Once Upon A Time…

El Príncipe y El Dragón

Clasificación: MA

Advertencias: Universo Alterno. Slash. Drarry, sí, Drarry, con todo lo que ello implica, es decir, Harry es el uke, no al revés. Clichés (?), muchos clichés. Probablemente lemon en futuros capítulos.

Resumen: "Érase una vez vivió un Príncipe que se enamoró de un Dragón…"

Descargo de responsabilidad: Todos los personajes de Harry Potter son propiedad de JK Rowling y Bloomsbury/ Scholastic. Yo no soy dueña de nada

N/A:

Este proyecto participa en el festival Top!Draco 2016, celebrado por las paginas We Love Drarry y I Love Bottom Harry

P.D: He preparado un playlist que pueden escuchar mientras van leyendo, la voy a actualizar con cada capítulo. Gracias por leer…

…Y sus reviews, si dejan alguno xD

Aquí está el link, sólo quiten los espacios y listo trekkerst/ el-principe-y-el-dragon

Once Upon A Time…

El Príncipe y El Dragón

Érase una vez, en tierras lejanas más allá de nuestro entender, existió un mundo en el que hadas, ninfas, centauros y todo ser fantástico y mitológico vivía.

Gobernados por un justo y valeroso Rey y su leal esposa, todos los seres se mantenían en armonía. Los Reyes ansiaban tener descendencia, sin embargo por azares del destino la Reina era incapaz de concebir. Desolados, acudieron con una joven hechicera para que les ayudara en la búsqueda de su heredero.

Ella, con ayuda del oráculo de Delfos pidió la guía de los Dioses; éstos, al ver la tristeza de los Reyes, en su generosidad dieron la respuesta: "Alza un niño de cuna ajena. Noble y generoso lo hallarán. Marcado por el Rayo de Zeus, destinado a la grandeza, justo reinará" dijeron.

Jubilosos, agradecieron la ayuda de la hechicera y volvieron a su palacio no sin antes prometerle que ella sería la primera en conocer a su heredero.

Pasaron los años y ellos no encontraron al niño. Desesperados, regresaron con la hechicera pidiendo su guía; ella, completamente ajena a la desesperación de los Reyes, les aconsejó paciencia.

Afligidos y decepcionados aceptaron esperar. Serían pacientes.

Un día, lo que tanto ansiaban los Reyes, sucedió.

Un pequeño niño, no mayor a cuatro años, fue hallado en el jardín del castillo por la Reina. Ella, temerosa por la salud del infante, mando llamar a la hechicera. Ésta, en cuanto vio la pequeña cicatriz de rayo en la frente del pequeño, sonrió felizmente diciendo: "La profecía ha sido cumplida."

La Reina, al comprender las palabras de la joven salió en busca de su amado Rey y así, darle la noticia de que su paciencia había sido recompensada, sin escuchar una segunda profecía ser emitida: "Dos niños se reunirán al alcanzar la edad madura; uno bendito de Zeus, el otro maldito por Ártemis, ungidos serán por Afrodita pero la sombra que cabalga sobre un caballo muerto se interpondrá."

13 AÑOS DESPUÉS

I

—¡Corre, Hedwig!—gritaba un joven a su yegua. El viento jugaba con su cabello, alborotándolo y golpeándole el rostro, esto, más allá de molestarle le encantaba; amaba la sensación del aire chocando contra él.

Comenzó a aminorar la carrera, sus acompañantes habían quedado rezagados; sus caballos, más lentos, fueron superados por la yegua del joven. Era lo suficientemente veloz como para sobrepasar a las demás yeguas e incluso la mayoría de los caballos; sus padres se la habían regalado cuando cumplió los cinco años, había sido solo una potranca, tan blanca como la nieve que caía durante diciembre, y sus ojos de un profundo negro que cuando él los había mirado, fue como si ella leyera su alma misma.

