Capítulo I

Culpable de tu lejos

La habitación estaba casi vacía. Solo un deteriorado butacón frente a la chimenea crepitante, una mesa repleta de tinteros vacíos y pergaminos sin terminar de escribir, y un olvidado tocadiscos que sonaba desde un rincón.

Remus Lupin no se preocupaba por el aspecto de su apartamento. No le interesaba cuidarlo, arreglarlo, llenarlo de cosas que le dieran vida, ya que solo él las vería, cada día, cuando regresara del trabajo. Y no le importaba. Estaba parado frente a la ventana que daba a la calle. Observaba el rápido movimiento de la ciudad. Parecía que la cuidad nunca dormía, no descansaba, era un rápido vaivén de gente y vehículos, en un desordenado orden. Las gotas de lluvia golpeaban con insistencia los cristales, la calle y los transeúntes de la descolorida ciudad.

Se alejó de la ventana, con el ceño fruncido y la vista perdida. Se sacudió una inexistente arruga de la túnica y se acercó a la mesa, ojeando los pergaminos que se hallaban sobre esta. Una interminable lista de documentos de la Orden a organizar. Informes completos que habían presentado los aurores que pertenecían a la Orden, sobre el actual funcionamiento del Ministerio de Magia. Comenzó a leerlos, uno por uno, mientras los iba apilando en carpetas distribuidas a lo largo y ancho de la desvencijada mesa. Inevitablemente sonrió, al levantar un pergamino que llevaba una firma demás conocida para él: N. Tonks. Sonrió, y llevó el pergamino a su cara. Lo olió, con una mueca de cariño en su rostro. Definitivamente, olía a ella. Ese olor que se calaba en lo más profundo de sus huesos. Olor a vida, a dulce… olor a rosa.

Soltando bruscamente el pergamino, se llevó las manos al cabello entrecano, revolviéndolo insistentemente. Siempre era igual. Su mente lo traicionaba y evocaba los recuerdos de ella. Lo desequilibraba, lo distraía. No sabía cuando había comenzado, quizá, en una de las mil veces que ella le dijo cuanto lo quería, quizá, en alguno de sus abrazos furtivos esquivando besos inevitables. No sabía decir con exactitud, en que momento se había enamorado de esa mujer, ni en que momento la había alejado. Se reprendió mentalmente, tratando, inútilmente de sacarla de sus pensamientos, al menos por un rato. Pues sabía, que cuando las luces de la cuidad comenzaran a titilar débilmente, y las parejas pasearan de la mano por las mojadas calles, volvería a pensar en ella, como de rutina, y a sonreír como un bobo… y en los casos más extremos, una lágrima de locura resbalaría por su mejilla…

Pero no ahora. Así que se dirigió hasta una habitación continua, la que era su desordenada cocina. Echó un vistazo alrededor, y se sorprendió de su propio desorden. La vajilla de varios días en el fregadero, las bolsas de las compras desparramadas por el suelo junto con migajas de pan viejo. Una sonrisa de disgusto surcó el rostro de Remus. Vivía en esa casa desde la muerte de Sirius, y no estaba seguro de haber ordenado alguna vez en esos meses. Mañana lo arreglaría, un par de hechizos y estaría listo, pero no ahora, no tenía ganas, lo haría mañana, nada más levantarse. Preparó café, le llevó un buen tiempo dar con el azucarero, que estaba perdido entre la montaña de basura.

De vuelta en la sala, fue hasta el tocadiscos y puso un viejo disco de música Jazz. A Remus le gustaba el Jazz, siempre le había gustado. Le producía una sensación extraña en todo el cuerpo, mezcla de paz y excitación. Le gustaba cerrar los ojos y dejarse llevar por el sonido de algún saxofón delirante. Recordaba que en sus años de colegio, Sirius siempre se quejaba de la música de Remus, que los torturaba con extensas horas de jazz y calma. A Sirius no le gustaba, y la venganza llegaba a la mañana, que lo despertaba con un copilado de Rock and Roll para locos.

Una mirada triste se reflejó en su rostro. Extrañaba aquellos tiempos, cuando todo iba bien, cuando eran inocentes y divertidos. Cada uno con sus pasiones. James loco por Lily, Remus con su música jazz y sus libros, y Sirius con su alocado rock y su motocicleta y sus conquistas.

