Snape recordaba el pasado con una sonrisa forzada, en sus amargos y finos labios. Una imagen tras otra cruzaba su mente y lo mantenía con los ojos cerrados y en la inopia butaca que lo soportaba, sus negros y lacios cabellos caían agudamente sobre su frente y sus hombros, el fuego de la chimenea alumbraba con firmeza las arrugas que ya se había instalado en su rostro.

-Por que… ¿Por qué el odio podía transformarse en amor? –se preguntaba una y otra vez, y como siempre nunca halaba respuesta-Severus, tu no puedes ser tan idota, se decía una y otra vez, él es el hijo de James, y aun le odias más que a aquel que hizo de tu juventud un pasado burlesco.

Pero por más que el ex mortifago se mortificara con aquello, no podía encubrir sus sentimientos, el amaba a Harry Potter. Su odio hacia el chiquillo, hacia el padre de este había cambiado a otro sentimiento. Sus fallos en cada clase de pociones, la temeridad que había mostrado contra Lord Voldemort, su pelo negro y revuelto, aquellas gafas las cuales le daban un aire inocente. Todo aquello lo había cautivado y todo aquello hacia que se odiara a si mismo.

-¿Cómo podía haber ocurrido? A él, cuya solitaria vida nunca le había permitido tener sentimientos. ¿Cómo podía haberse enamorado? Pero lo más importante, ¿por qué habiéndose dado cuenta hace años de aquello nunca se había declarado?