Chapter 1: Elsa White

Como cada amanecer, apenas entrando alguna luz todavía casi sin vida por la ventana de cortinas echadas, Elsa White se despegaba de su incómoda cama, carente de almohada, y se levantaba pesadamente, con las ojeras marcadas hasta el extremo de formarse sombras pronunciadas debajo de sus ojos, despeinada y con facciones inexpresivas. Se dirigía primeramente hacia su calendario, y en la semi penumbra, alcanzaba el rotulador permanente que tenía junto al escritorio de madera, retiraba el capuchón y emborronaba el día que apenas empezaba. Frotaba... lentamente, hasta el punto de incluso dejarse llevar por unos instantes, como si estuviera pintando un dibujo. Esa sombra del día tachado, (pues esa era su forma de marcar los días que iban pasando) resaltaba en el calendario que apenas se veía blanco, a causa de la semi oscuridad de la habitación.

Sin pronunciar aún gesto alguno en su rostro, se dirigía hacia el baño, para darse una ducha que la sacara de aquella ensoñación con la que solía levantarse. Se avecinaba otro día más en Preston, más clases en las que nunca o rara vez participaba (solo cuando los profesores lo exigían), en donde seguramente se sentaría de nuevo al fondo de la clase, pasando desapercibida para los demás. Eran las 7:00 en punto, y ella solía tardar generalmente un cuarto de hora en ducharse... y poco más en arreglarse.

Las mañanas eran tranquilas, (al menos hasta que salía de casa) y ella consideraba un tesoro empezar el día con el agua tibia recorriendo su cuerpo... despertándola, y al mismo tiempo adormeciéndola, alejando los pensamientos, y al mismo tiempo atrayéndolos... era su rutina diaria, que en cierto modo adoraba. Después se miraba al espejo... y con apatía todavía cepillaba su cabello rubio, que mayormente lo dejaba suelto al natural. Solía secársele rápido, así que rara vez lo llevaba mojado al instituto, sin contar las veces que las pesadillas no la dejaban dormir, haciendo que no descasase lo adecuado y por consiguiente terminaba levantándose con apenas el tiempo básico para ducharse y desayunar. Pero esta vez había ido bien, esta vez había dormido lo suficiente, se había levantado a la hora adecuada.

Ni siquiera se paraba a mirarse demasiado al espejo, y apenas hubo terminado de cepillarse el cabello, salía del baño y se vestía aún en la penumbra de la habitación. Le gustaba hacerlo así. Su estilo normalmente era sencillo, (para ellos, descuidado y vulgar) de faldas algo largas, camisetas y blusas mayormente, no demasiado despegadas del cuerpo. Su estilo era algo de lo que suele ser llamado como hippie. Ella no se preocupaba en exceso por eso, así que se dirigió al estante en donde estaba su bolso; lo cogió, metió algunos libros (los acordes según las asignaturas del día de hoy), se lo colgó a un costado del hombro y salió de la habitación.

Generalmente comía poco, pero por las mañanas se levantaba con un apetito voraz. Una tostada de pan de molde, un café solo y la luz apagada. Le gustaba no perturbar la tranquilidad que experimentaba a esas horas de la mañana, en donde aún no había jaleo de coches, ni de gentes, ni de su madre... sobre todo de su madre. Realmente se sentía en paz con esa luz tenue que apenas entraba por la ventana del comedor, el olor a café y el silencio, sobre todo el silencio, la relajaban... la hacían olvidar por un momento que estaba volviendo a despertarse, y a volver a la cruda realidad. Pero ella sabía disfrutar bastante bien de los pequeños placeres de la vida. Solía llevarse siempre un libro de lectura, era bastante bibliómana... y lo leía en sus ratos "libres". (Mayormente, todos en el receso) Solía estar en la biblioteca casi siempre, el único lugar tranquilo donde los que ella consideraba los "huecos" no entraban a menos que fueran apaleados, y ahí se pasaba la mayor parte del tiempo, informándose sobre algunos temas, navegando y vagando por aquellos rincones repletos de libros, cargándose de ellos, en la medida de lo posible. Miró con la taza de café casi a la mitad en la mano, el reloj que se encontraba colgado a poca distancia de la mesa en donde se encontraba desayunando. Las 7:30. Aún faltaba un poco para que ella tuviera que irse (las clases no comenzaban hasta las 8:00) pero solía irse veinte minutos antes, porque su madre se levantaba sobre a casi a esa hora. No quería encontrársela por las mañanas... eso era como romper del golpe todo el proceso de relajación que había conseguido, y eso sería devastador. Como ella...

Su madre, Helen White, era una mujer bastante peculiar. Se podría decir que delirante y paranoica. Solía vestir siempre de negro, no mostraba ni un poco de su cuerpo, solo la cara porque era estrictamente necesario si quería respirar, y hasta incluso eso se lo obviaba en gran medida en invierno, cubriéndose también las manos con guantes negros. Su concepto del pudor era simplemente eso... delirante, paranoico. Mayormente le reñía (si a eso se le podía llamar de ese modo) cuando Elsa usaba faldas más cortas de lo común (cosa que aún no había hecho, pero ella consideraba "corta" a una falda apenas un poco subida de la rodilla), inquiriéndola para que se cambiara...