A ella también le gustaba la música rock. Siempre iba tarareando alegre, una de las tantas canciones que Remus no conocía. Siempre llevaba una de esas remeras tan poco femeninas, con nombres de bandas, la mayoría muggles, pero que le gustaban de solo verlas en ella, en su camiseta, y creía que podía hacerse el fan número uno de esas bandas. Pero no le gustaban. Y a ella no le gustaba el jazz: '¡Oh! Es un poco… aburrido, ¿no crees?', había dicho el día que Remus se lo enseñó.

Y ahí estaba, con sus treinta y seis años, pensando en ella otra vez. Con la taza de café durmiendo tranquilamente en sus manos, y aún parado frente al tocadiscos. Caminó hasta la ventana, una vez más, y miró al exterior. La lluvia había cesado, y la noche estaba llegando.

En ese momento, un chisporroteo en las llamas lo sacó de su estado ausente. Una cabeza apareció entre el fuego verde. Era Arthur Weasly.

.- Remus, tenemos una reunión urgente de la Orden. Nos acaban de informar que los mortífagos organizan una emboscada en un barrio muggle. Ven al cuartel rápido, no te demores.

.- ¿Ya están todos avisados? – preguntó Remus mientras dejaba la taza con el café que nunca tomo y cogía su capa de viajes.

.- Sí, ya están todos en camino – y sin decir más, la cabeza de Arthur desapareció.

Ya con la capa encima, y con la varita en uno se sus bolsillos, Remus caminó hasta un callejón cercano para aparecerse en la desolada plaza de Grimmauld Place. Caminó hasta situarse justo entre el número once y el trece, y pronunció las palabras de hechizo fidelius. Una vez dentro, pudo escuchar las voces provenientes de la cocina. Pero una apagada risa, hizo que su corazón se parara por momentos y sus pies no respondan. Era la risa de ella, la risa de Tonks, y los nervios se apoderaron de Remus.

Se dirigió a la cocina donde ya se encontraban la mayoría de los miembros. Con una gentil inclinación de cabeza y un leve 'buenas noches', tomó asiento al lado de Dumbledore, que le dirigió una amable sonrisa. No pudo (o no quiso) evitar fijarse en ella. Estaba sentada justo en frente de él, con la vista perdida en algún punto de la cocina, el cabello sin brillo y de un castaño muerto. Una punzada de remordimiento atravesó a Remus, se sentía culpable. Culpable por verla así, y no atreverse a hacer nada. Culpable por quererla, y por lastimarla. Culpable de su lejos…

Sus miradas se cruzaron un segundo, y pudo distinguir rencor en sus ojos grises. Esa no era Tonks, no al menos la que él conocía. La muchacha alegre, traviesa y despistada, que siempre tenía la sonrisa dibujada en su rostro con forma de corazón, y con el cabello brillando de un color rosa chicle. Ésa, definitivamente, era su Tonks. Pero había quedado atrás, hacía tiempo, cuando él, por milésima vez, la había rechazado, con excusas vacías.

La voz de Dumbledore opacó el cuchicheo. Lugo de una infinita cantidad de agobiante información, y de acordar los planes de ataque, finalizó la reunión. Todos se marcharon, Remus se quedó, no obstante, sentado donde estaba mirando a la cocina con un aire ausente. El número doce de Grimmauld place no era lo mismo. Ya no era igual, desde la muerte de Sirius, era, si podía, más lúgubre y muerto.

.- ¿Te encuentras bien? – escuchó que le preguntaba Molly a Tonks, que se había quedado quieta, con la mirada acusadora fija en Remus.

.- ¡Oh! Sí, claro, sí… estoy bien, Molly – y tras la contestación nada convincente de Tonks, Molly dirigió la mirada a Remus, y comprendió algo, porque con una sonrisa y un gesto de disculpa, salió de la cocina del número doce.

Y estaban solos. Pero no se asombraban, ambos habían buscado esa soledad. Ambos querían hablar, tenían cosas que decir desde su último encuentro, cuando Tonks se había ido echa una furia, diciéndole que se olvidaría de él, si era lo que quería, pero sabiendo que sería imposible. Se miraron un momento, incapaces de hablar.

