Naruto no me pertenece, sino a Masashi Kishimoto y el ShikaTema tiene que ser canon, por mi salud mental (?).


(Lαtín)Frαcti: rotα.


Frαcti

La primera vez que Temari arribó a Konoha, lo primero que llamó su atención fue el verde horizonte que frente a ella se extendía, uno completamente diferente al de su villa que, oculta entre las dunas del desierto, solo dejaba ver infinitas montañas de arena.

Si Gaara no hubiera apurado a sus hermanos para entrar a la villa de una vez, Temari habría visto al equipo de Asuma salir a entrenarse en el bosque para los exámenes chūnin.

Cuando cruzó miradas por primera vez con Shikamaru Nara, por mera casualidad, fueron solo de cortesía y acaso también con un tenue brillo de hostilidad entre ambos. Pero luego de entrar al Bosque de la Muerte, tan solo pensó en pasar el examen… y cuidar a los demás de la ira de su hermano pequeño.

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Temari debía reconocerlo: temía a su hermano. Temía al niño monstruo que albergaba al bijū en su interior. A veces, ella y Kankurō solo lo veían como el jinchūriki cruel que con su arena enterraba todo aquello que no quería ver, como si de un macabro juego de niño divertido por una malicia se tratase, a pesar de su mirada vacía y oscura. Para ella, Gaara era una caja de Pandora que albergaba más de una sorpresa poco grata. Le provocaba un escalofrío que le calaba los huesos. Y en esos momentos, ella lo rechazaba, como todos los demás.

Aun así, Temari amaba en demasía a su pequeño hermano. Lo descubrió una noche que la encontró insomne y decidió salir a dar un paseo por los pasillos de su hogar. Entonces lo oyó: un llanto bajo y lastimero. Era el llanto de Gaara quien, aferrado con desesperación a un deshilachado y triste muñeco de trapo, hablaba con alguien. Le suplicaba que lo deje tranquilo de una vez, le decía que él solo deseaba que los demás lo aceptaran y dejaran de mirarlo con desdén. Nada más.

Desde fuera de la habitación, Temari lo observaba por el resquicio de la puerta mientras sentía que algo se rompía en su interior. Las ojeras, su palidez y sus ojos impregnados de lágrimas. Gaara era solo un niño roto, abandonado e infinitamente solo.

Temari deseó correr a abrazarlo, consolarlo. Susurrarle al oído que todo estaba bien, que ella lo amaba. Pero no fue capaz. El miedo hacia el monstruo pudo más que todo.

Se marchó a sus habitaciones con la cabeza gacha y un amargo vacío en el alma. Esa noche, Morfeo la olvidó.

Al día siguiente, vio un aura oscura alrededor de Gaara. Sin un ápice de emociones en sus ojos despiadados, no se parecía en absoluto a aquellos ojos que Temari vio llenos de miedo y lágrimas la noche anterior.

—Kankurō, Temari, ¿están listos? —inquirió con voz rasposa e impersonal, sin siquiera dirigirles la mirada.

Ninguno respondió con palabras, solo colgaron sendas mochilas a sus hombros y se marcharon en dirección a Konoha.

Días después, cuando lo vio matar, sin emoción alguna a flor de piel, a aquellos ninjas foráneos, Temari se preguntó si aquel abrazo que nunca le dio habría calmado un poco su sed de sangre.

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—Hermanos, lo siento —masculló Gaara, serio. Kankurō lo miró largamente sin entender, en cambio Temari sí lo había comprendido a cabalidad. Y agradeció profundamente a Naruto, el impulsivo y ruidoso Naruto. El jinchūriki del kyūbi había logrado hacerle ver a Gaara el camino que por mucho tiempo había estado buscando y así finalmente sería aceptado por todos.

Los tres echaron un último vistazo a la aldea de la Hoja y se marcharon.

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Temari había coincidido con Shikamaru varias veces durante sus visitas a Konoha. Ella no había olvidado aquel encuentro durante las finales de los exámenes chūnin y, al parecer, Shikamaru tampoco.

Al principio se saludaban con forzada cortesía, luego por costumbre y finalmente el orgullo había cedido y se saludaban por amistad.

