N/A: Hey! Bueno pues aquí subo la primera parte de esta historia. Este relato llevaba en mi mente durante mucho tiempo, pero hasta hace poco no habían encajado todas las piezas.
Os explico: Esta historia está basada en el cuento que todos conocéis, la Bella y la Bestia. El cuento también está explicado y lo he resumido como he podido (SIEMPRE estará en cursiva), y seguidamente, el dramione. Hay muchos paralelismos con estos personajes... ¡ya veréis! Espero que os guste.
Disclaimer: el maravilloso universo de Harry Potter y sus personajes pertenecen a Rowling. Y en cuanto a la Bella y la Bestia, me he basado en la historia de Disney.
¿Os imagináis que los cuentos no hayan sido solo invenciones para entretener a niños? ¿Que en realidad podrían adaptarse a una historia real y veraz? La Bella y la Bestia es un cuento conocido por cualquier criatura muggle y parte de la sociedad mágica que tenía simpatía con ellos.
En una villa francesa, pequeña y cerrada, vivía Bella. Bella, como su nombre indica, era una muchacha hermosa de cabello castaño y ojos vivaces del mismo color avellanado que vivía con su padre, Maurice, un inventor parisino que apenas tenía contacto con los aldeanos porque se pasaba la gran parte del día trabajando en sus curiosas piezas. Padre e hija eran felices con esa modesta vida, aunque, según Maurice, Bella, astuta y curiosa como su difunta y querida madre, desde temprana edad empezó a interesarse por el mundo exterior cuando empezó a descubrir lo maravilloso que era convertirse en otra gente, de otros lugares y épocas, sumergiéndose por completo gracias a la literatura.
Por otra parte, si Bella era una chica de lo más sencilla y bien educada, sus vecinos no estaban tan confiados en ello. Era indiscutible que ella era diferente a las otras jóvenes del lugar: estaban absortas en las labores que les "correspondían" y querían encontrar un buen mozo para casarse y, en consecuencia, disfrutar de la vida marital cómodamente. A Bella no le interesaba encontrar el amor (dudaba que en ese pueblucho encontrara a alguien interesante), tenía suficiente con leerlo. Quizá fuera por eso que Bella no tuviera ningún amigo o amiga y prefiriera la compañía de los libros antes que el contacto humano, pero tampoco era impertinente con la gente que tenía que tratar; lo hacía con amabilidad, pero siempre siendo ella misma. A veces incluso enseñaba a niños a leer, mas pronto sus padres se los llevaban alarmados para que no se contagiaran de la "rareza" de Bella. Para los aldeanos, ella tenía que ser evitada a toda costa. Era extraña, era diferente, era única.
Hogwarts era una de las escuelas más famosas para magos del país, incluso del mundo. O eso era lo que había leído la pequeña Hermione Granger de once años después de recibir una carta que colgaba del pico de una lechuza marrón y de ojos amarillentos. Según lo que estaba escrito, era una bruja. A Hermione no le resultó ninguna sorpresa a diferencia de sus padres, quienes parecían estar viviendo un sueño donde la magia era real y su hija podía usarla, con la única diferencia de que todo aquello estaba ocurriendo. Ahora entendía perfectamente las cosas que ocurrían a su alrededor, el porqué era tan diferente al resto de niños, que siempre la miraban con temeridad y cierto desprecio aún sin ser conscientes de porque eran así con ella, pero se decía que ocurrían cosas extrañas alrededor de la chiquilla que siempre tenía un libro bajo sus narices. Hermione había crecido prácticamente sin la compañía de otros niños y era algo que había preocupado a sus padres (incluso la llevaron a un psicólogo, sin éxito), pero la pequeña no se había sentido especialmente sola; desde que su padre le hubo regalado Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll para su quinto cumpleaños, encontró su propio escape. Eso pareció calmar temporalmente a sus padres, eso y lo inteligente y espabilada que era su niña.
Bajo las capas de indiferencia y pasotismo de Hermione en relacionarse con otros niños, se había sentido completamente arropada al entrar en Hogwarts. De hecho, desde que subió al expresso. Esos niños eran igual que ella, y no tenía que sentirse fuera de lugar, no tendría que esconderse detrás de libros para desaparecer momentáneamente del mundo real y sentirse acogida entre miles de letras; ya no.
No obstante, tras el transcurso de los años en la sociedad mágica y en Hogwarts, algo dentro de ella volvía a aparecer como un veneno que intentaba ser purificado con dosis de impasibilidad y neutralidad. Esa niña de antaño, sola con la exclusiva compañía de sus libros, estaba escondida en el interior de la adolescente Hermione que, con el paso del tiempo, notaba el peso de esa presencia más que nunca que le pedía salir. Bien tenía a sus mejores amigos, Harry y Ron, pero incluso muchas veces se sentía fuera de lugar, como si tampoco perteneciera a ese mundo. Era hija de muggles y se habían encargado de llamarla sangre sucia por ello, como si fuera su culpa el haber elegido nacer de padres que no eran magos. Estaba dividida. Sin embargo, la leona no dejaría que tocaran sus metas y anhelos; ella quería descubrir más de lo que el mundo podía ofrecerle, tentar los límites de lo imposible e ir más allá del conocimiento. Incluso nuevas y fuertes creencias e ideales ardían más que nunca dentro de su pecho; estaba dispuesta a todo, aunque fuera un riesgo, un riesgo que tendría que tomar para sentirse… en casa.
