Otra noche más se encontraba solo en su cama, esta era la tercera noche que pasaba eso. Se levantó, pues no permitiría que volviera a hacerlo, era el Capitán América y merecía respeto. Se dirigió al lugar en el que sabía que iba encontrarlo, entró sigilosamente, no sin antes decirle a J.A.R.V.I.S. que no lo delatara. Lo miró desde lejos, no lo había visto hace tres días y todo por aquella nueva armadura en la que trabajaba.
Él se volteó para alcanzar una herramienta y se encontró con los ojos azules del Capitán.
— ¿Pasa algo, Steve? —preguntó mientras se secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.
— Han pasado tres días, Tony —dijo serio y agregó algo celoso— y tú sigues trabajando en eso.
— ¿Tres días? —preguntó incrédulo y a la vez divertido por el tono recriminatorio del Capitán— ¡Vaya, esto me ha llevado más de lo que había pensado! —exclamó y volvió a ocuparse de su armadura.
Steve frunció el ceño y se acercó con paso firme hacia él, lo abrazó por la cintura y lo levantó de su asiento.
— ¿Qué haces, Rogers? —preguntó sorprendido Stark— ¿No ves que estoy trabajando?
— Esta noche no —respondió Steve y Tony sonrió travieso.
— ¿Es una orden, Capitán? —alzó una ceja.
— Sí, soldado —respondió mientras caminaba con él en sus brazos y se lo llevaba a su habitación.
— Pero... —reclamó Stark intentando liberarse de los fuertes brazos de Rogers, pero este lo interrumpió.
— No puedes desobedecer las órdenes de tus superiores, soldado —abrió la puerta de la habitación con una patada y depositó a Stark en la cama.
— Lo sé, Capitán —dijo Tony sonriendo y agregó con tono seductor— y le aseguro que cumpliré todas sus órdenes esta noche.