Los personajes de Harry Potter no son de mi propiedad, sino de J. K. Rowling.
Este fanfic ha sido escrito para el reto "Amigo Invisible navideño 2016-2017" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Mi AI es Crislu ¡Espero sea de tu agrado!
El pequeño resplandor plateado
Primera parte
Odiaba esa diadema… ese pequeño objeto resplandeciente que ahora se encontraba en sus manos. Brillaba con una intensidad desmembrada como si la plata envejeciera al no permanecer junto a su dueña. El zafiro que concentraba la magia destellaba pequeños reflejos del sol que se colaban por las copas de los árboles del bosque frondoso. Se encontraba parada en un pequeño claro, esperando que algo le indicara donde dejarla abandonada. Una leve punzada de culpabilidad la había hecho frenarse de golpe allí, mientras rememoraba las pocas veces que su madre le había mostrado cariño.
Rowena nunca fue una mujer cariñosa, desde que tenía memoria su madre se la pasaba encerrada en su estudio rodeada de libros y artilugios. Helena solía colarse en su estudio sin siquiera que su madre se diera cuenta y la observaba por horas mientras realizaba hechizos sobre objetos resplandecientes. En el techo del gran estudio se podía ver el firmamento de estrellas, donde aprendió a ver los distintos planetas que rodeaban la tierra. A pesar de que se creía que era plana en el mundo muggle, Rowena sabia con detalle que el planeta era redondo como la joya que intentaba hechizar persistentemente. Helena nombraba cada una de las constelaciones y planetas que le había enseñado su madre con precisión y orgullo, y esta sonreía al ver que no fallaba. Los escasos momentos que estuvo con su madre de niña fueron siempre encuentros intelectuales, en donde ella aprendía y su madre recitaba con su voz áspera y precisa cada uno de sus conocimientos, esperando que su primogénita pudiera retenerlos todos; esos momentos eran sumamente preciados.
A lo largo del día revoloteaba por el castillo, sin mayor vigilancia que los fantasmas que rondaban y los pesados cuadros que adornaban las paredes. Había hecho un mapa mental de cada pasillo secreto, lo cual le sirvió de mucho en sus épocas de estudiante, en donde se dedicaba cada noche a escaparse al estudio de su madre, a recostarse en el frio suelo a ver el enorme firmamento. Sentía como si las estrellas la saludaran con una cálida sonrisa, y le contaran sus más íntimos secretos. En ese mismo suelo perdió su virginidad con un muchacho que no amaba, pero que le pareció el indicado, poco después ese pequeño desliz en su vida acabaría con ella.
Su madre logro hechizar el zafiro cuando ella tenía 12 años, llevaba un año estudiando en la escuela de Hogwarts y tal como esperaba su madre fue elegida en su casa. Los demás profesores, la miraban asombrados, al describir con precisión las soluciones a graves problemas del mundo mágico que antes nadie podía resolver. Sus encantamientos tenían mayor rango de complejidad y era capaz de estudiar en forma simultánea distintos temas. A medida que más conocimiento adquiría, mayor era el deseo de poseer más. Y la pequeña niña que alguna vez amo las lecciones de su madre, apenas se aparecía frente a ella, por miedo a sus ataques de ira al ver que el intelecto de su hija no era lo suficientemente desarrollado para entender sus teorías. Helena vio como la austera mujer que admiraba, se convertía en una máquina de conocimiento, sin ningún sentimiento más que el de la ambición.
Helena decidió evadirla cada vez más, a tal punto que apenas se cruzaban durante la semana, las cuales mayormente eran las clases que su madre impartía.
El día que decidió tomar la diadema, tenía 16 años, fue una tarde en que Helga Hufflepuff le pidió que hablara con su madre, ya que esta habría empezado a enfermar y que sería hora de que tuvieran una relación de madre e hija antes de que empeorara.
Helena decidió ir hacia sus aposentos, toco la puerta pero nadie atendió, así que con mucho cuidado entro a la habitación.
