1. Encuentro desagradable
Al filo del mediodía, los jóvenes maestros estaban cansados, pues habían viajado muchos días desde su encuentro con el samurái Zen y su gigantesco y amable hermano Garg. Su único pensamiento ahora era el encontrar un buen sitio donde dormir y asearse, y conseguir comida para el día y para aprovisionarse en su jornada.
Avistaron una pequeña ciudad, cercana a un río muy grande, y decidieron detenerse en ella para adquirir sus provisiones y poder comer y descansar. Dejaron sus pertenencias y a Appa ocultos fuera de la cuidad, y se vistieron con sus disfraces de la Nación del Fuego, por si acaso. Y tuvieron razón, pues se trataba de una colonia de la Nación del Fuego, donde no tardaron en encontrarse con anuncios de la recompensa ofrecida a quien los entregara vivos o muertos. Aún así, era tanta su hambre y su cansancio que decidieron arriesgarse.
— ¡Hey chicos miren allá! — gritó Sokka señalando un pequeño y silencioso lugar —. Ese lugar me parece tranquilo.
— Sí… demasiado tranquilo — replicó Katara con desconfianza.
— Iré a ver primero — se ofreció Zuko —. Me aseguraré de que no haya riesgos.
Zuko miró con cuidado dentro del lugar, que parecía una posada mal iluminada por pequeñas lámparas de aceite y un par de antorchas a los lados de la puerta. Había pocos parroquianos, y parecían metidos en sus asuntos, o sea, en beber y dormir de bruces en la mesa. Cuando Zuko se disponía a salir, fue levemente empujado por una persona muy extraña, al parecer bastante ebria, y cuyo rostro quedaba oculto bajo un gran sombrero y la semioscuridad del lugar.
— ¡Huy! L-lo shieeento, lo shiento musho cab-allero (hic) — se disculpó el hombre con Zuko, y continuó su desvariado andar hasta la mesa más apartada, donde lo esperaban otros tres hombres que lo recibieron con vítores, aunque estaban visiblemente ebrios también.
— Vaya — dijo Toph entrando, seguida de los demás —, esto se animó de repente. Vamos a sentarnos, ¿Sí?
Se sentaron cerca de una pequeña puerta, que dedujeron llevaba a la cocina, y desde donde podían ver la mesa de los cuatro ebrios, en la cual el del sombrero se había levantado a cantar y bailar, parado sobre la mesa y haciendo equilibrios sobre los tarros de los otros, que se lo festejaban con risas y aplausos. Los demás chicos se fijaron entonces en la estrafalaria apariencia del cantante: Era un chico más o menos como Sokka, calzaba sandalias diferentes en cada pie, llevaba los pantalones enrollados en las piernas como si fueran turbantes, su cuerpo llevaba encima los restos de dos chaquetas diferentes cosidas con un grueso cordón, y llevaba encima una especie de mantón sucio y muy remendado, a manera de capa. Aunque se movía peligrosamente sobre la mesa, se las arreglaba bien para mantenerse en equilibrio. En un momento dado, miró hacia la mesa donde estaban nuestros amigos.
— Grashias… grashias, (hic) mi público — dijo a los que lo acompañaban —. Y ahora (hic) cantaré una linda canshión a lash sheñoritash de (hic) aquella mesha… eshperando que sus (hic) acompañantesh no she ofendan…
Dicho eso, baj´+o de un ágil salto de la mesa, sin caerse, y comenzó a cantar más suavemente que antes, aunque arrastrando las palabras. Entre cada estrofa se acercaba más y más a la mesa de nuestros amigos, hasta que llegó con ellos y en momentos los abrazaba, y les decía lo mucho que los quería. Por fin, terminó la canción y con ella la actuación del extraño sujeto.
— ¡Bueno amigosh míosh, nosh veremosh otro día! — les dijo a los presentes sin dirigirse a nadie en partivular, pero los que estaban con él en la mesa lo despidieron con alegría. En eso llegó el encargado a preguntar a los chicos lo que deseaban comer y beber.
— Esperen chicos — dijo Aang —. Creo que debemos ver primero cuánto tenemos, para no pasarnos y poder comprar las provisiones.
— Bien pensado Aang — apoyó Katara —. A ver Sokka, ¿cuánto tienes?
