¿Te imaginas qué hubiera pasado si ese liviano trozo de obscurus que quedó en el aire hubiera sido algo más que eso, un trozo flotante? Quizás Credence merecía haber visto la luz del sol londinense. O las nubes. No sé si en Londres hace sol alguna vez.
Este fic emerge de mi pura imaginación y los personajes y universo de J.K. Rowling, a la más pura calidad de sesión-cinematográfica en la que ves en 240p cómo la señora de la butaca de al lado se levanta apresurada para ir al baño y no vuelve. Es lo que pasa cuando usas pordede. Luego te echas en la cama y se te ocurre un final alternativo de lo más deseable —y en alta definición.
Este fic es Newt/Credence y un final alternativo. Los eventos que surjan tratarán de equilibrarse entre mis quebraderos de cabeza y el canon del universo posterior a la película de Animales fantásticos y donde encontrarlos, aunque no prometo nada demasiado fiel a la autora (sus…posteriores arreglillos no son de mi agrado). Espero que lo disfrutéis. ¡Feliz año nuevo!
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Credence lo recordaba bien. Tenía quince años, aunque ya había aprendido casi de todo. Sabía cerrar la boca, bajar la mirada cuando alguien le juzgaba y clavarse el tenedor en la mano debajo de la mesa si sus instintos le traicionaban.
Uno se acababa acostumbrando.
Las cicatrices eran un torpe recuerdo, sin embargo, de su inestabilidad. Así llamaba su madrastra a los pequeños problemas que surgían de vez en cuando de su cuerpo inexperto e impulsivo. Lo trataba como un cachorro que aún no había aprendido bien sus formas, y para comportarse solo necesitaba los azotes necesarios. A veces dolían más de lo esperado. Los anillos que llevaba esa mujer en la mano estaban perfectamente cincelados para ser punzantes en los bordes, y la sangre corría a borbotones si no se ponía la herida debajo de una buena palangana de agua fría. Aunque a veces el agua estaba hirviendo cuando la tomaba entre sus manos, y estas se pintaban de quemaduras feas y rojizas que contrastaban con el rojo de sus cicatrices.
Era como una pintura descolorida con el paso del tiempo. Si se hubiera conservado bien podría haber brillado, pero el tiempo y el maltrato le habían desgastado tanto que su capa exterior no se molestaba siquiera en parecer bonita.
Al fin y al cabo, ¿a quién le importaba un huérfano cualquiera, entre los muchos tantos que había en Nueva York? Ya estaba creciendo. Se suponía que para su edad, y habiendo recibido la educación que no muchos otros de su condición hubieran siquiera podido imaginar, ya poseería ciertas dotes o talento suficiente como para ser presentado en sociedad y poder trabajar en algún sitio que le aceptara independientemente de su tétrico pasado. Pero no. No destacaba en nada. Era torpe en los estudios, en los modales y el servicio, no servía para la música, aunque a veces le gustara tocar el piano, y mucho menos se desenvolvía con naturaleza y encanto. Era como un animal que se escondía y rehuía de los demás. De las personas normales.
Deberías estar agradecido, decía su madrastra, podría haberte dejado muriéndote en la calle. Sin embargo, te acogí. ¿Y así me lo pagas? Entonces, llegaban los golpes. Lo hacía por él. Credence era consciente de aquello —o quería serlo. Todo lo que hiciera ella era por su bien. Para que madurara. Para que dejase de ser un maleducado. Para que…
Por mucho que se lo repitiese a sí mismo, Credence se desengañaba respecto a ello.
Y es difícil contando que hablamos de un muchacho que se crió en el puro seno de la Nueva Sociedad Filantrópica de Salem. La quema de brujas y destrucción de los magos era el pan de cada día de los nomaj con los que convivía en aquella cada vez más grande sociedad. Nadie hubiera esperado que el propio hijo adoptivo de Mary Lou, la líder indiscutible de aquel grupo extremista, fuera un mago. Pero mucho menos sabían que el maltrato que recibía el muchacho estaba desarrollando en su interior un parásito recóndito y sombrío que terminaría convirtiéndolo en un verdadero monstruo.
Monstruo. Así le había llamado ella muchas veces, inconsciente del peligro que acechaba.
Ahora, con 21 años, no era más que una volátil sombra en el aire, y su madre y su hermana estaban muertas.
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El sol brillaba entre las nubes la mañana que Newt se dirigió a la estación de trenes. Los nomaj se aglomeraban en las avenidas newyorkinas como en cualquier otro lunes, y el mago trataba de pasar desapercibido entre la muchedumbre. Nunca le había gustado llamar la atención. Y, últimamente, lo había hecho demasiado.