_Madre…_ un leve crujir de madera acompaño su llamado, pero este no fue respondido.
La habitación estaba totalmente vacía, las pesadas cortinas de color azul noche tapaban las largas ventanas, dejando escapar solo un pequeño rayo de luna que rozaba a la diadema de plata colocada en un estuche de terciopelo azul. Helena clavo sus ojos oscuros sobre esta, y pareciendo hablarle, la tiara la incitó a rozarla con los dedos, una electricidad recorrió su espina dorsal y por unos momentos se sintió sabedora de miles que incógnitas que alguna vez se preguntó.
Un leve sonido a chapoteo la devolvió a la realidad, su madre se estaba bañando y estaba por aparecer allí; en un momento de desesperación tomo la diadema y salió de la habitación, sin siquiera cerrar la puerta tras de sí.
Se encerró en su habitación y tras las cortinas del dosel de su cama la admiró por largos minutos. Luego con manos temblorosas se la puso sobre la cabeza y un mundo nuevo apareció frente a sus ojos. No es que los conocimientos fueran dados por la diadema, sino que lo que estaba dentro de su mente parecía conectar de manera adecuada para entender problemáticas que para ella, antes eran incógnitas. En un impulso, tomo sus libros y los coloco por toda su cama, leyendo párrafos sueltos de distintos temas, pero que se relacionaban perfectamente, dando claridad a todo lo que antes parecía un secreto oscuro. Sintió aquella ansiedad de seguir leyendo y leyendo, hasta que escucho los pájaros cantar fuera de su habitación, cayendo en la cuenta de que se había pasado la noche en vela, ofuscada en sus libros y la diadema. Se la saco reticente y se enlisto para ir a clases, sin embargo en cada tiempo libre que dispusiera, se escapaba hacia su habitación a observar la diadema cuidadosamente, la usaba por las noches mientras leía atentamente, durmiendo solo pocos minutos entre estudio y estudio.
_ Helena…_ escucho detrás de sí. Se encontraba en la entrada oeste del castillo, había ido hacia el bosque a buscar ciertas hierbas que sabía crecían allí, deseaba realizar pociones con ellas, había escrito un diario de 200 páginas de posibles alternativas a la poción multijugos, cambiando los sabores y disminuyendo los horribles efectos secundarios. Todo en solo una semana, una semana sin dormir. Ella se voltio de mala gana.
Un joven de tez blanquecina y nariz aguileña la miraba preocupado, sus ojos eran grandes y verdes y su cabello negro y largo se encontraba atado. Su túnica negra hacia parecer su piel aún más blanca.
_ Barón…_ dijo ella solemnemente haciendo una leve reverencia.
_ Helena... llámame por mi nombre. ¿O acaso no soy más de tu confianza?_ la joven lo observo por unos momentos. La última vez que lo había visto fue esa noche en que decidió vengarse de su madre perdiendo la virginidad en su despacho, donde las estrellas y planetas eran testigo de la humillación de Rowena Ravenclaw. Helena no amaba a ese joven, pero un gran cariño la unía a él, y nunca se arrepintió de darle su pureza a ese noble de grandes ojos verdes. Él la amaba más que nadie que hubiera conocido, con un ardor que no conocía. Para ella era desconocido el cariño de un hombre, no sabía nada de su padre, siquiera su nombre. Solo que él se había marchado humillado por el intelecto de su esposa, aun antes de que esta hubiera hecho la diadema. No sabía lo que era el amor, solo lo que había leído en libros y escuchado de sus compañeras. Su vida siempre floto alrededor de su madre, queriendo hacerla orgullosa, y el amor hacia un hombre se hizo algo difícil de creer. La obsesión de su madre era el saber, la obsesión de Helena era el amor de su madre. Y por los grandes ojos verdes que la miraban, la obsesión del Barón era la misma Helena.
