don le habría invadido una súbita alegría, en lugar de eso la bilis le subió por la garganta. De un puntapié quitó la tapa de la caja de madera, que cayó al suelo de un golpe seco. Sus ragazzinos fruncieron los labios y aspiraron por la nariz, algunos apretaron los puños buscando algo en lo que ocupar sus manos.
Azurro nunca le había fallado. Iba a ascenderle a Caporegime. Ese era su plan si conseguía asesinar a Sebastian Michaelis. Pero había fracasado. Con cuidado se dejó caer sobre las rodillas, la camisa se le abrió un poco a la altura de la barriga y sus pantalones se arrugaron, y metió las manos en la caja.
Nadie dijo nada cuando extrajo la calavera de Azurro, tan característica porque la herida que casi le mata hace años llegó incluso a raspar el hueso. No habían enviado ninguna parte corporal más, sólo su pulcro traje blanco perfectamente estirado con la calavera sobre el cuello de la camisa violeta.
-Maledetto diavolo.—susurró apretando las manos en el hueso—¡Maldito seas, Sebastian Michaelis!
"Ahora estamos en paz familia Ferro". Decía la nota escrita en pulcra caligrafía que la calavera de Azurro tenía sujeta entre los dientes.
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¡Primer capítulo fuera! Esperaré ansiosa vuestras respuestas y comentarios porque siempre son súper-bienvenidos.
Nos leeremos en el próximo. ¡Os quiero!
atte.-Cherry Cheshire ;)