.- ¿Cómo te sientes? – y tras decir aquello, Remus se reprendió mentalmente. Le parecía la pregunta más estúpida que podría haber formulado en ese momento. La mirada de Tonks, confirmó lo que pensaba.

.- ¡Genial! – dijo con evidente sarcasmo en su voz – Los mejores días de mi vida, de verdad… como ahora, nunca.

.- Nymphadora… - comenzó a decir Remus, con un tono que rayaba la súplica.

.- Tonks – lo cortó.

.- Yo… de verdad, lo siento. – y bajó su mirada, incapaz de mantenerla fija en esos ojos que lo miraban acusándolo – Es lo mejor…

.- ¡Oh! Claro… si, creo que ya me lo habías dicho Remus. Que es lo mejor para… ¿Para quién, Remus? ¿Para quién es lo mejor esto? ¿Para ti? Porque puedo asegurarte, que para mi no es lo mejor – dijo Tonks con una evidente molestia en su tono de voz. Estaba irritada, enfadada, dolida… y lo peor de todo, decepcionada del hombre que estaba frente a ella.

.- Ya hemos hablado de esto… y creo que habíamos tomado una decisión adulta, Tonks – Remus la miraba con mortificación. No quería hacerla sufrir. No quería pasar por lo mismo de la noche anterior, la misma discusión, las mismas palabras hirientes. No sabía si sería capaz de rechazarla nuevamente, no mientras miraba sus ojos tristes y su pelo descolorido.

.- ¿Qué habíamos tomado una decisión adulta? – estaba enfadada, y se notaba. Se paró enfurecida, derribando la silla y golpeó la mesa con indignación y varias tazas temblaron – Lamento recordarte, Lupin – pronunció el apellido con resentimiento, mientras las lágrimas empañaban su visión – que la decisión la tomaste tú solito, no me preguntaste si estaba de acuerdo, y no me dejaste decidir. Y ¿adulta? ¡Oh, vamos, Remus! A mi no me parece que tu decisión haya sido adulta, lo hubiera sido si hubieras tomado riesgos, si hubieras enfrentado lo que sientes… pero ¿hiciste eso, Remus? ¡No! Te has comportado como un crío encaprichado – y ya era casi imposible contener las lágrimas – Si solo… si solo entendieras que no me importa nada… que te quiero…

El rostro de Remus estaba impasible. No, no tenía razón ella. Él había echo lo mejor para ambos, aunque ella no lo comprendiera, con el tiempo se daría cuenta del error que hubiera sido entablar una relación. Este dolor que reflejaban sus ojos, se iría con el paso del tiempo, ya no lo atormentaría… ya no. O de eso trataba de convencerse, cada vez, con menos convicción.

Tonks lo miró, esperaba una respuesta. Esperaba algo. Tal vez… una disculpa. Tal vez, que le dijera que sí, que quería estar con ella… que la quería, que había sido un crío caprichoso cuando le había dicho que no podían estar juntos y le había dado un montón de razones sin sentido, que ella desbarató al instante. Tal vez simplemente esperaba, que no la dejara ir así, sin más. Pero no. Remus no hizo nada de lo que ella esperaba. Se limitó a mirarla con tristeza, con resignación y no dijo nada. No hizo nada. Así que se dio media vuelta, tratando de ocultar las lágrimas que ya se escapaban de sus ojos, y caminó hasta la puerta. No le importó llevarse dos sillas por el camino, ni que su hombro colisionara con el marco de la puerta, haciendo que rebote hacia atrás. No le importó que las lágrimas se fueran de sus ojos, ni le importó el débil 'Dora' que suspiró Remus cuando ella se iba.

No le importó, y quería que ya nada le importara. Ya en la calle, con el frío de una noche de noviembre envolviéndola, no le importó llorar y gritar de indignación. Esperaba, en el fondo, que Remus apareciera detrás de ella, pidiéndole que se quede y que la desarmara con un beso, que nunca le había dado. Pero eso no iba a pasar. Y odiaba que fuera tan cobarde. Y en ese momento, no le importó odiarle. Y odiaba amarlo.