El Nara tenía fama de flojo. Y con justa razón; se pasaba sus horas libres buscándole formas a las nubes que adornaban los cielos de su villa. A ella le agradaba aquel pasatiempo y él, mascullando un «esto es molesto» al tiempo que se pasaba perezosamente un brazo por detrás de la nuca, la invitó un día a observar las nubes con él después de recogerla en la entrada de la aldea.

Podían pasar horas sin hablar, simplemente observando a las nubes pasar sin pena ni gloria frente a sus ojos. La suya era una amistad de pocas palabras, muchos silencios, partidas de shōgi, miradas cómplices y risas ocasionales.

La primera vez que se besaron fue luego de una discusión. Él insistía que la nube blanca y esponjosa que estaba justo sobre ellos tenía la forma del Cuarto Hokage.

—Por supuesto —concedió Temari con una sonrisa sarcástica—. Y yo sigo creyendo que es solo un rostro deforme.

—Qué molestia —bufó Shikamaru, haciendo un mohín—. Qué poca imaginación tienes, Temari.

—Eso es normal, Nara —dijo ella—. Yo no tengo tiempo de pensar en aire todo el día, como otros.

—¿Me llamas vago? —Shikamaru alzó una ceja.

—Exacto —rio la joven con malicia.

Por toda respuesta, el Nara se levantó con rapidez del pasto donde descansaba y se sentó a horcajadas sobre la sorprendida kunoichi. La besó.

Temari abrió sus ojos desmesuradamente, pero terminó por corresponderle. Enroscó sus brazos alrededor del cuello del chico. Shikamaru bajó la guardia y entonces…

—De verdad que eres un vago —terció ella, mientras se posicionaba a horcajadas sobre él—. Si realmente eres un auténtico ninja, nunca bajes la guardia, Nara. Menos ante una mujer hermos…

Temari no pudo continuar. El Nara volvió a besarla, y ella no se opuso.

Después de aquella primera vez, se sucedieron muchas otras primeras veces. Cada vez que ella iba a Konoha, él la invitaba a observar las nubes. Se quedaban un rato en silencio, de cara al cielo, antes que uno de los dos diese el primer paso entrelazando sus manos con el otro. Hacían el amor riendo, como si de un juego inocente de niños se tratase. Reían, se besaban, se retaban, se abrazaban, se quedaban en silencio por un momento para volver a reír a coro después, tan solo con las inmutables nubes como testigos. Se querían a su manera, sin ataduras, libres como las nubes o como el viento mismo.

Si alguna persona los veía juntos, les preguntaban indefectiblemente si estaban en una cita. Ellos siempre negaban con la cabeza al unísono; decían ser solo amigos. Y era verdad. El lazo que les unía era mucho más fuerte que el de una relación pasajera, el amor que se tenían era mucho más que solo una aventura y más fuerte que todo aquello, era la amistad que les enlazaba.

En Suna, Gaara, investido como kazekage, no pudo evitar notar las enormes sonrisas que su hermana traía de recuerdo cada vez que visitaba la villa de la Hoja. Una vez la oyó suspirar al viento el nombre del Nara. Entonces Gaara comprendió sin necesidad de agregar más. Sonrió.

*—

Los días de gloria habían pasado a la historia. La guerra, con su olor a sangre y arena, se había instalado en el mundo ninja, una vez más. Los lamentos de los que poco a poco iban sintiendo sus vidas apagarse, hacían eco en los oídos de los que aún podían dar batalla. Las lluvias de kunais y shurikens cubrían el cielo y espantaban a las nubes benevolentes y parecían llamar a las tinieblas. Atrás quedaron las tardes de nubes y prados entre Shikamaru y Temari. Siguieron viéndose, pero solo como compañeros en el frente de guerra.

—¡Protejan a Naruto! —Fue el grito de Gaara en medio del caos—. ¡No podemos perderlo!

Akatsuki carecía por completo de escrúpulos. El reguero de muerte que dejaban a su paso era desgarrador. No existía un solo shinobi que no tuviera un amigo a quien lamentar. Pero no había tiempo para ello.

Porque no solo peleaban por proteger a Naruto.

También luchaban por sobrevivir.

