Derechos: Trama y algunos personajes sí son míos, por lo que me reservo su uso. Lo demás, ya saben de quién es y que no gano nada con ello.

Este fic participa en el tópico "¡Feliz cumpleaños!" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".

Para Muselina Black, con todo mi cariño (y terriblemente tarde, ¡deshonra sobre mi vaca!). Que cumplas muchos años más, Muselina–sama.


01.

Diciembre de 2003.

Desde hacía un tiempo, Morag sabía que era vista como un bicho raro, como mínimo.

La segunda guerra mágica cambió a varias personas. Nadie era perfecto, ni los prejuicios se habían ido del todo, pero muchísimos magos comprendieron lo que podían perder siguiendo la ideología equivocada.

Volviendo a su primer pensamiento, Morag a veces se preguntaba en qué afectaba a la gente su apellido de casada. Kenneth Douglas, el actual Comandante del Cuartel General de Aurores, la trataba como si pensara a cada momento en una oportunidad para apuñalar a alguien por la espalda. Normalmente se encogía de hombros ante tal impresión, pero a últimas fechas le pasaba factura, al no tener mejor uso de su tiempo que actividades de escritorio.

Había vuelto de su permiso por maternidad el mes anterior, cierto, pero con el consabido certificado expedido en San Mungo de que se encontraba en perfecto estado. Douglas era pésimo dando excusas. Y peor aún, no se las daba a ella: se enteró únicamente porque alcanzó a escucharlo con Savage, quien preguntó por qué ya no asignaba a Morag a misiones de campo.

Suspirando, la joven mujer decidió no enfurecerse por algo así. Siguió con lo suyo, que en esos días era apoyar a los Aspirantes en prácticas a ordenar expedientes viejos, cuando alguien dio unos golpecitos en la pared de su cubículo.

—Buenos días, señora Nott, ¿tiene tiempo?

Ella alzó la vista y arrugó la frente un poco, intentando acordarse quién era aquel hombre de aspecto joven, alto y delgado, con el cabello castaño muy corto y ojos de un intenso color azul.

—Sí, por supuesto, pero… Lo siento, no recuerdo tu nombre.

El hombre hizo un ademán despreocupado, el cual no concordaba con el resto de su lenguaje corporal, firme y a la expectativa.

—Harper, señora —se presentó él, entrando al cubículo para acercarse y tenderle la mano.

—¿Harper? ¿Harvey Harper?

Él asintió, aunque su mueca delató que de ser posible, no usaba su nombre de pila. Eso concordaba con lo poco que sabía de él, sobre su actitud fiera a la hora de capturar criminales.

—Lo siento, a vece no reconozco una cara si no la veo continuamente —se disculpó Morag, para acto seguido señalar la única silla que tenía vacía—. Toma asiento. ¿Qué puedo hacer por ti?

Tras aceptar el ofrecimiento, Harper apretó los labios un instante, antes de hablar.

—¿Recuerda lo del apagón de agosto?

El incidente al que se refería Harper fue, para los muggles, un desperfecto eléctrico que paró gran parte del Metro de Londres. En realidad, un disturbio mágico resultó ser el causante, aunque no se habían hallado responsables. Las implicaciones del suceso le afectaron directamente a Morag porque el sanador recomendó no aparecerse durante el embarazo, así que aprendió a usar el transporte muggle; específicamente, en la estación de los Jardines de Kew abordaba la Distric Line. Debía caminar un tramo considerable tras salir de la estación, pero nunca le disgustó.

—Creí que la Patrulla atendió ese caso —indicó, dejando de lado sus recuerdos.

—Lo hizo, pero acaban de avisarle a Douglas que necesitaban unos aurores, porque el asunto se les complicó. Se reportó un incidente similar en La Isla.

—¿Solo por eso pidieron refuerzos?

—No habría pasado a mayores si no estuvieran involucrados los Edmond, señora.

Ante eso, Morag arqueó las cejas, visiblemente interesada. Si no recordaba mal, los Edmond eran los dueños de la compañía farmacéutica muggle que creó la Sección W, un sitio de trabajo para que magos y muggles unieran esfuerzos en beneficio de la salud. Recordaba que le habían dedicado algunos artículos en El Profeta, así como un intenso debate sobre si un sitio así violaba o no el Estatuto Internacional del Secreto.

—¿Ocurrió en casa de los Edmond? —inquirió ella.

—No, pero fue muy cerca. La propiedad de los Edmond es considerablemente grande, lo cual se comprende si son millonarios con esa empresa suya —Harper hizo una mueca, en apariencia arrepentido de lo que podría interpretarse como una queja de su parte, antes de continuar—, así que están preocupados. Lo que se sabe es que el reporte lo hizo el socio mago del señor Edmond. Debo reunirme con él y gente de la Patrulla.

—Lo siento, Harper, pero no acabo de entender en qué puedo ayudarte.

—Me pidieron llevar un compañero.

Morag arqueó una ceja. No había que ser genio para imaginarse que, seguramente, Harper ya había consultado a otros aurores y la única opción que le quedaba era ella. No le gustaba ser vista como el último recurso pero ¿realmente estaría bien negarse? Si lo hacía, lo más seguro era que tardara en presentarse otra misión.

—Comprendo. No te preocupes, solo debo bajar un momento a la novena planta.

—¿A Misterios? —por la cara de Harper, no sentía el mínimo temor ante el detalle.

—Sí. Enviaría un memorándum, pero allí no llegan muy bien.

—No hay problema. Le informaré a Douglas y la esperaré en el Atrio.

Morag asintió y lo vio salir, lo que ella aprovechó para revisar su escritorio con la mirada. Estaba algo desordenado, pero en comparación con otros colegas, no era gran cosa. Sin demora, se guardó la varita en el bolsillo de la túnica y estiró la mano hacia su pequeño archivero, del cual abrió el último cajón para sacar de allí un chivatoscopio, que era apenas más largo que su meñique y se guardó en el bolsillo que le quedaba vacío. Quizá pareciera un artefacto inútil y fácil de engañar, pero nunca estaba de más traer uno.

Acto seguido, inhaló profundo y salió del lugar, en dirección a los ascensores, saludando con diversos gestos a algunos colegas.

Se sentía bien de estar de nuevo en acción, solo esperaba no arrepentirse.