Quitó una rama que obstruía su paso; entró en un nuevo camino y frunció el ceño con extrañeza. Se encontraba en una parte del bosque que no había visto antes. La poca luz que penetraba el grueso follaje de los árboles creaba un armonioso y hasta cierto punto, tenebroso paisaje. Cerca, corría un río; se acercó para que su yegua bebiera de él mientras bajaba de ella. Miró detrás de él y agudizó el oído intentando captar el sonido de cascos, lo único que escuchó fue la corriente del agua y la brisa del viento.

Suspiró con alivio.

Había perdido a sus acompañantes, no los odiaba pero en ocasiones quería simplemente estar solo, y en un palacio donde todos vigilan hasta el vaho que exhalas era prácticamente imposible.

Ese día había salido de caza; unos pobladores habían avistado un ciervo de catorce astas el día anterior y entusiasmados acudieron a su padre jurando no haber lastimado al animal y ofreciéndolo como distracción del joven Príncipe. Él, obviamente, había aceptado inmediatamente aunque la acción de dar caza a un ciervo no fuera su preferida, pero tanto era su anhelo por salir del palacio que no le importó tener que ser acompañado por los mismos pobladores y un par de guardias además de algunos amigos.

Lo cual lo llevaba hasta donde se encontraba, parado cerca de un río después de haber perdido a sus "cuidadores". Miró a su alrededor, a cada lado se extendían casi interminablemente un sinfín de árboles, grandes y pequeños. También había unas pocas flores, reconoció un par; lilas y lavanda, las favoritas de su madre. El jardín del palacio se hallaba repleto de ellas.

Volvió su mirada al río, del otro lado de este, un imponente Castillo de piedra se alzaba en toda su majestuosidad. Parecía abandonado. Era enorme, sin límite, las torres aparentaban querer alzarse por encima de las nubes y en las paredes, a través de una especie de neblina, apenas se alcanzaban a apreciar amplios ventanales plagados de polvo, cubiertos por pesadas cortinas que le daban un toque de misterio; sendos arbustos custodiaban la entrada, acompañados por grandes serpientes de piedra que se enroscaban alrededor de pilares. El joven decidió investigar un poco; ató a Hedwig (la cual ya saciada de tanto beber se había alejado un poco hasta encontrar un bocadillo), a un árbol cercano y comenzó a travesar las aguas, pero entonces, éstas se agitaron bajo sus pies dando lugar a un puente de piedra.

Ahora, más curioso que nunca se apresuró por él con pasos tambaleantes. Cuando estuvo del otro lado, éste desapareció. Asombrado, volvió la vista hacia el Castillo. Verlo más cerca le daba un ligero resplandor, como sí cientos de pequeñas hadas pulularan a su alrededor y dejaran los residuos de su magia detrás.

Los arbustos que cubrían la entrada se abrieron, cediéndole el paso.

Al llegar frente a las puertas de madera, éstas también se abrieron solas. Su mirada recayó en la chimenea donde un fuego había comenzado a arder, movió su vista hacia las paredes donde varias velas se encendían una a una; a su derecha vio una escalinata, tomó una de las velas con su mano y comenzó a adentrarse en el Castillo.

Subió los peldaños lentamente y llegó hasta un enorme comedor. Lo cruzó hasta el par de enormes puertas frente a él, las abrió y se encontró en un pasillo donde unos amplios ventanales dominaban gran parte de la pared. Caminó con lentitud, recorrió varias habitaciones, la mayoría salones vacíos hasta llegar a otras escaleras; sin embargo éstas se dividían, unas parecían llevar al siguiente piso mientras otras aparentaban regresar abajo. Dudo un instante.

Comenzó a bajar.

Llegó hasta unas puertas que fácilmente triplicaban su altura, sin embargo éstas no se abrieron solas como la mayoría de las anteriores; extrañado, abandonó la vela y empujó una de ellas para ver lo que estas escondían.

Lo que vio lo dejó helado.

Frente a él, un enorme Dragón se hallaba dormido. La sala era circular, rodeada de velas con escaso brillo como su propia habitación cuando había sido más pequeño y su madre le permitía mantener encendida una vela a la hora de dormir.

