Mi nombre es Deneb. Soy una joven como cualquier otra. Vivo mis días en una pequeña ciudad llamada Fillydelphia. Una joven como cualquier otra viviendo en una ciudad como cualquier otra. Vivo, respiro y camino avanzando hacia el presente, viendo el tiempo pasar incesante en las hojas que son llevadas por el viento, y en las sombras que avanzan lentamente conforme las agujas del reloj se mueven marcando nuestras vidas, un momento a la vez.

Nada parece interrumpir la monotonía cotidiana del día a día mientras sigo caminando y avanzando en el tiempo junto a los demás. Aunque, excepto quizá dicha monotonía se vea levemente ensombrecida y perturbada por un recuerdo, algo curioso que hasta día de hoy sigue colándose en mi mente y en mi vida, y algo que hasta día de hoy sigue sembrando dudas en mi alma.

En el principio, yo no era nada. Los matices que componían mi existencia eran algo tan singular y a la vez universal como los sentimientos, corazón y cuerpo. Y avanzaba incesante, tiempo al tiempo, constantemente bombardeada por estímulos externos de mi entorno, aquellas cosas que moldeaban y le daban forma a mi ser. Quizá algo destacable en mí es que posiblemente desde mi nacimiento o desde que tengo memoria siempre he sentido encanto por los cisnes. En las noches en que me quedaba mirando las estrellas, mamá solía elevar su mano al cielo y decirme que existía una enorme constelación con forma de cisne, con una estrella central muy brillante. Ella señalaba dicha estrella y yo miraba, y ahí lo veía, un dichoso conjunto de pequeñas estrellas que formaban un cisne, y localizaba aquella estrella brillante. Entonces mamá sonreía y decía que esa estrella llevaba mi nombre.

Esa era yo.

Pero fue que comencé a existir de verdad el día en que aquella criatura tocó mi cabeza con sus pequeñas manos… y vi sus ojos… tan similares a los míos. Y fue en el momento en que tocó mi cabeza, que mi mente se invadió de oscuridad y de una extraña visión que hasta día de hoy se mantiene permanente grabada en mis genes, en mi memoria y detrás de mis ojos.

En el momento en que aquella criatura tocó mi cabeza, vi un ambiente oscuro, y al alzar la mirada mis ojos encontraban una larga columna oscura a lo lejos, plagada de pequeñas luces rojas y una luz central más brillante. Dichas luces tenían extrañamente la misma singular formación que las estrellas de mi constelación, y mis oídos se llenaban del sonido de lluvia cayendo y del agua corriendo bajo mis patas.

Una sombra grabada en mi alma y que hasta día de hoy sigue siendo algo inquietante en mi memoria. Lo único que sé es que una voz en mi conciencia me ha dicho que no es seguro para mi vida que intente desentrañar la procedencia de dicha visión, y no estoy segura de si alguna vez me atreveré a descubrirlo.

Pero puedo contarles cómo fue que todo comenzó.

Próximamente