P r u r i t o

Capítulo I: Palabras más


—Y la razón por la que los he llamado, es un hecho que me preocupa hace algún tiempo.

Videl cruzó las piernas. Se mantuvo estática, casi como una estatua callejera que solo por un par de zenis provocaba alguna expresión a los transeúntes. A su lado, el consorte solo irguió la espalda un poco más, acomodándose en el asiento, absolutamente impávido. Al parecer, su modo de actuar sólo era producto de la experiencia: no por nada había visto el posible final del mundo más de un par de veces, manteniendo la cordura debida.

La mujer de delantal verde frunció el ceño de forma imperceptible, tal como si no supiese continuar las palabras recién hiladas. Se quedó cocinando una idea por un par de segundos y luego quebró el contacto visual con los padres presentes para buscar algo en una de las gavetas del escritorio. Tanto se empeñó en el asunto, que se agachó de súbito, desapareciendo tras el mueble de color marrón.

Dicho acto, solo provocó que tanto Gohan como Videl cruzaran miradas interrogantes. Pan nunca les había causado un dolor de cabeza serio. Menos en el jardín de niños. Y tanta parsimonia pedagógica los hacía imaginar una sentencia del tamaño de un juicio de guerra.

Antes de que Satán moviese los labios con empeño de hablar, un sonido hueco los interrumpió: la profesora había dejado sobre la mesa un montón de papeles de gran tamaño, para luego proceder a hojearlos en búsqueda de algo desconocido.

—Verán... hace algunos días, les pedimos a los niños que dibujaran su momento preferido del fin de semana.

Nuevamente un cruce de miradas marital. En realidad, Videl estaba ansiosa. Ya era como la tercera vez que se autocensuraba para evitar que algo insurrecto escapara de su boca, algo así como diga de una vez lo que sucede, para qué tanto rodeo. Pero ya estaba entregada. Ayer, cuando recibió el mensaje de manos de su hija pequeña, minutos antes de servir la cena, decidió acudir a la cita con una actitud impertérrita, pese a la sentencia de la menor: "la profesora quiere verte. A ti y a papá, dijo que les quiere decir algo importante".

—Y bueno, como pueden ver, hay trabajos muy bien hechos...

Gohan recibió un dibujo de un balancín y muchos palotes. A Videl le tocó otro papel con un círculo café y manchas azules alrededor, que decidió era un bote en el agua (o un par de garabatos, en realidad). O algo así. Esta vez, no hubo necesidad de establecer algún contacto visual con su marido, quien por su cuenta, comenzaba a inferir que los palotes no eran más que una familia muy delgada de un compañero de Pan, que seguramente desconocía.

—Y éste, es el de su hija.

Ambos levantaron la mirada para recibir una hoja en sus manos. Satán procedió a acercar su silla a la del saiyajín, para observar juntos el retrato. En él, aparecía un hombre altísimo, de pelo electrizado, con lentes. Al centro, un ser diminuto que con suerte llegaba las rodillas del anterior. Y a la izquierda, finalmente, un tercero de altura razonable (no le llegaba ni a la cintura de primero), con una sonrisa y zapatos de tacón.

Videl miró a Gohan extrañada. Para ser sincera, con toda la introducción anterior de su anfitriona académica, esperó ver algún monstruo de ávidas proporciones, cruces invertidas, sangre esparcida en brazos cortados, niños de ocho ojos y cosas así. Sin embargo, su vista sólo contemplaba a su familia el fin de semana anterior, la cual, a no ser por las proporciones de altura, estaba muy cercana a la realidad. El hombre a su lado pareció concordar con sus pensamientos, y se limitó a devolverle el gesto, alzando una ceja.

Ambos retomaron sus puestos y observaron a la profesora. Esta lucía nuevamente firme tras el escritorio de madera, con las manos entrelazadas en el centro. Videl trajo a su mente aquellas veces en la secundaria cuando pasó por situaciones similares, especialmente cuando hubo de golpear a uno de sus compañeros, harta de comentarios sobre ella y su padre. La imagen de hoy no difería demasiado: un amplio salón de madera, un ventanal que entregaba un precioso haz de luz por el lado izquierdo, una muralla repleta de diplomas, una alfombra de color verde botella y una amplia biblioteca que daba el toque final de recinto educacional.