El Dragón estaba enroscado entorno a sí mismo, su estómago se alzaba con cada respiración y el aire que exhalaba era caliente. Era un Dragón albino pero la luz se reflejaba en sus escamas como pequeñas partículas plateadas; su cabeza parecía estilizada, sus alas aparentaban ser delicadas pero fuertes y su cola terminaba en una afilada punta.

"Hermoso" pensó el Príncipe.

El Príncipe dio un paso hacia el Dragón, acercándose. Una parte de él le decía que diera media vuelta y se fuera; que huyera del peligro. Sin embargo otra parte, su curiosidad, le decía que se acercara y despertara al Dragón. La mayoría del tiempo le hacía caso a ésta última, ¿por qué dudar ahora? Infló el pecho, ahora más determinado que nunca. Despertaría al Dragón…

¿Y luego?

Bueno, ya resolvería eso después.

Enfiló con seguridad a donde se encontraba la cabeza del Dragón, ninguno de sus pasos vaciló ni un instante. Alzó la mano y tocó el hocico de la bestia. Los ojos de ésta se abrieron de golpe.

El Príncipe solo tuvo un segundo para ver el mercurio derretido en los ojos del Dragón antes que éste se alzara en toda su altura y rugiera. El joven se echó hacía atrás con temor. La criatura era verdaderamente alta e imponente; media alrededor de 20 metros y sus alas sobrepasaban su propio cuerpo, éstas se agitaron creando una ráfaga de viento dentro de la habitación que hizo oscilar las velas. El joven volvió a alejarse de la bestia; alargó un brazo detrás de él intentando encontrar la salida sin girarse.

El Dragón, viendo la lenta huida del humano acerco su hocico a éste, haciendo que se detuviera por completo; paralizado por la cercanía de la criatura, tensó los músculos al mismo tiempo que cerraba los ojos y giraba su rostro en otra dirección, esperando lo peor.

No ocurrió nada.

Lentamente abrió los ojos volviendo su mirada al Dragón. Éste seguía frente a él, más sus ojos lejos de ser furiosos se encontraban recelosos; la curiosidad se hallaba en esos grandes orbes plateados. El Príncipe exhaló con lentitud, casi sin querer, como si el solo hecho de respirar fuese un pecado.

Sin apartar la mirada el Príncipe volvió a retroceder, la criatura siguió su avance con la mirada; pozos de mercurio fundido contemplaban cada paso del Príncipe. El Dragón alargó una pata. El Príncipe se tensó, sin embargo la criatura no hizo nada nuevamente; al menos hasta que el humano se moviera; ambos dieron un paso, uno delante y el otro atrás como el primer baile con un desconocido, lento y con gracia.

La extraña danza continuó hasta que la espalda del Príncipe toco la puerta, se detuvieron bruscamente. En la frente del humano se dibujaron pequeñas perlas de sudor delatando su nerviosismo, sin embargo la criatura no hizo más movimientos a pesar de ello, conectó su mirada con el joven mientras este contemplaba sus opciones.

¿Saldría vivo de allí? ¿Por qué aún no lo mataba la criatura? ¿Tanta belleza sería capaz de asesinar?

"Sí," pensó a esto último, "eso y más. Solo está esperando; aquí él es el cazador y yo su presa." Por su columna, atravesando hasta el último músculo, recorrió un escalofrío de temor haciendo que soltara un suspiro involuntario.

La criatura reacciono ante ello, bajó la cabeza hasta posicionarla a la altura del Príncipe y soltó una voluta de humo frente a él; su aliento se arremolinó alrededor del joven como si tuviera vida propia adentrándose en los pulmones de éste, calentando su frío cuerpo calando hasta sus huesos. La magia reconociéndolo.

El Príncipe huyó.

Afuera, la lluvia estalló de repente, con millones de gotas que se iluminaban de forma intermitente debajo de la cegadora tormenta, el sonido de los truenos retumbando con intensidad(1) sobre aquel bosque que en sus entrañas escondía un castillo, mientras la figura de un hombre se alejaba de aquel, dejando una estela de ramas caídas detrás suyo.

Dentro un Dragón adoptaba forma humana. El joven sonrió.

