Disclaimer: El cadáver de la novia pertenece a Tim Burton.

Advertencia: Leve mención de suicidio y muerte de personaje principal.


Las suaves y melódicas notas de la partitura reverberan por la ciudadela subterránea de los muertos a medida que los dedos esqueléticos de Emily se arrastran por la teclas impolutas del piano. Sentada sobre un taburete azul, sus piernas se balancearon brevemente al son de la música, dejando que los tonos graves y agudos removieran sus añejados órganos y sus putrefactos tejidos.

La consciencia de una persona viva actuaba como si la eternidad fuera parte de su futuro, inmutable e indudable. Una vez muerto esa certeza cambiaba, y la eternidad lucía demasiado extensa como para soportarla. En esa eternidad, lo muertos tenían a fijar sus intereses y sus afectos en objetos del otro mundo, en fiestas, en bicicletas, en juegos, en canciones.

Emily tenía su piano.

Y cuando visitó el otro lado, empezó a querer la luna.

Un círculo plateado que flotaba en la oscuridad que se rodeaba de pequeñas luces parpadeantes, y a veces nubes. Cuya piel simulaba a la de los muertos, casi pálida y agujereada, pero brillante y viva. Los vivos solían ignorarla a pesar de su deslumbrante belleza, y los que la adoraban como era debido, la pintaban, le dedicaban canciones de devoción, notas de piano con cariño.

A Emily nunca le dedicaron una canción de amor. No Victor, no cualquier otro hombre. Ella lo aceptaba, de verdad que lo hacía, pero no era fácil. Le gustaba el calor del amor.

Pero lo que amaba siempre se marchaba.

No tiene un corazón, el tiempo se ha encargado de degradar y pudrir los tejidos y la muerte de parar sus latidos, pero sus sentimientos hacen parecer que todavía quedan restos por lo que aún orar.

Y ella quiere llorar.

No es culpa de Victor, eso es obvio. No es culpa de nadie en particular. Emily no podía obligarlo a quedarse ni a quererla, no podía dejar que el destino de otra mujer terminara como el suyo. Él merecía más. Ellos merecían más.

Emily lo extrañaba.

Victor no volvería.

Y ella no sería feliz.

Era un poco trágica su vida; asesinada, no amada, casada, despojada. Volvió a tierra de los muertos con los brazos vacíos y un peso en los hombros que quería olvidar. Ella había luchado lo bastante por sus objetivos como para saber que no podría encontrar lo que deseaba. Ese fue su destino en la vida, y ese sería su destino en la muerte. Sin Victor, sin un anillo, sin un 'feliz para siempre'.

¿Eran tan difícil simplemente dejar todo atrás?

Si tan solo Victor la hubiera mirado una segunda vez.

La sincronización de las notas se vio afectada cuando un grito cortó el aire.

—¡Uno nuevo! —gritaban.

Emily dejó de tocar.

Sus dos amigos, el gusano y la araña, se habían ido hace ya un rato para ayudar a otro esqueleto que necesitaba un traje nuevo y alguien que viviera dentro de él. Después de todo Emily les pidió amablemente que necesitaba un tiempo en compañía de la soledad. Para poder pensar mejor en el destino de su trágico futuro, hace un mes atrás. Ellos siempre venían a visitarla, contarles anécdotas y chistes. Preguntaban si estaba mejor y Emily prefería la opción de no responderle. Porque no quería mentir, o enfrentar la verdad.

—Emily, querida, ven con nosotras —dijo la cocinera, después de unos minutos cuando notó su ausencia— ha llegado alguien quien creo que te gustaría ver.

Le sonrió a Emily, expresión que le llamó la atención porque en los últimos días no solía recibir más allá de una mirada de lástima o de pesadez, y ver algo diferente después de tanto tiempo, era como subir a la superficie por primera vez después de la muerte. Era de conocimiento general su historia con Victor, por lo que los otros muertos solían tener cuidado con ella, como si sus huesos estuvieran confeccionados de cristal delgado. A veces sentía que de verdad lo eran.

