Creer o no creer, esa es la qüestión

Aún recuerdo esos ojos vacíos. Su pelo oscuro con el cual jugaban mis dedos a entrelazar sus mechones unos con otros. Su sonrisa perfecta con que utilizaba descaradamente para hacerme sonreír. Recuerdo despertar en sus brazos cada mañana rozando mis hombros con el perfil de sus labios. Esas encantadoras palabras susurradas en mi oído para hacerme callar cuando me enfadaba. Sé que no le merecía, que era demasiado para mí, pero le amaba, y en el fondo, sabía que él también me amaba. A veces sentía que me esquibaba y se excusaba diciéndome que debía alejarme de él, que una niña inocente como yo no debería meterse en líos peligrosos con un tipo así. No le entendía muy bien, o no quería entenderle, y yo me cabreaba y reñíamos, las discusiones de las cuales siempre acababan en que yo le recriminaba su comportamiento porque era diez años menor que él. Le tiraba en cara que si le parecía una cría estúpida podía irse a hacer puñetas, porque nadie le había obligado a quererme. Después de cada inútiles pero cada vez más reiteradas discusiones me calmaba diciéndome que no me preocupara, que cada vez que me comiera el coco por cualquier decisión, cuando necesitara un hombro donde llorar, alguien a quien amar, él estaría ahí, apoyándome. Un día sin avisar se fue, como quien deja de reír al pasarle algo malo, de repente. ¿Por qué me dejaste, aquí tan sola, queriéndote como el primer día? Pensaba que estábamos bien juntos, que esas frases de amor eran verdaderas, y no una falsa ilusión de mi imaginación. Pasaron tres años y lo volví a ver. Estaba con una mujer de su misma edad, de veintiocho años. Entonces, ¿y esas palabras que usaba para apaciguar mis miedos? Todas mentira. Pero no sentía odio, sentia rabia, traición, admiración por haberme mentido y haberse ido de rositas como nadie se había atrevido antes a hacerlo. Pero si tuviste ese valor para dejarme sin explicación, ¿por qué no me lo aclaras? ¿Por qué no me dices a la cara qué estuvo mal? ¿Acaso no te atreviste a decirme que era una mocosa para ti, que nuestra relación no tenía futuro? ¡Mentiroso! ¡Cobarde! En ese entonces yo sólo era una chiquilla de quinze años, pero te quise como nadie pudo hacerlo, por una vez no estuve más segura en mi vida de que estaba enamorada. Esa tarde nos cruzamos por la clara calle del Pintor Sorolla. Esos ojos negros caminaban a tu lado, cogidos de tu mano. Habías cambiado, pero a la vez yo también, hecho que hizo que no me reconocieras a primera vista. Yo, sin embargo, aunque hubieran pasado años y más años te hubiera reconocido como si fueses yo misma. ¿Qué sería lo que hizo alejarte de mí? ¿De tan poco te serví? Al poco de pasar cerca de ti, me encaminé a sentarme en un banco mientras bebía de un bote de coca-cola. Tú te giraste y te quedaste mirándome mientras esa mujer se interesaba por un escaparate de ropa. Sospechabas si compartía esa mirada contigo, pero yo la disimulaba mirándote a través de mis gafas de sol. Sé que hubo algo, una conexión, una especia de chispa.Y entonces es cuando, a partir de ahí, supe que empezaba el juego.