II

—¡Harry! ¡¿Dónde has estado?! ¿Qué ha ocurrido? Los demás llegaron hace horas, tu padre estaba por ir a buscarte —exclamó su madre en cuanto lo vio atravesar la entrada. Abrazó al joven con nerviosismo; sus manos revolviendo el cabello de éste intentando encontrar un poco de tranquilidad con el familiar gesto.

Harry Potter Gryffindor había sido adoptado por Godric Gryffindor y Helga Hufflepuff trece años atrás, lo encontraron en los jardines del palacio con una fea cicatriz en la frente, él nunca supo por qué o cómo ocurrió y tampoco acudió nadie por él, así que los siguientes años creció bajo la protección y cuidado de los reyes.

El palacio se había convertido en su hogar, los sirvientes lo amaban; antes de Harry, las habitaciones y jardines del castillo residían en total tranquilidad, una tranquilidad casi asfixiante, eso cambió cuando el pequeño llegó, con toda la exuberancia y alegría que sólo un niño podía mostrar. Harry siempre fue muy curioso; a la edad de 5 años ya conocía cada escondrijo, rincón, recoveco y grieta que podría tener el castillo, por lo cual sus padres habían permitido que el joven príncipe aprendiera a montar, entonces le regalaron a Hedwig. Los siguientes seis años fueron un borrón en la vida de la pequeña familia, la alegría siendo la principal emoción que los acompañaba; los reyes al fin habían encontrado al hijo que tanto ansiaban y Harry, a pesar de no recordar nada antes de ser hallado por la reina, era feliz al pensar en los reyes como su verdadera familia.

Aunque, si bien esos años fueron un camino de rosas, cuando Harry cumplió los doce fue presentado oficialmente como el joven príncipe ante los ojos de todo el reino.

Los siguientes cinco años, el palacio se convirtió en una especie de vaivén donde Harry era acosado tanto por princesas de otros lugares como por sus mismos sirvientes que querían su atención, pues no por nada el hasta en ese entonces príncipe adolescente era bastante apuesto, con sus increíbles ojos verdes, su mandíbula cuadrada y ese estilo despeinado que llevaba por cabello. Debido a ese pequeño inconveniente, como le gustaba pensar a Harry, él se escondía en su habitación, la biblioteca o hasta en los establos, sin embargo había estado tan acostumbrado a salir en los anteriores años, que el repentino autoencierro lo había llevado hasta casi subirse a las paredes ansiando salir.

Mientras que, por su parte, los reyes nunca le prohibieron salir al joven, tampoco lo alentaron sabiendo que era más importante que él comenzara a interesarse por conocer a alguna linda princesa e iniciar un cortejo, por ello efectuaban baile tras baile depositando de esa manera sus esperanzas en Harry. O al menos eso suponían hasta ese día.

—Hedwig tenía sed, por lo que busqué un río cercano—comenzó a explicar Harry; su padre había entrado en la habitación justo cuando él empezaba su justificación. El Príncipe, alejándose de los brazos de su madre, se acercó a un sillón; en cuanto se hubo sentado, sus bellas facciones se oscurecieron con extrañeza y un poco de duda— encontré un castillo abandonado a mitad del bosque y decidí investigar un poco…

El gesto de los reyes, que habían tomado asiento frente a Harry, se ensombreció cuando el joven terminó su explicación; el rey, poniéndose de pie con tanta brusquedad que golpeó la mesita baja entre su asiento y el de su hijo, eliminó la distancia que lo separaba del príncipe sujetando el brazo de éste con una mano y apretando fuertemente. Harry suprimió la mueca que se formó en su rostro transformándose en incredulidad; su amoroso padre, el hombre que le había enseñado a montar y aún le enseñaba cómo ser un futuro rey justo, lo estaba apresando con tanta fuerza cuando en todos esos años nunca se atrevió a ponerle una mano encima.

—¿Entraste al castillo? —gruño el Rey cerca del rostro de Harry; su agarre se hizo más fuerte. —¿Qué viste? Respóndeme.

—Yo…—tartamudeo desconcertado el joven. —Sí…N..nada —mintió. —No vi nada.

