Justicia

Por Victoria Muinesva Black


Disclaimer: El Potterverso le pertenece a J.K. Rowling.

Este fic participa en el minireto de septiembre para "La Copa de la Casa 2014-15" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


La primera vez que Isobel hizo llorar a alguien, fue cuando le habían robado la redacción de Aritmancia que tanto trabajo le había costado hacer. Enfrentó a la ladrona tras averiguar su identidad y le arrebató bruscamente el pergamino. Con furia, vio que la chica había tratado de cambiar el nombre de la redacción por el suyo y aquello encendió una llama salvaje en su interior. A gritos, y asegurándose que todos la oyeran, la llamó ladrona y estúpida por ser incapaz de escribir una redacción por su cuenta. Le advirtió que haría que la expulsaran y no le dio posibilidad alguna de defenderse.

Observó sus ojos enrojecidos, pero no paró de gritar y humillarla ante todos. Hasta ese momento, ningún prefecto o profesor apareció y eso le impulsó a seguir descargando su rabia ante tamaña injusticia. Solo cuando vio las lágrimas resbalar por sus mejillas se detuvo, pero no fue por compasión, sino porque de repente, se había sentido satisfecha al verla llorar. Había disfrutado silenciosamente al ver aquellas gotas mojar sus mejillas sonrojadas mientras las manos le temblaban.

Sonrió levemente, sabiéndose vencedora. Odiaba las injusticias y por eso no podía permitir que le fuera arrebatado su trabajo sin presentar batalla.

Isobel defendía lo suyo con uñas y dientes, como así también defendía a quienes quería, a los que le importaban demasiado. Al principio solo eran palabras vengativas, pero con el tiempo, las palabras se fueron transformando en hechos. Jamás olvidaba una ofensa, ni la perdonaba. Fue vengándose silenciosamente de cualquiera que le hubiera causado algún mal a ella o a quien quería. No le importaba lo que tuviera que hacer, y solía disfrutar con el terror que podía llegar a causar. Aquellos que la habían dañado no volvían a ser los mismos después de que su implacable justicia cayera sobre ellos.

Ante las ofensas e intentos de humillaciones, sus ojos adquirían un brillo peligroso mientras fruncía los labios con disgusto. Sin decir nada, haciendo creer a los demás que había perdido los deseos de defenderse, se marchaba. Ya no había gritos como antaño, ahora el silencio era su mejor aliado. Por las noches abandonaba su habitación, amparada por la oscuridad, en busca de quien la había traicionado o quien la había insultado cruelmente, para luego regresar al amanecer, dejando un reguero de lágrimas y sangre a su paso.