Sin arrepentimientos

Disclaimer: Zootopia, sus personajes, la ciudad, el logo y la historia original no me pertenecen, sino a Disney. Sólo la historia que les presento aquí, la portada y el personaje original son míos.

Advertencias: Centrado en Bellwether y la villanía puesta en buena luz (?). Aparición de un OC, si es que eso es muy terrible.

Dedicatoria: Esto va para Franklin Graham, más conocido por estos lares como The Chronicler Fox. Digamos que a él le debo este regreso a FF y a ser nuevamente un miembro activo. Además, le prometí una historia con mi hermosa oveja maligna.

I

• [Capítulo uno: Cara] •

Todo momento en la vida se define con una elección: A o B, sí o no, uno o dos, blanco o negro, cara o sello.

Ella lo sabía y es por eso que una vez que se decidía, no daba pie atrás. Ahí estaba la clave de su éxito.

Sentada tras su escritorio, la nueva alcaldesa contemplaba la ciudad desde lo alto. Su plan había funcionado a la perfección; hubo algunos retrasos indeseables, claro, pero Nick Wilde y Judy Hopps habían pagado por su intervención con un arresto y una linda estadía permanente en la cárcel. Sólo bastó deshacerse de la evidencia y hablar con unos cuantos contactos. Lo había logrado: los depredadores ya no tenían los mismos derechos y ahora vivían segregados de las presas. Tal como debía ser.

―Pronto todos lo agradecerán ―dijo para sí misma, dando un salto para poder ponerse de pie y caminar por el despacho ―. Mis medidas podrán ser un poco… drásticas, pero es por el bien de todos.

La oveja sonrió, acomodó sus anteojos y llevó sus manos a su espalda, satisfecha y orgullosa de sus propios logros. Sus esfuerzos habían valido la pena. Entonces el teléfono sonó.

Despertó.

―No de nuevo ―susurró, quejumbrosa ―, ¿por qué tengo que salir de ese hermoso sueño?

―Despierta, Bellwether ―la dura voz de la oficial Swinton la despabiló ―. Hora de levantarse.

―Cinco minutos más ―rogó la oveja, pero sabía que era inútil.

La vida en prisión no era tan mala después de todo, pero ciertamente no era lo que Dawn Bellwether había imaginado para ella. A pesar de todas las acusaciones en su contra y que media ciudad la detestaba, no había recibido una sentencia muy dura: veinte años tras las rejas y con la posibilidad de acortarla si tenía buena conducta. Nada de mal para una tonta oveja, ¿no?

Odiaba el estúpido traje naranjo porque no estaba hecho de lana, pero no podía quejarse. Tampoco tenía con quien conversar o al menos compartir el tiempo en silencio. Adentro, todos los reclusos la evitaban como si fuese una leprosa. No sabía si habían sido órdenes estrictas de la ZPD o si era una simple coincidencia, pero a pesar que el hecho que la ignoraran le dolía, no lo demostraba en lo absoluto.

La rutina no le molestaba, pero a veces quería romperla. Esperaba al menos recibir una visita, un llamado, algo pero ¿de quién? Ni siquiera su familia había aparecido desde que la habían arrestado. No estaba segura si aguantaría lo mismo durante dos décadas. Dos largas décadas, repitió en su mente. El sólo pensamiento la asustó.

―Nadie entiende ―susurró para sí. Estaba en el patio mirando a los otros reos, pensando qué habían hecho. Era probable que ella estuviese caminando entre delincuentes, asesinos, narcotraficantes, violadores y quién sabe qué otro tipo de criminales ―. No es justo. Sólo lo hacía por el bien mayor. El fin justifica los medios, maldita sea ―farfulló con odio y sacudió la cabeza de forma violenta, haciendo que sus lentes cayeran.

Cuando tomó sus anteojos, vio los zapatos lustrosos de la oficial Swinton frente a ella. ¿Qué quería esta vez?

―Tienes visita.

―¿Qué? ―estaba sorprendida. ¿Quién podría ser? Sus secuaces estaban encarcelados en el mismo recinto, aunque en celdas diferentes. Dudaba que sus padres hicieran el esfuerzo de visitarla. No tenía amigos. Las posibilidades se agotaron en su cabeza ―, ¿quién?

―Un tal Pascal Stripes. Dijo que es un amigo.

―¿Pascal Stripes? ―repitió, sin comprender. No conocía a nadie con ese nombre. Sin embargo, prefirió pretender que sí sabía a quién se refería, de lo contrario perdería su única oportunidad de hablar con otro animal ―, ¡ah!, ¡oh!, ¡pero qué torpe!, ¡claro, claro! Mi querido amigo Pascal. ¡Vamos! ―dijo, alegre. Podía ser un acto, pero estaba genuinamente feliz por la inesperada visita.

La oficial sólo negó con la cabeza y con un gesto de su mano le indicó que la siguiera. Nerviosa, Dawn obedeció, pero tuvo dificultad en mantener la misma velocidad, así que caminó atrás de la cerda. Luego de muchas vueltas, Bellwether y la policía llegaron a la zona de visitas. Swinton señaló uno de los cubículos con el mentón. La ex asistente del alcalde, un tanto vacilante, se acercó y tomó asiento.

Ante ella había un mapache.

Todavía más confundida, Dawn tomó el teléfono para poder hablar con él. El otro animal ya sostenía el auricular contra su oreja.

―¿Un depredador? ―fue el saludo de la bovina, para nada amistoso. Se hundió de hombros, sintiéndose insegura.