— Déjamen ver — dijo el moreno, buscando entre sus ropas —. De acuerdo a mis cálculos, debo tener aquí… no, no, está aquí… no tampoco, entonces…Ups… ¡N-no tengo nada, no entiendo! ¡Estaba seguro de haber traído algo de dinero! ¡No sé qué pasó con él!
—Tranquilo amigo — dijo Aang tratando de calmarlo —, yo debo traer aquí un poco… ¿Eh? ¡No es posible, tampoco tengo nada!
Alarmados, todos se revisaron sus ropas, sólo para comprobar que no llevaban nada más que lo que traían puesto. Y pronto se dieron cuenta de que los comensales que estaban en la otra mesa con el extraño también se revisaban, para encontrar que les habían robado el dinero y algunas prendas. Coincidiendo en que el ladrón era el ebrio cantante, salieron en desbandada a la calle para buscarlo. Zuko y Aang se fueron por un lado y Sokka y las chicas por el otro, para así cubrir más terreno, tocándoles a éstos últimos la suerte de localizarlo en un callejón cercano a un tiradero de basura.
— ¡Ahí estás ladrón! — le gritó Sokka — ¡Ven aquí, devuélvenos nuestro dinero!
Sin voltear a ver quién era, el ladrón echó a correr saltando ágilmente la barda del callejón, yendo a parar a una calle aledaña donde los otros comensales robados lo buscaban a él, ayudados por otras personas. Los chicos que lo perseguían se dieron cuenta de que el ladrón iba derecho a reunirse con la multitud, sin entender por qué.
— Y ahora, ¿qué hacemos, cómo lo encontramos? — dijo Sokka desesperado.
— Yo lo encontraré — dijo Toph muy segura —. Mis pies están mejor gracias a nuestro amigo Garg, creo que podré localizar sus pasos entre la gente.
Aún localizando sus pasos, el moverse entre la multitud presentaba bastante dificultad para los tres chicos. Finalmente, Toph terminó encontrando a Aang y a Zuko entre el gentío.
— ¿Tuvieron suerte? — preguntó el príncipe.
— No, lo perdimos en la multitud — dijo Katara.
— Y no puedo localizarlo con facilidad — apuntó Toph — pareciera como si fingiera caminar diferente cada vez.
En eso estaban cuando oyeron a una mujer gritar.
— ¡Aaayy, me han robado, al ladrón, pronto, al ladrón!
— ¡Allí, allí está, se esconde entre la basura! — gritó otra persona, señalando el mismo callejón de antes, cerca de donde se habían reunido los chicos.
En efecto, algo se movía entre la basura. Aang estuvo a punto de usar aire-control para dispersarla, pero Zuko se lo impidió a señas, recordándole que estaban en una colonia de la Nación del Fuego y que corrían un gran riesgo si utilizaba su poder.
Los que allí estaban se apresuraron a buscar entre los desperdicios, y se encontraron con la sorpresa de que el que se movía era uno de los comensales robados en la posada, que estaba maniatado, amordazado y semidesnudo. Al liberarlo, contó que lo habían atacado por detrás, y no supo más de sí hasta que el olor de los desperdicios lo despertó. Nadie supo que nuestro ladrón estaba lejos de ahí, comprando alimento y medicinas, amparado ahora bajo un disfraz de mujer.
Los chicos, derrotados; decidieron irse a su campamento, y se hubieran quedado sin comer de no haber sido por las clases de pesca que Garg les enseñara. Al calor de la fogata, discutían si continuarían al día siguiente la búsqueda del ladrón.
— ¡Rayos! Sigo sin entender cómo me despistó — decía Toph molesta —. No entiendo cómo hizo para que perdiera sus pasos. Creo que me confundió tanta gente en donde se metió.
— Yo pienso que deberíamos rastrearlo como nos enseñaron el gigante y el samurái — dijo Zuko —. Si pudo robarnos sin que nos percatáramos y aún perdernos significa que es de cuidado.
— Tienes razón — apuntó Katara —. Hay que atraparlo y que devuelva lo que nos robó. Luego lo entregaremos a la justicia.
— No creo que le hagan mucha justicia aquí — dijo Zuko —, pero igual estoy de acuerdo en atraparlo.