—¿Y? —la mujer de lentes habló, a simple vista harta de esperar alguna reacción parental.

¿Y?, Videl se repitió a si misma. Esta vez bajó la mirada cubriéndose el rostro. Estaba a segundos de pedir a viva voz el término de tanta parafernalia. Gohan permanecía serio, a simple vista, pleno guardián de su ánimo.

—Bueno... —suspiró, subiendo sus lentes con el dedo índice— ¿no les parece especial el background del dibujo? —tomó la hoja por sus bordes y se las mostró nuevamente a los padres— ¡Están volando!

Videl se quedó con la boca semiabierta mientras su cabeza realizaba una conexión esclarecedora del asunto. Posteriormente, intentó urdir unas palabras, mirando fijamente la obra de su hija.

—No veo nada de malo en que nuestr... —antes de que pudiese continuar, la maestra la adelantó.

—El dibujo tenía que exponerse frente a todos sus compañeros de clase. Y Pan salió adelante comentando que su momento preferido de todos los fines de semana era cuando salían a volar con su familia por los alrededores de su hogar.

Nuevamente otro silencio. Videl cerró los ojos e inspiró, dando un toque final a la unión de cabos mentales. Una especie de resabio apareció bajo su paladar. Pasó una de sus manos por la frente, pensando el número de veces que habían hablado del asunto en casa con su hija. En realidad, perdió la cuenta. Un año había pasado desde que Gohan le hubiese propuesto de buen modo que la educación de Pan se realizara en casa, tal como la recibió él en su momento; y sólo cuando fuera adolescente, trasladarla a una escuela de la ciudad. Sin embargo, ella prefirió desde un comienzo que Pan se relacionara con pares de su edad desde pequeña, sobre todo para forjar su carácter. Y más que nada, para que nunca se sintiera distinta a los demás.

En aquel momento del pasado, la decisión fue tomada con tranquilidad. Aunque aquella tarde, nunca supo los problemas que podría traer tal opción a futuro. Sobre todo lo difícil que era explicarle a su hija que de poderes y vuelo no se podía hablar, que nada de contar cosas como que un monstruo rosado estuvo a pasos de aniquilar el planeta tierra, que sus padres combatieron el crimen disfrazados con cascos y capas. Y menos de que su abuelo podía levantar su casa para limpiar el jardín, o sencillamente cambiar el color —y tamaño— de su cabello a libre albedrío.

Cuando Videl hubo de tener claras sus palabras en la mente, tomó una nueva posición en la silla, carraspeando. —Creo, Señora Shibahime...

—Señorita.

—Señorita —repitió, con seguridad, juntando sus manos en el centro— ... que para comprender a un niño, no se puede basar solamente en dibujos. Todos sabemos que los pequeños de su edad son muy imaginativos, no creo que sea algo que moleste a los demás.

—Muchos de sus compañeros se han acercado a mi escritorio a preguntar cuándo su hija les enseñará a volar.

Videl enmudeció, vencida por las nuevas palabras emitidas, que encarnaron un argumento inesperado de gran peso. Por segundos, recordó una charla que había tenido con Pan hace un tiempo. No había duda que su hija honraba el lazo sanguíneo: su gusto por el vuelo se acrecentaba cada día más. Así también su agrado por las clases de su abuelo Gokú para controlar su energía interior. Aquella tarde de verano, la pequeña hubo de preguntarle, entre una galleta y un vaso de leche, por qué ella y Gohan no entrenaban con ellos. O simplemente por qué ya casi no volaban si no era para sólo para emergencias.

De vuelta a la realidad con un pestañeo, rápidamente tejió en su mente una oración contra argumentativa a las palabras de la mujer; más, el peso de la mano de Gohan sobre su rodilla, hubo de detenerla.

El hombre quitó sus gafas y las guardó en su puño izquierdo. Inspiró profundamente, como absorbiendo de paso todas las ideas recién repartidas. Habló, profundo, pero lo suficientemente sereno para dar al ambiente un poco de tranquilidad.

—Sra. Shibahime. Primero, agradezco la preocupación que manifiesta por nuestra hija. Segundo, Pan es una excelente niña, tanto mi esposa como yo confiamos plenamente en ella pese a su corta edad, y sabemos, que todas sus declaraciones no responden más que a los dichos de una niña de cinco años, que es curiosa, imaginativa y de muy buenas intenciones.