Adam era el nombre del príncipe más presumido que vivía en esas tierras tan extensas. Celebrando las más célebres fiestas que los nobles habían asistido nunca, Adam era admirado y alabado por la hipócrita aristocracia, quienes solo tenían interés por y para los regalos y obsequios que este entregaba a sus conocidos. El príncipe sabía perfectamente que esa gente, esos a los que apenas podía considerar amigos, se acercaban y se llenaban la boca con agasajos, le seguían por puro interés. Pero a él tampoco le importaba. Adam había vivido prácticamente sin conocer el amor, creía que era un cuento de hadas.
Aunque sí que lo había saboreado: su madre, la reina, le había amado con todo su ser y se lo hacía saber siempre. Sin embargo, ese cariño tan cálido cesó cuando la Muerte abrazó a su madre después de estar tentándola desde hacía meses, después de que el pequeño Adam cumpliera los cinco años. El rey, que casi no se le veía por el castillo antes ni después de la muerte de su esposa, no se preocupó por su hijo y lo dejó a cargo de los sirvientes, malcriándolo porque no podían oponerse a las órdenes del príncipe y el niño parecía tener muy claro su posición. Seguramente así engañó a su dolor, con tantos consentimientos.
En un gélido día de diciembre, Adam celebraba una de sus majestuosos festejos para recibir al invierno. Casi todos los invitados asistieron. Lo que no se esperaban esa noche era que una anciana muy arrugada con una capa que apenas la cubría, entró en el castillo tiritando y se dejó caer en medio de la gran sala. Los invitados se apartaron como si tuviera la peste, hasta que el príncipe se acercó con un aura amable y se acercó a la vieja.
—Por favor, déjeme quedarme aquí a descansar —rogó ella, acercando su temblorosa mano hacía el galante joven— Solo por hoy, tras caminar tanto estoy exhausta… —con su mano libre, ofreció una fresca rosa roja, como si quisiera que ese fuera su pago.
Y ese halo de afabilidad quebró con las carcajadas de su majestad y tiró la flor al suelo reluciente.
—¿Me ofreces una mísera rosa, a mí? Retírate ahora mismo de mi castillo. Estás aborreciendo este banquete con tu sucia presencia —escupió con esa bonita sonrisa en sus labios.
La anciana, incrédula, se levantó con una firmeza poco habitual para sus años y con el mentón alzado. Solo un leve y elegante movimiento de muñeca, y la arrugada piel de la vieja empezó a estirarse; esa joroba por la edad, desapareció; el canoso cabello fue reemplazado por un brillante rubio. El vejestorio se había convertido en una mujer cuya belleza parecía brillar por sí sola, alta y esbelta, quien miraba con cierto enojo y decepción al príncipe, ahora arrodillado ante esa presencia tan imponente y era su turno para temblar.
—Por tu egoísmo y arrogancia, obtendrás tu castigo y aprenderás a no juzgar a la gente por su físico, y a ser mejor persona.
Alrededor de la bruja empezó a formarse un pequeño remolino de viento que hacía danzar sus ropajes con cierta violencia. El público estaba aterrorizado y una vez la bella mujer despegó sus pies del suelo y flotar, empezaron a gritar mientras corrían hacia la salida. Adam, estupefacto y aún sobre sus rodillas, empezó a rogar por su perdón en vano.
Y así fue como el príncipe de ese castillo fue convertido en un monstruo; una bestia incapaz de salir de su hogar.
Un cinco de junio, en Malfoy Manor, había nacido un varón. El matrimonio de Lucius y Narcissa Malfoy por fin tenían un heredero que amarían hasta el fin de sus días. Tal fue así, que cada cosa que el pequeño Draco quería, cosa que Draco obtenía. El pequeño rubio aprendió rápidamente la importancia de su apellido y, sobre todo, la superioridad de su sangre. Según su padre, los Malfoy y los Black venían de una línea de magos plenamente pura; ninguno de ellos se había relacionado con muggles. Años pasaron con la idolatría hacia su padre y en Draco nació la aversión hacia los que no eran como él. Consentido, egoísta y siempre con aires de superioridad, así entró el joven Malfoy en Hogwarts.
Su desprecio era palpable cuando veía a cualquier mestizo, su mirada gélida siempre intimidaba a sus víctimas, pero Draco todavía era mucho peor con los nacidos de muggles; para él, eran una aberración de la naturaleza. Y, durante sus años en el colegio, se cebó especialmente en una chiquilla de Gryffindor. Aparte de sangre sucia, era amiga de su némesis y, para el colmo, le superaba en casi todas las asignaturas. Seguramente todo el colegio creía que la joven serpiente odiaba a la leona, pero eso no sería del todo cierto. Si alguien se hubiera interesado más en el muchacho, le hubiera conocido más profundamente, se habría percatado que era otro sentimiento el que albergaba en su interior: envidia. Una envidia que ni el propio rubio se había dado cuenta.
A punto de empezar su sexto año en Hogwarts, Lucius Malfoy fue enviado a Azkaban después de su fracaso en una misión para el Lord Tenebroso. Draco sabía de sobras que su familia simpatizaba con el-que-no-debe-ser-nombrado, hasta él compartía ideales con ese bando… por algo le habían educado de tal manera durante toda la infancia. Y recibió esa marca negra en su antebrazo izquierdo. Draco no sabía que se acababa de maldecir a sí mismo al aceptar ese crudo destino.
Tadaaa~ Es cortito, lo sé, pero era necesario presentar los dos personajes principales, ¿no? No sé cuánto tardaré en subir esta historia, tampoco será demasiado larga (calculo unos 7 capítulos) pero de momento ya tengo la historia bastante avanzada.
¿Qué os parece? :)
Rach.