Eso había causado serias burlas en los compañeros de clase, (y de las demás personas de Preston que la veían pasar) al verla tan sumamente tapada, vestida como casi en otro siglo, con una camisa azul oscuro, a rayas apenas visibles verdes botella, abrochada hasta el punto de asfixiarse, y con la falda haciendo ya prácticamente de saco...

Caminaba obviando como podía y con recelo contenido las miradas y las risas de los demás, los murmullos (casi todos ofensivos) que se hacían lejanos e inentendibles a medida que avanzaba en su camino hacia la entrada del instituto. Pasó tanta vergüenza y humillación ese día que decidió no volver a hacer caso a su madre nunca más, pero Helen tenía un carácter mucho más fuerte que el suyo, que apenas era casi sobrepasando a una niña, tenía dieciséis años. Su madre la miraba fijamente con ese brillo paranoico e inquisitivo en los ojos, y su voz entre ronca y estridente le estremecían los oídos, para después, si continuaba debatiéndole, dejar caer toda su fuerza en un golpe certero en su mejilla. Agradecía que fuera con la mano a veces... puesto que, cuando perdía el control a causa de su carácter demasiado obstinado, le golpeaba con libros, o con casi lo primero que tuviera más a mano. Ella la miraba con dolor, rabia y frustración en sus ojos azules, y salía corriendo mientras las lágrimas y los sollozos ahogados iban cayendo, camino a su habitación...

Así era a rasgos resumidos su paranoica madre, que como era costurera y además trabajaba en una tienda de confección de ropa, en más de una ocasión había alargado alguna que otra falda de Elsa, las que ella consideraba "cortas", dejándolas como prácticamente una enagua de mesa de estufa. Era por todo eso que procuraba no encontrarse con ella por las mañanas, aunque tuviera que caminar más, mucho más lento de lo normal para no tener que encontrarse la verja cerrada del instituto cuando llegase. Y solía caminar lento, solía disfrutar del aire fresco, mientras apenas empezaba a ser el cielo completamente azul, a veces arrastraba los pies... ella solía estar desconectada del mundo a esas horas. Y eso en cierta medida, le gustaba.

Se levantó de la silla procurando no hacer ruido, dejó la taza en el fregadero y miró de nuevo el reloj. Las 7:40. Solía irse a esa hora... así que, sin más, caminó hacia la salida... abrió la puerta y salió de casa.

No era demasiado pequeña, ni tampoco demasiado grande, aunque tenía dos plantas. Era acogedora, de estilo americano, con la fachada blanca y algunos reflejos azules, con algunas enredaderas de plantas enrevesadas en los canalones...

Tenía varias habitaciones, al menos tres, dos debajo y una arriba, ático y no una despreciable sala de estar. Pero Helen solía tenerla con unos adornos excesivamente religiosos (ella consideraba esos ideales como decentes y correctos...) y en penumbras, la mayor parte del tiempo.

Cuando ella salió, en efecto aún no había amanecido del todo... o si lo había hecho, había pasado poco tiempo desde que lo hizo. Empezó a caminar con pesadez, pero ya un poco más espabilada, entrando en el mundo de los vivos. El aire era más bien fresco, y eso que era casi finales de Mayo. Caminaba con tranquilidad, aún tenía tiempo antes de que empezaran las clases, y el instituto no quedaba demasiado lejos de su casa. Los coches ya habían empezado a cobrar vida y ya surcaban algunas de las calles, también las madres sacando a sus hijos de sus casas para llevarlos al colegio...

Uno de ellos, de cinco años, Bill Hopkins, solía ser bastante insolente. Casi siempre que la veía pasar, le decía algún que otro recurrente insulto, y ella trataba de controlarse para no abalanzarse sobre él y proporcionarle una buena colleja. Aunque eso supusiera problemas posteriores, pero ya estaba cansada de que todo el mundo la mirara con ojos raros casi todo el tiempo, su paciencia se había hecho pequeña. Agradeció no encontrárselo por ahí todavía, aún era muy temprano como para empezar a alterarse...

Y tras caminar un poco más, ya se estaba adentrando en el murmullo desenfrenado de alumnos que iban y venían, Preston ya se divisaba, a falta de cinco minutos para las 8:00. Ella bajó la vista y un poco la cabeza, agarró el asa de su bolso un poco más fuerte como acto reflejo, pero enseguida lo soltó, y se dispuso a seguir caminando sin más, porque no quería encontrarse con los huecos, que solían llegar a esas horas, derrochando popularidad y ropas cool. Con sus móviles de última generación y sus anécdotas de la fiesta anterior o de la fiesta futura. Ella pensó, sin poderlo evitar, al oír a otros murmurar acerca de ello mientras pasaba, que el fin del curso se avecinaba, y con él, el consecuente baile de graduación... al que, seguro, no tenía pensado ir.