La oscuridad poco a poco se adueñaba como la peste de sus corazones, el miedo, la desesperación, el vacío.

—Te ...amo—Susurró la pelirroja. ¿De qué serviría gritarlo? Él ya lo sabía, y la garganta de la chica apenas podía soportar el paso de la saliva.

Él miró a la mujer, que intentaba estirar su brazo y tocar su mano, la cuál desaparecía inevitablemente.

—Yo...—dudó, viendo la mano extendida había él, ¿era lo correcto?— también le amo, ...mujer. —Respondió, tal vez, estuviera equivocado y no la amara, pero estaba seguro que ella fue la qué más se acercó a ese, aún, extraño sentimiento que le era desconocido, que ella solía describirle con frecuencia en una sonrisa, para deleite de sus ojos, ella sonrió entre lágrimas, él sabía con certeza que lo amaba.

¿Tenía eso algún significado ahora?

Su cuerpo cada vez más se convertía en cenizas, que se desvanece y que el viento esparciría en Las Noches.

Y por más que Orihime intentó no llorar cómo una magdalena por él, no pudo, Ulquiorra-kun había cambiado sus expectativas, su forma de ver la vida, no con el notorio nihilismo en el que él se basaba para todo, pero había creído que por un instante lo había comprendido, en ese momento, dónde su mirada la penetraba y quedaba grabada en lo más profundo de su ser.

Verde.

Ulquiorra nunca expresó sentimiento alguno más que la crueldad, la indiferencia o el desagrado.

Verde.

Ulquiorra Cifer era único, y ella había tenido la dicha de haberlo amado.

Verde.

Verde, significaba vida, tal vez ella podría hacer algo para solucionarlo.

Verde.

Y lo haría.

Verde.

Nadie la conocía lo suficiente, nadie podía saber quién era en realidad ella.

Verde.

Tal vez no todo estaba perdido...