El tiempo pasaba con lentitud ese día. Choromatsu se encontraba en el living de su casa leyendo la sección de empleos de una revista. Solo su hermano mayor se encontraba con él leyendo un manga, los demás hermanos estaban fuera de casa, ocupados en perder el tiempo como siempre. Detestaba que se mostraran tan renuentes en madurar y entender que necesitaban un empleo para convertirse en adultos de bien. Muy al contrario, hacían berrinches y lo tachaban de pesado cuando insistía cuando él solo intentaba guiarlos por un camino decente, ya que el hermano mayor se negaba.
Había un silencio sepulcral y lo ponía nervioso, de no ser por el "tic-tac" del reloj solo escucharía el sonido de sus respiraciones. Miraba de reojo a su hermano mayor que parecía una estatua de cera, ni siquiera parecía estar respirando. De pronto sintió la necesidad de ir a la habitación de arriba, pero no se movió, una extraña fuerza lo mantenía sentado a la mesa con la revista en las manos.
Un grito en el cuarto de arriba le hizo levantarse de golpe del piso, miró a su hermano mayor que seguía leyendo el manga, parecía demasiado tranquilo.
—¿No escuchaste eso? —preguntó con duda.
—Déjalo —Fue lo que contestó tras dar un bostezo—, no pasa nada.
Frunció el ceño y dudo un segundo en hacerle caso, el grito parecía desesperado, como si alguien estuviera experimentando un profundo dolor. Observó el semblante de su hermano y después hacia la puerta corrediza. Había una opresión en su pecho que le hacía desear salir corriendo y subir las escaleras, más decidió ignorarlo al ver la actitud despreocupada de su hermano, tal vez solo estaba exagerando. Aun con duda se sentó de nuevo y continuó leyendo, pero los gritos seguían llegando a sus oídos y le crispaban los nervios.
—Tengo que ayudar —dijo con tono decidido después de un par de minutos y se puso en pie por segunda ocasión.
Caminó con paso firme hasta la puerta, pero apenas la abrió y se encaminó a las escaleras, se dio cuenta que había una luz tambaleante de color ámbar provenir del segundo piso. Palideció al entender que arriba había fuego y asustado intentó correr para ayudar a quien gritaba arriba, pero una mano sujeto su brazo derecho lo que lo detuvo en vilo.
—Déjalo —La voz de su hermano mayor llegó a sus oídos, pero Choromatsu no se giró para verlo.
—¡Alguien grita arriba! ¡Debemos ayudar! —Gritó tratando de liberarse de su agarre, pero él solo apretó más alrededor de tu brazo.
—Vamos afuera.
Su hermano mayor comenzó a jalarlo hacia la puerta principal para salvarse del incendio, pero Choromatsu aun intentaba escapar para auxiliar a quien gritaba arriba, cada vez con más desespero. Pensó que estaba por lograrlo, pero de pronto Ichimatsu, Jyushimatsu y Todomatsu aparecieron frente a él y ayudaron a sacarlo de la casa. Por más que gritó no pudo hacer nada contra los cuatro.
Desde afuera observó como la casa se incendiaba y se convertía en cenizas. Los gritos se habían apagado después de un tiempo y él quedó perplejo ante el escenario, era como ver el mismo infierno. Frente a él se encontraba su hermano mayor observando lo mismo que él. El fuego al frente daba un aspecto sombrío a su figura, pero no se movía en absoluto, de nuevo parecía solo una estatua de cera.
—Nii-san —llamó en medio de sollozos.
Él se giró con exagerada lentitud. Cuando lo miró de frente se dio cuenta que sonreía de una manera siniestra, pero había lágrimas oscuras en sus ojos y no tardó en ver que lo que salía de sus cuencas era sangre.
Abrió sus ojos en ese momento por la sorpresa de su sueño. Se incorporó en la cama de sábanas ásperas y blancas, se llevó una mano a la frente y suspiró. De nuevo esa pesadilla estaba en su mente, tenía semanas con el mismo sueño y nunca conseguía salvar a esa persona que gritaba, sus hermanos lo detenían y él se dejaba arrastrar. Solo recordarlo le crispaba los nervios, no conseguía recordar la voz, pero de alguna manera la reconocía a quien gritaba y quería ayudar, por eso su desesperación.
Se levantó de la cama y caminó a la ventana. Al parecer aún faltaban un par de horas para el amanecer, pero sabía que no conseguiría dormir de nuevo, solo lo conseguía con somníferos fuertes, pero tenía días de no tomarlos, en secreto los dejaba debajo de su lengua y luego los escupía en el inodoro. Detestaba tomarlas porque sentía que nublaban su mente y le era más difícil intentar identificar esa voz en sus pesadillas.
