Bueno, creo que, oficialmente, me he convertido en la escritora más vaga y lenta de la historia. Lo que voy a colgar, el primer capítulo de una nueva historia propia, lleva escrito desde hace más de un año, justo después de que colgase el otro relato. Vamos, que soy una vergúenza.
No sé si todavía quedará por aquí alguno de los que me leísteis el año pasado, pero sería maravilloso volver a leer vuestros comentarios. Y si me lee alguien nuevo, como todo el mundo que ha escrito corroborará, no hay nada que ayude y anime más a continuar una historia que saber que a la gente le gusta, te lee y vive el relato contigo. Así que aquí me tenéis, dispuesta a recibir todo tipo de críticas.
Esta historia comienza en algún momento entre 47 segundos y La vuelta de los muertes vivientes (4x19 - 4x22). Definitivamente, antes de Siempre (4x23)
Espero que disfrutéis de este primer capítulo introductorio.
Estuvo contemplando los documentos más minutos de los que le gustaría reconocer. Los firmó y, acto seguido, tomó el sobre que había dejado a un lado y los introdujo, escribiendo las señas de destino justo después.
Ya estaba hecho.
Pasándose una mano por el pelo, se negó a auto compadecerse por lo que acababa de hacer. Recogió la chaqueta, se la puso antes de salir por la puerta y cerró sin mirar atrás. Regaló su mejor sonrisa.
Habían sido unas semanas muy complicadas. Un caso que le había llegado demasiado hondo y que al final había conducido a una de las cosas que más le habían dolido en toda su vida. Desde entonces, se había dedicado a vagar mentalmente sin rumbo alguno y a desahogarse físicamente con todo lo que todavía podía hacerle sentirse vivo y poderoso. Pero por mucho que la rabia recorriéndole cada poro del cuerpo reclamase una satisfacción, el dolor era tan profundo que no le permitía alcanzarla.
Pensó en la comisaría. En lo mucho que le gustaba: uno de los pocos lugares en los que había conseguido volver a ser alguien por sí mismo: una serie de relaciones en las que su dinero no era el factor principal de la ecuación. El problema era que esa relación que tanto adoraba con los chicos se había convertido en algo angustioso con la única persona en mucho tiempo con quien había querido tener algo más. Con quien había querido tenerlo todo. Y lo había intentado. Mucho. Pero la realidad le había golpeado tal y como su madre había predicho: el amor no era un interruptor que pudiese apagar o encender a placer. Y el estar cada día a su lado le estaba consumiendo por dentro. Y la mentira. Pensar que ella no se había molestado en ser sincera y decirle la verdad de sus sentimientos pese a todo lo que habían vivido juntos como compañeros.
Así que había llegado el momento de alejarse, fijar otras miras. Sabía perfectamente que ella había notado el cambio en su comportamiento. Las miradas esquivas. La falta de comodidad en sus conversaciones.
Pero era lo que había.
Sin embargo, había tomado una decisión en las últimas horas. Por sus últimos días. Dejaría que todo volviese a ser como siempre. Disfrutaría de la compañía de todos como hubiese hecho apenas un mes atrás. Para dejarles un buen recuerdo. Para llevarse un buen recuerdo.
Así que, al contrario de lo que llevaba haciendo en los días anteriores, aquella tarde había aceptado tomarse una cerveza con ellos e, incluso, había propuesto La Guarida como lugar de reunión. Tras haber marchado a casa, haberse cambiado y hacer lo que debía de una vez por todas, ahora se encontraba al principio de la barra, observándolos reír.
-¿Ya habéis empezado la fiesta sin mí? –preguntó, dejando la chaqueta a un lado con una sonrisa, bien consciente del par de ojos verdes clavados en él.
Se giró hacia ella. Y le sonrió haciendo acopio de todo su encanto, recibiendo el gesto sorprendido de ella, poco acostumbrada a tanta consideración y alegría por parte de él en las últimas semanas.
Y de repente, una mirada. De alegría, de alivio, que le dejó aturdido durante unos segundos.
Si podía conseguir eso con una sonrisa, ¿por qué no había sido capaz de enamorarla en casi cuatro años? –pensó con tristeza.
Pero no dejó que la misma se apoderase de él.
Apartó la mirada y se centró en el resto del grupo que, con un par de cervezas ya en el cuerpo, apenas podían contener ya las risas ni las bromas.
- Es que estabas tardando mucho, tío –Espósito alzó su cerveza riéndose – Y aquí el amigo tiene que volver pronto a casa para no enfadar a su mujercita –volvió a reírse antes de que Ryan le diese un golpe en el brazo, "castigándole" por su comentario.
- Aquí nadie se va a ir pronto –exclamó Lanie – y a ti más te vale empezar a alcanzarnos –miró su cerveza y a Castle unos segundos después.
La noche transcurrió como cualquier otra de las que, a lo largo de los años, habían pasado juntos. Antes de darse cuenta, una hora había pasado, con Castle sorprendiéndose a sí mismo con cada sonrisa, gracia y carcajada que salía de su boca. Fingiendo. Aguantando. Más fuerte de lo que jamás había pensado que fuese. Mirarla fijamente a los ojos y poder enmascarar todo lo que sentía por ella. Lo bueno y lo malo.
Se descubrió unos minutos después en silencio, pensando en lo mucho que iba a echar de menos a las personas que tenía a su alrededor.
Ryan fue el primero en marcharse, poniendo como excusa que Jenny estaría esperándole despierta todavía.
Cuando Castle ya estaba pensando en ser el siguiente en abandonar el barco, en gran parte para evitar una situación incómoda, Espósito recibió una llamada que no se molestó en coger aparte, quizá demasiado afectado por el alcohol que corría en sus venas como para darse cuenta de la mirada que Lanie le lanzaba a cada palabra.
Todos se sorprendieron cuando ella finalmente se levantó, dejó el dinero de sus consumiciones en la mesa y, con una rápida despedida, rechazando la sugerencia de Beckett de acompañarla, despareció tras las puertas del bar.
Visto lo ocurrido, Espósito colgó y, algo confundido, se levantó para dirigirse al baño.
Castle empezó a sentir el peligro. La noche era con todos, debía salir de allí cuanto antes, puesto que sus sentimientos estaban todavía demasiado a flor de piel y eran lo suficientemente importantes como para no arriesgarse a soltarlos en un arrebato fruto del alcohol.
No se atrevió a apartar la mirada del líquido amarillento que quedaba todavía en su jarra.
¿Va por buen camino? :)