Temari se lanzaba a la batalla con fiereza, al igual que sus hermanos. Peleaba convencida de que aquello era lo correcto. Las armas de Akatsuki, sumados a los bujūs y a los edo tensei, hacían caer a muchos de un solo golpe. Ella no podía dejar de luchar, pero tampoco olvidaba a los caídos, por quienes elevaba una silenciosa oración durante las escasas pausas entre batallas.

Y fue entonces cuando lo vio, avanzando en medio del polvo producido la metralla.

Shikamaru luchaba al mando de una pequeña brigada de shinobis de Konoha. Se veía demacrado por la vigilia, cansado y casi sin chakra; pero en sus ojos que antaño se mostraban aburridos y perezosos, se denotaban decisión y valor.

El joven Nara se giró a ver a sus hombres, por lo que no notó cuando un enemigo, ya con sus últimas fuerzas, le lanzó un kunai envenenado al tiempo que gritaba con lo que le quedaba de odio: —¡Los maldigo, ninjas de Konoha!

El tiempo se detuvo para Temari, quien cayó de rodillas al suelo, confundida. Observaba de lejos los esfuerzos desesperados de Ino por reanimar a su compañero. Pero fue inútil, el veneno había contaminado su carne en un suspiro. Shikamaru cayó igual que su maestro y su padre. Temari oyó los lamentos de Ino y Chōji, como si aquello fuera totalmente ajeno a ella, tan lejanos como la voces de una nana triste y llena de dolor.

—Temari, ¿qué haces? ¡Levántate y lucha!

Temari no reconoció la voz de quien la llamaba, pero sintió un acceso de adrenalina recorrer todo su maltratado ser. Se levantó, se sacudió el polvo de su desvencijado uniforme shinobi y con renovada fiereza, continuó peleando contra sus oponentes.

Gaara, a unos cuantos metros de ella, luchaba contra un edo tensei; mientras envolvía con su arena al indeseable, supo que su hermana no volvería a sonreír en mucho tiempo.

*—

La guerra había terminado. Naruto, con la ayuda de Sakura y, sorprendentemente, de Sasuke, lograron, no sin poco esfuerzo, capturar a Uchiha Madara, a quien pronto llevaron frente a los cinco Kages, quienes no dudaron en acabar con lo que quedaba de él.

Los supervivientes volvieron a sus aldeas. Konoha, la arena de batalla, estaba en ruinas y la población diezmada. Aquellos que podían ponerse de pie vagaban sin rumbo fijo en medio de la nada, con los ojos secos de tanto llorar y la mirada perdida entre la hilera de cadáveres pudriéndose al sol, buscando entre los escombros una razón para reconstruir sus vidas, hartos de tanta guerra y corazones corrompidos.

Gaara, como kazakage de Suna, antes de volver a su tierra prometió con solemnidad a Tsunade que la ayudarían a ella y a su villa a levantarse de las cenizas.

—La voluntad de fuego es inmutable. Renaceremos como una criatura ardiente en medio de las llamas —contestó Tsunade, agradecida. Sus ojos, al igual que el de los demás, carecían de brillo, pero la voz denotaba la potencia de antaño. Gaara supo que ella tenía razón al ver a Naruto, incansable, junto a sus amigos. Probablemente, era el único que se negaba a lamentarse de su destino.

Gaara, Temari y Kankurō echaron un último vistazo a la aldea de la Hoja: en lugar de los árboles enormes y de la torre Hokage solo había destrucción y una triste columna de humo que se perdía entre los nubarrones que anunciaban la tormenta. Los tres hermanos giraron la cabeza y volvieron a su hogar.

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Temari tardó mucho tiempo en reconocer que aquel al que vio caer en medio de la guerra era Shikamaru Nara, su amigo, su inseparable compañero. Su todo.

Se negaba a llorar. Ella era una guerrera y los guerreros no lloran, sino que siguen avanzando firmes hacia adelante. Pero Gaara notó su silencio, sus encierros prolongados, su estoicismo y su actitud que a ratos cambiaba, como si ella misma quisiera engañarse y hacer como si nada hubiese pasado.