En la misma posición espero junto a la ventana. En su mente se repetían una y otra vez las escenas de su pesadilla y no podía encontrar una interpretación, pero sabía que era debido a ésta que se encontraba encerrado en ese pulcro y claro lugar. Era listo, no tardó mucho en darse cuenta de eso, pero lo que no sabía cómo conseguir era su liberación. Ya llegaría el momento.
El sol pronto se encontró en lo alto, los enfermeros pasaron varias veces para dejarle algo de comida y agua, además de sus píldoras, las que de nuevo volvía a escupir. La hora estaba llegando.
—Choromatsu —Saludó una voz que conocía muy bien, la escuchaba todos los días—, ¿Cómo te sientes hoy?
—Bastante bien, doctor. —Mintió colocando una mueca relajada en la cara, tampoco le creía si le sonreía de manera exagerada.
—¿Algún nuevo sueño que quieras contarme?
—En realidad —Fingió pensar un poco para que no sospechara nada.
Llevaba un par de semanas haciendo esto así que sabía cómo actuar y qué decir, lo mejor era que había conseguido manipular la mente de un profesional.
—Hoy tuve una pesadilla de nuevo.
La mueca del doctor cambió, fue solo por medio segundo y de una manera casi imperceptible, pero Choromatsu pudo darse cuenta de ello.
—¿Y qué veías en tu pesadilla?
—Estaba en casa, había un niño… creo que era yo, yo lo sostenía en brazos mientras se deshacía y una voz me decía que ya era un adulto.
El médico observó por un tiempo la expresión del rostro de Choromatsu que seguía siendo de auténtica consternación. No parecía mentir respecto al sueño y la verdad era que no. Había soñado con eso en una ocasión, pero casi un año atrás y lo seguía recordando de manera nítida. En esas semanas en que la misma pesadilla lo seguía atormentando le contaba al doctor sueños pasados, ocultando que el mismo trauma aún estaba presente.
—Ya veo. —El médico pensó un raro en lo que le dijo, Choromatsu estaba nervioso, pero al final se relajó cuando lo vio sonreír—, parece que las pesadillas siguen siendo poco frecuentes.
—Sí, es un alivio.
—Hoy tendrás visita —le dijo sin dejar de sonreír después de un rato meditando lo que le había dicho, y de nuevo Choromatsu fingió la suya—, ¿Quieres recibirlas en el jardín o de nuevo prefieres estar aquí?
—Hace mucho que no salgo al jardín, eso estaría bien.
Lo habían encerrado en esa habitación y no sabía por qué, pero había algo en sus sueños que le indicaban al médico cuando debía hacer la pregunta de si le apetecía o no salir al jardín, había descubierto el patrón y ahora salía con más frecuencia, aunque aún había veces en las que se equivocaba y terminaba encerrado y sedado por varios días, aunque eso todavía no lograba descifrarlo.
—De acuerdo, come tu almuerzo y más tarde podrás salir, te avisaremos cuando tus visitas lleguen.
Choromatsu asintió y se sentó en la cama donde colocaron el plato de ese día. Tan insípido como siempre, pero no debía objetar y ser obediente. Estaba cansado de esas cuatro paredes.
Cumplió con la rutina que se había impuesto para no volverse loco ahí. Hizo su cama por séptima vez hasta que no había una sola arruga, limpió la pequeña mesa que había ahí y se recostó en el suelo para leer un poco. Era la quinta vez que leía ese libro, pero ya que no había más que hacer y su familia lo visitaba muy pocas veces, no podía pedirles que le trajeran algo más que leer.
Llegada la hora, el médico volvió a entrar a la habitación. No se sorprendió cuando lo descubrió sentado junto a la cama leyendo el mismo libro.
—Sabes que hay una biblioteca en el edificio, Choromatsu, puedes pedirle a los enfermeros que te traigan algún libro.
—Lo sé, pero estos libros me los traen mis hermanos. —Se levantó del suelo con una sonrisa pequeña. No podía ocultar su ansiedad. Deseaba salir para respirar aire fresco después de casi una semana sin hacerlo—. Además me gustaría leer los libros de la biblioteca ahí, cuando me dejen ingresar.
—Pronto podremos hacerlo. —Otra vez no era claro con el momento, pero Choromatsu no mostró su irritación por ese hecho—. Tus visitas ya llegaron y esperan en el jardín.