—He tenido muchos niños a mi cargo, Sr. Son. Sin embargo, creo que su hija goza de una imaginación demasiado... irreal —tal como si lo hubiese dudado al último momento, la última palabra demoró en emerger de sus labios; y las manos abiertas al hablar, sólo denotaron una impaciencia incipiente.

Esta vez, Videl tuvo unas ganas inmensas de aclarar un par de puntos. Sin embargo, Gohan habló nuevamente, apoyando sus brazos en los bordes de la silla.

—Si bien, sus compañeros se han manifestado entusiasmados con una idea imaginativa, no veo que sea nocivo para ellos. Es más, tal vez el asunto es más simple de lo que podemos sospechar. ¿Qué no nos dice que sea un simple juego de infantes?

La mujer entabló una mirada extraña, algo que Videl no supo decidir si era incomodidad o poca comprensión. Y pues, Gohan estaba en lo cierto. Más de alguna vez también le propusieron a su hija la dichosa educación personalizada en las comodidades del hogar. Pero Pan estaba más que entretenida con el asunto escolar público. De hecho, casi siempre solía llegar con un par de chistes nuevos y preguntas subidas de tono con las que inauguraba el desayuno matinal. Sin olvidar el inolvidable cuestionamiento de dónde recórcholis venían los bebés.

—Además —el saiya carraspeó, colocándose nuevamente las gafas— la imaginación de nuestra hija es algo que concierne exclusivamente a nuestro cuidado. Rogaría convocarnos a mi esposa y a mí por circunstancias más importantes.

De un momento a otro, los tres se pusieron de pie para abandonar el salón en forma silenciosa, al mismo tiempo que la pareja procedió a despedirse de la profesora. De algún modo, los pasos hacia la salida y la voz de Gohan, hubieron de tranquilizar más de un pensamiento díscolo en la mente de Videl. Mientras bajaban la escalera y se dirigían a la recepción, la mujer sintió como si el nuevo aire le aclarara un poco más la maraña mental recién adquirida. Aquel día, en que decidieron tomar la opción de la educación para Pan, estaban seguros que algo así terminaría por ocurrir, pero todos los posibles positivos hubieron de superar con un gran margen a los malos presagios.

La niña estaba sentada en un sofá de la recepción, casi hundida entre dos brazos de cuero que parecían absorberla. Con las piernas en un vaivén, Pan hubo de vislumbrarlos a ambos con la mirada, bajando al suelo súbitamente de un salto. No dudó en correr hacia ambos con ímpetu: las esperas de minutos para niños de cinco años, son como verdaderos milenios interminables.

—¡Papá!

La gran mochila de colores vivos rebotaba en la espalda, a la vez que su pote de comida ya escapaba finalmente de un pequeño bolso de mano. Gohan se adelantó, entendiendo de paso, el porqué de su gran tamaño en los dibujos a crayón: a no ser por la mochila, faltaba poco para que Pan sencillamente desapareciera en los brazos del saiyajín.

—¡Hey!, ¿qué tal estuvo la escuela?

Cruzando los brazos en el centro, la mujer de ojos azules observó como su hija comenzaba a hablar algo sobre una gran montaña de arena que ambos debían ver. Videl no llamó a nada, pero algo sin nombre se estremeció dentro de sí. Su marido bajó a Pan suavemente, antes de dejarla andar, no sin antes tomar sus bolsos de escuela para dejarlos caer sobre sus propios hombros varoniles.

—Mamá... ¡me invitaron al cumpleaños de Hikaru!

Videl se puso de cuclillas cuidadosamente mientras observaba una tarjeta naranja con una foto de una torta de cumpleaños. Sin explicación, recordó de improviso cuando le vio caminar por primera vez, cuando estiró un dedo y dijo "perro", su primera palabra. Semi absorta, asintió a las palabras entusiastas de su hija, convencida de que nadie jamás, jamás, la tildaría de extravagante o especial, ni menos de cualquier otra cosa. Acarició sus cabellos negros, acomodando una de sus pequeñas coletas que lucía decaída de tanto juego escolar.