—No debes volver allí, ¿escuchaste?—el mayor frunció el ceño.

—Pero…

—No. —soltó el brazo del príncipe, giró sobre sus talones y se dirigió hasta una ventana cercana, cruzó los brazos en su espalda.

Afuera el viento rugía como si de una bestia se tratara, azotando las ventanas y haciendo crujir las ramas. El rey quiso creer que solo se trataba del clima, se negaba a pensar que su hijo era el responsable de esa tormenta, sin embargo, muy en el fondo, él sabía que era cierto. Con la mirada aún en la tempestad habló.

—Desde hoy tienes prohibido acercarte a esa parte del bosque. — le dirigió la mirada.

Su hijo y su esposa se encontraban en la misma posición, sentados en el amplio sofá. Él tenía el rostro pintado de incredulidad mientras la reina se mantenía al margen. Ella sabía que hablar en ese momento no sería prudente, su esposo ya había tomado una decisión y en lo que respecta a ella, era la mejor. No podían arriesgarse a perder a su hijo, probablemente eran egoístas en ese sentido pero habían esperado tanto tiempo por el joven como para solo tener trece años con él. Helga volvió la vista a Harry cuando este hablo.

—¿Qué?—gruño. Su padre nunca le había prohibido nada en todos esos años, ¿por qué lo hacía ahora? ¿Qué tenía ese castillo, aparte de albergar un dragón, para que le impidieran volver allí? Bueno, tampoco es que fuera suicida y quisiera regresar. Solo tenía curiosidad, era eso, curiosidad y nada más. Intentó convencerse. Frunció el ceño a su padre. —¿Por qué no puedo hacerlo? ¿Qué hay allí?

—Nada. No hay nada, son solo un montón de rocas a punto de desmoronarse por eso no puedes volver. Es peligroso para cualquiera.— la que había respondido fue su madre. La miró

¿Sus padres sabrían del Dragón? Y si así era, ¿por qué no se lo decían? Además, ¿por qué había mentido él? ¿Por qué negó haber visto a la criatura? Aparentemente Harry había fruncido el ceño más veces que en toda su vida, se mordió el labio, cavilando. Podría dejar el tema por unos días después volver a investigar o hablar con los sirvientes, pero solo con los que sabía no le dirían nada a sus padres lo cual sería un poco arriesgado teniendo en cuenta que la mayoría le servía fielmente a éstos. De pronto le vino a la mente el nombre alguien que no era realmente fiel más que a sí mismo. Esto le hizo sonreír ligeramente, si bien era un poco más osado que preguntarle a los sirvientes, no le quedaba de otra.

Les dio una última mirada a sus padres por si, por alguna razón habrían adivinado sus pensamientos, no lo hicieron. Su padre había vuelto a mirar por la ventana y su madre se encontraba mirando un punto fijo en la pared opuesta. Dudo en despedirse. No podía decir nada más porque se estaría comprometiendo a la palabra de sus padres. Bueno, seguía siendo el príncipe y nunca, bueno, casi nunca fue irrespetuoso con ellos.

Se levantó de su asiento. Dio media vuelta y se dirigió a la salida.

Severus Snape pronto recibiría una visita suya y no podría negarse, después de todo, Harry era el príncipe.

III

—¿Querías verme? —el hombre se giró al escucharlo.

—Sí. Necesito tu ayuda en algo.—

—Si esta en mis manos…

—Lo está

—Pues tú dirás.

El otro no respondió, se movió en la habitación; ésta era pequeña, un estudio oscuro, únicamente iluminado por la luz de la luna que se colaba por el ventanal y una diminuta vela encima del escritorio donde ahora se hallaba el otro. Afuera los árboles danzaban al ritmo del viento mientras Severus observaba al joven frente a él hurgar entre pergaminos.

A Severus Snape, un maestro de pociones, le había sorprendido la nota que su ahijado le había enviado pidiendo verlo. Y aunque no era extraño ver al pocionista adentrarse en el bosque, ambos sabían que era peligroso si veían al hombre mayor entrar al Castillo que allí se hallaba; sin embargo, muy pocas veces el joven le hacía llegar una misiva al mayor, por lo cual éste había tomado las precauciones necesarias y había salido lo más rápido que pudo al encuentro del otro. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el joven.