—¿Quiénes vinieron? —preguntó de nuevo con ansias. Tampoco veía a sus hermanos desde hacía mucho.
—Ve a descubrirlo, el enfermero te acompañará.
Asintió nervioso. Con paso lento caminó detrás del enfermero por el pasillo. Intentó ignorar los gritos y suplicas que había detrás de las demás puertas, siempre debía ignorarlo. No debía mostrarse desesperado o tomarían medidas que no quería, como enviar enfermeros para cuidarlo mientras hablaba con sus visitas. Detestaba eso, prefería quedarse a solas porque así sentía que estaban igual que siempre, aunque aún no entendía porque habían tomado la decisión de encerrarlo ahí.
Apenas dio un paso afuera sintió la fresca brisa del otoño y sonrió con gusto. Era maravilloso estar fuera de ese edificio que apestaba a medicamento y desinfectante.
—¡Choromatsu nii-san!
Giró el rostro apenas escuchó que su hermano lo llamaba. Reconocería las voces de los cinco donde quiera que fuera, y aunque no se los iba a decir, extrañaba escucharlos decir tanta tontería que se les cruzaba por la cabeza.
—Jyushimatsu —Saludó después de que llegara justo frente a él. Le extrañó bastante que no saltara sobre él como haría normalmente, pero ya tenía varios días sin hacerlo— ¿Cómo estás?
—¡Muy bien!
La ropa que llevaba le extrañó: unos pantalones negros de vestir y una camisa blanca de manga larga, acompañado de una corbata amarilla, además no llevaba las pantuflas de siempre, éstas habían sido reemplazadas por un par de zapatos negros.
Sus hermanos llevaban ropas parecidas. Ichimatsu portaba un elegante traje ejecutivo de color negro, una camisa violeta y corbata negra, le sentaba bastante bien no llevar el mismo aspecto desgarbado de siempre. Todomatsu llevaba una sencilla playera blanca y unos jeans oscuros, era extraño en él que no llevara ropas más ajustadas o refinadas, pero tampoco le sentaba mal. Osomatsu llevaba un atuendo parecido al de Jyushimatsu pero con una corbata roja, Choromatsu pensó que ese color no le quedaba bien, pensó en una azul en su lugar.
Los cinco se veían tan diferentes con esas ropas. Ellos se quedaron sentados en una de las bancas cerca de la fuente y fue Jyushimatsu quien se encargó de llevarlo hasta ellos tomando su brazo. Las sonrisas en sus rostros eran diferentes a las que recordaba de su visita de la semana pasada. Cuando estuvo con ellos se sentó en la banca al frente, acompañado de Jyushimatsu.
—Hola, Choromatsu. —Saludó Osomatsu acomodando el cuello de su corbata roja—. El doctor nos avisó esta mañana que podíamos venir a verte.
—Me alegra verlos, Karamatsu nii-san.
Todos quedaron callados un par de minutos. No sabían exactamente qué decirle, era incómodo en esas situaciones aunque sabían que probablemente Choromatsu no recordaba lo que había pasado la última vez que se vieron.
—Mira —dijo Todomatsu buscando algo en su bolso—, he traído algunos bocadillos de los que te gustan, Choromatsu, he pedido permiso al médico.
—Gracias, Totty.
Tomó los bocados. Sabía que no podría guardarlos para comerlos después ya que los enfermeros revisarían la habitación blanca para que nada peligroso estuviera a su alcance, pero al menos podía comerlos ahí. Sabían tan diferente a la comida sin sabor de ese sitio que todos sus sentidos explotaron.
—Y yo te traje algo nuevo que leer. —Sonrió Ichimatsu sacando de su maletín un grueso libro de literatura—. Debes estar cansado de leer el mismo libro por tanto tiempo.
—De hecho si, gracias Ichimatsu, en esta semana he leído el mismo libro decenas de veces.
Ninguno dijo algo al respecto. Se mordieron los labios y apartaron la mirada algo incómodos, cosa que Choromatsu notó de inmediato. Mas no dijo nada, seguramente el médico les había envenenado la cabeza con lo que fuera que interpretó de su supuesto sueño esa noche.
—¿Cómo te has sentido últimamente, Choromatsu nii-san? —preguntó Todomatsu. Se levantó de la banca y se colocó al lado de su hermano para tomar su mano.
—Ya se los dije, muy bien, no he tenido pesadillas.