La joven iba y venía con frecuencia de Konoha en su labor de embajadora, pero Gaara notó que cada vez que volvía, un rictus amargo curvaba sus labios hacia abajo y su tono de voz, mientras le informaba sobre la reconstrucción de la villa, era uno demasiado impersonal, vacío. Se alarmó. La imagen de su hermana le transportaba a sus tiempos de jinchūriki, triste y desolado.

Decidió que ese era el momento de actuar.

—¿Me llamaste, Gaara? —A diferencia de los demás, quienes solo podían dirigirse a él como "Kazekage sama", sus hermanos tenían el derecho de llamarlo como antaño.

Gaara suspiró. —Te he notado distinta, hermana.

—Es solo impresión tuya. —Temari negó con un gesto, parca.

—Shikamaru Nara —farfulló el Kazekage y Temari tembló. No quería recordarlo.

—No pasa nada con él —volvió a negar la mayor, bajando un poco la cabeza. Su hermano notó sus lágrimas incipientes. Estaba llegando a su límite.

—Temari —llamó Gaara y esta levantó la cabeza—. Llora, hazlo si quieres. No te contengas, pero recuerda que eso no lo traerá de vuelta a la vida.

—Calla, Gaara. ¡Calla! —explotó Temari con un deje de ira repentina en la voz—. Basta, ¡tú no tienes la más mínima idea de lo que es sentirse como me sien…!

La joven calló de golpe al levantar la cabeza y toparse con los ojos aguamarina de su hermano menor mirándola de frente. Tan sumida estaba en su propio dolor que olvidó los años en los que su hermano estuvo enterrado en el suyo y de todas las noches frías y solitarias que pasaba en vela, del dolor de saberse rechazado, del miedo al bijū que dentro de él habitaba. Se sintió egoísta, apenada.

—Lo siento mucho, hermano. Yo no quería…—Su disculpa se tornó un susurro.

La adusta expresión de Gaara se suavizó un poco. Pudo ver a las lágrimas pelear por escaparse de los ojos de su hermana. Recordó sus años de soledad, encerrado en su cuarto sin dormir, sin soñar, temiendo al monstruo que dentro de él vivía y consumiéndose por las noches de insomnio; creyendo que si se negaba a cerrar sus ojos, el bijū no lo devoraría más de lo que su propia y perenne soledad y el rechazo de todos ya lo hacía desde que tenía memoria.

Comprendió entonces que su hermana peleaba contra sus propios demonios, acaso más temibles que aquel bijū de sus pesadillas. La atisbó a solo un paso del averno. Si seguía conteniéndose se hundiría en la sima misma de su propia desesperación.

—Hermana —su voz rasposa tenía un timbre distinto—, Temari…

Temari era una guerrera temible, una que se lanzaba a la batalla con un grito de amazona. Pero también era un ser humano, era una mujer. Por encima de todo.

Cuando se sitió rodeada por los brazos de su hermano pequeño, al que antes había temido y rechazado, se quebró. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas e iban a parar a la capa del kazekage.

Gaara no dijo nada. No hacían falta palabras. Estrechó más la distancia entre ambos y sintió la cabeza de su hermana hundirse en su pecho. Pasó una mano por sus cabellos, como al descuido. El silencio solo era interrumpido por los sollozos entrecortados de la joven.

Gaara conoció el infierno mismo, la soledad de la ignominia y el dolor indecible.

Jamás dejaría que su hermana llegue a el. No si él podía impedirlo.

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¿Se merece un review?


Bitácorα de Jaz: Joder, joder. Feels. Hay fics que duelen al volverlos a leer. Este es uno de ello, la ironía más grande de mi carrera como ficker: escuchar las mismas palabras de Gaara en la boca de otra persona mientras pasaba por un proceso por demás doloroso.

Nadie me va a sacar de la cabeza que el ShikaTema es canon. Ellos ya tienen una relación desde mucho antes de que Naruto volviese a la aldea. Las posibilidades infinitas que esto atesora me hacen chillar como una vil fangirl del averno XD.

Bruxi, cariño, espero que te siga gustando como la primera vez. No se vale ser presumida, pero este es mi bebé amado c:

Sepan disculpar el posible OoC en la siempre orgullosa Temari.


Editαdo el 11 de Octubre de 2014, sábado.

¡Jajohecha pevê!