La enfermera Candy White debe afrontar algo peor que el campo de batalla. Y es el mundo que le espera después de la guerra. ¿Podrá Albert recuperarla antes de que Terry interfiera?. ¿Terminaran sus infortunios? ¿Encontrara al hombre de su vida?.
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Notas y declaraciones:
Candy no me pertenece pero me dejo curiosa el final. Aun que creo firmemente que ella se queda con el tío Albert. (Me leí el libro de papito piernas largas, mismo que inspiro el manga).
Pero la verdad, este fic lo escribí para mi hermana, quien es la verdadera fan de Candy. Yo vi la serie en repeticiones mucho tiempo después. Y me estoy leyendo el manga actualmente.
No pensaba publicar este fic, sin embargo el bebe de mi hermana ha nacido, y es obvio que ella no podrá darle tiempo a la historia.
Me siento triste no compartiéndola con alguien, así que sean gentiles y dejen reviews.
Mi escritura es pesada. Por favor denle tiempo.
Mi escritura tiene errores.
Lo siento.
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Prologo. Rosas sin pétalos.
Probablemente sean cortas y poco apropiadas las palabras para describir los enrojecidos campos en Verdun. Húmedos e inundados por la incesante lluvia, como las lagrimas vivas de las madres de aquellos infortunados dentro de sus trincheras.
A veces con su engañosa tranquilidad, inestable y casi nerviosa que desaparece al grito de batalla. Y los hombres caen como mariposas sin alas de cara en el lodo. El hedor de la carne chamuscada y las heridas putrefactas.
Sus noches son iluminadas de bengalas, metrallas y batería antiaérea. Escalofriantes lamentos de tus heridos inalcanzables. Enterrados en el olvido. O abandonados en la suerte. Inalcanzables por que han caído del lado equivocado. Dispensables hombres, que derretidos se convierten en niños. Lloran, gritan y lamentan pero que difícilmente dejan la tierra de nadie.
Afortunados los que pueden con medicamentos perderse en el olvido, conseguir un vendaje o como si fuera un sueño son transportados a París fuera de la locura. Lo cierto es que muchos no salen del quirófano de lona, las camillas. O los camastros de paja.
Y uno siempre trata de no mirarlos con lastima cuando se mira sus extremidades cercenadas con la cierra. Por todo eso Verdun estaba mucho más lejos de ser una batalla. Verdun es como el infierno. Lleno de horripilantes llamas come almas, torturas impensables, y gritos de agonía que hielan la sangre.
Para Candy White Andrey en Verdun su único enemigo eran las balas enterradas en la carne y las heridas hediondas. Controlar fiebres, cocer rajadas, extirpar metales. Sanar hombres, consolar jóvenes. Recoger tripas. Y sostener pinzas sobre venas sangrantes.
Quizás eso era lo peor para ella. El quirófano constantemente iluminado por la balacera, la adrenalina de la primera línea. Casi al frente con ellos. Tan solo a unos pasos de los enemigos. Tan cerca que ella los escucha en las noches.
Hace cuatro días que la lluvia no deja descanso. Los uniformes no secan, y a falta de algo mas seco, las otras enfermeras, han empezado a cortar las sabanas. En Verdun es muy difícil encontrar algo por lo cual sonreír. Pero ella se encarga que esos hombres recostados en el lodo, sepan que alguien se ocupara de ellos.
Todos son tan orgullos como para nunca admitir que se han arrepentido de haber salido de sus casas. Ninguno te dirá lo contrario. Están orgullosos de las cicatrices, las partes faltantes y el dolor.
Mejor aquí como hombres, que como niños detrás de la falda de sus madres. Por que para este momento. Candy no los considera más que niños. Como no preguntarles en enojo. ¿Qué edad tienes?. Y descubrir que algunos ni si quiera alcanzan los dieciocho años.
No hay duda de que todos ellos deseaban estar aquí en el frente del "no pasaran". No hay sentido en cuestionarlos, por que todos saben por que pelean, por que son heridos y por que mueren.
Cientos de motivos que convencen a sus padres. Y no, nadie tampoco lo duda en sus hogares. ¿Por qué entregar un hijo?. ¿Por qué dejarlos enlistarse?. ¿Por qué no volver a verlos?.
Y Candy comprende. Todo cobra sentido repentinamente. Y en ese momento, cuando lo decides. Cuando decides bajar al infierno. No tienes dudas. No hay otro lugar en el mundo en que el debes estar.
Para Candy solo existe un solo motivo. Ayudar a sanar. Y los heridos se encuentran aquí. Tirados en el lodo. Convalecientes, derrotados, con la muerte impresa en la frente. Pero incluso así cumplen su propósito manteniendo la línea que los protege de los enemigos.
Por que los Alemanes no pasaran. Y por que si ellos están dispuestos al sacrificio. Candy esta dispuesta también para regrésalos vivos.
Candy cierra los ojos acostada en la pared de tierra de la trinchera. Arrullada por el drip-drop de la lluvia. Hasta que un silbido corta el viento. Y la explosión que se roba los sonidos por completo.
Ella abre los ojos confundida. Y mira a un joven que grita mudas palabras sobre su rostro. Su rostro le es familiar, y casi al mismo tiempo desconocido. Es Stear y esta segura.
"Stear…, Stear…" dice ella para decirle que no entiende. Pero de su boca solo sale su nombre. Una y otra vez. Pero no esta segura si escucha su voz en realidad.
Después de parpadear comprende que no es el. Y se siente decepcionada de descubrir que no es Stear.
Es el uniforme que siempre le ah imaginado en sus recuerdos. Nunca lo vio vestirlo. Pero rodeada de ese mismo uniforme su imaginación le había presentado la escena. Todo es terriblemente confuso. Siente que no debería estar divagando sobre Stear. No en ese momento.
El soldado se señala el oído. Candy niega de inmediato. El hace muecas para preguntarle. Sin embargo, la espesa nube amarilla se lleva la imagen.
Y ella no comprende. Por que es tan confuso, borroso y desordenado. La trinchera se a convertido en un rio de lodo y sangre, gracias al proyectil que lo destruyo todo. Y aun así ella no entiende.
Pero luego llega el dolor de golpe. Y lo comprende.
Fue herida.
Continuara…
Mucha paciencia. Conmigo, con el fanfic. Con Candy, con Albert.
Y dejen reviews. Es mi primer fic de Candy Candy.