—Eso nos dijo el doctor —Sonrió Osomatsu. Se rascó la nariz con su dedo índice, con ese gesto despreocupado.
Choromatsu lo observó confundido por unos segundos. El rostro de Osomatsu se veía diferente, era como si tuviera una especie de velo blanco frente a él, pero solo en su cara, todo su cuerpo se veía normal, igual que sus hermanos. Pero no le prestó mucha atención, lo atribuyó al cansancio de las noches sin poder dormir más de un par de horas.
—¿A ustedes cinco les está yendo bien? ¿Ya consiguieron un empleo o siguen de vagos viviendo de mamá y papá?
De nuevo todos se mostraron incómodos por la pregunta que les hizo. Siempre era así cuando estaban con su hermano y por más que se esforzaran, no sabían cómo contestar a sus preguntas, pero debían hacerlo porque eso solo conseguía ponerlo histérico y nada bueno pasaba cuando eso ocurría.
—Nos está yendo bien —dijo al fin Jyushimatsu, siempre era él quien contestaba de primer lugar cuando los momentos incómodos ocurrían— Tenemos trabajo y llevamos dinero a la familia.
—Ya veo… —Choromatsu suspiró muy tranquilo, le alegraba saber que sus hermanos ya no eran unos vagos. Pero eso le trajo una nueva duda—: ¿Cuándo vendrá mamá a verme?
—Pronto, por el momento no le es posible. —De nuevo Jyushimatsu adelantándose a sus hermanos.
—Entiendo… la extraño mucho.
Más silencio. Así fue durante toda la visita. Choromatsu sabía que siempre lo trataban con pinzas. Sabía que había una razón para que su madre no lo visitara aun, tal vez estaba decepcionada por el lugar en donde se encontraba o no quería verlo encerrado.
La tarde pasó demasiado lento para los hermanos de Choromatsu, hasta que al fin el médico salió del edificio junto a un enfermero. Todos sonrieron con pesadez, pues a pesar de lo incómodo del momento, no querían dejar de verse, era muy poco el tiempo que les permitían estar juntos.
—Es hora de regresar, Choromatsu.
Este solo asintió aceptando sus palabras y tras abrazar a sus cinco hermanos se alejó de ellos. Todos observaron quietos y en silencio, hasta que desapareció detrás de las puertas, entonces sus rostros dejaron de mostrarse consternados y tensos. Era de un completo y extraño alivio, no hubo contratiempos es día, sentían como si hubieran escapado de un campo minado sin rasguño alguno.
—Muchas gracias por venir a verlo. —Dijo el doctor cuando estaba seguro que Choromatsu ya no podía verlos—. Necesita estas visitas, le hacen mucho bien.
—Gracias a usted por llamar. —Osomatsu estrechó la mano del doctor.
La expresión en todos ellos era cansada, el médico se dio cuenta de eso, estar junto a su hermano sin ningún tipo de guardián cercano era agotador emocionalmente, pero era parte del progreso de Choromatsu.
—No sabemos cuándo podamos repetir esto, ¿Ha dicho algo de importancia?
—Eso lo mismo de siempre, nada ha cambiado. —Susurró afligido el mayor de los hermanos.
—El tiempo sigue sin pasar para él, ¿no? —Concluyó Todomatsu con una expresión por demás triste—, sigue pensando que tenemos veinte años.
—Las pesadillas se han reducido. —Animó el médico con una sonrisa compasiva—. La nueva medicación parece surtir efecto así que esperamos lo mejor, tal vez pronto pueda salir.
—Pronto… ¿Cuántos años es eso? —preguntó Osomatsu mirando hacia el edificio.
—Al menos parece que está listo para tener visitas más frecuentes mientras está consciente.
—¿Podemos venir todos los días? —Jyushimatsu de nuevo se mostró emocionado por la idea.
—No, es demasiado pronto para eso, tal vez dos o tres veces a la semana, el tiempo debe comenzar a transcurrir para él, pero con lentitud, ¿de acuerdo?
Los cuatro hermanos asintieron y observaron con pesadez el edifico. Querían de vuelta a su hermano, al que se había perdido tantos años atrás.
Choromatsu siguió con la rutina de siempre. Leía, limpiaba, pensaba, escupía el medicamento, miraba por la ventana y de nuevo comenzaba a fingir que todo estaba bien, pero esa pesadilla estaba cada noche presente, seguramente sus ojeras estaban muy marcadas, pero continuaría fingiendo que todo estaba bien.