_ William… ha pasado tiempo_
_ Una semana para ser exactos…_ el joven se acercó a ella y le acaricio el rostro, Helena se dejó hacer, más por lástima que por amor. _ Tu piel esta reseca y tus ojos tienen terribles ojeras… ¿Has dormido?_
Helena se tocó el rosto, no pudiendo recordar cuando fue la última vez que se vio al espejo, y con menos certeza aun cuando fue la última vez que durmió una noche entera.
_ No te preocupes… es por los exámenes. Hoy descansare como es debido._
_ Qué bueno… si hay algo que te acongoje no dudes en venir a mí, Helena. Yo lo resolveré inmediatamente._ William parecía preocupado y Helena no le dio mucha importancia hasta un mes después, que se vio postrada en una cama sin fuerzas, ya que ni siquiera paraba de leer para comer.
Pasaron días en los que ni siquiera salía de su habitación, mientras los ruegos de su madrina Helga acerca de ver a su madre se escapaban de su interés como la vida del cuerpo de Rowena. Su madre nunca dijo que su diadema había desaparecido, usaba una copia que no brillaba de forma tan intensa como la verdadera. Su cuerpo se veía cada vez más débil, y sus clases iban acortándose. Helena sabía que su madre estaba muriendo y se preguntó si el hecho de haber robado ese artilugio habría acelerado su enfermedad.
Una determinada noche, no pudo sostener los libros en sus manos, su cuerpo no respondía a su acelerado cerebro. Tratando de arrodillarse a recogerlos levanto la mirada y se vio en el gran espejo de plata de su habitación, aquel que por mucho tiempo olvido que estaba. Y vio un espectro, y ese espectro era ella. Había perdido mucho peso, su túnica le quedaba excesivamente grande, los huesos de sus mejillas resaltaban debajo de grandes ojeras negras. Su piel alguna vez de color de la leche ahora parecía ceniza y rugosa. Su cabello, largo y enredado caía sobre sus hombros huesudos. Helena se odio más que nunca en esos momentos, y se dio cuenta de que esa diadema podría matarla. Se odio a ella misma por no tener la fortaleza de su madre, al darse cuenta que esa sed de conocimiento no la controlaba de la misma forma que a ella. Y odio a su madre, por darse cuenta que ella si tenía la fuerza necesaria. Tomo la diadema con sus huesudos dedos y la arrojo lejos. Salió de la gran habitación y corrió desesperada por los pasillos. Esa noche se metió en las cocinas del colegio, y comió hasta desvanecerse.
A la mañana siguiente despertó en una habitación que no era la suya, al parecer, los elfos domésticos asustados llamaron a uno de los fundadores. Slytherin, la miraba desde el umbral de la habitación mientras el Barón sostenía su mano delicadamente. Helena rompió en llanto al verlo y este no dudo en abrazarla. La joven, lloro aun con más fuerza al darse cuenta que en ese abrazo no sentía nada.
Pasaron varios meses donde se quedó en los aposentos del Barón, su madre no parecía querer volver a hablarle, ya que las insistencias de Hufflepuff habían cesado. Seguramente se sentiría avergonzada, de su actitud al quedarse en las habitaciones de un hombre. Su madre era muy orgullosa y siempre pensaba en como la veían los demás. "Egoísta… maldita madre egoísta… Destruiré lo que más amas." Un odio profundo le quemo el estómago y una noche en la que pudo estar de pie, fue a su habitación, empacó todas sus cosas, junto a la diadema. Y dando una última mirada al castillo donde volvería solo después de su muerte, se desapareció dentro del frondoso bosque prohibido.
. . . . . . . . . . . . .
¡Espero te haya gustado Crislu! Hace muy poco que escribo y nunca se me hubiera ocurrido hacer una historia sobre Rowena y Helena, sin embargo Ravenclaw es una de las casas que más me llaman la atención. ¡Feliz Navidad y un próspero año nuevo! ¡Gracias por leer!