―Tuve que hacer muchos trámites, además de un par de llamadas y sobornar a uno que otro uniformado para poder hablar contigo, Dawn ―indicó el mapache con algo de fastidio, pero buen humor a fin de cuentas ―, pero oye, aquí estamos. Y sí, soy un depredador, aunque técnicamente soy presa también. Ya sabes, omnívoro. De todo un poco, nena.

―¿Quién eres? ―interrogó Dawn, no muy contenta con el tonito confianzudo de aquel tipo.

―¿No te dijeron? ―preguntó, sorprendido.

―O sea, te llamas Pascal Stripes, pero eso no me da ninguna pista ―explicó mientras jugaba con el cordón del teléfono ―, ¿a qué has venido?

―Seré conciso ―dijo el visitante inclinándose para poder verla mejor ―: tenemos un plan de fuga.

―¿¡Qué!? ―la hembra saltó en su puesto y eso llamó la atención de los guardias. El mapache llevó un dedo sobre sus propios labios para que guardase silencio.

―No hagas ruido ―ordenó el macho, mirando de reojo a los uniformados ―. Sólo sigo instrucciones de alguien que sí le interesa sacarte de aquí. Como no ha funcionado por las buenas, lo hará por las malas. No te puedo dar detalles, por cierto. Me dijo que si abría la boca, me cortaría la lengua.

―Supongo que está bien, rayadito ―dijo Dawn, juguetona, aunque todavía desconfiada por la situación ―, ¿y cuándo sería?

―En dos días, medianoche. Prepárate.

―¡Espera, espera, espera!, ¡tengo muchas preguntas! ―intentó detenerle, pero era tarde.

Fue todo lo que dijo. Pascal se despidió con un guiño y desapareció rápidamente.

Dawn quedó pensativa el resto del día. Por un lado, estaba emocionada que saldría de allí, pero ¿cómo iba a evadir un segundo arresto? Su sentencia podría aumentar y todos sus esfuerzos y buena conducta se irían por el excusado. Había muchos cabos sueltos, además que no entendía nada. ¿Quién estaría interesado en ella?, ¿qué querrían?, ¿en qué sería útil? Tantas preguntas y no había nadie quien lo contestara. Rayos.

Las siguientes cuarenta y ocho horas se hicieron eternas para la oveja. Estaba más nerviosa de lo usual, imaginando qué haría después. No confiaba en el mapache ni una pizca, pero no tenía nada ni nadie más a que aferrarse, así que no tenía otra opción. ¿Y si era una trampa? Dawn comenzó a tener pesadillas gracias a ese simple pensamiento: imaginó que una vez que escapaba, todo el departamento de policía la esperaría afuera de la ciudad sólo para reírse en su cara y joder con su existencia.

―Voy a terminar volviéndome loca ―gimoteó Bellwether llevándose las pezuñas a la cara. No había podido tocar nada de la comida esa tarde, por lo que se fue a la cama con el estómago vacío y la mente llena de miedos.

Cada vez quedaba menos y ella ni siquiera se sentía capaz de respirar.

Al día siguiente, todo volvió a la normalidad. Nuevamente estaba frente a un plato de comida que más bien parecía vómito y no fue capaz de probar un bocado. En eso una moneda cayó en el puré de vayan a saber de qué estaba hecho.

―Hola, cabeza de algodón ―dijo una voz. Dawn alzó la vista y encontró a una comadreja que le sonreía de forma desagradable.

―¿Te conozco? ―preguntó cruzándose de brazos y lanzándole una mirada altanera.

―Duke Weaselton, pimpollo ―se presentó el animal para después tomar su moneda, limpiarla con la lengua y meterla al bolsillo. A la oveja le pareció asqueroso ―. Tal vez no te acuerdes de mí, nunca nos vimos directamente, pero… Doug me contrató para robar aulladores y después me atraparon, me extorsionaron y confesé ―explicó pero cerró el hocico de súbito al ver que la hembra no se lo tomaba bien ―, ¡como sea!, ¿qué tal la vida en prisión?

―Muy cómoda ―contestó, sarcástica y haciendo rechinar sus dientes.

―Chica, no te arrugues tanto; estoy dentro del grupo que te va a sacar de aquí.

―¿Ah, sí?, ¿y esta vez no lo vas a estropear? ―cuestionó haciendo a un lado la bandeja.

―¡Claro que no! Todo va de acuerdo al plan. Además, tengo el incentivo necesario, como bien sabes ―comentó Duke jugando de nuevo con la moneda, la que lanzó y atrapó en el aire ―. Todo sea por el dinero. Oye, ¿cara o sello?

―No voy a perder mi tiempo contigo ―escupió con rabia. No sabía por qué, pero la presencia de ese sujeto hacía que su sangre hirviera. Se levantó de forma abrupta; sin embargo, la mano delgada de Weaselton agarró su muñeca.

―Es importante, cabeza de algodón ―dijo la comadreja con una mueca torcida ―: cara, toda la tropa vendrá por ti; sello, te quedas aquí, pudriéndote.

―Había dicho que estaba de acuerdo ―recalcó Dawn.

―Según el informante, no sonabas muy convencida ―ladeó la cabeza, mirándola de arriba abajo y viceversa ―. Elije.

―Cara, por supuesto.

―Ahora es turno del azar.

Lanzó la moneda y la dejó caer en su mano. Le mostró el resultado.

―Nos vemos a las doce.

Duke se retiró y la presa quedó sola nuevamente.

Ya no había marcha atrás: esa noche Dawn Bellwether escaparía.