— Yo también — dijo Sokka —. Pero por ahora creo que no está de más que hagamos guardias para cuidarnos a nosotros y a nuestras pertenencias. No me gustaría que ese ladrón le echara la mano encima a mis dagas.
— Ni a mi flauta — dijo Aang —. Estoy contigo Sokka, yo haré el primer turno.
Sokka y Zuko echaron suertes, ganando éste último el segundo turno, y Sokka el último. La noche pasó sin contratiempos aparentes. Por la mañana, Katara despertó primero y al despabilarse, se dio cuenta de que había algo de desorden en la tienda. Un presentimiento la hizo vestirse rápidamente, y al salir encontró a su hermano medio dormido, sobre un montón de objetos de sus pertenencias desperdigados por todos lados.
— ¡Sokka! — le gritó enojada despertándolo — ¡¿Dime ahora mismo qué demonios pasó aquí?! ¡De seguro te quedaste dormido en tu turno y mira, nos han saqueado!
— ¡¿EEEHHHH?! — contestó el moreno, algo adormilado aún — ¿De qué estás hablando Katara? Yo no he dejado de hacer guardia. Mira, no me he separado de mi espada ni por un momen… ¡¿Hey, qué es esto?!
Sokka acababa de darse cuenta de que portaba una rama gruesa en lugar de su espada, y un par de palos pequeños en lugar de sus dagas. Para entonces, los demás se habían levantado atraídos por el alboroto, y al escuchar a Katara se volvieron a revisar sus tiendas, comprobando la veracidad de lo que ya temían.
— ¡Mi flauta no está! — gritó Aang desolado.
— ¡Mi perla, se la llevaron! — gritó Toph desesperada.
— ¡También falta mi farol, no lo encuentro! — gritó Zuko muy enojado.
— Mi espejo tampoco está Sokka — le dijo Katara a su hermano —, y ya viste que tus dagas y tu espada también desaparecieron. ¿Me puedes decir qué rayos hiciste anoche?
— ¡Pero si te digo que estuve de guardia Katara! — se defendió el moreno —. Únicamente me levanté para ir al baño, y luego…
— ¡¿Y luego qué?! — gritó Zuko.
— Bueno, pues… hice lo que debía hacer… Luego me puse mi espada y mis dagas y volví, y todo estraba tal y como lo dejé.
— ¿En serio? — dijo Toph con sarcasmo —. Yo creo que ni siquiera te fijaste. Con eso de que seguramente venías acomodándote la ropa…
— ¡Bueno, ya basta! — dijo Aang, llamando al orden —. Ya no importa cómo desaparecieron las cosas, lo que importa es averiguar quién nos robó.
— ¡Aang eso es obvio! — dijo Zuko —. Ese ladronzuelo que nos quitó el dinero seguramente nos ha seguido, y ha visto nuestro campamento. Sólo él tiene suficiente habilidad y descaro para habernos robado dos veces, y que en ninguna de ellas nos hayamos dado cuenta ni lo hayamos atrapado.
— Zuko está en lo cierto — dijo Sokka, aún apenado por la pérdida —. Ahora quizá busque a alguien para venderle nuestras cosas.
— ¡Eso es Sokka! — dijo Katara —. Lo que debemos hacer es buscar en la ciudad a la gente que podría comprar cosas robadas, de seguro lo encontraremos, o por lo menos podremos seguirle la pista.
— ¡Sí, es un buen plan! — dijo Toph entusiasmada por la aventura —. Ese ladrón me las va a pagar.
— Bien Toph — dijo Katara prosiguiendo con su plan —, tú y yo iremos juntas a los mercados.
— Yo puedo moverme bien solo entre esta gente — dijo Zuko —, iré a los muelles del río, tal vez alguno de los marineros lo conozca.
— Aang y yo iremos a la plaza — dijo Sokka —. Quizá quiera robar en donde haya mucha gente. Aang podría buscarlo desde el aire, y yo desde tierra.
— ¡Buena idea Sokka! — aprobó el Avatar —. Aunque tendré que ocultarme en los tejados, para que nadie me vea.
— Bueno — dijo Katara resuelta —, si estamos todos listos, vámonos ya. No podemos perder tiempo.
El grupo emprendió decidido la marcha, pensando en ganarle la partida esta vez al descarado ladrón, y recuperar los regalos de Zen, que ya eran como tesoros para ellos.