—Necesito que investigues a alguien, Sev — el aludido se sorprendió ante eso, ¿a quién y por qué querría investigar Draco? Snape frunció el ceño al joven. —No me mires de esa forma, no es tan descabellado como suena.

—Si no lo es entonces, ¿por qué no lo haces tú mismo?

—Me gustaría hacerlo yo mismo pero bien sabes porque no puedo hacerlo. — Draco suspiró alzando una mano con un pergamino en ésta. Severus miró al chico sospechosamente, tramaba algo, lo sabía; lo que le preocupaba al mayor era no saber cuan involucrado él estaría en ese plan. Entrecerró los ojos viendo como el menor anotaba algo en el pergamino. Lo vio erguirse y atraparlo mirándolo. Alargo la mano que tenía el pergamino. Severus leyó.

Su mirada se amplió ante lo allí escrito. Levantó la cabeza con rapidez

—¿Qué es esto, Draco?

—A mí me parece que es un pergamino, Sev. ¿No lo ves?

—No intentes jugar conmigo, niño—advirtió el mayor lanzando una mirada irritada al joven que frente a él, se dedicó a sonreír socarronamente; un dejo de diversión brillando en sus orbes plateadas.

—Mira, sólo necesito que averigües quién podría ser ese chico y…

—¿Para qué necesitas saber eso? —interrumpió Snape con sospecha.

—Es importante, ¿de acuerdo? Sólo necesitas saber eso por ahora…

Severus vio al joven mover incómodamente las manos, en su postura notó la tensión y pose defensiva de quien se prepara para arremeter al mínimo exabrupto. Sus ojos se entrecerraron hasta apenas parecer unas rendijas. Estudió al otro. No sabía para qué quería esa información, si bien el pergamino sólo daba ciertas especificaciones como color de cabello, altura y demás, Severus sabía con certeza a quién correspondían todas esas características. Las había visto desde hacía años, convivía con ellas, a su pesar, todos los días y sin embargo Draco nunca pidió nada parecido a lo que ese día quería. Snape suspiró. Sus dudas no le habían abandonado y aunque seguía queriendo saber los motivos de su ahijado, sabía que éste no soltaría prenda hasta conseguir lo que quisiera.

Durante el debate interno del mayor, Draco se había movido hasta el ventanal que se encontraba en la habitación; le había dado la espalda para contemplar la oscura noche de fuera. Desde ese lado del castillo se alcanzaba a vislumbrar una parte del río; la vista era dominada por la vegetación circundante. Algunos días desde allí se lograban ver pequeñas luces lejanas; la plaza del pueblo, según había dicho su madre, se hallaba repleta de farolas que dentro escondían diminutas hadas que al ponerse el sol iluminaban las calles. Hoy no era uno de esos días. Desde hacía unos días azotaba una tormenta que movía las copas de los árboles, jalándolos y estirándolos como queriendo acabar con ellos. Hoy ninguna luz parpadeaba en la lejanía. Se giró al escuchar la voz de su padrino.

—El chico que buscas se llama Harry Potter. Y es el Príncipe.

Mierda

IV

Los dragones son criaturas incomprendidas.

Leyó.

Estas inmensas criaturas suelen ser independientes ya que rara vez viven en comunidades, por lo general solo se les puede ver en pares cuando es la temporada de "celo". Los lugares que frecuentan son alejados de las grandes poblaciones, como altas montañas o bosques profundos. A menudo se les suele tachar de agresivos pero ellos solo protegen sus tesoros o crías. También poseen una gran belleza, en ocasiones esta es tanta que sus presas caen bajo un embrujo de "amor eterno".

En este punto Harry alzo la mirada y la fijo en un lugar cualquiera sin verlo realmente. Meditó en lo que acababa de leer, él no había visto un dragón antes, ni siquiera se había interesado en ellos, a él le gustaba más salir y ver el mundo, no sentarse a leer sobre el de otras personas. Sin embargo se preguntaba si el autor de dichos pergaminos habría estado tan cerca de un dragón y mantener su serenidad como para poder escribir el texto.