Tras el incidente con MACUSA y el arresto de Grindelwald, Newt había tenido mucho tiempo para pensar. Como cualquier otro magizoologista que se preciase, y teniendo en cuenta su aprecio por las criaturas mágicas y su necesidad de protegerlas, había algo que le había llamado la atención tras el encuentro con el obscurial que había sido asesinado unos días atrás por los aurores de la presidenta Picquery. Newt aún se arrepentía de no haber podido salvarle. Conocía hasta cierto punto la situación de Credence, y sabía, como se cercioraba cada vez que encontraba una criatura fantástica en peligro, que había sido manipulado e injustamente ajusticiado. Aún cabía una esperanza de que pudiera encontrarle con vida.
Newt se subió el cuello de su chaqueta azul, la cual le abrigaba durante aquel clima helado. El sol, aunque destilaba sus rayos perezosos sobre la ciudad americana, poco contribuía a calentar el ambiente. Una leve capa de escarcha cubría las lunas de los coches y algo de nieve se derretía en los recodos de las aceras. El pelirrojo aceleró su paso mientras se dirigía a la estación. Cuando llegó, exhaló un suspiro que se convirtió en vapor nada más tocar el aire, y contempló el viejo edificio.
Estaba claro que había sido reparado por los aurores tras la completa destrucción que había sufrido a manos del obscurial. Eso complicaba el propósito de Newt, pues la estación volvía a estar poblada de gente que corría de aquí para allá complicándole el paso, y tendría que ser especialmente rápido si quería llegar al lugar donde desapareció Credence sin ser atropellado por un tren. Se teletransportó hasta la vía pertinente y se ocultó en un recoveco de la estación, esperando no haber sido visto. La maleta le pesaba más que nunca, implorando por ser abierta en un murmullo casi imperceptible.
Aprovechando que no le miraba nadie, Newt saltó al carril y pronunció un Lumus para poder observar mejor la arteria del tren. Las líneas estaban cubiertas de una fina capa de polvo, aunque el camino era regular y cómodo. Tuvo que apegarse a las paredes para no ser advertido por los viandantes, aunque no era la cosa más difícil que había hecho en la vida. Comparándolo con sus otras expediciones en busca de animales fantásticos, a menudo galardonados por el ministerio de magia con más de XXXXX, aquello era pan comido.
Y si resultaba no serlo, tampoco importaba. Newt era impulsivo y cabezota, y no pararía hasta conseguir sus propósitos: más aún si el caso envolvía a algún ser en peligro.
Lo complicado iba a ser encontrarle. El pelirrojo había supuesto que el trazo que quedaba del obscurial andaría escondido por alguna parte, aunque eso bien podía no ser cierto. El chico rezó porque así lo fuera una vez que llegó al lugar donde había desaparecido Credence, y comprobó in situ sus peores sospechas: a primera vista, ningún ser volátil flotaba por el ambiente.
Habiendo reparado las ruinas que había causado el obscurial rompiendo el techo, Newt inspeccionó los recovecos de las paredes, apuntando con la varita todo aquello que le pareciera sospechoso. En algún momento cerró los ojos, gesto que realizaba cada vez que quería concentrarse. Escuchó el bamboleo del tren sobre raíles laterales y el movimiento de su querido Pickett en el bolsillo de su chaqueta. De pronto, sintió una leve ánima manifestarse hacia su izquierda, y una sonrisa satisfecha se esbozó en sus labios. Su instinto nunca le fallaba.
La triza oscura era menuda en la esquina del camino, pero más grande que la última vez que
la última vez que el joven mago la había atisbado flotando en el aire. Parecía reticente a acercarse, aunque tampoco manifestó ningún deseo de alejarse de él. Newt se agachó junto a él y le observó largo rato, tendido al lado suyo como si estuviera esperando a que se acostumbrase a él. Sabía que había un alma dentro de ese ser volátil. Credence estaba ahí dentro.
—He venido a por ti —dijo entonces, con timidez entusiasta—. ¿O creías que me había olvidado?
La sombra se removió y distorsionó, y algo en el fondo del mago supo que eso era un de acuerdo. Newt procedió a abrir su maleta.
—Te prometo que es más grande de lo que parece —se explicó, sosteniendo entre sus manos la abertura del armatoste. La sombra se acercó levemente, inspeccionando el terreno. Newt se tuvo que poner la varita en la boca para poder abrirla propiamente, y dirigió al que una vez había sido Credence una mirada cómplice.
—Te dije que te podía ayudar. Sé que no parece un lugar muy apropiado, pero te prometo que es cómodo. No tienes por qué temerme, Credence.
La sombra hizo un atisbo de alejarse, pero parecía pensárselo un rato. En un instante, antes de que Newt pudiese parpadear siquiera, se había ocultado en el interior, huidiza de sostener la mirada del pelirrojo.
El mago tomó su maleta entre las manos y se teletransportó de nuevo, justo en el instante en el que las luces del tren hicieron aparición al final del raíl.