Varias semanas después pudo salir de nuevo de su habitación. Podía pasear por los pasillos entre los demás internos que se encontraban tan recuperados como él y aunque debería comenzar a sentirse mejor, ver esa escena le estaba afectado como no debería. Todos se veían tan perdidos en su mente, le sorprendía que los demás consideraran que él debía estar ahí cuando estaba más lúcido que nunca.
—Choromatsu.
Cuando llegó a la sala de espera sus cinco hermanos estaban ahí, Karamatsu, Ichimatsu, Jyushimatsu y Todomatsu. De nuevo vestidos con esas ropas más formales. Tal vez era verdad que habían conseguido un empleo y ahora vivían mejor. Él también quería salir para superarse en su vida, tener algo que hacer y de qué enorgullecerse.
—Hace mucho que no los veo.
De nuevo sus sonrisas se borraron y se miraron entre sí. Tal vez buscando una disculpa para él, aunque no la necesitaba, sabía que ese lugar daba asco y que deseaban estar ahí el menor tiempo posible, tal como él.
—¿De qué hablas? —Osomatsu se acercó a él, llevaba un ramo de flores en sus manos—, estuvimos aquí el lunes.
Choromatsu no contestó a eso. Observó el ramo de flores con asombro. Había algo en él que no le gustaba. Su mirada se perdió en el negro de los pétalos, en el amarillo de sus hojas y las manos que lo sujetaban.
—¿Choromatsu? —La voz de quien sujetaba las flores le hicieron levantar la mirada.
Unos ojos negros y grandes lo observaban, con el ceño fruncido, le dedicaba una sonrisa confiada y despreocupada. Esa persona portaba una chaqueta de cuero negra y un cinturón con una hebilla de calavera. Parecía esperar una respuesta. Su mirada penetrante lo estaba poniendo nervioso.
—¿Sucede algo? —preguntó Jyushimatsu a su lado, lo que le hizo desviar la atención de las flores.
Sus hermanos se dieron cuenta de la mirada desencajada que tenía y comenzaron a preocuparse. Tenían varios años de no verla, sobre todo porque el médico no permitía que lo visitaran cuando tenía un mal día y presenciarla ahora los asustó, no sabían qué hacer con exactitud frente a una situación como esa.
—No es nada. —sonrió Choromatsu regresando la vista a las flores blancas que Osomatsu aun sujetaba—. Gracias por las flores, Karamatsu nii-san.
Sus sonrisas fueron incómodas de nuevo, pero tenían que ser amables con él, no seguir el rumbo de su alucinación, pero tampoco contradecirla. Eso era lo difícil, por eso siempre se encontraban tensos cuando se encontraban los cinco sin la compañía del doctor.
—Pensábamos ir a la sala de visitas hoy. —Anunció Jyushimatsu tratando de aligerar un poco el ambiente—. ¿Quieres ir, Choromatsu nii-san?
—No… hace meses que no salgo al jardín, quiero sentarme en la fuente para conversar un poco más.
—Está bien, entonces iremos al jardín.
Osomatsu se puso en pie y guiñó un ojo a su hermano menor que vestía ropas blancas, las que todos los demás ingresados vestían. Todos los demás apoyaron la idea del mayor. Realmente esperaban que la nueva medicación funcionara. Tal parecía que ese día Choromatsu se veía más tranquilo, podía ser uno de sus mejores días si tenían cuidado.
En el jardín Choromatsu no dejó de preguntar sobre lo que hicieron durante esos supuestos meses en los que no los vio, aunque solo había pasado tres días desde que pudieron verlo después de más de tres meses. Era extraño tratar de adivinar cómo su hermano hacía pasar el tiempo, a veces iba rápido y otras demasiado lento, y aunque siempre hablaba del paso de los días en sus vidas, la idea de que aún tenían veinte años se mantenía firme en su mente.
Al final del día Choromatsu se encontraba sonriente, fue un día bueno a pesar de las muchas preguntas que hizo, y aunque la mayoría de su conversación fue acerca de recuerdo de sus años de secundaria y preparatoria, siempre hubo un nombre que omitió aunque la persona seguía ahí, siendo parte de los sextillizos.
El enfermero pasó por él cuando la hora de visita terminó. El medico estuvo vigilando constantemente la reunión de los hermanos esperando cualquier indicio de que debía terminar con la visita, pero afortunadamente no fue necesario, eso era un paso más para ese paciente.
A partir de ese día, Choromatsu pudo salir más de su habitación, aunque sus visitas no eran diarias el médico permitió que paseara siempre y cuando no saliera al jardín o a la sala de espera.