Quizá solo sea yo, pensó.

Cerró el libro con la creciente sensación de sentirse estúpido, por Merlín, estaba buscando libros sobre dragones, ¡dragones! Se dejó caer contra el respaldo de la silla en una pose para nada principesca, si su madre lo viera en ese momento, lo reñiría por la etiqueta. "Un príncipe no se comporta de esa manera", bufó de solo imaginarla. Pero, hasta cierto punto, su postura le daba cierto confort, desde que había alcanzado la edad para casarse, sus padres lo habían presionado, en cierta manera, para que mejorara sus modales y asumiera más responsabilidades. Y luego estaba la cuestión del dragón.

Volvió a mirar el libro.

Había algo en ese dragón que no cuadraba con lo dicho en el libro, para empezar, se encontraba en un castillo a mitad de un bosque cercano de un pueblo, ¿qué criatura que se supone "frecuenta lugares alejados de las poblaciones" estaría cerca de una? ¡No tenía sentido!

Harry frunció el ceño; después de la semi plática con sus padres, donde le prohibieron ir al castillo del bosque (seguía sin superar que se lo prohibieran), había esperado dos días para ir a buscar a Severus Snape, sólo para regresar abatido por no encontrarlo.

Buscó por todos los posibles lugares que pudo haber pensado y en ninguno estaba. Era como si se hubiera desvanecido en el aire o algo así, porque incluso los sirvientes a los que preguntó dijeron que no le habían visto en varios días. Fue entonces cuando Harry había tomado la decisión de buscar en la biblioteca, aunque debió ser muy, muy cuidadoso ya que Madam Pince, la señora encargada de cuidar la biblioteca y los libros de ésta solía pasarle informes a su padre de los libros que él leía.

Así que allí se encontraba, sentado en uno de los rincones más alejados de la biblioteca con varios libros a su alrededor, varios de estos hablaban sobre las tradiciones matrimoniales y de esa forma si alguien se acercaba diría que quería aprender cómo tratar a su futura esposa mientras que los libros sobre dragones estaban bien escondidos entre los demás.

Suspiró cansado.

Realmente se estaba comportando estúpidamente, debería olvidarse del tema del dragón y seguir con su vida, pero cada vez que lo intentaba recordaba esos ojos plateados y la sensación de su aliento arremolinándose en torno a él. Se estremeció.

Juntó los libros de la mesa mientras se levantaba, dejaría por ahora su búsqueda, al menos hasta obtener respuestas de Snape porque mientras más leía, más preguntas saltaban a su mente, sin embargo lo más importante hasta ahora era: "¿qué hacía ese dragón allí y por qué Harry no podía sacárselo de la mente?"


N/A: ¡Listo! ¿Me ha quedado muy mal? Siento los clichés, pero realmente quería leer algo como esto, aunque para poder escribir esta historia tuve que hacer mucha investigación sobre los dragones, sus características y ese tipo de cosas. He hecho una lista de las más importantes:

· Color: Draco es un dragón blanco con vetas plateadas; según algunas páginas de internet la clasificación de los dragones es respecto al color de sus escamas y en este caso el blanco representaba a un ser "malvado" y el plateado al "benévolo"; teniendo eso en cuenta Draco no es malo pero tampoco bueno, pues está en un nivel intermedio.

· Inteligencia: Draco es muy astuto e inteligente (¡ES UN SLYTHERIN!). "Los dragones blancos tienen una inteligencia baja"; eso no es verdad en mi historia, para nada, sino me creen vuelvan a leer lo que está entre paréntesis o, en su defecto, la historia.

· Edad: Draco tiene la misma edad que Harry; tengo entendido que la altura de los dragones y también su magia dependen mucho de la edad, bueno, eso no lo cambié, permanece igual en la historia. Por lo cual, él es un dragón joven sin mucha experiencia con su magia a pesar de que esta sea fuerte.

(1) DIARIO DE UN ZOMBI. Sergi Llauder