Se apareció en la sala de su apartamento. Un ambiente acogedor, pequeño, pero vivo. Encendió la chimenea y se encaminó a la cocina, dispuesta a preparar un café. Trastabilló un par de veces antes de llegar al lugar, y soltó una cantidad de improperios, mientras se secaba las lágrimas escurridizas y rebeldes, que aún se escapaban, de a una. Preparó su café, sin mayores contratiempos y encendió su equipo de música muggle, puso un disco de Deep Purple a todo volumen. Una buena dosis Rock y se calmaría en un instante.

Pero luego de una hora de dar vueltas en su cabeza, y de unas veinte canciones de rock, Tonks seguía sin pensar en otra cosa que no fuera Remus. Y su mal humor aumentaba y sus ojeras también lo hacían. Era tan condenadamente terco. Ella sabía que la quería, lo notaba. Si al menos él no le diera tantas esperanzas, con su mirada. Porque esos ojos color miel, que se escondían detrás de un velo de vejez prematura y amargura, brillaban cuando la veían, y ella lo podía notar.

Sólo le quedaba esperar y confiar, en que algún día se daría cuenta de lo mucho que la quería, tanto como ella a él, y ese día… ella sería la reina, sería feliz, y sería nuevamente Tonks. Y así, se quedó dormida, entre un montón de esperanzas sin fundamento y la música rock sonando tenuemente en su inconsciente. Y soñó con su cuento de hadas.

Pero los sueños duran lo que un rayo, y a la mañana, cuando una lechuza golpeteando la ventana la despertó, la realidad cayó nuevamente sobre sus ojos. Y no estaba su príncipe, y la vida seguía igual. Lejos de él.

Se levantó con pereza. Sin querer se había quedado dormida en el sillón, la taza de café en el suelo derramada, y las contracturas en todo el cuerpo. Hizo una mueca de dolor al sentir como crujían los huesos de la columna. Despotricando a diestro y siniestro, con su mal humor matinal, fue hasta la ventana donde la lechuza golpeaba aún. Desató la nota que esta traía.

Tonks:

Lo siento…

Espero no despertarte. Que tengas un buen día.

Remus J. Lupin.

Y con todo su mal humor a flor de piel, estrujó la nota en su mano, mientras espantaba a la pobre lechuza que salió volando a toda prisa de allí.

Y Tonks no tuvo un buen día. Todo lo contrario.

Pero esa no había sido la intención de Remus. La noche anterior, luego de haber echo lo que le pidió Dumbledore para la orden, y cuando estaba nuevamente en su vacío apartamento, no pudo hacer otra cosa que reprenderse por como la había tratado. Había visto las lágrimas en sus ojos, pero prefirió no tomar cargo. Como siempre, viviendo a medias, ni si, ni no. Ni bien, ni mal. Simplemente a medias. Sin tomar responsabilidades en cuanto a las cosas importantes realmente. Y Tonks le importaba, y la había dejado ir, y ese pensamiento lo atormentó durante toda la noche, impidiéndole pegar un ojo.

Y esta mañana, cuando las ojeras estaban por el piso, había tomado una decisión, a medias. Iba a disculparse. Un 'lo siento' que abarcaba más de lo que Tonks imaginaría. Lo siento, por todo, por lastimarte, por lastimarme, por dejarte ir, por retenerte y por no tenerte.

Así que ató la nota a la lechuza, y comprendió que no quería una vida con ella… ni una sin ella.


Bueno… wow, que locura. Este será ( o eso espero) mi primer fict largo, jejeje… o sea mi primer no-oneshot. Realmente espero que les haya gustado este capítulo, es un poco a modo de prueba, a ver si gusta o no. Solo lo voy a seguir si es bien recibido, jejeje… y no es extorsión, es que los rr hacen feliz!! Y yo quiero un fict con rr!! Asi que ya saben, me hacen saber que tal, que este es mi primer Remus-Tonks y que me hace mucha ilusión!! La idea ya está, al igual que el segundo cap, así que depende de ustedes y sus lindos rr!!

Jajajaja… bueno, espero sus comentarios. Muchos besos desde Uruguay.

Besos, besos, abrazos… y me dejan un rr!! Jajajaja (tampoco se sientan amenazadas…)

Lucy Diamonds.