Personajes como la cocinera siempre estuvieron ahí para mantenerla parada sobre sus pies.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Emily levantándose del banco.

La cocinera sonrió de nuevo.

Caminaron presurosamente al bar, con Emily preguntándose qué era el asunto importante y si habría una bebida en ese lugar para calmar sus nacientes nervios.

Agarró las faldas de su vestido de novia y los subió para no tropezar. Comenzaba a usar una mayor velocidad cuando la cocinera la obligó a parar de golpe y apuntó al centro de la sala.

Las cuencas oculares de Emily se abrieron espantadas.

Victor.

Estaba ahí, igual a la última vez que lo vio, pero tan distinto. Pálido como la nieve, con un noto verdoso en partes de su rostro y mejillas huecas. Él la vio antes que ella a él. Y le sonrió, tan grande que la esquina de sus ojos se arrugaron de gusto. Para más sorpresa de Emily, usaba un traje de casado negro que hacía pareja con su vestido; roto, descolorido. Como si estuviera punto de entrar a una iglesia para esposarse, pero la novia nunca llegó.

Entonces la idea de la realidad de condesó de golpe.

Estaba muerto.

Victor se acercó lentamente. A paso lento, como con el miedo de que Emily escapara si se acercaba demasiado rápido.

—¿Qué es lo que haces aquí? —preguntó ella entre susurros.

No sabía si sentirse feliz o mal. Apretó los labios, ahogando un sollozo.

Victor sonrió al llegar donde estaba ella.

—Hola. Me he perdido —respondió mirándola a los ojos con intensidad—, y quisiera que me ayudaras a volver.

—No puedo —Emily susurró—. Estás tan muerto como yo.

Victor sonrió de nuevo.

—Lo sé —respondió suavemente mientras le acariciaba una mejilla pálida—. No fue tan difícil morir como pensé que sería, aunque al principio estaba un poco nervioso. Las ganas de verte ganaron.

No, no podía ser posible que se hubiera matado por ella. Dejando todo atrás, a su mujer, a su futuro, los latidos de su corazón, la sangre en sus venas. No es posible que Victor estuviera muerto porque la extrañaba. Eso era loco, totalmente demente.

Pero no podía ser un sueño.

Todo lo que pasaba en ese momento era la dura y fría realidad, la cual la golpeó como una cachetada. Emily retrocedió unos pasos, negando lentamente con la cabeza.

—No, no, no… —repetía mientras se alejaba corriendo hasta los balcones donde a Victor le había dado su regalo de bodas. Lo escuchó llamarla, pero no volteó.

Se ocultó entre las sombras, abrazándose. Queriendo calor, o unos latidos de corazón.

—No entiendo ¿por qué lloras? —preguntó Victor a su espalda.

Se sobresaltó.

—Te has matado… por mí —dijo ella, levantándose de la banca para estar un a su altura—. No has tenido tu vida, yo te dejé para que tengas una vida y no robarle el sueño a ella de estar casada y feliz, como una vez yo lo tuve.

—No pasa nada —respondió él.

—No puedes pensar así.

—Entonces, ¿cómo debería hacerlo? —le tomó las manos—. Porque quiero esto, estar contigo.

—¿Por qué?

—Porque te quiero.

—No tiene sentido.

Victor se carcajeó suavemente, entre dientes, y la miró a los ojos, un brillo cegador bailando detrás de ellos.

—Desde el momento en que te conocí entendí que no necesitas entender las cosas. Solo déjalas fluir.

Emily iba responder, le iba a contar todas las contras de estar en ese mundo, pero entonces sintió los labios fríos de Victor sobre los suyos, sus manos largas acercándolas suavemente a él. Se dejó llevar. Destrozada, armándose poco a poco, dejó que los sentimientos que eran vestigios de su vida la inundaran. Como tanto quiso en los últimos meses en soledad.

La eternidad era pesada y ella la odiaba.

Pero si este era su camino, entonces no se quejaría tanto.